sábado, 31 de agosto de 2013

ÚNICO TRAJE (III)




Por Marcos J. Leal C.

III

           Ella había trabajado en la posada de comida criolla del padre de sus hijos.  Trabajaba solo por la comida de ella y sus hijos, porque pago en efectivo no recibió nunca.

     Trabajaba desde las cuatro de la mañana hasta las nueve de la noche.  Cuando se retiraba con sus muchachos a la casa de sus padres que vivían cerca, a esa hora, lavaba su único vestido y lo colgaba cerca de la ventana para que estuviese cerca de la brisa que entraba por esta.  Por supuesto no había tiempo para que el vestido se secase y tenía qué volver a ponérselo nuevamente mojado a la madrugada siguiente.

     Un  día se formó un altercado entre los niños, en la posada.  Eran niños de un solo padre pero de distintas madres.  La disputa fue por un pedazo de papel para forrar los útiles escolares.  El hermano mayor entró en ese momento al comedor y tomó una decisión: rompió el papel en dos partes y le dio una a cada hermanito.  Esto disgustó a la niña quien comenzó a gritar que el hermano mayor le había roto el papel para forrar sus cuadernos.  La madre, al verla gritando de ese modo, llamó al padre de todos los niños acusando al mayor de haberle roto el papel a la niña y haberla castigado sin razón.  El padre, furioso, a lo mejor abrumado por tantos problemas familiares y económicos, sin averiguar la verdad de lo acontecido, tomó al niño mayor y lo azotó con la correa de su pantalón.  El niño no lloró ante el castigo.  El padre enfureció más, soltó la correa y le dio unos golpes al niño grande de tal manera que le desprendió el brazo.  Ese brazo le quedó mal formado para toda su vida.

     La madre del niño grande, viendo la injusticia cometida con su hijo mayor, se llevó a todos sus hijos y no volvió a trabajar a la posada donde era explotada y en la cual solo era recompensada con la comida con su trabajo de sol a noche.

     Esta separación fue una bendición de Dios, porque así debido a la necesidad de producir la madre comenzó a lavar y planchar ropa de los comerciantes y viajeros que venían a hacer sus compras a este pueblo para llevar los productos a las haciendas del llano.  Así fue como pudieron alquilar un ranchito donde ni sillas tenían, hasta que el padre, cuando muy esporádicamente llegaba a visitarles y no tenía dónde sentarse se vio en la necesidad de comprar una silla de cuero crudo que por años fue el único mueble además de la mesa de comedor donde la mujer planchaba.  Fueron los únicos muebles que tuvieron, pero crecieron felices con su pobreza y unión.  

     Nunca dejaron de ir a la escuela, nunca dejaron de comer, gracias al trabajo honrado de su madre.


Continuará...


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