LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA



"Las venas abiertas de América Latina"
Por: Eduardo Galeano

Prólogo al libro encontrado:
La verdad es como la hoja de una espada sin empuñadura, corta por todos lados a
quien quiera sostenerla, y más a quien quiera forcejear con ella.
Este libro, escrito en los años 70, fue objeto de persecuciones por la censura, y
muchas veces justificó la desaparición de gente y se fue convirtiendo, a fuerza de ser
nombrado, en un inalcanzable objeto del deseo de quienes por mil causas no pudimos
llegar hasta su contenido. Muchas cosas han ocurrido desde que fue escrito y ahora,
después de treinta años, todas ellas continúan vigentes y resultan claras frente a lo
expresado en él. También han ocurrido otras cosas que no estaban previstas, ya que el
autor no es un profeta del futuro, sino un objetivo cronista de su época. Es sólo
comparar lo que él relata, y que no se podía manifestar en esa época, con lo que pasa
actualmente, y que tampoco podemos manifestar, y comenzaremos a vislumbrar dónde
se halla la verdad.

De acuerdo con el autor, y la certeza de lo que aconteció, y de su visión de cómo
se manipulan las leyes y las intervenciones del Imperio en los demás países, es fácil
inferir que la actualmente llamada ley antiterrorismo de los yanquis, que les facilita o
justifica cualquier intervención en cualquier país, es solamente una excusa más, que
será utilizada en contra de cualquier manifestación cultural, por inocente que sea, si no
se encuadra con sus intereses y criterios, de forma que si no comienza ya a crecer un
movimiento underground de resistencia, el futuro del hombre sólo podrá ser
comparable a las hormigas. El Imperio decidirá si tanta población en tal país es
adecuada, y en respuesta a sus intereses, desatará indiferente, una epidemia de algo,
que sólo respetará lo que el Imperio decida, y como tiene capacidad para designar
genéticamente que es lo que quiere o le conviene conservar, y hacer la selección de
acuerdo con sus propios padrones, nos encontraremos que el sueño de la raza superior
de los Nazis se está volviendo una deprimente realidad con quienes los vencieron.
Independientemente del hecho que copiar este libro signifique un robo, un acto de
piratería o una actitud quijotesca, estimo que el propósito del autor fue que se
conocieran los hechos de alguna forma; y ¿qué mayor daño hacia su obra, que la
destrucción sistemática de la expresión de su pensamiento efectuada por la represión?
Al copiarlo en forma clandestina, y darlo a conocer, no hago más que oponerme a
quienes no quisieron que yo también tuviese el derecho de conocer lo que ellos
conocieron antes. Y la oposición a lo que no quiero es mi derecho, por eso brindo esta
copia clandestina a los hispanoparlantes de América.
El recopilador Eduardo N


LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA
EDUARDO GALEANO

Este libro no hubiera sido posible sin la colaboración que prestaron,
de una u otra manera, Sergio Bagú, Luis Carlos Benvenuto,
Fernando Carmona, Adicea Castillo, Alberto Couriel, André
Gunder Frank, Rogelio García Lupo, Miguel Labarca, Carlos Lessa,
Samuel Lichtensztejn, Juan A. Oddone, Adolfo Perelman, Artur
Poerner, Germán Rama, Darcy Ribeiro, Orlando Rojas, Julio
Rossiello, Paulo Schilling, Karl-Heinz Stanzick, Vivian Trías y
Daniel Vidart.
A ellos, y a los muchos amigos que me alentaron en la tarea de
estos últimos años, dedico el resultado, del que son, claro está,
inocentes.
Montevideo, fines de 1970
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 4
Í N D I C E
Introducción: Ciento veinte millones de niños en el centro de la tormenta
PRIMERA PARTE: LA POBREZA DEL HOMBRE COMO RESULTADO DE LA RIQUEZA
DE LA TIERRA
Fiebre del oro, fiebre de la plata
El signo de la cruz en las empuñaduras de las espadas
Retornaban los dioses con las armas secretas
«Como unos puercos hambrientos ansían el oro»
Esplendores del Potosí: el ciclo de la plata
España tenía la vaca, pero otros tomaban la leche
La distribución de funciones entre el caballo y el jinete
Ruinas de Potosí: el ciclo de la plata
El derramamiento de la sangre y de las lágrimas: y sin embargo, el Papa había
resuelto que los indios tenían alma
La nostalgia peleadora de Tupac Amaru
La Semana Santa de los indios termina sin Resurrección
Villa rica de Ouro Preto: la Potosí de oro
Contribución del oro de Brasil al progreso de Inglaterra
El rey azúcar y otros monarcas agrícolas
Las plantaciones, los latifundios y el destino
El asesinato de la tierra en el nordeste de Brasil
A paso de carga en las islas del Caribe
Castillos de azúcar sobre los suelos quemados de Cuba
La revolución ante la estructura de la impotencia
El azúcar era el cuchillo y el imperio el asesino
Gracias al sacrificio de los esclavos en el Caribe, nacieron la máquina de James
Watt y los cañones de Washington
El arco iris es la ruta del retorno a Guinea
La venta de campesinos
El ciclo del caucho: Caruso inaugura un teatro monumental en medio de la selva
Los plantadores de cacao encendían sus cigarros con billetes de quinientos mil reis
Brazos baratos para el algodón
Brazos baratos para el café
La cotización del café arroja al fuego las cosechas y marca el ritmo de los
casamientos
Diez años que desangraron a Colombia
La varita mágica del mercado mundial despierta a Centroamérica
Los filibusteros al abordaje
La crisis de los años treinta: «es un crimen más grande matar a una hormiga que a
un hombre»
¿Quién desató la violencia en Guatemala?
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 5
La primera reforma agraria de América Latina: un siglo y medio de derrotas para
José Artigas
Artemio Cruz y la segunda muerte de Emiliano Zapata
El latifundio multiplica las bocas, pero no los panes
Las trece colonias del norte y la importancia de no nacer importante
Las fuentes subterráneas del poder
La economía norteamericana necesita los minerales de América Latina como los
pulmones necesitan el aire
El subsuelo también produce golpes de estado, revoluciones, historias de espías y
aventuras en la selva amazónica
Un químico alemán derrotó a los vencedores de la guerra del Pacífico
Dientes de cobre sobre Chile
Los mineros del estaño, por debajo y por encima de la tierra
Dientes de hierro sobre Brasil
E1 petróleo, las maldiciones y las hazañas
El lago de Maracaibo en el buche de los grandes buitres de metal
SEGUNDA PARTE: EL DESARROLLO ES UN VIAJE CON MÁS NÁUFRAGOS QUE
NAVEGANTES
Historia de la muerte temprana
Los barcos británicos de guerra saludaban la independencia desde el río
Las dimensiones del infanticidio industrial
Proteccionismo y librecambio en América Latina: el breve vuelo de Lucas Alamán
Las lanzas montoneras y el odio que sobrevivió a Juan Manuel de Rosas
La Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay aniquiló la única experiencia
exitosa de desarrollo independiente
Los empréstitos y los ferrocarriles en la deformación económica de América Latina
Proteccionismo y librecambio en Estados Unidos: el éxito no fue la obra de una
mano invisible
La estructura contemporánea del despojo
Un talismán vacía de poderes
Son los centinelas quienes abren las puertas: la esterilidad culpable de la burguesía
nacional
¿Qué bandera flamea sobre las máquinas?
El bombardeo del Fondo Monetario Internacional facilita el desembarco de los
conquistadores
Los Estados Unidos cuidan su ahorro interno, pero disponen del ajeno: la invasión
de los bancos
Un imperio que importa capitales
Los tecnócratas exigen la bolsa o la vida con más eficacia que los «marines»
La industrialización no altera la organización de la desigualdad en el mercado
mundial
La diosa tecnología no habla español
La marginación de los hombres y las regiones
La integración de América Latina bajo la bandera de las barras y las estrellas
«Nunca seremos dichosos, ¡nunca! », había profetizado Simón Bolívar
Siete años después
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 6
“...Hemos guardado un silencio bastante
parecido a la estupidez...”
(Proclama insurreccional de la Junta Tuitiva en la ciudad de La Paz,
16 de julio de 1809)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 7
INTRODUCCIÓN:
CIENTO VEINTE MILLONES DE NIÑOS EN EL CENTRO
DE LA TORMENTA
La división internacional del trabajo consiste en que unos países se
especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy
llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos
tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le
hundieron los dientes en la garganta. Pasaron los siglos y América Latina
perfeccionó sus funciones Este ya no es el reino de las maravillas donde la realidad
derrotaba a la fábula y la imaginación era humillada por los trofeos de la conquista,
los yacimientos de oro y las montañas de plata. Pero la región sigue trabajando de
sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y
reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias
primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan consumiéndolos,
mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos. Son mucho más altos
los impuestos que cobran los compradores que los precios que reciben los
vendedores; y al fin y al cabo, como declaró en julio de 1968 Covey T. Oliver,
coordinador de la Alianza para el Progreso, «hablar de precios justos en la actualidad es
un concepto medieval. Estamos en plena época de la libre comercialización...»
Cuanta más libertad se otorga a los negocios, más cárceles se hace necesario
construir para quienes padecen los negocios. Nuestros sistemas de inquisidores y
verdugos no sólo funcionan para el mercado externo dominante; proporcionan
también caudalosos manantiales de ganancias que fluyen de los empréstitos y las
inversiones extranjeras en los mercados internos dominados. «Se ha oído hablar de
concesiones hechas por América Latina al capital extranjero, pero no de concesiones
hechas por los Estados Unidos al capital de otros países... “Es que nosotros no damos
concesiones”, advertía, allá por 1913, el presidente norteamericano Woodrow
Wilson. Él estaba seguro: «Un país --decía- es poseído y dominado por el capital
que en él se haya invertido». Y tenía razón. Por el camino hasta perdimos el
derecho de llamarnos americanos, aunque los haitianos y los cubanos ya habían
asomado a la historia, como pueblos nuevos, un siglo antes de que los peregrinos
del Mayflower se establecieran en las costas de Plymouth. Ahora América es, para
el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una
sub-América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación.
Es, América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento
hasta nuestros días todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde,
norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 8
poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los
hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los
recursos humanos. El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar
han sido sucesivamente determinados desde fuera, por su incorporación al
engranaje universal del capitalismo. A cada cual se le ha asignado una función,
siempre en beneficio del desarrollo de la metrópoli extranjera de turno, y se ha
hecho infinita la cadena de las dependencias sucesivas, que tiene mucho más de
dos eslabones, y que por cierto también comprende, dentro de América Latina, la
opresión de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras adentro de
cada país, la explotación que las grandes ciudades y los puertos ejercen sobre sus
fuentes internas de víveres y mano de obra (Hace cuatro siglos, ya habían nacido
dieciséis de las veinte ciudades latinoamericanas más pobladas de la actualidad.)
Para quienes conciben la historia como una competencia, el atraso y la miseria
de América Latina no son otra cosa que el resultado de su fracaso. Perdimos; otros
ganaron. Pero ocurre que quienes ganaron, ganaron gracias a que nosotros
perdimos: la historia del subdesarrollo de América Latina integra, como se ha
dicho, la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo
siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza
para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia
colonial y neo-colonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convierten en
veneno. Potosí, Zacatecas y Ouro Preto cayeron en picada desde la cumbre de los
esplendores de los metales preciosos al profundo agujero de los socavones vacíos, y
la ruina fue el destino de la pampa chilena del salitre y de la selva amazónica del
caucho; el nordeste azucarero de Brasil, los bosques argentinos del quebracho o
ciertos pueblos petroleros del lago de Maracaibo tienen dolorosas razones para
creer en la mortalidad de las fortunas que la naturaleza otorga y el imperialismo
usurpa. La lluvia que irriga a los centros del poder imperialista ahoga los vastos suburbios
del sistema. Del mismo modo, y simétricamente, el bienestar de nuestras clases dominantes -
dominantes hacia dentro, dominadas desde fuera- es la maldición de nuestras multitudes
condenadas a una vida de bestias de carga.
La brecha se extiende. Hacía mediados del siglo anterior, el nivel de vida de
los países ricos del mundo excedía en un cincuenta por ciento el nivel de los países
pobres. El desarrollo desarrolla la desigualdad: Richard Nixon anunció, en abril de
1969, en su discurso ante la OEA, que a fines del siglo veinte el ingreso per capita en
Estados Unidos será quince veces más alto que el ingreso en América Latina. La
fuerza del conjunto del sistema imperialista descansa en la necesaria desigualdad de las
partes que lo forman, y esa desigualdad asume magnitudes cada vez más dramáticas. Los
países opresores se hacen cada vez más ricos en términos absolutos, pero mucho
más en términos relativos, por el dinamismo de la disparidad creciente. El
capitalismo central puede darse el lujo de crear y creer sus propios mitos de
opulencia, pero los mitos no se comen, y bien lo saben los países pobres que
constituyen el vasto capitalismo periférico. El ingreso promedio de un ciudadano
norteamericano es siete veces mayor que el de un latinoamericano y aumenta a un
ritmo diez veces más intenso. Y los promedios engañan, por los insondables
abismos que se abren, al sur del río Bravo, entre los muchos pobres y los pocos
ricos de la región. En la cúspide, en efecto, seis millones de latinoamericanos
acaparan, según las Naciones Unidas, el mismo ingreso que ciento cuarenta
millones de personas ubicadas en la base de la pirámide social. Hay sesenta
millones de campesinos cuya fortuna asciende a veinticinco centavos de dólar por
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día; en el otro extremo los proxenetas de la desdicha se dan el lujo de acumular
cinco mil millones de dólares en sus cuentas privadas de Suiza o Estados Unidos, y
derrochan en la ostentación y el lujo estéril -ofensa y desafío- y en las inversiones
improductivas, que constituyen nada menos que la mitad de la inversión total, los
capitales que América Latina podría destinar a la reposición, ampliación y creación
de fuentes de producción y de trabajo. Incorporadas desde siempre a la
constelación del poder imperialista, nuestras clases dominantes no tienen el menor
interés en averiguar si el patriotismo podría resultar más rentable que la traición o
si la mendicidad es la única forma posible de la política internacional. Se hipoteca la
soberanía porque «no hay otro camino»; las coartadas de la oligarquía confunden
interesadamente la impotencia de una clase social con el presunto vatio de destino
de cada nación.
Josué de Castro declara: «Yo, que he recibido un premio internacional de la paz,
pienso que, infelizmente, no hay otra solución que la violencia para América Latina».
Ciento veinte millones de niños se agitan en el centro de esta tormenta. La
población de América Latina crece como ninguna otra; en medio siglo se triplicó
con creces. Cada minuto muere un niño de enfermedad o de hambre, pero en el año
2000 habrá seiscientos cincuenta millones de latinoamericanos, y la mitad tendrá
menos de quince años de edad: una bomba de tiempo. Entre los doscientos ochenta
millones de latinoamericanos hay, a fines de 1970, cincuenta millones de
desocupados o sub-ocupados y cerca de cien millones de analfabetos; la mitad de
los latinoamericanos vive apiñada en viviendas insalubres. Los tres mayores
mercados de América Latina -Argentina, Brasil y México- no alcanzan a igualar,
sumados, la capacidad de consumo de Francia o de Alemania occidental, aunque la
población reunida de nuestros tres grandes excede largamente a la de cualquier país
europeo. América Latina produce hoy día, en relación con la población, menos
alimentos que antes de la última guerra mundial, y sus exportaciones per capita
han disminuido tres veces, a precios constantes, desde la víspera de la crisis de
1929. El sistema es muy racional desde el punto de vista de sus dueños extranjeros
y de nuestra burguesía de comisionistas, que ha vendido el alma al Diablo a un
precio que hubiera avergonzado a Fausto. Pero el sistema es tan irracional para
todos los demás que cuanto más se desarrolla más agudiza sus desequilibrios y sus
tensiones, sus contradicciones ardientes. Hasta la industrialización, dependiente y
tardía, que cómodamente coexiste con el latifundio y las estructuras de la
desigualdad, contribuye a sembrar la desocupación en vez de ayudar a resolverla;
se extiende la pobreza y se concentra la riqueza en esta región que cuenta con
inmensas legiones de brazos caídos que se multiplican sin descanso. Nuevas
fábricas se instalan en los polos privilegiados de desarrollo -São Paulo, Buenos
Aires, la ciudad de México- pero menos mano de obra se necesita cada vez. El
sistema no ha previsto esta pequeña molestia: lo que sobra es gente. Y la gente se
reproduce. Se hace el amor con entusiasmo y sin precauciones. Cada vez queda más
gente a la vera del camino, sin trabajo en el campo, donde el latifundio reina con
sus gigantescos eriales, y sin trabajo en la ciudad, donde reinan las máquinas: el
sistema vomita hombres. Las misiones norteamericanas esterilizan masivamente
mujeres y siembran píldoras, diafragmas, espirales, preservativos y almanaques
marcados, pero cosechan niños; porfiadamente, los niños latinoamericanos
continúan naciendo, reivindicando su derecho natural a obtener un sitio bajo el sol
en estas tierras espléndidas que podrían brindar a todos lo que a casi todos niegan.
A principios de noviembre de 1968, Richard Nixon comprobó en voz alta que
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la Alianza para el Progreso había cumplido siete años de vida y, sin embargo, se
habían agravado la desnutrición y la escasez de alimentos en América Latina. Pocos
meses antes, en abril, George W. Ball escribía en Life: «Por lo menos durante las
próximas décadas, el descontento de las naciones más pobres no significará una amenaza de
destrucción del mundo. Por vergonzoso que sea, el mundo ha vivido, durante generaciones,
dos tercios pobre y un tercio rico. Por injusto que sea, es limitado el poder de los países
pobres». Ball había encabezado la delegación de los Estados Unidos a la Primera
Conferencia de Comercio y Desarrollo en Ginebra, y había votado contra nueve de
los doce principios generales aprobados por la conferencia con el fin de aliviar las
desventajas de los países subdesarrollados en el comercio internacional. Son
secretas las matanzas de la miseria en América Latina; cada año estallan,
silenciosamente, sin estrépito alguno, tres bombas de Hiroshima sobre estos
pueblos que tienen la costumbre de sufrir con los dientes apretados. Esta violencia
sistemática, no aparente pero real, va en aumento: sus crímenes no se difunden en
la crónica roja, sino en las estadísticas de la FAO. Ball dice que la impunidad es
todavía posible, porque los pobres no pueden desencadenar la guerra mundial,
pero el Imperio se preocupa: incapaz de multiplicar los panes, hace lo posible por
suprimir a los comensales. «Combata la pobreza, ¡mate a un mendigo!», garabateó un
maestro del humor negro sobre un muro de la ciudad de La Paz. ¿Qué se proponen
los herederos de Malthus sino matar a todos los próximos mendigos antes de que
nazcan? Robert McNamara, el presidente del Banco Mundial que había sido
presidente de la Ford y Secretario de Defensa, afirma que la explosión demográfica
constituye el mayor obstáculo para el progreso de América Latina y anuncia que el
Banco Mundial otorgará prioridad, en sus préstamos, a los países que apliquen
planes para el control de la natalidad.
McNamara comprueba con lástima que los cerebros de los pobres piensan un
veinticinco por ciento menos, y los tecnócratas del Banco Mundial (que ya nacieron)
hacen zumbar las computadoras y generan complicadísimos trabalenguas sobre las
ventajas de no nacer: «Si un país en desarrollo que tiene una renta media per capita
de 150 a 200 dólares anuales logra reducir su fertilidad en un 50 por ciento en un
período de 25 años, al cabo de 30 años su renta per capita será superior por lo menos
en un 40 por ciento al nivel que hubiera alcanzado de lo contrario, y dos veces más
elevada al cabo de 60 años», asegura uno de los documentos del organismo. Se ha
hecho célebre la frase de Lyndon Jonson: «Cinco dólares, invertidos contra el
crecimiento de la población son más eficaces que cien dólares invertidos en el
crecimiento económico». Dwight Eisenhower pronosticó que si los habitantes de la
tierra seguían multiplicándose al mismo ritmo no sólo se agudizaría el peligro de la
revolución, sino que además se produciría «una degradación del nivel de vida de todos
los pueblos, el nuestro inclusive».
Los Estados Unidos no sufren, fronteras adentro, el problema de la explosión
de la natalidad, pero se preocupan como nadie por difundir e imponer, en los
cuatro puntos cardinales, la planificación familiar. No sólo el gobierno; también
Rockefeller y la fundación Ford padecen pesadillas con millones de niños que
avanzan, como langostas, desde los horizontes del Tercer Mundo. Platón y
Aristóteles se habían ocupado del tema antes que Malthus y McNamara; sin
embargo, en nuestros tiempos, toda esta ofensiva universal cumple una función
bien definida: se propone justificar la muy desigual distribución de la renta entre
los países y entre las clases sociales, convencer a los pobres de que la pobreza es el
resultado de los hijos que no se evitan y poner un dique al avance de la furia de las
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masas en movimiento y rebelión. Los dispositivos intrauterinos compiten con las
bombas y la metralla, en el sudeste asiático, en el esfuerzo por detener el
crecimiento de la población de Vietnam. En América Latina resulta más higiénico y
eficaz matar a los guerrilleros en los úteros que en las sierras o en las calles. Diversas
misiones norteamericanas han esterilizado a millares de mujeres en la Amazonia,
pese a que ésta es la zona habitable más desierta del planeta. En la mayor parte de
los países latinoamericanos, la gente no sobra: falta. Brasil tiene 38 veces menos
habitantes por kilómetro cuadrado que Bélgica; Paraguay, 49 veces menos que
Inglaterra; Perú, 32 veces menos que Japón. Haití y El Salvador, hormigueros
humanos de América Latina, tienen una densidad de población menor que la de
Italia. Los pretextos invocados ofenden la inteligencia; las intenciones reales
encienden la indignación. Al fin y al cabo, no menos de la mitad de los territorios
de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay y Venezuela está habitada
por nadie. Ninguna población latinoamericana crece menos que la del Uruguay,
país de viejos, y sin embargo ninguna otra nación ha sido tan castigada, en los años
recientes, por una crisis que parece arrastrarla al último círculo de los infiernos.
Uruguay está vacío y sus praderas fértiles podrían dar de comer a una población
infinitamente mayor que la que hoy padece, sobre su suelo, tantas penurias.
Hace más de un siglo, un canciller de Guatemala había sentenciado
proféticamente: «Sería curioso que del seno mismo de los Estados Unidos, de donde nos
viene el mal, naciese también el remedio». Muerta y enterrada la Alianza para el
Progreso, el Imperio propone ahora, con más pánico que generosidad, resolver los
problemas de América Latina eliminando de antemano a los latinoamericanos. En
Washington tienen ya motivos para sospechar que los pueblos pobres no prefieren
ser pobres. Pero no se puede querer el fin sin querer los medios: quienes niegan la
liberación de América Latina, niegan también nuestro único renacimiento posible, y
de paso absuelven a las estructuras en vigencia. Los jóvenes se multiplican, se
levantan, escuchan: ¿qué les ofrece la voz del sistema? El sistema habla un lenguaje
surrealista: propone evitar los nacimientos en estas tierras vacías; opina que faltan
capitales en países donde los capitales sobran pero se desperdician; denomina
ayuda a la ortopedia deformante de los empréstitos y al drenaje de riquezas que las
inversiones extranjeras provocan; convoca a los latifundistas a realizar la reforma
agraria y a la oligarquía a poner en práctica la justicia social. La lucha de clases no
existe -se decreta- más que por culpa de los agentes foráneos que la encienden, pero
en cambio existen las clases sociales, y a la opresión de unas por otras se la
denomina el estilo occidental de vida. Las expediciones criminales de los marines tienen
por objeto restablecer el orden y la paz social, y las dictaduras adictas a Washington
fundan en las cárceles el estado de derecho y prohíben las huelgas y aniquilan los
sindicatos para proteger la libertad de trabajo.
¿Tenemos todo prohibido, salvo cruzarnos de brazos? La pobreza no está
escrita en los astros; el subdesarrollo no es el fruto de un oscuro designio de Dios.
Corren años de revolución, tiempos de redención. Las clases dominantes ponen las
barbas en remojo, y a la vez anuncian el infierno para todos. En cierto modo, la
derecha tiene razón cuando se identifica a sí misma con la tranquilidad y el orden:
es el orden, en efecto, de la cotidiana humillación de las mayorías, pero orden al fin:
la tranquilidad de que la injusticia siga siendo injusta y el hambre hambrienta. Si el
futuro se transforma en una caja de sorpresas, el conservador grita, con toda razón:
«Me han traicionado». Y los ideólogos de la impotencia, los esclavos que se miran a
sí mismos con los ojos del amo, no demoran en hacer escuchar sus clamores. El
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águila de bronce del Maine, derribada el día de la victoria de la revolución cubana,
yace ahora abandonada, con las alas rotas, bajo un portal del barrio viejo de La
Habana. Desde Cuba en adelante, también otros países han iniciado por distintas
vías y con distintos medios la experiencia del cambio: la perpetuación del actual
orden de cosas es la perpetuación del crimen. Los fantasmas de todas las
revoluciones estranguladas o traicionadas a lo largo de la torturada historia
latinoamericana se asoman en las nuevas experiencias, así como los tiempos
presentes habían sido presentidos y engendrados por las contradicciones del
pasado.
La historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo
que fue, anuncia lo que será. Por eso en este libro, que quiere ofrecer una historia del
saqueo y a la vez contar cómo funcionan los mecanismos actuales del despojo,
aparecen los conquistadores en las carabelas y, cerca, los tecnócratas en los jets,
Hernán Cortés y los infantes de marina, los corregidores del reino y las misiones
del Fondo Monetario Internacional, los dividendos de los traficantes de esclavos y
las ganancias de la General Motors. También los héroes derrotados y las
revoluciones de nuestros días, las infamias y las esperanzas muertas y resurrectas:
los sacrificios fecundos. Cuando Alexander von Humboldt investigó las costumbres
de los antiguos habitantes indígenas de las mesetas de Bogotá, supo que los indios
llamaban quihica a las víctimas de las ceremonias rituales. Quihica significaba
puerta: la muerte de cada elegido abría un nuevo ciclo de ciento ochenta y cinco
lunas.
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PRIMERA PARTE
LA POBREZA DEL HOMBRE
COMO RESULTADO DE LA RIQUEZA DE LA TIERRA
FIEBRE DEL ORO, FIEBRE DE LA PLATA: EL SIGNO DE LA CRUZ EN LAS
EMPUÑADURAS DE LAS ESPADAS
Cuando Cristóbal Colón se lanzó a atravesar los grandes espacios vacíos al
oeste de la Ecúmene, había aceptado el desafío de las leyendas. Tempestades
terribles jugarían con sus naves, como si fueran cáscaras de nuez, y las arrojarían a
las bocas de los monstruos; la gran serpiente de los mares tenebrosos, hambrienta
de carne humana, estaría al acecho. Sólo faltaban mil años para que los fuegos
purificadores del juicio final arrasaran el mundo, según creían los hombres del siglo
xv, y el mundo era entonces el mar Mediterráneo con sus costas de ambigua
proyección hacia el África y Oriente. Los navegantes portugueses aseguraban que
el viento del oeste traía cadáveres extraños y a veces arrastraba leños curiosamente
tallados, pero nadie sospechaba que el mundo sería, pronto, asombrosamente
multiplicado.
América no sólo carecía de nombre. Los noruegos no sabían que la habían
descubierto hacía largo tiempo, y el propio Colón murió, después de sus viajes,
todavía convencido de que había llegado al Asia por la espalda. En 1492, cuando la
bota española se clavó por primera vez en las arenas de las Bahamas, el Almirante
creyó que estas islas eran una avanzada del Japón. Colón llevaba consigo un
ejemplar del libro de Marco Polo, cubierto de anotaciones en los márgenes de las
páginas. Los habitantes de Cipango, decía Marco Polo, «poseen oro en enorme
abundancia y las minas donde lo encuentran no se agotan jamás... También hay en
esta isla perlas del más puro oriente en gran cantidad. Son rosadas, redondas y de
gran tamaño y sobrepasan en valor a las perlas blancas». La riqueza de Cipango
había llegado a oídos del Gran Khan Kublai, había despertado en su pecho el deseo
de conquistarla: él había fracasado. De las fulgurantes páginas de Marco Polo se
echaban al vuelo todos los bienes de la creación; había casi trece mil islas en el mar
de la India con montañas de oro y perlas, y doce clases de especias en cantidades
inmensas, además de la pimienta blanca y negra.
La pimienta, el jengibre, el clavo de olor, la nuez moscada y la canela eran tan
codiciados como la sal para conservar la carne en invierno sin que se pudriera ni
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perdiera sabor. Los Reyes Católicos de España decidieron financiar la aventura del
acceso directo a las fuentes, para liberarse de la onerosa cadena de intermediarios y
revendedores que acaparaban el comercio de las especias y las plantas tropicales,
las muselinas y las armas blancas que provenían de las misteriosas regiones del
oriente. El afán de metales preciosos, medio de pago para el tráfico comercial,
impulsó también la travesía de los mares malditos. Europa entera necesitaba plata;
ya casi estaban exhaustos los filones de Bohemia, Sajonia y el Tirol.
España vivía el tiempo de la reconquista. 1492 no fue sólo el año del
descubrimiento de América, el nuevo mundo nacido de aquella equivocación de
consecuencias grandiosas. Fue también el año de la recuperación de Granada.
Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, que habían superado con su matrimonio
el desgarramiento de sus dominios, abatieron a comienzos de 1492 el último
reducto de la religión musulmana en suelo español. Había costado casi ocho siglos
recobrar lo que se había perdido en siete años1, y la guerra de reconquista había
agotado el tesoro real. Pero ésta era una guerra santa, la guerra cristiana contra el
Islam, y no es casual, además, que en ese mismo año 1492 ciento cincuenta mil
judíos declarados fueran expulsados del país. España adquiría realidad como
nación alzando espadas cuyas empuñaduras dibujaban el signo de la cruz. La reina
Isabel se hizo madrina de la Santa Inquisición. La hazaña del descubrimiento de
América no podría explicarse sin la tradición militar de guerra de cruzadas que
imperaba en la Castilla medieval, y la Iglesia no se hizo rogar para dar carácter
sagrado a la conquista de las tierras incógnitas del otro lado del mar. El Papa
Alejandro VI, que era valenciano, convirtió a la reina Isabel en dueña y señora del
Nuevo Mundo. La expansión del reino de Castilla ampliaba el reino de Dios sobre
la tierra.
Tres años después del descubrimiento, Cristóbal Colón dirigió en persona la
campaña militar contra los indígenas de la Dominicana. Un puñado de caballeros,
doscientos infantes y unos cuantos perros especialmente adiestrados para el ataque
diezmaron a los indios. Más de quinientos, enviados a España, fueron vendidos
como esclavos en Sevilla y murieron miserablemente2. Pero algunos teólogos
protestaron y la esclavización de los indios fue formalmente prohibida al nacer el
siglo XVI. En realidad, no fue prohibida sino bendita: antes de cada entrada militar,
los capitanes de conquista debían leer a los indios, ante escribano público, un
extenso y retórico Requerimiento que los exhortaba a convertirse a la santa fe
católica: «Si no lo hiciereis, o en ello dilación maliciosamente pusiereis, certifícoos que con
la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las
partes y manera que yo pudiere, y os sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de Su
Majestad y tomaré vuestras mujeres y hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé, y
dispondré de ellos como Su Majestad mandare, y os tomaré vuestros bienes y os haré todos
los males y daños que pudiere.3
América era el vasto imperio del Diablo, de redención imposible o dudosa,
pero la fanática misión contra la herejía de los nativos se confundía con la fiebre
que desataba, en las huestes de la conquista, el brillo de los tesoros del Nuevo
1 H. Elliott, La España imperial, Barcelona, 1965).
2 L. Capitán y Henri Lorin, El trabajo en América, antes y después de Colón, Buenos Aires, 1948
3 Daniel Vidart, Ideología y realidad de América, Montevideo, 1968.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 15
Mundo. Bernal Díaz del Castillo, fiel compañero de Hernán Cortés en la conquista
de México, escribe que han llegado a América «por servir a Dios y a Su Majestad y
también por haber riquezas».
Colón quedó deslumbrado, cuando alcanzó el atolón de San Salvador, por la
colorida transparencia del Caribe, el paisaje verde, la dulzura y la limpieza del aire,
los pájaros espléndidos y los mancebos «de buena estatura, gente muy hermosa» y
«harto mansa» que allí habitaba. Regaló a los indígenas «unos bonetes colorados y
unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco
valor con que hubieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era
maravilla». Les mostró las espadas. Ellos no las conocían, las tomaban por el filo, se
cortaban. Mientras tanto, cuenta el Almirante en su diario de navegación, «yo
estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vide que algunos dellos traían un
pedazuelo colgando en un agujero que tenían a la nariz, y por señas pude entender
que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un Rey que tenía
grandes vasos dello, y tenía muy mucho». Porque «del oro se hace tesoro, y con él
quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo y llega a que echa las ánimas al
Paraíso». En su tercer viaje Colón seguía creyendo que andaba por el mar de la
China cuando entró en las costas de Venezuela; ello no le impidió informar que
desde allí se extendía una tierra infinita que subía hacia el Paraíso Terrenal.
También Américo Vespucio, explorador del litoral de Brasil mientras nacía el siglo
XVI, relataría a Lorenzo de Médicis: «Los árboles son de tanta belleza y tanta
blandura que nos sentíamos estar en el Paraíso Terrenal...»1. El abogado Antonio
de León Pinelo dedicó dos tomos enteros a demostrar que el Edén estaba en
América. En El Paraíso en el Nuevo Mundo (Madrid, 1656), incluyó un mapa de
América del Sur en el que puede verse, al centro, el jardín del Edén regado por el
Amazonas, el Río de la Plata, el Orinoco y el Magdalena. El fruto prohibido era el
plátano. El mapa indicaba el lugar exacto de donde había partido el Arca de Noé,
cuando el Diluvio Universal.) Con despecho escribía Colón a los reyes, desde
Jamaica, en 1503: «Cuando yo descubrí las Indias, dije que eran el mayor señorío rico que
hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas, piedras preciosas, especierías... ».
Una sola bolsa de pimienta valía, en el medioevo, más que la vida de un
hombre, pero el oro y la plata eran las llaves que el Renacimiento empleaba para
abrir las puertas del paraíso en el cielo y las puertas del mercantilismo capitalista en
la tierra. La epopeya de los españoles y los portugueses en América combinó la
propagación de la fe cristiana con la usurpación y el saqueo de las riquezas nativas.
El poder europeo se extendía para abrazar el mundo. Las tierras vírgenes, densas
de selvas y de peligros, encendían la codicia de los capitanes, los hidalgos
caballeros y los soldados en harapos lanzados a la conquista de los espectaculares
botines de guerra: creían en la gloria, «el sol de los muertos», y en la audacia. «A los
osados ayuda fortuna», decía Cortés. El propio Cortés había hipotecado todos sus
bienes personales para equipar la expedición a México. Salvo contadas excepciones
como fue el caso de Colón o Magallanes, las aventuras no eran costeadas por el
Estado, sino por los conquistadores mismos, o por los mercaderes y banqueros que
los financiaban 2.
Nació el mito de Eldorado, el monarca bañado en oro que los indígenas
1 Luis Nicolau D'Olwer, Cronistas de las culturas precolombinas, México, 1963
2 J. M. Ots Capdequí, El Estado español en las Indias, México, 1941
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 16
inventaron para alejar a los intrusos: desde Gonzalo Pizarro hasta Walter Raleigh,
muchos lo persiguieron en vano por las selvas y las aguas del Amazonas y el
Orinoco. El espejismo del «cerro que manaba plata» se hizo realidad en 1545, con el
descubrimiento de Potosí, pero antes habían muerto, vencidos por el hambre y por
la enfermedad o atravesados a flechazos por los indígenas, muchos de los
expedicionarios que intentaron, infructuosamente, dar alcance al manantial de la
plata remontando el río Paraná. Había, sí, oro y plata en grandes cantidades,
acumulados en la meseta de México y en el altiplano andino. Hernán Cortés reveló
para España, en 1519, la fabulosa magnitud del tesoro azteca de Moctezuma, y
quince años después llegó a Sevilla el gigantesco rescate, un aposento lleno de oro y
dos de plata, que Francisco Pizarro hizo pagar al inca Atahualpa antes de
estrangularlo. Años antes, con el oro arrancado de las Antillas había pagado la
Corona los servicios de los marinos que habían acompañado a Colón en su primer
viaje1.
Finalmente, la población de las islas del Caribe dejó de pagar tributos, porque
desapareció: los indígenas fueron completamente exterminados en los lavaderos de
oro, en la terrible tarea de revolver las arenas auríferas con el cuerpo a medias
sumergido en el agua, o roturando los campos hasta más allá de la extenuación, con
la espalda doblada sobre los pesados instrumentos de labranza traídos desde
España. Muchos indígenas de la Dominicana se anticipaban al destino impuesto
por sus nuevos opresores blancos: mataban a sus hijos y se suicidaban en masa. El
cronista oficial Fernández de Oviedo interpretaba así, a mediados del siglo XVI, el
holocausto de los antillanos: «Muchos dellos, por su pasatiempo, se mataron con
ponzoña por no trabajar, y otros se ahorcaron por sus manos propias»2 La
interpretación hizo escuela. Me asombra leer, en el último libro del técnico francés
René Dumon, Cuba, est-il socialiste?, París, 1970: «Los indios no fueron totalmente
exterminados. Sus genes subsisten en los cromosomas cubanos. Ellos sentían una
tal aversión por la tensión que exige el trabajo continuo, que algunos se suicidaron
antes que aceptar el trabajo forzado).
RETORNABAN LOS DIOSES CON LAS ARMAS SECRETAS
A su paso por Tenerife, durante su primer viaje, había presenciado Colón una
formidable erupción volcánica. Fue como un presagio de todo lo que vendría
después en las inmensas tierras nuevas que iban a interrumpir la ruta occidental
hacia el Asia. América estaba allí, adivinada desde sus costas infinitas: la conquista
se extendió, en oleadas, como una marea furiosa. Los adelantados sucedían a los
almirantes y las tripulaciones se convertían en huestes invasoras. Las bulas del
Papa habían hecho apostólica concesión del Africa a la corona de Portugal, y a la
corona de Castilla habían otorgado las tierras «desconocidas cómo las hasta aquí
descubiertas por vuestros enviados y las que se han de descubrir en lo futuro...».
América había sido donada a la reina Isabel. En 1508, una nueva bula concedió a la
corona española, a perpetuidad, todos los diezmos recaudados en América: el
codiciado patronato universal sobre la Iglesia del Nuevo Mundo incluía el derecho
1 Earl J. Hamilton, American Treasure and the Price Revolution in Spain (1501-1650), Massachusetts,
1934)
2 Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, Madrid, 1959.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 17
de presentación real de todos los beneficios eclesiásticos"1 El Tratado de Tordesillas,
suscrito en 1494, permitió a Portugal ocupar territorios americanos más allá de la
línea divisoria trazada por el Papa, y en 1530 Martín Alfonso de Sousa fundó las
primeras poblaciones portuguesas en Brasil, expulsando a los franceses. Ya para
entonces los españoles, atravesando selvas infernales y desiertos infinitos, habían
avanzado mucho en el proceso de la exploración y la conquista. En 1513, el Pacífico
resplandecía ante los ojos de Vasco Núñez de Balboa; en el otoño de 1522,
retornaban a España los sobrevivientes de la expedición de Hernando de
Magallanes que habían unido por vez primera ambos océanos y habían verificado
que el mundo era redondo al darle la vuelta completa; tres años antes habían
partido de la isla de Cuba, en dirección a México, las diez naves de Hernán Cortés,
y en 1523 Pedro de Alvarado se lanzó a la conquista de Centroamérica; Francisco
Pizarro entró triunfante en el Cuzco, en 1533, apoderándose del corazón del
imperio de los incas; en 1540, Pedro de Valdivia atravesaba el desierto de Atacama
y fundaba Santiago de Chile. Los conquistadores penetraban el Chaco y revelaban
el Nuevo Mundo desde el Perú hasta las bocas del río más caudaloso del planeta.
Había de todo entre los indígenas de América: astrónomos y caníbales,
ingenieros y salvajes de la Edad de Piedra. Pero ninguna de las culturas nativas
conocía el hierro ni el arado, ni el vidrio ni la pólvora, ni empleaba la rueda. La
civilización que se abatió sobre estas tierras desde el otro lado del mar vivía la
explosión creadora del Renacimiento. América aparecía como una invención más,
incorporada junto con la pólvora, la imprenta, el papel y la brújula al bullente
nacimiento de la Edad Moderna. El desnivel de desarrollo de ambos mundos
explica en gran medida la relativa facilidad con que sucumbieron las civilizaciones
nativas. Hernán Cortés desembarcó en Veracruz acompañado por no más de cien
marineros y 508 soldados; traía 16 caballos, 32 ballestas, diez cañones de bronce y
algunos arcabuces, mosquetes y pistolones. Y sin embargo, la capital de los aztecas,
Tenochtitlán, era por entonces cinco veces mayor que Madrid y duplicaba la
población de Sevilla, la mayor de las ciudades españolas. Francisco Pizarro entró en
Cajamarca con 180 soldados y 37 caballos.
Los indígenas fueron, al principio, derrotados por el asombro. El emperador
Moctezuma recibió, en su palacio, las primeras noticias: un cerro grande andaba
moviéndose por el mar. Otros mensajeros llegaron después: «...mucho espanto le
causó el oír cómo estalla el cañón, cómo retumba su estrépito, y cómo se desmaya
uno; se le aturden a uno los oídos. Y cuando cae el tiro, una como bola de piedra
sale de sus entrañas: va lloviendo fuego...». Los extranjeros traían «venados» que
los soportaban «tan alto como los techos». Por todas partes venían envueltos sus
cuerpos, «solamente aparecen sus caras. Son blancas, son como si fueran de cal.
Tienen el cabello amarillo, aunque algunos lo tienen negro. Larga su barba es... »2.
Moctezuma creyó que era el dios Quetzalcóatl quien volvía. Ocho presagios habían
anunciado, poco antes, su retorno. Los cazadores le habían traído un ave que tenía
en la cabeza una diadema redonda con la forma de un espejo, donde se reflejaba el
cielo con el sol hacia el poniente. En ese espejo Moctezuma vio marchar sobre
México los escuadrones de los guerreros. El dios Quetzalcóatl había venido por el
este y por el este se había ido: era blanco y barbudo. También blanco y barbudo era
1 Guillermo Vázquez Franco, La conquista justilicada, Montevideo, 1968, y J. H. Elliott, op. cit)
2 Según los informantes indígenas de fray Bernardino de Sahagún, en el Códice Florentino. Miguel
León-Portilla, Visión de los vencidos, México, 1967)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 18
Huiracocha, el dios bisexual de los incas. Y el oriente era la cuna de los antepasados
heroicos de los mayas1
Los dioses vengativos que ahora regresaban para saldar cuentas con sus
pueblos traían armaduras y cotas de malla, lustrosos caparazones que devolvían los
dardos y las piedras; sus armas despedían rayos mortíferos y oscurecían la
atmósfera con humos irrespirables. Los conquistadores practicaban también, con
habilidad política, la técnica de la traición y la intriga. Supieron explotar, por
ejemplo, el rencor de los pueblos sometidos al dominio imperial de los aztecas y las
divisiones que desgarraban el poder de los incas. Los tlaxcaltecas fueron aliados de
Cortés, y Pizarro usó en su provecho la guerra entre los herederos del imperio
incaico, Huáscar y Atahualpa, los hermanos enemigos. Los conquistadores ganaron
cómplices entre las castas dominantes intermedias, sacerdotes, funcionarios,
militares, una vez abatidas, por el crimen, las jefaturas indígenas más altas. Pero
además usaron otras armas o, si se prefiere, otros factores trabajaron objetivamente
por la victoria de los invasores. Los caballos y las bacterias, por ejemplo.
Los caballos habían sido, como los camellos, originarios de América2 pero se
habían extinguido en estas tierras. Introducidos en Europa por los jinetes árabes,
habían prestado en el Viejo Mundo una inmensa utilidad militar y económica.
Cuando reaparecieron en América a través de la conquista, contribuyeron a dar
fuerzas mágicas a los invasores ante los ojos atónitos de los indígenas. Según una
versión, cuando el inca Atahualpa vio llegar a los primeros soldados españoles,
montados en briosos caballos ornamentados con cascabeles y penachos, que corrían
desencadenando truenos y polvaredas con sus cascos veloces, se cayó de espaldas3.
El cacique Tecum, al frente de los herederos de los mayas, descabezó con su lanza
el caballo de Pedro de Alvarado, convencido de que formaba parte del
conquistador: Alvarado se levantó y lo mató4. Contados caballos, cubiertos con
arreos de guerra, dispersaban las masas indígenas y sembraban el terror y la
muerte. «Los curas y misioneros esparcieron ante la fantasía vernácula», durante el
proceso colonizador, «que los caballos eran de origen sagrado, ya que Santiago, el
Patrón de España, montaba en un potro blanco, que había ganado valiosas batallas
contra los moros y judíos, con ayuda de la Divina Providencia»5
Las bacterias y los virus fueron los aliados más eficaces. Los europeos traían
consigo, como plagas bíblicas, la viruela y el tétanos, varias enfermedades
pulmonares, intestinales y venéreas, el tracoma, el tifus, la lepra, la fiebre amarilla,
las caries que pudrían las bocas. La viruela fue la primera en aparecer. ¿No sería
un castigo sobrenatural aquella epidemia desconocida y repugnante que encendía
la fiebre y descomponía las carnes? «Ya se fueron a meter en Tlaxcala. Entonces se
difundió la epidemia: tos, granos ardientes, que queman», dice un testimonio
indígena, y otro: «A muchos dio la muerte la pegajosa, apelmazada, dura
enfermedad de granos»6. Los indios morían como moscas; sus organismos no
1 Estas asombrosas coincidencias han estimulado la hipótesis de que los dioses de las religiones
indígenas habían sido en realidad europeos llegados a estas tierras mucho antes que Colón. Rafael
Pineda Yáñez, La isla y Colón, Buenos Aires, 1955.)
2Tacquetta Hawkes, Prehistoria, en La Historia de la Humanidad, de la UNESCO, Buenos Aires, 1966.)
3 Miguel León-Portilla, El reverso de la conquista. Relaciones aztecas, mayas e incas, México, 1964.
4 Miguel León-Portilla, op.cit )
5 Gustavo Adolfo Otero, Vida social en el coloniaje, La Paz, 1958).
6 Autores anónimos de Tisteloico e informantes de Sahagún, en Miguel León-Portilla, op. cit.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 19
oponían defensas ante las enfermedades nuevas. Y los que sobrevivían quedaban
debilitados e inútiles. El antropólogo brasileño Darcy Ribeiro estima que más de la
mitad de la población aborigen de América, Australia y las islas oceánicas murió
contaminada luego del primer contacto con los hombres blancos1
«COMO UNOS PUERCOS HAMBRIENTOS ANSÍAN EL ORO»
A tiros de arcabuz, golpes de espada y soplos de peste, avanzaban los
implacables y escasos conquistadores de América. Lo cuentan las voces de los
vencidos. Después de la matanza de Cholula, Moctezuma envía nuevos emisarios
el encuentro de Hernán Cortés, quien avanza rumbo al valle de México. Los
enviados regalan a los españoles collares de oro y banderas de plumas de quetzal.
Los españoles «estaban deleitándose. Como si fueran monos levantaban el oro, como que se
sentaban en ademán de gusto, como que se les renovaba y se les iluminaba el corazón. Como
que cierto es que eso anhelan con gran sed. Se les ensancha el cuerpo por eso, tienen hambre
furiosa de eso. “Como unos puercos hambrientos ansían el oro”, dice el texto náhuatl
preservado en el Códice Florentino. Más adelante, cuando Cortés llega a
Tenochtitlán, la espléndida capital azteca, los españoles entran en la casa del tesoro,
«y luego hicieron una gran bola de oro, y dieron fuego, encendieron, prendieron llama a todo
lo que restaba, por valioso que fuera: con lo cual todo ardió. Y en cuanto al oro, los españoles
lo redujeron a barras...».
Hules guerra, y finalmente Cortés, que había perdido Tenochtitlán, la
reconquistó en 1521. «Y ya no teníamos escudos, ya no teníamos macanas, y nada
teníamos que comer, ya nada comimos». La ciudad, devastada, incendiada y
cubierta de cadáveres, cayó. «Y toda la noche llovió sobre nosotros». La horca y el
tormento no fueron suficientes: los tesoros arrebatados no colmaban nunca las
exigencias de la imaginación, y durante largos años excavaron los españoles el
fondo del lago de México en busca del oro y los objetos preciosos presuntamente
escondidos por los indios.
Pedro de Alvarado y sus hombres se abatieron sobre Guatemala y «eran tantos
los indios que mataron, que se hizo un río de sangre, que viene a ser el
Olimtepeque», y también «el día se volvió colorado por la mucha sangre que hubo
aquel día». Antes de la batalla decisiva, «y vístose los indios atormentados, les dijeron a
los españoles que no les atormentaran más, que allí les tenían mucho oro, plata, diamantes y
esmeraldas que les tenían los capitanes Nehaib Ixquín, Nehaib hecho águila y león. Y luego
se dieron a los españoles y se quedaron con ellos...»2 Antes de que Francisco Pizarro
degollara al inca Atahualpa, le arrancó un rescate en «andas de oro y plata que
pesaban más de veinte mil marcos de plata, fina, un millón y trescientos veintiséis
mil escudos de oro finísimo...». Después se lanzó sobre el Cuzco. Sus soldados
creían que estaban entrando en la Ciudad de los Césares, tan deslumbrante era la
capital del imperio incaico, pero no demoraron en salir del estupor y se pusieron a
saquear el Templo del Sol: «Forcejeando, luchando entre ellos, cada cual procurando
llevarse del tesoro la parte del león, los soldados, con cota de malla, pisoteaban joyas e
1 Dercy Ribeiro, las Américas y la civilización, La civilización occidental y nosotros. Los pueblos
testimonio, Buenos Aires, 1969.
2 Miguel León-Portilla, op. cit. s Ibid.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 20
imágenes, golpeaban los utensilios de oro o les daban martillazos para reducirlos a un
formato más fácil y manuable... Arrojaban al crisol, para convertir el metal en barras, todo el
tesoro del templo: las placas que habían cubierto los muros, los asombrosos árboles forjados,
pájaros y otros objetos del jardín»1
Hoy día, en el Zócalo, la inmensa plaza desnuda del centro de la capital de
México, la catedral católica se alza sobre las ruinas del tempo más importante de
Tenochtitlán, y el palacio de gobierno está emplazado sobre la residencia de
Cuauhtémoc, el jefe azteca ahorcado por Cortés. Tenochtitlán fue arrasada. El
Cuzco corrió, en el Perú, suerte semejante, pero los conquistadores no pudieron
abatir del todo sus muros gigantescos y hoy puede verse, al pie de los edificios
coloniales, el testimonio de piedra de la colosal arquitectura incaica.
ESPLENDORES DEL POTOSÍ: EL CICLO DE LA PLATA
Dicen que hasta las herraduras de los caballos eran de plata en la época del
auge de la ciudad de Potosí2. De plata eran los altares de las iglesias y las alas de los
querubines en las procesiones: en 1658, para la celebración del Corpus Christi, las
calles de la ciudad fueron desempedradas, desde la matriz hasta la iglesia de
Recoletos, y totalmente cubiertas con barras de plata. En Potosí la plata levantó
templos y palacios, monasterios y garitos, ofreció motivo a la tragedia y a la fiesta,
derramó la sangre y el vino, encendió la codicia y desató el despilfarro y la
aventura. La espada y la cruz marchaban juntas en la conquista y en el despojo
colonial. Para arrancar la plata de América, se dieron cita en Potosí los capitanes y
los ascetas, los caballeros de lidia y los apóstoles, los soldados y los frailes.
Convertidas en piñas y lingotes, las vísceras del cerro rico alimentaron
sustancialmente el desarrollo de Europa. «Vale un Perú» fue el elogio máximo a las
personas o a las cosas desde que Pizarro se hizo dueño del Cuzco, pero a partir del
descubrimiento del cerro, Don Quijote de la Mancha habla con otras palabras:
«Vale un Potosí», advierte a Sancho. Vena yugular del Virreinato, manantial de la
plata de América, Potosí contaba con 120 000 habitantes según el censo de 1573.
Sólo veintiocho años habían transcurrido desde que la ciudad brotara entre los
páramos andinos y ya tenía, como por arte de magia, la misma población que
Londres y más habitantes que Sevilla, Madrid, Roma o París. Hacia 1650, un nuevo
censo adjudicaba a Potosí 160.000 habitantes. Era una de las ciudades más grandes
y más ricas del mundo, diez veces más habitada que Boston, en tiempos en que
Nueva York ni siquiera había empezado a llamarse así.
La historia de Potosí no había nacido con los españoles. Tiempo antes de la
conquista, el inca Huayna Cápac había oído hablar a sus vasallos del Sumaj Orcko,
el cerro hermoso, y por fin pudo verlo cuando se hizo llevar, enfermo, a las termas
de Tarapaya. Desde las chozas pajizas del pueblo de Cantumarca, los ojos del inca
1 Ibid.)
2 Para la reconstrucción del apogeo de Potosí, el autor ha consultado los siguientes testimonios del
pasado: Pedro Vicente Cañete y Domínguez, Potosí colonial, guía histórica, geográfica, política, civil y legal
del gobierno e intendencia de la provincia de Potosí, La Paz, 1939; Luis Capoche, Relación general de la Villa
Imperial de Potosí, Madrid, 1959; y Nicolás de Martínez Arzanz y Vela, Historia de la Villa Imperial de
Potosí, Buenos Aires, 1943 Además, las Crónicas potosinas, de Vicente G. Quesada, París, 1890, y La ciudad
única, de Jaime Molins. Potosí, 1961.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 21
contemplaron por primera vez aquel cono perfecto que se alzaba, orgulloso, por
entre las altas cumbres de las serranías. Quedó estupefacto. Las infinitas
tonalidades rojizas, la forma esbelta y el tamaño gigantesco del cerro siguieron
siendo motivo de admiración y asombro en los tiempos siguientes. Pero el inca
había sospechado que en sus entrañas debía albergar piedras preciosas y ricos
metales, y había querido sumar nuevos adornos al Templo del Sol en el Cuzco. El
oro y la plata que los incas arrancaban de las minas de Colque Porco y Andacaba
no salían de los límites del reino: no servían para comerciar sino para adorar a los
dioses. No bien los mineros indígenas clavaron sus pedernales en los filones de
plata del cerro hermoso una voz cavernosa los derribó. Era una voz fuerte como el
trueno, que salía de las profundidades de aquellas breñas y decía en quechua: «No
es para ustedes; Dios reserva estas riquezas para los que vienen de más allá». Los
indios huyeron despavoridos y el inca abandonó el cerro. Antes, le cambió el
nombre. El cerro pasó a llamarse Potojsi, que significa. «Truena, revienta, hace
explosión»
«Los que vienen de más allá» no demoraron mucho en aparecer. Los capitanes
de la conquista se abrían paso. Huayna Cápac ya había muerto cuando llegaron. En
1545, el indio Huallpa corría tras las huellas de una llama fugitiva y se vio obligado
a pasar la noche en el cerro. Para no morirse de frío, hizo fuego. La fogata alumbró
una hebra blanca y brillante. Era plata pura. Se desencadenó la avalancha española.
Fluyó la riqueza. El emperador Carlos V dio prontas señales de gratitud
otorgando a Potosí el título de Villa Imperial y un escudo con esta inscripción: «Soy
el rico Potosí, del mundo soy el tesoro, soy el rey de los montes y envidia soy de los
reyes». Apenas once años después del hallazgo de Huallpa, ya la recién nacida Villa
Imperial celebraba la coronación de Felipe II con festejos que duraron veinticuatro
días y costaron ocho millones de pesos fuertes. Llovían los buscadores de tesoros
sobre el inhóspito paraje. El cerro, a casi cinco mil metros de altura, era el más
poderoso de los imanes, pero a sus pies la vida resultaba dura, inclemente: se
pagaba el frío como si fuera un impuesto y en un abrir y cerrar de ojos una
sociedad rica y desordenada brotó, en Potosí, junto con la plata. Auge y turbulencia
del metal: Potosí pasó a ser «el nervio principal del reino», según lo definiera el
virrey Hurtado de Mendoza. A comienzos del siglo XVII, ya la ciudad contaba con
treinta y seis iglesias espléndidamente ornamentadas, otras tantas casas de juego y
catorce escuelas de baile. Los salones, los teatros y los tablados para las fiestas
lucían riquísimos tapices, cortinajes, blasones y obras de orfebrería; de los balcones
de las casas colgaban damascos coloridos y lamas de oro y plata. Las sedas y los
tejidos venían de Granada, Flandes y Calabria; los sombreros de París y Londres;
los diamantes de Ceylán; las piedras preciosas de la India; las perlas de Panamá; las
medias de Nápoles; los cristales de Venecia; las alfombras de Persia; los perfumes
de Arabia, y la porcelana de China. Las damas brillaban de pedrería, diamantes y
rubíes y perlas, y los caballeros ostentaban finísimos paños bordados de Holanda.
A la lidia de toros seguían los juegos de sortija y nunca faltaban los duelos al estilo
medieval, lances del amor y del orgullo, con cascos de hierro empedrados de
esmeraldas y de vistosos plumajes, sillas y estribos de filigrana de oro, espadas de
Toledo y potros chilenos enjaezados a todo lujo.
En 1579, se quejaba el oidor Matienzo; «Nunca faltan -decía- novedades,
desvergüenzas y atrevimientos». Por entonces ya había en Potosí ochocientos
tahúres profesionales y ciento veinte prostitutas célebres, a cuyos resplandecientes
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 22
salones concurrían los mineros ricos. En 1608, Potosí festejaba las fiestas del
Santísimo Sacramento con seis días de comedias y seis noches de máscaras, ocho
días de toros y tres de saraos, dos de torneos y otras fiestas.
ESPAÑA TENÍA LA VACA, PERO OTROS TOMABAN LA LECHE
Entre 1545 y 1558 se descubrieron las fértiles minas de plata de Potosí, en la
actual Bolivia, y las de Zacatecas y Guanajuato en México; el proceso de amalgama
con mercurio, que hizo posible la explotación de plata de ley más baja, empezó a
aplicarse en ese mismo período. El «rush» de la plata eclipsó rápidamente a la
minería de oro. A mediados del siglo XVII la plata abarcaba más del 99 por ciento
de las exportaciones minerales de la América hispánica1.
América era, por entonces, una vasta bocamina centrada, sobre todo, en Potosí.
Algunos escritores bolivianos, inflamados de excesivo entusiasmo, afirman que en
tres siglos España recibió suficiente metal de Potosí como para tender un puente de
plata desde la cumbre del cerro hasta la puerta del palacio real al otro lado del
océano. La imagen es, sin duda, obra de fantasía, pero de cualquier manera alude a
una realidad que, en efecto, parece inventada: el flujo de la plata alcanzó
dimensiones gigantescas. La cuantiosa exportación clandestina de plata americana,
que se evadía de contrabando rumbo a las Filipinas, a la China y a la propia
España, no figura en los cálculos de Earl J. Hamilton2.
Los metales arrebatados a los nuevos dominios coloniales estimularon el
desarrollo económico europeo y hasta puede decirse que lo hicieron posible. Ni
siquiera los efectos de la conquista de los tesoros persas que Alejandro Magno
volcó sobre el mundo helénico podrían compararse con la magnitud de esta
formidable contribución de América al progreso ajeno. No al de España, por cierto,
aunque a España pertenecían las fuentes de plata americana. Como se decía en el
siglo XVII, «España es como la boca que recibe los alimentos, los mastica, los tritura, para
enviarlos enseguida a los demás órganos, y no retiene de ellos por su parte, más que un
gusto fugitivo o las partículas que por casualidad se agarran a sus dientes»3. Los españoles
tenían la vaca, pero eran otros quienes bebían la leche. Los acreedores del reino, en
su mayoría extranjeros, vaciaban sistemáticamente las arcas de la Casa de
Contratación de Sevilla, destinadas a guardar bajo tres llaves, y en tres manos
distintas los tesoros de América.
La Corona estaba hipotecada. Cedía por adelantado casi todos los cargamentos
de plata a los banqueros alemanes, genoveses, flamencos y españoles4. También los
impuestos recaudados dentro de España corrían, en gran medida, esta suerte: en
1543, un 65 por ciento del total de las rentas reales se destinaba al pago de las
1
2 Earl J. Hamilton, op. cit), quien a partir de los datos obtenidos en la Casa de Contratación ofrece, de
todos modos, en su conocida obra sobre el tema, cifras asombrosas. Entre 1503 y 1660, llegaron al
puerto de Sevilla 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata. La plata transportada a España
en poco más de un siglo y medio, excedía tres veces el total de las reservas europeas. Y estas cifras,
cortas, no incluyen el contrabando.
3 Citado por Gustavo Adolfo Otero, op. cit.)
4 J. H. Elliott, op. cit., y Earl J. Hamilton, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 23
anualidades de los títulos de deuda. Sólo en mínima medida la plata americana se
incorporaba a la economía española; aunque quedara formalmente registrada en
Sevilla, iba a parar a manos de los Függer, poderosos banqueros que habían
adelantado al Papa los fondos necesarios para terminar la catedral de San Pedro, y
de otros grandes prestamistas de la época, al estilo de los WeIser, los Shetz o los
Grimaldi. La plata se destinaba también al pago de exportaciones de mercaderías
no españolas con destino al Nuevo Mundo.
Aquel imperio rico tenía una metrópoli pobre, aunque en ella la ilusión de la
prosperidad levantara burbujas cada vez más hinchadas: la Corona abría por todas
partes frentes de guerra mientras la aristocracia se consagraba al despilfarro y se
multiplicaban, en suelo español, los curas y los guerreros, los nobles y los
mendigos, al mismo ritmo frenético en que crecían los precios de las cosas y las
tasas de interés del dinero. La industria moría al nacer en aquel reino de los vastos
latifundios estériles, y la enferma economía española no podía resistir el brusco
impacto del alza de la demanda de alimentos y mercancías que era la inevitable
consecuencia de la expansión colonial. El gran aumento de los gastos públicos y la
asfixiante presión de las necesidades de consumo en las posesiones de ultramar
agudizaban el déficit comercial y desataban, al galope, la inflación. Colbert escribía:
«Cuanto más comercio con los españoles tiene un estado, más plata tiene». Había
una aguda lucha europea por la conquista del mercado español que implicaba el
mercado y la plata de América. Un memorial francés de fines del siglo XVII, nos
permite saber que España sólo dominaba, por entonces, el cinco por ciento del
comercio con «sus» posesiones coloniales de más allá del océano; pese al espejismo
jurídico del monopolio: cerca de una tercera parte del total estaba en manos de
holandeses y flamencos, una cuarta parte pertenecía a los franceses, los genoveses
controlaban más del veinte por ciento, los ingleses el diez y los alemanes algo
menos1 . América era un negocio europeo.
Carlos V, heredero de los Césares en el Sacro Imperio por elección comprada,
sólo había pasado en España dieciséis de los cuarenta años de su reinado. Aquel
monarca de mentón prominente y mirada de idiota, que había ascendido al trono
sin conocer una sola palabra del idioma castellano, gobernaba rodeado por un
séquito de flamencos rapaces a los que extendía salvoconductos para sacar de
España mulas y caballos cargados de oro y joyas y a los que también recompensaba
otorgándoles obispados y arzobispados, títulos burocráticos y hasta la primera
licencia para conducir esclavos negros a las colonias americanas. Lanzado a la
persecución del demonio por toda Europa, Carlos V extenuaba el tesoro de
América en sus guerras religiosas. La dinastía de los Habsburgo no se agotó con su
muerte; España habría de padecer el reinado de los Austria durante casi dos siglos.
El gran adalid de la Contrarreforma fue su hijo Felipe II. Desde su gigantesco
palacio-monasterio del Escorial, en las faldas del Guadarrama, Felipe II puso en
funcionamiento, a escala universal, la terrible maquinaria de la Inquisición, y abatió
sus ejércitos sobre los centros de la herejía. El calvinismo había hecho presa de
Holanda, Inglaterra y Francia, y los turcos encarnaban el peligro del retorno de la
religión de Alá. El salvacionismo costaba caro: los pocos objetos de oro y plata,
maravillas del arte americano, que no llegaban ya fundidos desde México y el Perú,
eran rápidamente arrancados de la Casa de Contratación de Sevilla y arrojados a las
1 Roland Mousnier, Los siglos XVI y XVII, volumen tv de la Historia geyeral de las civilizaciones, de
Maurice Crouzet. Barcelona. 1967.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 24
bocas de los hornos.
Ardían también los herejes o los sospechosos de herejía, achicharrados por las
llamas purificadoras de la Inquisición; Torquemada incendiaba los libros y el rabo
del diablo asomaba por todos los rincones: la guerra contra el protestantismo era
además la guerra contra el capitalismo ascendente en Europa. «La perpetuación de
la cruzada -dice Elliott en su obra ya citada- entrañaba la perpetuación de la arcaica
or-ganización social de una nación de cruzados». Los metales de América, delirio y
ruina de España, proporcionaban medios para pelear contra las nacientes fuerzas
de la economía moderna. Ya Carlos V había aplastado a la burguesía castellana en
la guerra de los comuneros, que se había convertido en una revolución social contra
la nobleza, sus propiedades y sus privilegios. El levantamiento fue derrotado a
partir de la traición de la ciudad de Burgos, que sería la capital del general
Francisco Franco cuatro siglos más tarde; extinguidos los últimos fuegos rebeldes,
Carlos V regresó a España acompañado de cuatro mil soldados alemanes.
Simultáneamente, fue también ahogada en sangre la muy radical insurrección de
los tejedores, hilanderos y artesanos que habían tomado el poder en la ciudad de
Valencia y lo habían extendido por toda la comarca.
La defensa de la fe católica resultaba una máscara para la lucha contra la
historia. La expulsión de los judíos -españoles de religión judía-- había privado a
España, en tiempos de los Reyes Católicos, de muchos artesanos hábiles y de
capitales imprescindibles. Se considera no tan importante la expulsión de los árabes
-españoles, en realidad, de religión musulmana- aunque en 1609 nada menos que
275 mil fueron arriados a la frontera y ello tuvo desastrosos efectos sobre la
economía valenciana, y los fértiles campos del sur del Ebro, en Aragón, quedaron
arruinados, Anteriormente, Felipe II había echado, por motivos religiosos, a
millares de artesanos flamencos convictos o sospechosos de protestantismo:
Inglaterra los acogió en su suelo, y allí dieron un importante impulso a las
manufacturas británicas.
Como se ve, las distancias enormes y las comunicaciones difíciles no eran los
principales obstáculos que se oponían al progreso industrial de España. Los
capitalistas españoles se convertían en rentistas, a través de la compra de los títulos
de deuda de la Corona, y no invertían sus capitales en el desarrollo industrial. El
excedente económico deriva hacia cauces improductivos: los viejos ricos, señores de
horca y cuchillo, dueños de la tierra y de los títulos de nobleza, levantaban palacios
y acumulaban joyas; los nuevos ricos, especuladores y mercaderes, compraban
tierras y títulos de nobleza. Ni unos ni otros pagaban prácticamente impuestos, ni
podían ser encarcelados por deudas. Quien se dedicara a una actividad industrial
perdía automáticamente su carta de hidalguía1.
Sucesivos tratados comerciales, firmados a partir de las derrotas militares de
los españoles en Europa, otorgaron concesiones que estimularon el tráfico marítimo
entre el puerto de Cádiz, que desplazó a Sevilla, y los puertos franceses, ingleses,
holandeses y hanseáticos. Cada año entre ochocientas y mil naves descargaban en
España los productos industrializados por otros. Se llevaban la plata de América y
la lana española, que marchaba rumbo a los telares extranjeros de donde sería
devuelta ya tejida por la industria europea en expansión. Los monopolistas de
1 J. Vicens Vives, director, Historia social y económica de España y América, Barcelona, 1957
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 25
Cádiz se limitaban a remarcar los productos industriales extranjeros que expedían
al Nuevo Mundo: si las manufacturas españolas no podían siquiera atender al
mercado interno, ¿cómo iban a satisfacer las necesidades de las colonias?
Los encajes de Lille y Arraz, las telas holandesas, los tapices de Bruselas y los
brocados de Florencia, los cristales de Venecia, las armas de Milán y los vinos y
lienzos de Francia inundaban el mercado español, a expensas de la producción
local, para satisfacer el ansia de ostentación y las exigencias de consumo de los ricos
parásitos cada vez más numerosos y poderosos en un país cada vez más pobre1. La
industria moría en el huevo, y los Habsburgo hicieron todo lo posible por acelerar
su extinción. A mediados del siglo XVI se había llegado al colmo de autorizar la
importación de tejidos extranjeros al mismo tiempo que se prohibía toda
exportación de paños castellanos que no fueran a América2
Por el contrario, como ha hecho notar Ramos, muy distintas eran las
orientaciones de Enrique VIII o Isabel I en Inglaterra, cuando prohibían en esta
ascendente nación la salida del oro y de la plata, monopolizaban las letras de
cambio, impedían la extracción de la lana y arrojaban de los puertos británicos a los
mercaderes de la Liga Hanseática del Mar del Norte. Mientras tanto, las repúblicas
italianas protegían su comercio exterior y su industria mediante aranceles,
privilegios y prohibiciones rigurosas: los artífices no podían expatriarse bajo pena
de muerte.
La ruina lo abarcaba todo. De los 16 mil telares que quedaban en Sevilla en
1558, a la muerte de Carlos V, sólo restaban cuatrocientos cuando murió Felipe II,
cuarenta años después. Los siete millones de ovejas de la ganadería andaluza se
redujeron a dos millones. Cervantes retrató en Don Quijote de la Mancha —novela de
gran circulación en América— la sociedad de su época. Un decreto de mediados del
siglo XVI hacía imposible la importación de libros extranjeros e impedía a los
estudiantes cursar estudios fuera de España; los estudiantes de Salamanca se
redujeron a la mitad en pocas décadas; había nueve mil conventos y el clero se
multiplicaba casi tan intensamente como la nobleza de capa y espada; 160 mil
extranjeros acaparaban el comercio exterior y los derroches de la aristocracia
condenaban a España a la impotencia económica. Hacia 1630, poco más de un
centenar y medio de duques, marqueses, condes y vizcondes recogían cinco
millones de ducados de renta anual, que alimentaban copiosamente el brillo de sus
títulos rimbombantes. El duque de Medinaceli tenía setecientos criados y eran
trescientos los sirvientes del gran duque de Osuna, quien, para burlarse del zar de
Rusia, los vestía con tapados de pieles3.
El siglo XVII fue la época del pícaro, el hambre y las epidemias. Era infinita la
cantidad de mendigos españoles, pero ello no impedía que también los mendigos
extranjeros afluyeran desde todos los rincones de Europa. Hacia 1700 España
1 Jorge Abelardo Ramos, Historia de la nación latinoamericana, Buenos Aires, 1968
2 J. H. Elliott, op. Cit.
3 La especie no se ha extinguido. Abro una revista de Madrid de fines de 1969, leo: ha muerto doña
Teresa Bertrán de Lis y Pidal Gorouski y Chico de Guzmán, duquesa de Albuquerque y marquesa de
los Alcañices y de los Balbases, y la llora el viudo duque de Albuquerque, don Beltrán Alonso Osorio
y Díez de Rivera Martos y Figueroa, marqués de Alcañices, de los Balbases, de Cadreita, de Cuéllar,
de Cullera, de Montaos, conde de Fuensaldaña, de Grajal, De Huelma, de Ledesma, de la Torre, de
Villanueva de Cañedo, de Villahumbrosa, tres veces Grande de España).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 26
contaba ya con 625 mil hidalgos, señores de la guerra, aunque el país se vaciaba: su
población se había reducido a la mitad en algo más de dos siglos, y era equivalente
a la de Inglaterra, que en el mismo período la había duplicado. 1700 señala el fin del
régimen de los Habsburgo. La bancarrota era total. Desocupación crónica, grandes
latifundios baldíos, moneda caótica, industria arruinada, guerras perdidas y tesoros
vacíos, la autoridad central desconocida en las provincias: la España que afrontó
Felipe V estaba «poco menos difunta que su amo muerto»1
Los Borbones dieron a la nación una apariencia más moderna, pero a fines del
siglo XVIII el clero español tenía nada menos que doscientos mil miembros y el
resto de la población improductiva no detenía su aplastante desarrollo, a expensas
del subdesarrollo del país. Por entonces, había aún en España más de diez mil
pueblos y ciudades sujetos a la jurisdicción señorial de la nobleza y, por lo tanto,
fuera del control directo del rey. Los latifundios y la institución del mayorazgo
seguían intactos. Continuaban en pie el oscurantismo y el fatalismo. No había sido
superada la época de Felipe IV: en sus tiempos, una junta de teólogos se reunió
para examinar el proyecto de construcción de un canal entre el Manzanares y el
Tajo y terminó declarando que si Dios hubiese querido que los ríos fuesen
navegables, El mismo los hubiera hecho así.
LA DISTRIBUCIÓN DE FUNCIONES ENTRE EL CABALLO Y EL JINETE
En el primer tomo de El capital, escribió Karl Marx: «El descubrimiento de los
yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y
sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo
de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos
negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos
procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la
acumulación originaria».
El saqueo, interno y externo, fue el medio más importante para la acumulación
primitiva de capitales que, desde la Edad Media, hizo posible la aparición de una
nueva etapa histórica en la evolución económica mundial. A medida que se
extendía la economía monetaria, el intercambio desigual iba abarcando cada vez
más capas sociales y más regiones del planeta. Ernest Mandel ha sumado el valor
del oro y la plata arrancados de América hasta 1660, el botín extraído de Indonesia
por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales desde 1650 hasta 1780, las
ganancias del capital francés en la trata de esclavos durante el siglo XVIII, las
entradas obtenidas por el trabajo esclavo en las Antillas británicas y el saqueo
inglés de la India durante medio siglo: el resultado supera el valor de todo el
capital invertido en todas las industrias europeas hacia 18002 Mandel hace notar
que esta gigantesca masa de capitales creó un ambiente favorable a las inversiones
en Europa, estimuló el «espíritu de empresa» y financió directamente el
establecimiento de manufacturas que dieron un gran impulso a la revolución
industrial. Pero, al mismo tiempo, la formidable concentración internacional de la
riqueza en beneficio de Europa impidió, en las regiones saqueadas, el salto a la
1 John Lynch, Administración colonial española, Buenos Aires, 1962).
2 Ernest Mandel, Tratado de economia marxista, México, 1969.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 27
acumulación de capital industrial. «La doble tragedia de los países en desarrollo consiste
en que no sólo fueron víctimas de ese proceso de concentración internacional, sino que
posteriormente han debido tratar de compensar su atraso industrial, es decir, realizar la
acumulación originaria de capital industrial, en un mundo que está inundado con los
artículos manufacturados por una industria ya madura, la occidental»1.
Las colonias americanas habían sido descubiertas, conquistadas y colonizadas
dentro del proceso de la expansión del capital comercial. Europa tendía sus brazos
para alcanzar al mundo entero. Ni España ni Portugal recibieron los beneficios del
arrollador avance del mercantilismo capitalista, aunque fueron sus colonias las que,
en medida sustancial, proporcionaron el oro y la plata que nutrieron esa expansión.
Como hemos visto, si bien los metales preciosos de América alumbraron la
engañosa fortuna de una nobleza española que vivía su Edad Media tardíamente y
a contramano de la historia, simultáneamente sellaron la ruina de España en los
siglos por venir. Fueron otras las comarcas de Europa que pudieron incubar el
capitalismo moderno valiéndose, en gran parte, de la expropiación de los pueblos
primitivos de América. A la rapiña de los tesoros acumulados sucedió la
explotación sistemática, en los socavones y en los yacimientos, del trabajo forzado
de los indígenas y de los negros esclavos arrancados de Africa por los traficantes.
Europa necesitaba oro y plata. Los medios de pago de circulación se
multiplicaban sin cesar y era preciso alimentar los movimientos del capitalismo a la
hora del parto: los burgueses se apoderaban de las ciudades y fundaban bancos,
producían e intercambiaban mercancías, conquistaban mercados nuevos. Oro,
plata, azúcar: la economía colonial, más abastecedora que consumidora, se
estructuró en función de las necesidades del mercado europeo, y a su servicio. El
valor de las exportaciones latinoamericanas de metales preciosos fue, durante
prolongados períodos del siglo XVI, cuatro veces mayor que el valor de las
importaciones, compuestas sobre todo por esclavos, sal, vino y aceite, armas, paños
y artículos de lujo. Los recursos fluían para que los acumularan las naciones
europeas emergentes. Esta era la misión fundamental que habían traído los
pioneros, aunque además aplicaran el Evangelio, casi tan frecuentemente como el
látigo, a los indios agonizantes. La estructura económica de las colonias ibéricas
nació subordinada al mercado externo y, en consecuencia, centralizada en torno del
sector exportador, que concentraba la renta y el poder.
A lo largo del proceso, desde la etapa de los metales al posterior suministro de
alimentos, cada región se identificó con lo que produjo, y produjo lo que de ella se
esperaba en Europa: cada producto, cargado en las bodegas de los galeones que surcaban el
océano, se convirtió en una vocación y en un destino. La división internacional del
trabajo, tal como fue surgiendo junto con el capitalismo, se parecía más bien a la
distribución de funciones entre un jinete y un caballo, como dice Paul Baran . Los
mercados del mundo colonial crecieron como meros apéndices del mercado interno
del capitalismo que irrumpía2. Celso Furtado advierte que los señores feudales
europeos obtenían un excedente económico de la población por ellos dominada, y
lo utilizaban, de una u otra forma, en sus mismas regiones, en tanto que el objetivo
principal de los españoles que recibieron del rey minas, tierras e indígenas en
1 Ernest Mandel, la teoría marxista de la acumulación primitiva y la industrialización del Tercer Mundo,
revista Amaru, núm. 6, Lima, abril-junio de 1968.
2 Paul Baran, Economía política del crecimiento, México, 1959.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 28
América, consistía en sustraer un excedente para transferirlo a Europa. Esta
observación contribuye a aclarar el fin último que tuvo, desde su implantación, la
economía colonial americana; aunque formalmente mostrara algunos rasgos
feudales, actuaba al servicio del capitalismo naciente en otras comarcas. Al fin y al
cabo, tampoco en nuestro tiempo la existencia de los centros ricos del capitalismo
puede explicarse sin la existencia de las periferias pobres y sometidas: unos y otras
integran el mismo sistema1. Pero no todo el excedente se evadía hacia Europa. La
economía colonial estaba regida por los mercaderes, los dueños de las minas y los
grandes propietarios de tierras, quienes se repartían el usufructo de la mano de
obra indígena y negra bajo la mirada celosa y omnipotente de la Corona y su
principal asociada, la Iglesia. El poder estaba concentrado en pocas manos, que
enviaban a Europa metales y alimentos, y de Europa recibían los artículos
suntuarios a cuyo disfrute consagraban sus fortunas crecientes. No tenían, las clases
dominantes, el menor interés en diversificar las economías internas ni en elevar los
niveles técnicos y culturales de la población: era otra su función dentro del
engranaje internacional para el que actuaban, y la inmensa miseria popular, tan
lucrativa desde el punto de vista de los intereses reinantes, impedía el desarrollo de
un mercado interno de consumo.
Una economista francesa2 sostiene que la peor herencia colonial de América
Latina, que explica su considerable atraso actual, es la falta de capitales. Sin
embargo, toda la información histórica muestra que la economía colonial produjo,
en el pasado, una enorme riqueza a las clases asociadas, dentro de la región, al
sistema colonialista de dominio. La cuantiosa mano de obra disponible, que era
gratuita o prácticamente gratuita, y la gran demanda europea por los productos
americanos, hicieron posible, dice Sergio Bagú, «una precoz y cuantiosa acumulación
de capitales en las colonias ibéricas. El núcleo de beneficiarios, lejos de irse ampliando, fue
reduciéndose en proporción a la masa de población, como se desprende del hecho cierto de
que el número de europeos y criollos desocupados aumentara sin cesar». El capital que
restaba en América, una vez deducida la parte del león que se volcaba al proceso de
acumulación primitiva del capitalismo europeo, no generaba, en estas tierras, un
proceso análogo al de Europa, para echar las bases del desarrollo industrial, sino
que se desviaba a la construcción de grandes palacios y templos ostentosos, a la
compra de joyas y ropas y muebles de lujo, al mantenimiento de servidumbres
numerosas y al despilfarro de las fiestas. En buena medida, también, ese excedente
quedaba inmovilizado en la compra de nuevas tierras o continuaba girando en las
actividades especulativas y comerciales3. En el ocaso de la era colonial, encontrará
Humboldt en México «una enorme masa de capitales amontonados en manos de
los propietarios de minas, o en las de negociantes que se han retirado del
comercio». No menos de la mitad de la propiedad raíz y del capital total de México
pertenecía, según su testimonio, a la Iglesia, que además controlaba buena parte de
las tierras restantes mediante hipotecas4. Los mineros mexicanos invertían sus
excedentes en la compra de latifundios, y en los empréstitos en hipoteca, al igual
que los grandes exportadores de Veracruz y Acapulco; la jerarquía clerical extendía
sus bienes en la misma dirección. Las residencias capaces de convertir al plebeyo en
1 Celso Furtado, La economía latinoamericana desde la conquista ibérica hasta la revolución cubana,
Santiago de Chile, 1969, y México, 1969.)
2 J. Besuiesu-Garnier, L'économie de 1'Amérique Latine, París, 1949
3 Sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial. Ensayo de historia comparada de América Latina,
Buenos Aires, 1949)
4 Alexander van Humboldt, Ensayo sobre el Reino de la Nueva España, México, 1944)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 29
príncipe y los templos despampanantes nacían como los hongos después de la
lluvia.
En el Perú, a mediados del siglo XVII, grandes capitales procedentes de los
encomenderos, mineros, inquisidores y funcionarios de la administración imperial
se volcaban al comercio. Las fortunas nacidas en Venezuela del cultivo del cacao,
iniciado a fines del siglo XVI, látigo en mano, a costa de legiones de esclavos
negros, se invertían «en nuevas plantaciones y otros cultivos comerciales, así como
en minas, bienes raíces urbanos, esclavos y hatos de ganado»1
RUINAS DE POTOSÍ: EL CICLO DE LA PLATA
Analizando la naturaleza de las relaciones «metrópoli-satélite» a lo largo de la
historia de América Latina como una cadena de subordinaciones sucesivas, André
Gunder Frank ha destacado, en una de sus obras2, que las regiones hoy día más
signadas por el subdesarrollo y la pobreza son aquellas que en el pasado han tenido
lazos más estrechos con la metrópoli y han disfrutado de períodos de auge. Son las
regiones que fueron las mayores productoras de bienes exportados hacia Europa o,
posteriormente, hacia Estados Unidos, y las fuentes más caudalosas de capital:
regiones abandonadas por la metrópoli cuando por una u otra razón los negocios
decayeron. Potosí brinda el ejemplo más claro de esta caída hacia el vacío.
Las minas de plata de Guanajuato y Zacatecas, en México, vivieron su auge
posteriormente. En los siglos XVI y XVII, el cerro rico de Potosí fue el centro de la
vida colonial americana: a su alrededor giraban, de un modo u otro, la economía
chilena, que le proporcionaba trigo, carne seca, pieles y vinos; la ganadería y las
artesanías de Córdoba y Tucumán, que la abastecían de animales de tracción y de
tejidos; las minas de mercurio de Huancavélica y la región de Arica por donde se
embarcaba la plata para Lima, principal centro administrativo de la época. El siglo
XVIII señala el principio del fin para la economía de la plata que tuvo su centro en
Potosí; sin embargo, en la época de la independencia, todavía la población del
territorio que hoy comprende Bolivia era superior a la que habitaba lo que hoy es la
Argentina. Siglo y medio después, la población boliviana es casi seis veces menor
que la población argentina. Aquella sociedad potosina, enferma de ostentación y
despilfarro, sólo dejó a Bolivia la vaga memoria de sus esplendores, las ruinas de
sus iglesias y palacios, y ocho millones de cadáveres de indios. Cualquiera de los
diamantes incrustados en el escudo de un caballero rico valía más, al fin y al cabo,
que lo que un indio podía ganar en toda su vida de mitayo, pero el caballero se
fugó con los diamantes. Bolivia, hoy uno de los países más pobres del mundo,
podría jactarse -si ello no resultara patéticamente inútil- de haber nutrido la riqueza
de los países más ricos. En nuestros días, Potosí es una pobre ciudad de la pobre
Bolivia: «La ciudad que más ha dado al mundo y la que menos tiene», como me
dijo una vieja señora potosina, envuelta en un kilométrico chal de lana de alpaca,
cuando conversamos ante el patio andaluz de su casa de dos siglos. Esta ciudad
condenada a la nostalgia, atormentada por la miseria y el frío, es todavía una herida
1 Sergio Bagú, op. cit-)
2 André Gunder Frank, Capitalism and Underdevelopment in Latin America, Nueva York, 1967.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 30
abierta del sistema colonial en América: una acusación. El mundo tendría que
empezar por pedirle disculpas.
Se vive de los escombros. En 1640, el padre Álvaro Alonso-Barba publicó en
Madrid, en la imprenta del reino, su excelente tratado sobre el arte de los metales.
El estaño, escribió Barba, «es veneno».1 Mencionó cerros donde «hay mucho estaño,
aunque lo conocen pocos, y por no hallarle la plata que todos buscan, lo echan por
ahí». En Potosí se explota ahora el estaño que los españoles arrojaron a un lado
como basura. Se venden las paredes de las casas viejas como estaño de buena ley.
Desde las bocas de los cinco mil socavones que los españoles abrieron en el cerro
rico se ha chorreado la riqueza a lo largo de los siglos. El cerro ha ido cambiando de
color a medida que los tiros de dinamita lo han ido vaciando y le han bajado el
nivel de la cumbre. Los montones de roca, acumulados en torno de los infinitos
agujeros, tienen todos los colores: son rosados, lilas, púrpuras, ocres, grises,
dorados, pardos. Una colcha de retazos. Los llamperos rompen la roca y las palliris
indígenas, de mano sabía para pesar y separar, picotean, como pajaritos, los restos
minerales en busca de estaño. En los viejos socavones que no están inundados los
mineros entran todavía, la lámpara de carburo en una mano, encogidos los cuerpos,
para arrancar lo que se pueda. Plata no hay. Ni un relumbrón; los españoles barrían
las vetas hasta con escobillas; Los pallacos cavan a pico y pala pequeños túneles
para extraer veneros de los despojos. «El cerro es rico todavía -me decía sin
asombro un desocupado que arañaba la tierra con las manos-. Dios ha de ser,
figúrese: el mineral crece como si fuera planta, igual». Frente al cerro rico de Potosí,
se alza el testigo de la devastación. Es un monte llamado Huakajchi, que en
quechua significa: «Cerro que ha llorado». De sus laderas brotan muchos
manantiales de agua pura, los «ojos de agua» que dan de beber a los mineros.
En sus épocas de auge, al promediar el siglo XVII, la ciudad había congregado
a muchos pintores y artesanos españoles o criollos o imagineros indígenas que
imprimieron su sello al arte colonial americano. Melchor Pérez de Holguín, el
Greco de América, dejó una vasta obra religiosa que a la vez delata el talento de su
creador y el aliento pagano de estas tierras: se hace difícil olvidar, por ejemplo, a la
espléndida Virgen María que, con los brazos abiertos, da de mamar con un pecho al
niño Jesús y con el otro a un santo. Los orfebres, los cinceladores de platería, los
maestros del repujado y los ebanistas, artífices del metal, la madera fina, el yeso y
los marfiles nobles, nutrieron las numerosas iglesias y monasterios de Potosí con
tallas y altares de infinitas filigranas, relumbrantes de plata, y púlpitos y retablos
valiosísimos. Los frentes barrocos de los templos, trabajados en piedra, han
resistido el embate de los siglos, pero no ha ocurrido lo mismo con los cuadros, en
muchos casos mortalmente mordidos por la humedad, ni con las figuras y objetos
de poco peso. Los turistas y los párrocos han vaciado las iglesias de cuanta cosa han
podido llevarse: desde los cálices y las campanas hasta las tallas de San Francisco y
Cristo en haya o fresno.
Estas iglesias desvalijadas, cerradas ya en su mayoría, se están viniendo abajo,
aplastadas por los años. Es una lástima, porque constituyen todavía, aunque hayan
sido saqueadas, formidables tesoros en pie de un arte colonial que funde y enciende
todos los estilos, valioso en el genio y en la herejía: el «signo escalonado» de
1 Álvaro Alonso-Barba, Arte de los metales, Potosí, 1967)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 31
Tiahuanacu en lugar de la cruz y la cruz junto al sagrado sol y la sagrada luna, las
vírgenes y los santos con pelo natural, las uvas y las espigas enroscadas en las
columnas, hasta los capiteles, junto con la kantuta, la flor imperial de los incas; las
sirenas, Baco y la fiesta de la vida alternando con el ascetismo románico, los rostros
morenos de algunas divinidades y las cariátides de rasgos indígenas. Hay iglesias
que han sido reacondicionadas para prestar, ya vacías de fieles, otros servicios. La
iglesia de San Ambrosio se ha convertido en el cine Omiste; en febrero de 1970,
sobre los bajorrelieves barrocos del frente se anunciaba el próximo estreno: «El
mundo está loco, loco, loco». El templo de la Compañía de Jesús se convirtió
también en cine, después en depósito de mercaderías de la empresa Grace y por
último en almacén de víveres para la caridad pública. Pero otras pocas iglesias
están aún, mal que bien, en actividad: hace por lo menos siglo y medio que los
vecinos de Potosí queman cirios a falta de dinero. La de San Francisco, por ejemplo.
Dicen que la cruz de esta iglesia crece algunos centímetros por año, y que también
crece la barba del Señor de la Vera Cruz, un imponente Cristo de plata y seda que
apareció en Potosí, traído por nadie, hace cuatro siglos. Los curas no niegan que
cada determinado tiempo lo afeitan, y le atribuyen, hasta por escrito, todos los
milagros: conjuraciones sucesivas de sequías y pestes, guerras en defensa de la
ciudad acosada.
Sin embargo, nada pudo el Señor de la Vera Cruz contra la decadencia de
Potosí. La extenuación de la plata había sido interpretada como un castigo divino
por las atrocidades y los pecados de los mineros. Atrás quedaron las misas
espectaculares; como los banquetes y las corridas de toros, los bailes y los fuegos de
artificio, el culto religioso a todo lujo había sido también, al fin y al cabo, un
subproducto del trabajo esclavo de los indios. Los mineros hacían, en la época del
esplendor, fabulosas donaciones para las iglesias y los monasterios, y celebraban
suntuosos oficios fúnebres. Llaves de plata pura para las puertas del cielo: el
mercader Alvaro Bejarano había ordenado, en su testamento de 1559, que
acompañaran su cadáver «todos los curas y sacerdotes de Potosí». El curanderismo
y la brujería se mezclaban con la religión autorizada, en el delirio de los fervores y
los pánicos de la sociedad colonial. La extremaunción con campanilla y palio podía,
como la comunión, curar al agonizante, aunque resultaba mucho más eficaz un
jugoso testamento para la construcción de un templo o de un altar de plata. Se
combatía la fiebre con los evangelios: las oraciones en algunos conventos
refrescaban el cuerpo: en otros, daban calor. «El Credo era fresco como el
tamarindo o el nitro dulce y la Salve era cálida como el azahar o el cabello de
choclo... »1
En la calle Chuquisaca puede uno admirar el frontis, roído por los siglos, de
los condes de Carma y Cayara, pero el palacio es ahora el consultorio de un
cirujano-dentista; la heráldica del maestre de campo don Antonio López de
Quiroga, en la calle Lanza, adorna ahora una escuelita; el escudo del marqués de
Otavi, con sus leones rampantes, luce en el pórtico del Banco Nacional. «En qué
lugares vivirán ahora. Lejos se han debido ir...». La anciana potosina, atada a su
ciudad, me cuenta que primero se fueron los ricos, y después también se fueron los
pobres: Potosí tiene ahora tres veces menos habitantes que hace cuatro siglos.
Contemplo el cerro desde una azotea de la calle Uyuni, una muy angosta y
1 Gustavo Adolfo Otero, op, cit)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 32
viboreante callejuela colonial, donde las casas tienen grandes balcones de madera
tan pegados de vereda a vereda que pueden los vecinos besarse o golpearse sin
necesidad de bajar a la calle. Sobreviven aquí, como en toda la ciudad, los viejos
candiles de luz mortecina bajo los cuales, al decir de Jaime Molins, «se solventaron
querellas de amor y se escurrieron, como duendes, embozados caballeros, damas
elegantes y tahúres». La ciudad tiene ahora luz eléctrica, pero no se nota mucho. En
las plazas oscuras, a la luz de los viejos faroles, funcionan las tómbolas por las
noches: vi rifar un pedazo de torta en medio de un gentío.
Junto con Potosí, cayó Sucre. Esta ciudad del valle, de clima agradable, que
antes se había llamado Charcas, La Plata y Chuquisaca sucesivamente, disfrutó
buena parte de la riqueza que manaba de las venas del cerro rico de Potosí.
Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco, había instalado allí su corte, fastuosa como
la del rey que quiso ser y no pudo; iglesias y caserones, parques y quintas de recreo
brotaban continuamente junto con los juristas, los místicos y los retóricos poetas
que fueron dando a la ciudad, de siglo en siglo, su sello. «Silencio, es Sucre. Silencio
no más, pues. Pero antes...». Antes, ésta fue la capital cultural de dos virreinatos, la
sede del principal arzobispado de América y del más poderoso tribunal de justicia
de la colonia, la ciudad más ostentosa y culta de América del Sur. Doña Cecilia
Contreras de Torres y doña María de las Mercedes Torralba de Gramajo, señoras de
Ubina y Colquechaca, daban banquetes de Camacho: competían en el derroche de
las fabulosas rentas que producían sus minas de Potosí, y cuando las opíparas
fiestas concluían arrojaban por los balcones la vajilla de plata y hasta los enseres de
oro, para que los recogiesen los transeúntes afortunados.
Sucre cuenta todavía con una Torre Eiffel y con sus propios Arcos de Triunfo,
y dicen que con las joyas de su virgen se podría pagar toda la gigantesca deuda
externa de Bolivia. Pero las famosas campanas de las iglesias que en 1809 cantaron
con júbilo a la emancipación de América, hoy ofrecen un tañido fúnebre. La ronca
campana de San Francisco, que tantas veces anunciara sublevaciones y motines,
hoy dobla por la mortal inmovilidad de Sucre. Poco importa que siga siendo la
capital legal de Bolivia, y que en Sucre resida todavía la Suprema Corte de justicia.
Por las calles pasean innumerables leguleyos, enclenques y de piel amarilla,
sobrevivientes testimonios de la decadencia: doctores de aquellos que usaban
quevedos, con cinta negra y todo. Desde los grandes palacios vacíos, los ilustres
patriarcas de Sucre envían a sus sirvientes a vender empanadas a las ventanillas del
ferrocarril. Hubo quien supo comprar, en otras horas afortunadas, hasta un título
de príncipe.
En Potosí y en Sucre sólo quedaron vivos los fantasmas de la riqueza muerta.
En Huanchaca, otra tragedia boliviana, los capitales anglochilenos agotaron,
durante el siglo pasado, vetas de plata de más de dos metros de ancho, con una
altísima ley; ahora sólo restan las ruinas humeantes de polvo. Huanchaca continúa
en los mapas, como si todavía existiera, identificada como un centro minero todavía
vivo, con su pico y su pala cruzados. ¿Tuvieron mejor suerte las minas mexicanas
de Guanajuato y Zacatecas? Con base en los datos que proporciona Alexander von
Humboldt, se ha estimado en unos cinco mil millones de dólares actuales la magnitud del
excedente económico evadido de México entre 1760 y 1809, apenas medio siglo, a través de
las exportaciones de plata y oro1 Por entonces no había minas más importantes en
1 Fernando Carmona, prólogo a Diego López Rosado, Historia y pensamiento económico de México,
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 33
América. El gran sabio alemán comparó la mina de Valenciana, en Guanajuato, con
la Himmels Furst de Sajonia, que era la más rica de Europa: la Valenciana producía
36 veces más plata, al filo del siglo, y dejaba a sus accionistas ganancias 33 veces
más altas. El conde Santiago de la Laguna vibraba de emoción al describir, en 1732,
el distrito minero de Zacatecas y «los preciosos tesoros que ocultan sus profundos
senos», en los cerros «todos honrados con más de cuatro mil bocas, para mejor servir con el
fruto de sus entrañas a ambas Majestades», Dios y el Rey, y «para que todos acudan a beber
y participar de lo grande, de lo rico, de lo docto, de lo urbano y de lo noble», porque era
«fuente de sabiduría, policía, armas y nobleza...»1 Además de esta obra y del ensayo de
Humboldt, el autor ha consultado: Luis Chávez Orozco, Revolución industrial -
Revolución política, Biblioteca del Obrero y Campesino, México, s. f.; Lucio
Marmolejo, Efemérides guanajuatenses, o datos para formar la historia de la ciudad de
Guanaiuato, Guanajuato, 1883; José María Luis Mora, México y sus revoluciones,
México, 1965; y para los datos de la actualidad, La economía del Estado de Zacatecas y
La economía del Estado de Guanajuato, de la serie de investigaciones del Sistema
Bancos de Comercio, México, 1968). El cura Marmolejo describía más tarde a la
ciudad de Guanajuato, atravesada por los puentes, con jardines que tanto se
parecían a los de Semíramis en Babilonia y los templos deslumbrantes, el teatro, la
plaza de toros, los palenques de gallos y las torres y las cúpulas alzadas contra las
verdes laderas de las montañas. Pero éste era «el país de la desigualdad» y
Humboldt pudo escribir sobre México: «Acaso en ninguna parte la desigualdad es más
espantosa... la arquitectura de los edificios públicos y privados, la finura del ajuar de las
mujeres, el aire de la sociedad; todo anuncia un extremo de esmero que se contrapone
extraordinariamente a la desnudez, ignorancia y rusticidad del populacho». Los socavones
engullían hombres y mulas en las lomas de las cordilleras; los indios, «que vivían
sólo para salir del día», padecían hambre endémica y las pestes los mataban como
moscas. En un solo año, 1784, una oleada de enfermedades provocadas por la falta
de alimentos que resultó de una helada arrasadora, había segado más de ocho mil
vidas en Guanajuato.
Los capitales no se acumulaban, sino que se derrochaban. Se practicaba el viejo
dicho: «Padre mercader, hijo caballero, nieto pordiosero». En una representación
dirigida al gobierno, en 1843, Lucas Alamán formuló una sombría advertencia,
mientras insistía en la necesidad de defender la industria nacional mediante un
sistema de prohibiciones y fuertes gravámenes contra la competencia extranjera:
«Preciso es recurrir al fomento de la industria, como única fuente de una
prosperidad universal -decía-. De nada serviría a Puebla la riqueza de Zacatecas, si
no fuese por el consumo que proporciona a sus manufacturas, y si éstas decayesen
otra vez como antes ha sucedido, se arruinaría ese departamento ahora floreciente,
sin que pudiese salvarlo de la miseria la riqueza de aquellas minas». La profecía
resultó certera. En nuestros días, Zacatecas y Guanajuato ni siquiera son las
ciudades más importantes de sus propias comarcas. Ambas languidecen rodeadas
de los esqueletos de los campamentos de la prosperidad minera. Zacatecas, alta y
árida, vive de la agricultura y exporta mano de obra hacia otros estados; son
bajísimas las leyes actuales de sus minerales de oro y plata, en relación con los
buenos tiempos pasados. De las cincuenta minas que el distrito de Guanajuato tenía
en explotación, apenas quedan, ahora, dos. No crece la población de la hermosa
México, 1968)
1 D. Joseph Ribera Bernárdez, Conde Santiago de la Laguna, Descripción breve de la muy noble y leal ciudad
de Zacatecas, en Gabriel Salinas de la Torre, Testimonios de Zacatecas, México, 1946.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 34
ciudad, pero afluyen los turistas a contemplar el esplendor exuberante de los viejos
tiempos, a pasear por las callejuelas de nombres románticos, ricas de leyendas, y a
horrorizarse con las cien momias que las sales de la tierra han conservado intactas.
La mitad de las familias del estado de Guanajuato, con un promedio de más de
cinco miembros, viven actualmente en chozas de una sola habitación.
EL DERRAMAMIENTO DE LA SANGRE Y DE LAS LÁGRIMAS: Y SIN
EMBARGO, EL PAPA HABÍA RESUELTO QUE LOS INDIOS TENÍAN ALMA
En 1581, Felipe II había afirmado, ante la audiencia de Guadalajara, que ya un
tercio de los indígenas de América había sido aniquilado, y que los que aún vivían
se veían obligados a pagar tributos por los muertos. El monarca dijo, además, que
los indios eran comprados y vendidos. Que dormían a la intemperie. Que las
madres mataban a sus hijos para salvarlos del tormento en las minas1. Pero la
hipocresía de la Corona tenía menos límites que el Imperio: la Corona recibía una
quinta parte del valor de los metales que arrancaban sus súbditos en toda la
extensión del Nuevo Mundo hispánico, además de otros impuestos, y otro tanto
ocurría, en el siglo XVIII, con la Corona portuguesa en tierras de Brasil. La plata y el
oro de América penetraron como un ácido corrosivo, al decir de Engels, por todos
los poros de la sociedad feudal moribunda en Europa, y al servicio del naciente
mercantilismo capitalista los empresarios mineros convirtieron a los indígenas y a
los esclavos negros en un numerosísimo «proletariado externo» de la economía
europea. La esclavitud grecorromana resucitaba en los hechos, en un mundo
distinto; al infortunio de los indígenas de los imperios aniquilados en la América
hispánica hay que sumar el terrible destino de los negros arrebatados a las aldeas
africanas para trabajar en Brasil y en las Antillas. La economía colonial latinoamericana
dispuso de la mayor concentración de fuerza de trabajo hasta entonces conocida, para hacer
posible la mayor concentración de riqueza de que jamás haya dispuesto civilización alguna
en la historia mundial.
Aquella violenta marea de codicia, horror y bravura no se abatió sobre estas
comarcas sino al precio del genocidio nativo: las investigaciones recientes mejor
fundadas atribuyen al México precolombino una población que oscila entre los
veinticinco y treinta millones, y se estima que había una cantidad semejante de
indios en la región andina; América Central y las Antillas contaban entre diez y
trece millones de habitantes. Los indios de las Américas sumaban no menos de setenta
millones, y quizás más, cuando los conquistadores extranjeros aparecieron en el horizonte;
un siglo y medio después se habían reducido, en total, a sólo tres millones y medio2 Según
el marqués de Barinas, entre Lima y Paita, donde habían vivido más de dos
millones de indios, no quedaban más que cuatro mil familias indígenas en 1685. El
arzobispo Liñán y Cisneros negaba el aniquilamiento de los indios: «Es que se
ocultan --decía- para no pagar tributos, abusando de la libertad de que gozan y que
no tenían en la época de los incas»3 Manaba sin cesar el metal de las vetas
americanas, y de la corte española llegaban, también sin cesar ordenanzas que
1 John Collier, The Indians of America, Nueva York, 1947)
2 Según Darcy Ribeiro, op. cit., con datos de Henry F. Dobyns, Paul Thompson y otros)
3
Emilio Romero, Historia económica del Perú, Buenos Aires, 1949.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 35
otorgaban una protección de papel y una dignidad de tinta a los indígenas, cuyo
trabajo extenuante sustentaba al reino. La ficción de la legalidad amparaba al indio;
la explotación de la realidad lo desangraba. De la esclavitud a la encomienda de
servicios, y de ésta a la encomienda de tributos y al régimen de salarios, las
variantes en la condición jurídica de la mano de obra indígena no alteraron más que
superficialmente su situación real. La Corona consideraba tan necesaria la
explotación inhumana de la fuerza de trabajo aborigen, que en 1601 Felipe III dictó
reglas prohibiendo el trabajo forzoso en las minas y, simultáneamente, envió otras
instrucciones secretas ordenando continuarlo «en caso de que aquella medida
hiciese flaquear la producción»1. Del mismo modo, entre 1616 y 1619 el visitador y
gobernador Juan de Solórzano hizo una investigación sobre las condiciones de
trabajo en las minas de mercurio de Huancavélica: «...el veneno penetraba en la. pura
médula, debilitando los miembros todos y provocando un temblor constante, muriendo los
obreros, por lo general, en el espacio de cuatro años», informó al Consejo de Indias y al
monarca. Pero en 1631 Felipe IV ordenó que se continuara allí con el mismo
sistema, y su sucesor, Carlos II, renovó tiempo después el decreto. Estas minas de
mercurio eran directamente explotadas por la Corona, a diferencia de las minas de
plata, que estaban en manos de empresarios privados.
En tres centurias, el cerro rico de Potosí quemó, según Josiah Conder, ocho
millones de vidas. Los indios eran arrancados de las comunidades agrícolas y
arriados, junto con sus mujeres y sus hijos, rumbo al cerro. De cada diez que
marchaban hacia los altos páramos helados, siete no regresaban jamás. Luis
Capoche, que era dueño de minas y de ingenios, escribió que «estaban los caminos
cubiertos que parecía que se mudaba el reino». En las comunidades, los indígenas
habían visto «volver muchas mujeres afligidas sin sus maridos y muchos hijos
huérfanos sin sus padres» y sabían que en la mina esperaban «mil muertes y
desastres». Los españoles batían cientos de millas a la redonda en busca de mano
de obra. Muchos de los indios morían por el camino, antes de llegar a Potosí. Pero
eran las terribles condiciones de trabajo en la mina las que más gente mataban. El
dominico fray Domingo de Santo Tomás denunciaba al Consejo de Indias, en 1550,
a poco de nacida la mina, que Potosí era una «boca del infierno» que anualmente
tragaba indios por millares y millares y que los rapaces mineros trataban a los
naturales «como a animales sin dueño». Y fray Rodrigo de Loaysa diría después:
«Estos pobres indios son como las sardinas en el mar. Así como los otros peces persiguen a
las sardinas para hacer presa en ellas y devorarlas, así todos en estas tierras persiguen a los
miserables indios...»2.
Los caciques de las comunidades tenían la obligación de
remplazar a los mitayos que iban muriendo, con nuevos hombres de dieciocho a
cincuenta años de edad. El corral de repartimiento, donde se adjudicaban los indios
a los dueños de las minas y los ingenios, una gigantesca cancha de paredes de
piedra, sirve ahora para que los obreros jueguen al fútbol; la cárcel de los mitayos,
un informe montón de ruinas, puede ser todavía contemplada a la entrada de
Potosí.
En la Recopilación de Leyes de Indias no faltan decretos de aquella época
estableciendo la igualdad de derechos de los indios y los españoles para explotar
las minas y prohibiendo expresamente que se lesionaran los derechos de los
nativos. La historia formal —letra muerta que en nuestros tiempos recoge la letra
1 Enrique Finot, Nueva historia de Bolivia, Buenos Aires, 1946.
2 Obras citadas.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 36
muerta de los tiempos pasados— no tendría de qué quejarse, pero mientras se
debatía en legajos infinitos la legislación del trabajo indígena y estallaba en tinta el
talento de los juristas españoles, en América la ley «se acataba pero no se cumplía».
En los hechos, «el pobre del indio es una moneda -al decir de Luis Capoche- con la
cual se halla todo lo que es menester, como con oro y plata, y muy mejor».
Numerosos individuos reivindicaban ante los tribunales su condición de mestizos
para que no los mandaran a los socavones, ni los vendieran y revendieran en el
mercado.
A fines del siglo XVII, Concolorcorvo, por cuyas venas corría sangre indígena,
renegaba así de los suyos: «No negamos que las minas consumen número considerable de
indios, pero esto no procede del trabajo que tienen en las minas de plata y azogue, sino del
libertinaje en que viven». El testimonio de Capoche, que tenía muchos indios a su
servicio, resulta ilustrativo en este sentido. Las glaciales temperaturas de la
intemperie alternaban, con los calores infernales en lo hondo del cerro. Los indios
entraban en las profundidades, «y ordinariamente los sacan muertos y otros
quebradas las cabezas y piernas, y en los ingenios cada día se hieren». Los mitayos
hacían saltar el mineral a punta de barreta y luego lo subían cargándolo a la
espalda, por escalas, a la luz de una vela. Fuera del socavón, movían los largos ejes
de madera en los ingenios o fundían la plata a fuego, después de molerla y lavarla.
La «mita» era una máquina de triturar indios. El empleo del mercurio para la
extracción de la plata por amalgama envenenaba tanto o más que los gases tóxicos
en el vientre de la tierra. Hacía caer el cabello y los dientes y provocaba temblores
indominables. Los «azogados» se arrastraban pidiendo limosna por las calles. Seis
mil quinientas fogatas ardían en la noche sobre las laderas del cerro rico, y en ellas
se trabajaba la plata valiéndose del viento que enviaba el «glorioso san Agustino»
desde el cielo. A causa del humo de los hornos no había pastos ni sembradíos en un
radio de seis leguas alrededor de Potosí, y las emanaciones no eran menos
implacables con los cuerpos de los hombres.
No faltaban las justificaciones ideológicas. La sangría del Nuevo Mundo se
convertía en un acto de caridad o una razón de fe. Junto con la culpa nació todo un
sistema de coartadas para las conciencias culpables. Se transformaba a los indios en
bestias de carga, porque resistían un peso mayor que el que soportaba el débil lomo
de la llama, y de paso se comprobaba que, en efecto, los indios eran bestias de
carga. Un virrey de México consideraba que no había mejor remedio que el trabajo
en las minas para curar la «maldad natural» de los indígenas. Juan Ginés de
Sepúlveda, el humanista, sostenía que los indios merecían el trato que recibían
porque sus pecados e idolatrías constituían una ofensa contra Dios. El conde de
Buffon afirmaba que no se registraba en los indios, animales frígidos y débiles,
«ninguna actividad del alma». El abate De Paw inventaba una América donde los
indios degenerados alternaban con perros que no sabían ladrar, vacas incomestibles
y camellos impotentes. La América de Voltaire, habitada por indios perezosos y
estúpidos, tenía cerdos con el ombligo a la espalda y leones calvos y cobardes.
Bacon, De Maistre, Montesquieu, Hume y Bodin se negaron a reconocer como
semejantes a los «hombres degradados» del Nuevo Mundo. Hegel habló de la
impotencia física y espiritual de América y dijo que los indígenas habían perecido
al soplo de Europa.1
1 Antonello Gerbi, Una disputa del Nuevo Mundo, México, 1960, y Daniel Vídart, op. cit.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 37
En el siglo XVII, el padre Gregorio García sostenía que los indios eran de
ascendencia judía, porque al igual que los judíos «son perezosos, no creen en los
milagros de Jesucristo y no están agradecidos a los españoles por todo el bien que
les han hecho». Al menos, no negaba este sacerdote que los indios descendieran de
Adán y Eva: eran numerosos los teólogos y pensadores que no habían quedado
convencidos por la Bula del Papa Paulo III, emitida en 1537, que había declarado a
los indios «verdaderos hombres». El padre Bartolomé de Las Casas agitaba la corte
española con sus denuncias contra la crueldad de los conquistadores de América:
en 1557, un miembro del real consejo le respondió que los indios estaban
demasiado bajos en la escala de la humanidad para ser capaces de recibir la fe.1 Las
Casas dedicó su fervorosa vida a la defensa de los indios frente a los desmanes de
los mineros y los encomenderos.
Decía que los indios preferían ir al infierno para no encontrarse con los
cristianos. A los conquistadores y colonizadores se les «encomendaban» indígenas
para que los catequizaran. Pero como los indios debían al «encomendero» servicios
personales y tributos económicos, no era mucho el tiempo que quedaba para
introducirlos en el cristiano sendero de la salvación. En recompensa a sus servicios,
Hernán Cortés había recibido veintitrés mil vasallos; se repartían los indios al
mismo tiempo que se otorgaban las tierras mediante mercedes reales o se las
obtenía por el despojo directo. Desde 1536 los indios eran otorgados en
encomienda, junto con su descendencia, por el término de dos vidas: la del
encomendero y su heredero inmediato; desde 1629 el régimen se fue extendiendo,
en la práctica. Se vendían las tierras con los indios adentro2 En el siglo XVIII, los
indios, los sobrevivientes, aseguraban la vida cómoda de muchas generaciones por
venir. Como los dioses vencidos persistían en sus memorias, no faltaban coartadas
santas para el usufructo de su mano de obra por parte de los vencedores: los indios
eran paganos, no merecían otra vida. ¿Tiempos pasados? Cuatrocientos veinte años
después de la Bula del Papa Paulo III, en septiembre de 1957, la Corte Suprema de
Justicia del Paraguay emitió una circular comunicando a todos los jueces del país
que «los indios son tan seres humanos como los otros habitantes de la república... »
Y el Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica de Asunción
realizó posteriormente una encuesta reveladora en la capital y en el interior: de
cada diez paraguayos, ocho creen que «los indios son como animales». En
Caaguazú, en el Alto Paraná y en el Chaco, los indios son cazados como fieras,
vendidos a precios baratos y explotados en régimen de virtual esclavitud. Sin
embargo, casi todos los paraguayos tienen sangre indígena, y el Paraguay no se
cansa de componer canciones, poemas y discursos en homenaje al «alma guaraní».
LA NOSTALGIA PELEADORA DE TUPAC AMARU
Cuando los españoles irrumpieron en América, estaba en su apogeo el imperio
teocrático de los incas, que extendía su poder sobre lo que hoy llamamos Perú,
1 Lewis Hanke, Estudios sobre fray Bartolomé de Las Casas y sobre la lucha por la justicia en la conquista
española de América, Caracas, 1968.
2 J. M. Ot sCapdequí, op. cit.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 38
Bolivia y Ecuador, abarcaba parte de Colombia y de Chile y llegaba hasta el norte
argentino y la selva brasileña; la confederación de los aztecas había conquistado un
alto nivel de eficacia en el valle de México, y en Yucatán y Centroamérica la
civilización espléndida de los mayas persistía en los pueblos herederos,
organizados para el trabajo y la guerra.
Estas sociedades han dejado numerosos testimonios de su grandeza, a pesar
de todo el largo tiempo de la devastación: monumentos religiosos levantados con
mayor sabiduría que las pirámides egipcias, eficaces creaciones técnicas para la
pelea contra la naturaleza, objetos de arte que delatan un invicto talento. En el
museo de Lima pueden verse centenares de cráneos que fueron objeto de
trepanaciones y curaciones con placas de oro y plata por parte de los cirujanos
incas. Los mayas habían sido grandes astrónomos, habían medido el tiempo y el
espacio con precisión asombrosa, y habían descubierto el valor de la cifra cero antes
que ningún otro pueblo en la historia. Las acequias y las islas artificiales creadas
por los aztecas deslumbraron a Hernán Cortés, aunque no eran de oro.
La conquista rompió las bases de aquellas civilizaciones. Peores consecuencias
que la sangre y el fuego de la guerra tuvo la implantación de una economía minera.
Las minas exigían grandes desplazamientos de población y desarticulaban las
unidades agrícolas comunitarias; no sólo extinguían vidas innumerables a través
del trabajo forzado, sino que además, indirectamente, abatían el sistema colectivo
de cultivos. Los indios eran conducidos a los socavones, sometidos a la
servidumbre de los encomenderos y obligados a entregar por nada las tierras que
obligatoriamente dejaban o descuidaban. En la costa del Pacífico los españoles
destruyeron o dejaron extinguir los enormes cultivos de maíz, yuca, frijoles,
pallares, maní, papa dulce; el desierto devoró rápidamente grandes extensiones de
tierra que habían recibido vida de la red incaica de irrigación. Cuatro siglos y
medio después de la conquista sólo quedan rocas y matorrales en el lugar de la
mayoría de los caminos que unían el imperio. Aunque las gigantescas obras
públicas de los incas fueron, en su mayor parte, borradas por el tiempo o por la
mano de los usurpadores, restan aún, dibujadas en la cordillera de los Andes, las
interminables terrazas que permitían y todavía permiten cultivar las laderas de las
montañas. Un técnico norteamericano1 estimaba, en 1936, que si en ese año se
hubieran construido, con métodos modernos, esas terrazas, hubieran costado unos
treinta mil dólares por acre. Las terrazas y los acueductos de irrigación fueron
posibles, en aquel imperio que no conocía la rueda, el caballo ni el hierro, merced a
la prodigiosa organización y a la perfección técnica lograda a través de una sabía
división del trabajo, pero también gracias a la fuerza religiosa que regía la relación
del hombre con la tierra que era sagrada y estaba, por lo tanto, siempre viva.
También habían sido asombrosas las respuestas aztecas al desafío de la
naturaleza. En nuestros días, los turistas conocen por «jardines flotantes» las pocas
islas sobrevivientes en el lago desecado donde ahora se levanta, sobre las ruinas
indígenas, la capital de México. Esas islas habían sido creadas por los aztecas para
dar respuesta al problema de la falta de tierras en el lugar elegido para la creación
de Tenochtitlán. Los indios habían trasladado grandes masas de barro desde las
orillas y habían apresado las nuevas islas de limo entre delgadas paredes de cañas,
hasta que las raíces de los árboles les dieron firmeza. Por entre los nuevos espacios
1 Un miembro del Servicio Norteamericano de Conservación de Suelos, según John Collier, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 39
de tierra se deslizaban los canales de agua. Sobre estas islas inusitadamente fértiles
creció la poderosa capital de los aztecas, con sus amplias avenidas, sus palacios de
austera belleza y sus pirámides escalonadas: brotada mágicamente de la laguna,
estaba condenada a desaparecer ante los embates de la conquista extranjera. Cuatro
siglos demoraría México para alcanzar una población tan numerosa como la que
existía en aquellos tiempos.
Los indígenas eran, como dice Darcy Ribeiro, el combustible del sistema
productivo colonial. «Es casi seguro -escribe Sergío Bagú- que a las minas hispanas
fueron arrojados centenares de indios escultores, arquitectos, ingenieros y
astrónomos confundidos entre la multitud esclava, para realizar un burdo y
agotador trabajo de extracción. Para la economía colonial, la habilidad técnica de
esos individuos no interesaba. Sólo contaban ellos como trabajadores no
calificados». Pero no se perdieron todas las esquirlas de aquellas culturas rotas. La
esperanza del renacimiento de la dignidad perdida alumbraría numerosas
sublevaciones indígenas. En 1781 Túpac Amaru puso sitio al Cuzco.
Este cacique mestizo, directo descendiente de los emperadores incas, encabezó
el movimiento mesiánico y revolucionario de mayor envergadura. La gran rebelión
estalló en la provincia de Tinta. Montado en su caballo blanco, Túpac Amaru entró
en la plaza de Tungasuca y al son de tambores y pututus anunció que había
condenado a la horca al corregidor real Antonio Juan de Arriaga, y dispuso la
prohibición de la mita de Potosí. La provincia de Tinta estaba quedando
despoblada a causa del servicio obligatorio en los socavones de plata del cerro rico.
Pocos días después, Túpac Amaru expidió un nuevo bando por el que decretaba la
libertad de los esclavos. Abolió todos los impuestos y el «repartimiento» de mano
de obra indígena en todas sus formas. Los indígenas se sumaban, por millares y
millares, a las fuerzas del «padre de todos los pobres y de todos los miserables y
desvalidos». Al frente de sus guerrilleros, el caudillo se lanzó sobre el Cuzco.
Marchaba predicando arengas: todos los que murieran bajo sus órdenes en esta
guerra resucitarían para disfrutar las felicidades y las riquezas de las que habían
sido despojados por los invasores. Se sucedieron victorias y derrotas; por fin,
traicionado y capturado por uno de sus jefes, Túpac Amaru fue entregado, cargado
de cadenas, a los realistas. En su calabozo entró el visitador Areche para exigirle, a
cambio de promesas, los nombres de los cómplices de la rebelión. Túpac Amaru le
contestó con desprecio: «Aquí no hay más cómplice que tú y yo; tú por opresor, y
yo por libertador, merecemos la muerte»1
Tupac fue sometido a suplicio, junto con su esposa, sus hijos y sus principales
partidarios, en la plaza del Wacaypata, en el Cuzco. Le cortaron la lengua. Ataron
sus brazos y sus piernas a cuatro caballos, para descuartizarlo, pero el cuerpo no se
partió. Lo decapitaron al pie de la horca. Enviaron la cabeza a Tinta. Uno de sus
brazos fue a Tungasuca y el otro a Carabaya. Mandaron una pierna a Santa Rosa y
la otra a Livitaca. Le quemaron el torso y arrojaron las cenizas al río Watanay. Se
recomendó que fuera extinguida toda su descendencia, hasta el cuarto grado.
En 1802 otro cacique descendiente de los incas, Astorpilco, recibió la visita de
Humboldt. Fue en Cajamarca, en el exacto sitio donde su antepasado, Atahualpa,
1 Daniel Valcárcel, La rebelión de Túpac Amam, México, 1947.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 40
había visto por primera vez al conquistador Pizarro. El hijo del cacique acompañó
al sabio alemán a recorrer las ruinas del pueblo y los escombros del antiguo palacio
incaico, y mientras caminaban le hablaba de los fabulosos tesoros escondidos bajo
el polvo y las cenizas. «¿No sentís a veces el antojo de cavar en busca de los tesoros
para satisfacer vuestras necesidades?», le preguntó Humboldt. Y el joven contestó:
«Tal antojo no nos viene. Mi padre dice que sería pecaminoso. Si tuviéramos las
ramas doradas con todos los frutos de oro, los vecinos blancos nos odiarían y nos
harían daño»1
El cacique cultivaba un pequeño campo de trigo. Pero eso no bastaba para
ponerse a salvo de la codicia ajena. Los usurpadores, ávidos de oro y plata y
también de brazos esclavos para trabajar las minas, no demoraron en abalanzarse
sobre las tierras cuando los cultivos ofrecieron ganancias tentadoras. El despojo
continuó todo a lo largo del tiempo, y en 1969, cuando se anunció la reforma
agraria en el Perú, todavía los diarios daban cuenta, frecuentemente, de que los
indios de las comunidades rotas de la sierra invadían de tanto en tanto,
desplegando sus banderas, las tierras que habían sido robadas a ellos o a sus
antepasados, y eran repelidos a balazos por el ejército. Hubo que esperar casi dos
siglos desde Tupac Amaru para que el general nacionalista Juan Velasco Alvarado
recogiera y aplicara aquella frase del cacique, de resonancias inmortales:
«¡Campesino! ¡El patrón ya no comerá más tu pobreza!»
Otros héroes que el tiempo se ocupó de rescatar de la derrota fueron los
mexicanos Hidalgo y Morelos. Miguel Hidalgo, que había sido hasta los cincuenta
años un apacible cura rural, un buen día echó a vuelo las campanas de la iglesia de
Dolores llamando a los indios a luchar por su liberación: «¿Queréis empeñaros en el
esfuerzo de recuperar, de los odiados españoles, las tierras robadas a vuestros
antepasados hace trescientos años?». Levantó el estandarte de la virgen india de
Guadalupe, y antes de seis semanas ochenta mil hombres lo seguían, armados con
machetes, picas, hondas, arcos y flechas. El cura revolucionario puso fin a los
tributos y repartió las tierras de Guadalajara; decretó la libertad de los esclavos;
abalanzó sus fuerzas sobre la ciudad de México. Pero fue finalmente ejecutado, al
cabo de una derrota militar y, según dicen, dejó al morir un testimonio de
apasionado arrepentimiento2
La revolución no demoró en encontrar un nuevo jefe, el sacerdote José María
Morelos: «Deben tenerse como enemigos todos los ricos, nobles y empleados de
primer orden... ». Su movimiento -insurgencia indígena y revolución social- llegó a
dominar una gran extensión del territorio de México hasta que Morelos fue también
derrotado y fusilado. La independencia de México, seis años después, «resultó ser
un negocio perfectamente hispánico, entre europeos y gentes nacidas en América...
una lucha política dentro de la misma clase reinante»3. El encomendado fue
convertido en peón y el encomendero en hacendado-.4
1 Alexander von Humboldt, Ansicbten des Natur, tomo tr. Citado en Adolf Meyer-Abich y otros, Alejandro
de Humboldt (1769-1969), Bad Godesberg, 1969.
2 Tulio Halperin Donghi, Historia contemporánea de América Latina, Madrid, 1969.
3 Ernest Gruenìng, Mexico and its Heritage, Nueva York. 1928)
4 Alonso Aguilar Monteverde, Dialéctica de la economía mexicana, México, 1968.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 41
LA SEMANA SANTA DE LOS INDIOS: TERMINA SIN RESURRECCIÓN
A principios de nuestro siglo, todavía los dueños de los pongos, indios
dedicados al servicio doméstico, los ofrecían en alquiler a través de los diarios de
La Paz.
Hasta la revolución de 1952, que devolvió a los indios bolivianos el pisoteado
derecho a la dignidad, los pongos comían las sobras de la comida del perro, a cuyo
costado dormían, y se hincaban para dirigir la palabra a cualquier persona de piel
blanca. Los indígenas habían sido bestias de carga para llevar a la espalda los
equipajes de los conquistadores: las cabalgaduras eran escasas. Pero en nuestros
días pueden verse, por todo el altiplano andino, changadores aimaras y quechuas
cargando fardos hasta con los dientes a cambio de un pan duro. La neumoconiosis
había sido la primera enfermedad profesional de América; en la actualidad, cuando
los mineros bolivianos cumplen treinta y cinco años de edad, ya sus pulmones se
niegan a seguir trabajando: el implacable polvo de sílice impregna la piel del
minero, le raja la cara y las manos, le aniquila los sentidos del olfato y el sabor, y le
conquista los pulmones, los endurece y los mata.
Los turistas adoran fotografiar a los indígenas del altiplano vestidos con sus
ropas típicas. Pero ignoran que la actual vestimenta indígena fue impuesta por
Carlos III a fines del siglo XVIII. Los trajes femeninos que los españoles obligaron a
usar a las indígenas eran calcados de los vestidos regionales de las labradoras
extremeñas, andaluzas y vascas, y otro tanto ocurre con el peinado de las indias,
raya al medio, impuesto por el virrey Toledo. No sucede lo mismo, en cambio, con
el consumo de coca, que no nació con los españoles; ya existía en tiempos de los
incas. La coca se distribuía, sin embargo, con mesura; el gobierno incaico la
monopolizaba y sólo permitía su uso con fines rituales o para el duro trabajo en las
minas. Los españoles estimularon agudamente el consumo de coca. Era un
espléndido negocio. En el siglo XVI se gastaba tanto, en Potosí, en ropa europea
para los opresores como en coca para los oprimidos. Cuatrocientos mercaderes
españoles vivían, en el Cuzco, del tráfico de coca; en las minas de plata de Potosí
entraban anualmente cien mil cestos, con un millón de kilos de hojas de coca. La
Iglesia extraía impuestos a la droga. El inca Garcilaso de la Vega nos dice, en sus
«comentarios reales», que la mayor parte de la renta del obispo y de los canónigos y
demás ministros de la iglesia del Cuzco provenía de los diezmos sobre la coca, y
que el transporte y la venta de este producto enriquecían a muchos españoles. Con
las escasas monedas que obtenían a cambio de su trabajo, los indios compraban
hojas de coca en lugar de comida: masticándolas, podían soportar mejor, al precio
de abreviar la propia vida, las mortales tareas impuestas. Además de la coca, los
indígenas consumían aguardiente, y sus propietarios se quejaban de la propagación
de los «vicios maléficos». A esta altura del siglo veinte, los indígenas de Potosí
continúan masticando coca para matar el hambre y matarse y siguen quemándose
las tripas con alcohol puro. Son las estériles revanchas de los condenados. En las
minas bolivianas, los obreros llaman todavía mita a su salario.
Desterrados en su propia tierra, condenados al éxodo eterno, los indígenas de
América Latina fueron empujados hacia las zonas más pobres, las montañas áridas
o el fondo de los desiertos, a medida que se extendía la frontera de la civilización
dominante. Los indios han padecido y padecen -síntesis del drama de toda América LatinaEduardo
Galeano Las venas abiertas de América Latina 42
la maldición de su propia riqueza. Cuando se descubrieron los placeres de oro del río
Bluefields, en Nicaragua, los indios cartas fueron rápidamente arrojados lejos de
sus tierras en las riberas, y ésta es también la historia de los indios de todos los
valles fértiles y los subsuelos ricos del río Bravo al sur. Las matanzas de los
indígenas que comenzaron con Colón nunca cesaron. En Uruguay y en la Patagonia
argentina, los indios fueron exterminados, en el siglo pasado, por tropas que los
buscaron y los acorralaron en los bosques o en el desierto, con el fin de que no
estorbaran el avance organizado de los latifundios ganaderos1.
En la Patagonia argentina, a fines de siglo, los soldados cobraban contra la
presentación de cada par de testículos. La novela de David Viñas Los dueños de la
tierra (Buenos Aires, 1959) se abre con la cacería de los indios: «Porque matar era
como violar a alguien. Algo bueno. Y hasta gustaba: había que correr, se podía
gritar, se sudaba y después se sentía hambre.. Los disparos se habían ido
espaciando. Seguramente había quedado algún cuerpo enhorquetado en uno de
esos ñidos. Un cuerpo de indío echado hacia atrás, con una mancha negruzca entre
los muslos... »)
Los indios yaquis, del estado mexicano de Sonora, fueron sumergidos en un
baño de sangre para que sus tierras, ricas en recursos minerales y fértiles para el
cultivo, pudieran ser vendidas sin inconvenientes a diversos capitalistas
norteamericanos. Los sobrevivientes eran deportados rumbo a las plantaciones de
Yucatán. Así, la península de Yucatán se convirtió no sólo en el cementerio de los
indígenas mayas que habían sido sus dueños, sino también en la tumba de los
indios yaquis, que llegaban desde lejos: a principios de siglo, los cincuenta reyes del
henequén disponían de más de cien mil esclavos indígenas en sus plantaciones.
Pese a su excepcional fortaleza física, raza de gigantes hermosos, dos tercios de los
yaquis murieron durante el primer año de trabajo esclavo2
En nuestros días, la fibra de henequén sólo puede competir con sus sustitutos
sintéticos gracias al nivel de vida sumamente bajo de sus obreros. Las cosas han
cambiado, es cierto, pero no tanto como se cree, al menos para los indígenas de
Yucatán: “Las condiciones de vida de esos trabajadores se asemeja en mucho al
trabajo esclavo», dice el profesor Arturo Bonilla Sánchez”3.
En las pendiente andinas cercanas a Bogotá, el peón indígena está obligado a
entregar jornadas gratuitas de trabajo para que el hacendado le permita cultivar, en
las noches de claro de luna, su propia parcela: «Los antepasados de este indio
cultivaban libremente, sin contraer deudas, el suelo rico de la llanura, que no
1 Los últimos charrúas, que hacia 1832 sobrevivían saqueando novillos en las campiñas salvajes del
norte del Uruguay, sufrieron la traición del presidente Fructuoso Rivera. Alejados de la espesura que
les daba protección; desmoniados y desarmados por las falsas promesas de amistad, fueron abatidos
en un paraje llamado la Boca del Tigre: «Los clarines tocaron a degüello -cuenta el escritor Eduardo
Acevedo Díaz (diario La Epoca, 19 de agosto de 1890). La horda se revolvió desesperada, cayendo uno tras
otro sus mocetones bravíos, como toros heridos en la nuca.» Varios caciques murieron. Los pocos indios que
pudieron romper el cerco de fuego se vengaron poco después. Perseguidos por el hermano de Rivera,
le tendieron una emboscada y lo acribillaron a lanzazos junto con sus soldados. El cacique Sepe «hizo
cubrir con algunos nervios del cadáver el extremo de la moharra de su lanza».
2 John Kenneth Turner, México bárbaro, México, 1967.
3 Arturo Bonilla Sánchez, Un problema que se agrava: la subocupación rural, en Neolatifundismo y explotación,
De Emiliano Zapata a Anderson Clayton & Co., varios autores, México, 1968.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 43
pertenecía a nadie. ¡El trabaja gratis para asegurarse el derecho de cultivar la pobre
montaña!»1
No se salvan, en nuestros días, ni siquiera los indígenas que viven aislados en
el fondo de las selvas. A principios de este siglo, sobrevivían aún doscientas treinta
tribus en Brasil; desde entonces han desaparecido noventa, borradas del planeta
por obra y gracia de las armas de fuego y los microbios. Violencia y enfermedad,
avanzadas de la civilización: el contacto con el hombre blanco continúa siendo, para
el indígena, el contacto con la muerte. Las disposiciones legales que desde 1537
protegen a los indios de Brasil se han vuelto contra ellos. De acuerdo con el texto de
todas las constituciones brasileñas, son «los primitivos y naturales señores» de las
tierras que ocupan. Ocurre que cuanto más ricas resultan esas tierras vírgenes más
grave se hace la amenaza que pende sobre sus vidas; la generosidad de la
naturaleza los condena al despojo y al crimen. La cacería de indios se ha desatado,
en estos últimos años, con furiosa crueldad; la selva más grande del mundo,
gigantesco espacio tropical abierto a la leyenda y a la aventura, se ha convertido,
simultáneamente, en el escenario de un nuevo sueño americano. En tren de
conquista, hombres y empresas de los Estados Unidos se han abalanzado sobre la
Amazonia como si fuera un nuevo Far West. Esta invasión norteamericana ha
encendido como nunca la codicia de los aventureros brasileños. Los indios mueren
sin dejar huellas y las tierras se venden en dólares a los nuevos interesados. El oro y
otros minerales cuantiosos, la madera y el caucho, riquezas cuyo valor comercial los
nativos ignoran, aparecen vinculadas a los resultados de cada una de las escasas
investigaciones que se han realizado. Se sabe que los indígenas han sido
ametrallados desde helicópteros y avionetas, que se les ha inoculado el virus de la
viruela, que se ha arrojado dinamita sobre sus aldeas y se les ha obsequiado azúcar
mezclada con estricnina y sal con arsénico. El propio director del Servicio de
Protección a los Indios, designado por la dictadura de Castelo Branco para sanear la
administración, fue acusado, con pruebas, de cometer cuarenta y dos tipos
diferentes de crímenes contra los indios. El escándalo estalló en 1968.
La sociedad indígena de nuestros días no existe en el vacío, fuera del marco
general de la economía latinoamericana. Es verdad que hay tribus brasileñas
todavía encerradas en la selva, comunidades del altiplano aisladas por completo
del mundo, reductos de barbarie en la frontera de Venezuela, pero por lo general
los indígenas están incorporados al sistema de producción y al mercado de
consumo, aunque sea en forma indirecta. Participan, como víctimas, de un orden
económico y social donde desempeñan el duro papel de los más explotados entre
los explotados. Compran y venden buena parte de las escasas cosas que consumen
y producen, en manos de intermediarios poderosos y voraces que cobran mucho y
pagan poco; son jornaleros en las plantaciones, la mano de obra más barata, y
soldados en las montañas; gastan sus días trabajando para el mercado mundial o
peleando por sus vencedores. En países como Guatemala, por ejemplo, constituyen
el eje de la vida económica nacional: año tras año, cíclicamente, abandonan sus
tierras sagradas, tierras altas, minifundios del tamaño de un cadáver, para brindar
doscientos mil brazos a las cosechas del café, el algodón v el azúcar en las tierras
bajas. Los contratistas los transportan en camiones, como ganado, y no siempre la
necesidad decide: a veces decide el aguardiente. Los contratistas pagan una
orquesta de marimba y hacen correr el alcohol fuerte: cuando el indio despierta de
1 René Dumont, Tierras vivas. Problemas de la reforma agraria en el mundo, México, 1963.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 44
la borrachera, ya lo acompañan las deudas. Las pagará trabajando en tierras cálidas
que no conoce, de donde regresará al cabo de algunos meses, quizá con algunos
centavos en el bolsillo, quizá con tuberculosis o paludismo. El ejército colabora
eficazmente en la tarea de convencer a los remisos.1 La expropiación de los
indígenas -usurpación de sus tierras y de su fuerza de trabajo- ha resultado y
resulta simétrica al desprecio racial, que a su vez se alimenta de la objetiva
degradación de las civilizaciones rotas por la conquista. Los efectos de la conquista
y todo el largo tiempo de la humillación posterior rompieron en pedazos la
identidad cultural y social que los indígenas habían alcanzado. Sin embargo, esa
identidad triturada es la única que persiste en Guatemala. Persiste en la tragedia.
En semana santa, las procesiones de los herederos de los mayas dan lugar a
terribles exhibiciones de masoquismo colectivo. Se arrastran las pesadas cruces, se
participa de la flagelación de Jesús paso a paso durante el interminable ascenso del
Gólgota; con aullidos de dolor, se convierte Su muerte y Su entierro en el culto de la
propia muerte y el propio entierro, la aniquilación de la hermosa vida remota. La
semana santa de los indios guatemaltecos termina sin Resurrección.2
VILLA RICA DE OURO PRETO: LA POTOSÍ DE ORO
La fiebre del oro, que continúa imponiendo la muerte o la esclavitud a los
indígenas de la Amazonia, no es nueva en Brasil; tampoco sus estragos. Durante
dos siglos a partir del descubrimiento, el suelo de Brasil había negado los metales,
tenazmente, a sus propietarios portugueses. La explotación de la madera, el «palo
Brasil», cubrió el primer período de colonización de las costas, y pronto se
organizaron grandes plantaciones de azúcar en el nordeste. Pero, a diferencia de la
América española, Brasil parecía vacío de oro y plata. Los portugueses no habían
encontrado allí civilizaciones indígenas de alto nivel de desarrollo y organización,
sino tribus salvajes y dispersas. Los aborígenes desconocían los metales; fueron los
portugueses quienes tuvieron que descubrir, por su propia cuenta, los sitios en que
se habían depositado los aluviones de oro en el vasto territorio que se iba abriendo,
a través de la derrota y el exterminio de los indígenas, a su paso de conquista.
Los bandeirantes3 de la región de São Paulo habían atravesado la vasta zona
entre la Serra de Mantiqueira y la cabecera del río São Francisco, y habían advertido
que los lechos y los bancos de varios ríos y riachuelos que por allí corrían contenían
trazas de oro aluvial en pequeñas cantidades visibles. La acción milenaria de las
lluvias había roído los filones de oro de las rocas y los había depositado en los ríos,
en el fondo de los valles y en las depresiones de las montañas. Bajo las capas de
1 Eduardo Galeano, Guatemala, país ocupado, México, 1967)
2 Los mayas quichés creían en un solo dios, practicaban el ayuno, la penitencia, la abstinencia y la
confesión; creían en el diluvio y en el fin del mundo: el cristianismo no les aportó grandes novedades.
La descomposición religiosa comenzó con la colonia. La religión católica sólo asimiló algunos aspectos
mágicos y totémicos de la religión maya, en la tentativa vana de someter la fe indígena a la ideología
de los conquistadores. El aplastamiento de la cultura original abrió paso al sincretismo, y así se
recogen, por ejemplo, en la actualidad, testimonios de la involución con respecto a aquella evolución
alcanzada: «Don Volcán necesita carne humana bien tostadita». Carlos Guzmán Bõckler y Jean-Loup
Herbert, Guatemala: una interpretación histórico-social, México, 1970).
3 Las bandeiras paulistas eran bandas errantes de organización paramilitar y de fuerza variable. Sus
expediciones selva adentro desempeñaron un papel importante en la colonización interior de Brasil.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 45
arena, tierra o arcilla, el pedregoso subsuelo ofrecía pepitas de oro que era fácil
extraer del cascalho de cuarzo; los métodos de extracción se hicieron más
complicados a medida que se fueron agotando los depósitos más superficiales. La
región de Minas Gerais entró así, impetuosamente, en la historia: la mayor cantidad
de oro hasta entonces descubierta en el mundo fue extraída en el menor espacio de
tiempo. «Aquí el oro era bosque», dice, ahora, el mendigo, y su mirada planea
sobre las torres de las iglesias. «Había oro en las veredas, crecía como pasto». Ahora
él tiene setenta y cinco años de edad y se considera a sí mismo una tradición de
Mariana (Ribeirão do Carmo), la pequeña ciudad minera cercana a Ouro Preto, que
se conserva, como Ouro Preto, detenida en el tiempo. «La muerte es cierta, la hora
incierta. Cada cual tiene su tiempo marcado», me dice el mendigo. Escupe sobre la
escalinata de piedra y sacude la cabeza: «Les sobraba el dinero», cuenta, como si los
hubiera visto. «No sabían dónde poner el dinero y por eso hacían una iglesia al lado
de la otra». En otros tiempos, esta comarca era la más importante del Brasil.
Ahora... «Ahora no», me dice el viejo. «Ahora esto no tiene vida ninguna. Aquí no
hay jóvenes. Los jóvenes se van». Camina descalzo, a mi lado, a pasos lentos bajo el
tibio sol de la tarde: «;Ve? ahí, en el frente de la iglesia, están el sol y la luna. Eso
significa que los esclavos trabajaban día y noche. Este templo fue hecho por los
negros; aquél por los blancos. Y aquélla es la casa de Monseñor Alipio, que murió a
los noventa y nueve años justos».
A lo largo del siglo XVIII, la producción brasileña del codiciado mineral
superó el volumen total del oro que España había extraído de sus colonias durante
los dos siglos anteriores1. Se estima en unos diez millones el total de negros
esclavos introducidos desde Africa, a partir de la conquista de Brasil y hasta la
abolición de la esclavitud: si bien no se dispone de cifras exactas para el siglo XVIII,
debe tenerse en cuenta que el ciclo del oro absorbió mano de obra esclava en
proporciones enormes.
Salvador de Bahía fue la capital brasileña del próspero ciclo del azúcar en el
nordeste, pero la «edad del oro» de Minas Gerais trasladó al sur el eje económico y
político del país y convirtió a Río de Janeiro, puerto de la región, en la nueva capital
de Brasil a partir de 1763. En el centro dinámico de la flamante economía minera,
brotaron las ciudades, campamentos nacidos del boom y bruscamente acrecidos en
el vértigo de la riqueza fácil, «santuarios para criminales, -vagabundos y
malhechores» -según las corteses palabras de una autoridad colonial de la época. La
Villa Rica de Ouro Preto había conquistado categoría de ciudad en 1711; nacida de
la avalancha de los mineros, era la quintaesencia de la civilización del oro. Simão
Ferreira Machado la describía, veintitrés años después, y decía que el poder de los
comerciantes de Ouro Preto excedía incomparablemente al de los más florecientes
mercaderes de Lisboa: «Hacia acá, como hacia un puerto, se dirigen y son recogidas
en la casa real de la moneda las grandiosas sumas de oro de todas las minas. Aquí
viven los hombres mejor educados, tanto los laicos como los eclesiásticos. Este es el
asiento de toda la nobleza y la fuerza de los militares. Esta es, en virtud de su
posición natural, la cabeza de América íntegra; y por el poder de sus riquezas, es la
1 Celso Furtado, op. cit . Llovían los aventureros y los cazadores de fortuna. Brasil tenía trescientos mil
habitantes en 1700; un siglo después, al cabo de los años del oro, la población se había multiplicado
once veces. No menos de trescientos mil portugueses emigraron a Brasil durante el siglo XVIII , «un
contingente mayor de población... que el que España aportó a todas sus colonias de América»
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 46
perla preciosa del Brasil».1 Otro escritor de la época, Francisco Tavares de Brito,
definía en 1732 a Ouro Preto como «la Potosí de oro».2 Con frecuencia llegaban a
Lisboa quejas y protestas por la vida pecaminosa en Ouro Preto, Sabará, São João
d'El Rei, Ribeirão do Carmo y todo el turbulento distrito minero. Las fortunas se
hacían y se deshacían en un abrir y cerrar de ojos. El padre Antonil denunciaba que
sobraban mineros dispuestos a pagar una fortuna por un negro que tocara bien la
trompeta y el doble por una prostituta mulata, «para entregarse con ella a
continuos y escandalosos pecados», pero los hombres de sotana no se portaban
mejor: de la correspondencia oficial de la época pueden extraerse numerosos
testimonios contra los «clérigos maus» que infestaban la región. Se los acusaba de
hacer uso de su inmunidad para sacar oro de contrabando dentro de las pequeñas
efigies de los santos de madera. En 1705, se afirmaba que no había en Minas Gerais
ni un solo cura dispuesto a interesarse en la fe cristiana del pueblo, y seis años
después la Corona llegó a prohibir el establecimiento de cualquier orden religiosa
en el distrito minero.
Proliferaban, de todos modos, las hermosas iglesias construidas y decoradas en
el original estilo barroco característico de la región. Minas Gerais atraía a los
mejores artesanos de la época. Exteriormente, los templos aparecían sobrios,
despojados; pero el interior, símbolo del alma divina, resplandecía en el oro puro
de los altares, los retablos, los pilares y los paneles en bajorrelieve; no se
escatimaban los metales preciosos, para que las iglesias pudieran alcanzar «también
las riquezas del Cielo», como aconsejaba el fraile Miguel de São Francisco en 1710.
Los servicios religiosos tenían altísimos precios, pero todo era fantásticamente caro
en las minas. Como había ocurrido en Potosí, Ouro Preto se lanzaba al derroche de
su riqueza súbita. Las procesiones y los espectáculos daban lugar a la exhibición de
vestidos y adornos de lujo fulgurante. En 1733 una festividad religiosa duró más de
una semana. No sólo se hacían procesiones a pie, a caballo y en triunfales carros de
nácar, sedas y oro, con trajes de fantasía y alegorías, sino también torneos ecuestres,
corridas de toros y danzas en las calles al son de flautas, gaitas y guitarras3
Los mineros despreciaban el cultivo de la tierra y la región padeció epidemias
de hambre en plena prosperidad, hacia 1700 y 1713: los millonarios tuvieron que
comer gatos, perros, ratas, hormigas, gavilanes. Los esclavos agotaban sus fuerzas y
sus días en los lavaderos de oro. «Allí trabajan -escribía Luis Gomes Ferreira-, allí
comen, y a menudo allí tienen que dormir; y como cuando trabajan se bañan en
sudor, con sus pies siempre sobre la tierra fría, sobre piedras o en el agua, cuando
descansan o comen, sus poros se cierran y se congelan de tal forma que se hacen
vulnerables a muchas peligrosas enfermedades como las muy severas pleuresías,
apoplejías, convulsiones, parálisis, neumonías y muchas otras». La enfermedad era
una bendición del cielo que aproximaba la muerte. Los capitães do mato de Minas
Gerais cobraban recompensas en oro a cambio de las cabezas cortadas de los
esclavos que se fugaban.4
Los esclavos se llamaban «piezas de Indias» cuando eran medidos, pesados y
1 Celso Furtado, Formación económica del Brasil, México, 1959.
2 C. R. Boxer, The Golden Age of Brazil (1695-1750), California, 1969
3 Augusto de Lima Júnior, Vila Rica de Ouro Preto. Sintese histórica e descritiva, Belo Horizonte, 1957.
4 C. R. Boxer, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 47
embarcados en Luanda; los que sobrevivían a la travesía del océano se convertían,
ya en Brasil, en «las manos y los pies» del amo blanco. Angola exportaba esclavos
bantúes y colmillos de elefante a cambio de ropa, bebidas y armas de fuego; pero
los mineros de Ouro Preto preferían a los negros que venían de la pequeña playa de
Whydah, en la costa de Guinea, porque eran más vigorosos, duraban un poco más
y tenían poderes mágicos para descubrir el oro. Cada minero necesitaba, además,
por lo menos una amante negra de Whydah para que la suerte lo acompañara en
las exploraciones1 La explosión del oro no sólo incremento la importación de
esclavos, sino que además absorbió buena parte de la mano de obra negra ocupada
en las plantaciones de azúcar y tabaco de otras regiones de Brasil, que quedaron sin
brazos. Un decreto real de 1711 prohibió la venta de los esclavos ocupados en
tareas agrícolas con destino al servicio en las minas, con la excepción de los que
mostraran «perversidad de carácter». Resultaba insaciable el hambre de esclavos de
Ouro Preto.
Los negros morían rápidamente, sólo en casos excepcionales llegaban a
soportar siete años continuos de trabajo. Eso sí: antes de que cruzaran el Atlántico,
los portugueses los bautizaban a todos. Y en Brasil tenían la obligación de asistir a
misa, aunque les estaba prohibido entrar en la capilla mayor o sentarse en los
bancos.
A mediados del siglo XVIII ya muchos de los mineros se habían trasladado a la
Serra do Frio en busca de diamantes. Las piedras cristales que los cazadores de oro
habían arrojado a un costado mientras exploraban los lechos de los ríos habían
resultado ser diamantes. Minas Gerais ofrecía oro y diamantes en matrimonio, en
proporciones parejas. El floreciente campamento de Tijuco se convirtió en el centro
del distrito diamantino, y en él, al igual que en Ouro Preto; los ricos vestían a la
última moda europea y se traían desde el otro lado del mar las ropas, las armas y
los muebles más lujosos: horas del delirio y el derroche. Una esclava mulata,
Francisca da Silva, conquistó su libertad al convertirse en la amante del millonario
João Fernandes de Oliveira, virtual soberano de Tijuco, y ella, que era fea y ya tenía
dos hijos, se convirtió en la Xica que manda2. Como nunca había visto el mar y
quería tenerlo cerca, su caballero le construyó un gran lago artificial en el que puso
un barco con tripulación y todo. Sobre las faldas de la sierra de Sáo Francisco
levantó para ella un castillo, con un jardín de plantas exóticas y cascadas artificiales;
en su honor daba opíparos banquetes regados por los mejores vinos, bailes
nocturnos de nunca acabar y funciones de teatro y conciertos, Todavía en 1818,
Tijuco festejó a lo grande el casamiento del príncipe de la corte portuguesa. Diez
años antes, John Mawe, un inglés que visitó Ouro Preto, se asombró de su pobreza;
encontró casas vacías y sin valor, con letreros que las ponían infructuosamente en
venta, y comió comida inmunda y escasa. Tiempo atrás había estallado la rebelión
que coincidió con la crisis en la comarca del oro. José Joaquim da Silva Xavier,
«Tiradentes», había sido ahorcado y despedazado, y otros luchadores por la
independencia habían partido desde Ouro Preto hacia la cárcel o el exilio.
1 C. R. Boxer, op. cit. En Cuba se atribulan propiedades medicinales a las esclavas. Según el testimonio
de Esteban Montejo, «había un tipo de enfermedad que recogían los blancos. Era una enfermedad en
las venas y en las partes masculinas. Se quitaba con las negras. El que la cogía se acostaba con una
negra y se la pasaba. Así se curaban en seguida». Miguel Barnet, Biografía de un cimarrón, Buenos
Aires, 1968.)
2 Joaquim Felício dos Santos, Memórias do Distrito Diamantino, Río de Janeiro: 1956.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 48
CONTRIBUCIÓN DEL ORO DE BRASIL AL PROGRESO DE INGLATERRA
El oro había empezado a fluir en el preciso momento en que Portugal firmaba
el tratado de Methuen, en 1703, con Inglaterra. Esta fue la coronación de una larga
serie de privilegios conseguidos por los comerciantes británicos en Portugal. A
cambio de algunas ventajas para sus vinos en el mercado inglés, Portugal abría su
propio mercado, y el de sus colonias, a las manufacturas británicas. Dado el
desnivel de desarrollo industrial ya por entonces existente, la medida implicaba
una condenación a la ruina para las manufacturas locales. No era con vino como se
pagarían los tejidos ingleses, sino con oro, con el oro de Brasil, y por el camino
quedarían paralíticos los telares de Portugal. Portugal no se limitó a matar en el
huevo a su propia industria, sino que, de paso, aniquiló también los gérmenes de
cualquier tipo de desarrollo manufacturero en el Brasil. El reino prohibió el
funcionamiento de refinerías de azúcar en 1715; en 1729, declaró crimen la apertura
de nuevas vías de comunicación en la región minera; en 1785, ordenó incendiar los
telares y las hilanderías brasileñas1.
Inglaterra y Holanda, campeonas del contrabando del oro y los esclavos, que
amasaron grandes fortunas en el tráfico ilegal de carne negra, atrapaban por medios
ilícitos, según se estima, más de la mitad del metal que correspondía al impuesto
del «quinto real» que debía recibir, de Brasil, la corona portuguesa. Pero Inglaterra
no recurría solamente al comercio prohibido para canalizar el oro brasileño en
dirección a Londres. Las vías legales también le pertenecían. El auge del oro, que
implicó el flujo de grandes contingentes de población portuguesa hacia Minas
Gerais, estimuló agudamente la demanda colonial de productos industriales y
proporcionó, a la vez, medios para pagarlos. De la misma manera que la plata de
Potosí rebotaba en el suelo de España, el oro de Minas Gerais sólo pasaba en
tránsito por Portugal. La metrópoli se convirtió en simple intermediaria. En 1755, el
marqués de Pombal, primer ministro portugués, intentó la resurrección de una
política proteccionista; pero ya era tarde: denunció que los ingleses habían
conquistado Portugal sin los inconvenientes de una conquista, que abastecían las
dos terceras partes de sus necesidades y que los agentes británicos eran dueños de
la totalidad del comercio portugués. Portugal no producía prácticamente nada y tan
ficticia resultaba la riqueza del oro que hasta los esclavos negros que trabajaban las
minas de la colonia eran vestidos por los ingleses2.
Celso Furtado ha hecho notar que Inglaterra, que seguía una política
clarividente en materia de desarrollo industrial, utilizó el oro de Brasil para pagar
importaciones esenciales de otros países y pudo concentrar sus inversiones en el
sector manufacturero. Rápidas y eficaces innovaciones tecnológicas pudieron ser
aplicadas gracias a esta gentileza histórica de Portugal. El centro financiero de
Europa se trasladó de Amsterdam a Londres. Según las fuentes británicas, las entradas
de oro brasileño en Londres alcanzaban a cincuenta mil libras por semana en algunos
períodos. Sin esta tremenda acumulación de reservas metálicas, Inglaterra no hubiera
podido enfrentar, posteriormente, a Napoleón3.
1 Augusto de Lima Júnior, op. cit.)
2 Allan K. Manchester, Britisb Preeminence in Brazil: it: Rice and Fall, Chapel Hill, Carolina del Norte,
1933.)
3 Celso Furtado, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 49
Nada quedó, en suelo brasileño, del impulso dinámico del oro, salvo los
templos y las obras de arte. A fines del siglo XVIII, aunque todavía no se habían
agotado los diamantes, el país estaba postrado. El Ingreso per capita de los tres
millones largos de brasileños no superaba los cincuenta dólares anuales al actual
poder adquisitivo, según los cálculos de Furtado, y éste era el nivel más bajo de
todo el período colonial. Minas Gerais cayó a pique en un abismo de decadencia y
ruina. Increíblemente, un autor brasileño agradece el favor y sostiene que el capital
inglés que salió de Minas Gerais «sirvió para la inmensa red bancaria que propició
el comercio entre las naciones y tornó posible levantar el nivel de vida de los
pueblos capaces de progreso»1.
Condenados inflexiblemente a la pobreza en función del progreso ajeno, los
pueblos mineros «incapaces» quedaron aislados y tuvieron que resignarse a
arrancar sus alimentos de las pobres tierras ya despojadas de metales y piedras
preciosas. La agricultura de subsistencia ocupó el lugar de la economía minera2. En
nuestros días, los campos de Minas Gerais son, como los del nordeste, reinos del
latifundio y de los «coroneles de hacienda», impertérritos bastiones del atraso. La
venta de trabajadores mineiros a las haciendas de otros estados es casi tan frecuente
como el tráfico de esclavos que los nordestinos padecen. Franklin de Oliveira
recorrió Minas Gerais hace poco tiempo. Encontró casas de palo a pique, pueblitos
sin agua ni luz, prostitutas con una edad media de trece años en la ruta al valle de
Jequitinhonha, locos y famélicos a la vera de los caminos. Lo cuenta en su reciente
libro A tragédia da renovação brasileira. Henri Gorceix había dicho, con razón, que
Minas Geraís tenía un corazón de oro en un pecho de hierro, pero la explotación de
su fabuloso cuadrilátero ferrifero corre por cuenta, en nuestros días, de la Hanna
Mining Co. y la Bethlehem Steel, asociadas al efecto: los yacimientos fueron
entregados en 1964, al cabo de una siniestra historia. El hierro, en manos
extranjeras, no dejará más de lo que el oro dejó3.
Sólo la explosión del talento había quedado como recuerdo del vértigo del oro,
por no mencionar los agujeros de las excavaciones y las pequeñas ciudades
abandonadas. Portugal no pudo, tampoco, rescatar otra fuerza creadora que no
fuera la revolución estética. El convento de Mafra, orgullo de Dom João V, levantó a
Portugal de la decadencia artística: en sus carillones de treinta y siete campanas, sus
vasos y sus candelabros de oro macizo, centellea todavía el oro de Minas Gerais.
Las iglesias de Minas han sido bastante saqueadas y son raros los objetos sacros, de
tamaño portátil, que en ellas perduran, pero para siempre quedaron, alzadas sobre
las ruinas coloniales, las monumentales obras barrocas, los frontispicios y los
púlpitos, los retablos, las tribunas, las figuras humanas, que diseñó, talló o esculpió
Antônio Francisco Lisboa, el «Aleijadinho», el «Tullidito», el hijo genial de una
esclava y un artesano. Ya agonizaba el siglo XVIII cuando el «Aleijadinho»
comenzó a modelar en piedra un conjunto de grandes figuras sagradas, al pie del
santuario de Bom Jesus de Matosinhos, en Congonhas do Campo. La euforia del
oro era cosa del pasado: la obra se llamaba Los profetas, pero ya no había ninguna
1 Augusto de Lima júnior, op. cit. El autor siente una gran alegría por «la expansión del imperialismo
colonizador, que los ignorantes de hoy, movidos por sus maestros moscovitas, califican de crimen».)
2 Roberto C. Simonsen, História económica do Brasil (15001820), São Paulo, 1962.)
3 Eponina Ruas, Ouro Preto. Sua história, seus templos monumentos, Río de janeiro, 1950.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 50
gloria por profetizar. Toda la pompa y la alegría se habían desvanecido y no
quedaba sitio para ninguna esperanza. El testimonio final, grandioso como un
entierro para aquella fugaz civilización del oro nacida para morir, fue dejado a los
siglos siguientes por el artista más talentoso de toda la historia de Brasil. El
«Aleijadinho», desfigurado y mutilado por la lepra, realizó su obra maestra
amarrándose el cincel y el martillo a las manos sin dedos y arrastrándose de
rodillas, cada madrugada, rumbo a su taller.
La leyenda asegura que en la iglesia de Nossa Senhora das Mercês e
Misericordia, de Minas Gerais, los mineros muertos celebran todavía misa en las
frías noches de lluvia. Cuando el sacerdote se vuelve, alzando las manos desde el
altar mayor, se le ven los huesos de la cara.
EL REY AZÚCAR Y OTROS MONARCAS AGRÍCOLAS. LAS PLANTACIONES,
LOS LATIFUNDIOS Y EL DESTINO
La búsqueda del oro y de la plata fue, sin duda, el motor central de la
conquista. Pero en su segundo viaje, Cristóbal Colón trajo las primeras raíces de
caña de azúcar, desde las islas Canarias, y las plantó en las tierras que hoy ocupa la
República Dominicana. Una vez sembradas, dieron rápidos retoños, para gran
regocijo del almirante1. El azúcar, que se cultivaba en pequeña escala en Sicilia y en
las islas Madeira y Cabo Verde y se compraba, a precios altos, en Oriente, era un
artículo tan codiciado por los europeos que hasta en los ajuares de las reinas llegó a
figurar como parte de la dote. Se vendía en las farmacias, se lo pesaba por gramos.
Durante poco menos de tres siglos a partir del descubrimiento de América, no
hubo, para el comercio de Europa, producto agrícola más importante que el azúcar
cultivado en estas tierras. Se alzaron los cañaverales en el litoral húmedo y caliente
del nordeste de Brasil y, posteriormente, también las islas del Caribe -Barbados,
Jamaica, Haití y la Dominicana, Guadalupe, Cuba, Puerto Rico y Veracruz y la costa
peruana resultaron sucesivos escenarios propicios para la explotación, en gran
escala, del «oro blanco»2 . Inmensas legiones de esclavos vinieron de África para
proporcionar, al rey azúcar, la fuerza del trabajo numerosa y gratuita que exigía:
combustible humano para quemar. Las tierras fueron devastadas por esta planta
egoísta que invadió el Nuevo Mundo arrasando los bosques, malgastando la
fertilidad natural y extinguiendo el humus acumulado por los suelos. El largo ciclo
del azúcar dio origen, en América Latina, a prosperidades tan mortales como las
que engendraron, en Potosí, Ouro Preto, Zacatecas y Guanajuato, los furores de la
plata y el oro; al mismo tiempo, impulsó con fuerza decisiva, directa e
indirectamente, el desarrollo industrial de Holanda, Francia, Inglaterra y Estados
Unidos.
La plantación, nacida de la demanda de azúcar en ultramar, era una empresa
movida por el afán de ganancia de su propietario y puesta al servicio del mercado
que Europa iba articulando internacionalmente. Por su estructura interna, sin
embargo, tomando en cuenta que se bastaba a sí misma en buena medida,
resultaban feudales algunos de sus rasgos predominantes. Utilizaba, por otra parte,
mano de obra esclava. Tres edades históricas distintas -mercantilismo, feudalismo,
1 Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, La Habana, 1.963.
2 Caio Prado Júnior, Historia económica del Brasil, Buenos Aires, 1960.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 51
esclavitud- se combinaban así en una sola unidad económica y social, pero era el
mercado internacional quien estaba en el centro de la constelación de poder que el
sistema de plantaciones integró desde temprano.
De la plantación colonial, subordinada a las necesidades extranjeras y
financiada, en muchos casos, desde el extranjero, proviene en línea recta el
latifundio de nuestros días. Este es uno de los cuellos de botella que estrangulan el
desarrollo económico de América Latina y uno de los factores primordiales de la
marginación y la pobreza de las masas latinoamericanas. El latifundio actual,
mecanizado en medida suficiente para multiplicar los excedentes de mano de obra,
dispone de abundantes reservas de brazos baratos. Ya no depende de la
importación de esclavos africanos ni de la «encomienda» indígena. Al latifundio le
basta con el pago de jornales irrisorios, la retribución de servicios en especies o el
trabajo gratuito a cambio del usufructo de un pedacito de tierra; se nutre de la
proliferación de los minifundios, resultado de su propia expansión, y de la continua
migración interna de legiones de trabajadores que se desplazan empujados por el
hambre, al ritmo de las zafras sucesivas.
La estructura combinada de la plantación funcionaba, y así funciona también
el latifundio, como un colador armado para la evasión de las riquezas naturales. Al
integrarse al mercado mundial, cada área conoció un ciclo dinámico; luego, por la
competencia de otros productos sustitutivos, por el agotamiento de la tierra o por la
aparición de otras zonas con mejores condiciones, sobrevino la decadencia. La
cultura de la pobreza, la economía de subsistencia y el letargo son los precios que
cobra, con el transcurso de los años, el impulso productivo original. El nordeste era
la zona más rica de Brasil y hoy es la más pobre; en Barbados y Haití habitan
hormigueros humanos condenados a la miseria; el azúcar se convirtió en la llave
maestra del dominio de Cuba por los Estados Unidos, al precio del monocultivo y
del empobrecimiento implacable del suelo. No sólo el azúcar. Esta es también la
historia del cacao, que alumbró la fortuna de la oligarquía de Caracas; del algodón
de Maranhão, de súbito esplendor y súbita caída; de las plantaciones de caucho en
el Amazonas, convertidas en cementerios para los obreros nordestinos reclutados a
cambio de moneditas; de los arrasados bosques de quebracho del norte argentino y
del Paraguay; de las fincas de henequén, en Yucatán, donde los indios yaquis
fueron enviados al exterminio. Es también la historia del café, que avanza
abandonando desiertos a sus espaldas, y de las plantaciones de frutas en Brasil, en
Colombia, en Ecuador y en los desdichados países centroamericanos. Con mejor o
peor suerte, cada producto se ha ido convirtiendo en un destino, muchas veces
fugaz, para los países, las regiones y los hombres. El mismo itinerario han seguido,
por cierto, las zonas productoras de riquezas minerales. Cuanto más codiciado por el
mercado mundial, mayor es la desgracia que un producto trae consigo al pueblo
latinoamericano que, con su sacrificio, lo crea. La zona menos castigada por esta ley de
acero, el río de la Plata, que arrojaba cueros y luego carne y lana a las corrientes del
mercado internacional, no ha podido, sin embargo, escapar de la jaula del
subdesarrollo.
EL ASESINATO DE LA TIERRA EN EL NORDESTE DE BRASIL
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 52
Las colonias españolas proporcionaban, en primer lugar, metales. Muy
temprano se habían descubierto, en ellas, los tesoros y las vetas. El azúcar, relegada
a un segundo plano, se cultivó en Santo Domingo, luego en Veracruz, más tarde en
la costa peruana y en Cuba. En cambio, hasta mediados del siglo XVII, Brasil fue el
mayor productor mundial de azúcar. Simultáneamente, la colonia portuguesa de
América era el principal mercado de esclavos; la mano de obra indígena, muy
escasa, se extinguía rápidamente en los trabajos forzados, y el azúcar exigía grandes
contingentes de mano de obra para limpiar y preparar los terrenos, plantar,
cosechar y transportar la caña y, por fin, molerla y purgarla. La sociedad colonial
brasileña, subproducto del azúcar, floreció en Bahía y Pernambuco, hasta que el
descubrimiento del oro trasladó su núcleo central a Minas Gerais.
Las tierras fueron cedidas por la corona portuguesa, en usufructo, a los
primeros grandes terratenientes de Brasil. La hazaña de la conquista habría de
correr pareja con la organización de la producción. Solamente doce «capitanes»
recibieron, por carta de donación, todo el inmenso territorio colonial inexplorado1,
para explotarlo al servicio del monarca. Sin embargo, fueron capitales holandeses
los que financiaron, en mayor medida, el negocio, que resultó en resumidas
cuentas, más flamenco que portugués Las empresas holandesas no sólo
participaron en la instalación de los ingenios y en la importación de los
esclavos;
además, recogían el azúcar en bruto en Lisboa, lo refinaban obteniendo utilidades
que llegaban a la tercera parte del valor del producto, y lo vendían en Europa2. En
1630 la Dutch West India Company invadió y conquistó la costa nordeste de Brasil
para asumir directamente el control del producto. Era preciso multiplicar las
fuentes del azúcar, para multiplicar las ganancias, y la empresa ofreció a los
ingleses de la isla Barbados todas las facilidades para iniciar el cultivo en gran
escala en las Antillas. Trajo a Brasil colonos del Caribe, para que allí, en sus
flamantes dominios, adquirieran los necesarios conocimientos técnicos y la
capacidad de organización. Cuando los holandeses fueron por fin expulsados del
nordeste brasileño, en 1654, ya habían echado las bases para que Barbados se
lanzara a una competencia furiosa y ruinosa. Habían llevado negros y raíces de
caña, habían levantado ingenios y les habían proporcionado todos los implementos.
Las exportaciones brasileñas cayeron bruscamente a la mitad, y a la mitad bajaron
los precios del azúcar a fines del siglo XVII. Mientras tanto, en un par de décadas,
se multiplicó por diez la población negra de Barbados. Las Antillas estaban más
cerca del mercado europeo, Barbados proporcionaba tierras todavía invictas y
producía con mejor nivel técnico. Las tierras brasileñas se habían cansado. La
formidable magnitud de las rebeliones de los esclavos en Brasil y la aparición del
oro en el sur, que arrebataba mano de obra a las plantaciones, precipitaron también
la crisis del nordeste azucarero. Fue una crisis definitiva. Se prolongó,
arrastrándose penosamente de siglo en siglo, hasta nuestros días.
El azúcar había arrasado el nordeste. La franja húmeda del litoral, bien regada
por las lluvias, tenía un suelo de gran fertilidad, muy rico en humus y sales
minerales, cubierto por los bosques desde Bahía hasta Ceará. Esta región de
bosques tropicales se convirtió, como dice Josué de Castro, en una región de
1 Sergio Begú, Economia de la sociedad colonial. Ensayo de historia comparada de América Latina,
Buenos Aires, 1949
2 Celso Furtado, Formación económica del Brasil, Méxicc Buenos Aires, 1959.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 53
sabanas1 . Naturalmente nacida para producir alimentos, pasó a ser una región de
hambre. Donde todo brotaba con vigor exuberante, el latifundio azucarero,
destructivo y avasallador, dejó rocas estériles, suelos lavados, tierras erosionadas.
Se habían hecho, al principio, plantaciones de naranjos y mangos, que «fueron
abandonadas a su suerte y se redujeron a pequeñas huertas que rodeaban la casa
del dueño del ingenio, exclusivamente reservadas a la familia del plantador
blanco»2. Los incendios que abrían tierras a los cañaverales devastaron la floresta y
con ella la fauna; desaparecieron los ciervos, los jabalíes, los tapires, los conejos, las
pacas y los tatúes. La alfombra vegetal, la flora y la fauna fueron sacrificadas, en los
altares del monocultivo, a la caña de azúcar. La producción extensiva agotó
rápidamente los suelos.
A fines del siglo XVII, había en Brasil no menos de 120 ingenios, que sumaban
un capital cercano a los dos millones de libras, pero sus dueños, que poseían las
mejores tierras, no cultivaban alimentos. Los importaban, como importaban una
vasta gama de artículos de lujo que llegaban, desde ultramar, junto con los esclavos
y las bolsas de sal. La abundancia y la prosperidad eran, como de costumbre,
simétricas a la miseria de la mayoría de la población, que vivía en estado crónico de
subnutrición. La ganadería fue relegada a los desiertos del interior, lejos de la franja
húmeda de la costa: el sertão que, con un par de reses por kilómetro cuadrado,
proporcionaba (y aún proporciona) la carne dura y sin sabor, siempre escasa. De
aquellos tiempos coloniales nace la costumbre, todavía vigente, de comer tierra. La
falta de hierro provoca anemia; el instinto empuja a los niños nordestinos a
compensar con tierra las sales minerales que no encuentran en su comida habitual,
que se reduce a la harina de mandioca, los frijoles y, con suerte, el tasajo.
Antiguamente, se castigaba este «vicio africano» de los niños poniéndoles bozales o
colgándolos dentro de cestas de mimbre a larga distancia del suelo3
El nordeste de Brasil es, en la actualidad, la región más subdesarrollada del
hemisferio occidental4 Gigantesco campo de concentración para treinta millones de
personas, padece hoy la herencia del monocultivo del azúcar. De sus tierras brotó el
negocio más lucrativo de la economía agrícola colonial en América Latina. En la
actualidad, menos de la quinta parte de la zona húmeda de Pernambuco está
dedicada al cultivo de la caña de azúcar, y el resto no se usa para nada : los dueños
de los grandes ingenios centrales, que son los mayores plantadores de caña, se dan
este lujo del desperdicio, manteniendo improductivos sus vastos latifundios5. No es
en las zonas áridas y semiáridas del interior nordestino donde la gente come peor,
como equivocadamente se cree. El sertáo, desierto de piedra y arbustos ralos,
vegetación escasa, padece hambres periódicas: el sol rajante de la sequía se abate
sobre la tierra y la reduce a un paisaje lunar; obliga a los hombres al éxodo y
1 JosuéCastro, Geografía da forre, São Paulo, 1963.
2 Ibid.
3 Ibid. Un viajero inglés, Henry Koster, atribuía la costumbre de comer tierra al contacto de los niños
blancos con los negritos, “que contagian este vicio africano”.
4 El nordeste padece, por varias vías, una suerte de colonialismo interno en beneficio del sur
industrializado. Dentro del nordeste, a la vez, la región del sertáo está subordinada a la zona
azucarera a la cual abastece, y los latifundios azucareros dependen de las plantas industrializadoras
del producto. La vieja institución del senhor de engenho está en crisis; los molinos centrales han
devorado a las plantaciones)
5 Según las investigaciones del Instituto Joaquím Nabuco de Pesquisas Sociais, de Pernambuco, citadas
por Kit Sim Taylor en El nordeste brasileño. azúcar y plusvalía, Monthh Revíew, núm. 63, Santiago de
Chile, junio de 1969.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 54
siembra de cruces los bordes de los caminos. Pero es en el litoral húmedo donde se
padece hambre endémica. Allí donde más opulenta es la opulencia, más miserable
resulta, tierra de contradicciones, la miseria: la región elegida por la naturaleza para
producir todos los alimentos, los niega todos: la franja costera todavía conocida,
ironía del vocabulario, como zona da mata, «zona del bosque», en homenaje al
pasado remoto y a los míseros vestigios de la forestación sobreviviente a los siglos
del azúcar. El latifundio azucarero, estructura del desperdicio, continúa obligando
a traer alimentos desde otras zonas, sobre todo de la región centro-sur del país, a
precios crecientes. El costo de la vida en Recife es el más alto de Brasil, por encima
del índice de Río de Janeiro. Los frijoles cuestan más caros en el nordeste que en
Ipanema, la lujosa playa de la bahía carioca. Medio kilo de harina de mandioca
equivale al salario diario de un trabajador adulto en una plantación de azúcar, por
su jornada de sol a sol: si el obrero protesta, el capataz manda buscar al carpintero
para que le vaya tomando las medidas del cuerpo. Para los propietarios o sus
administradores sigue en vigencia, en vastas zonas, el «derecho a la primera noche»
de cada muchacha. La tercera parte de la población de Recife sobrevive marginada
en las chozas de los bajos fondos; en un barrio, Casa Amarela, más de la mitad de
los niños que nacen muere antes de llegar al año1 La prostitución infantil, niñas de
diez o doce años vendidas por sus padres, es frecuente en las ciudades del
nordeste. La jornada de trabajo en algunas plantaciones se paga por debajo de los
jornales bajos de la India. Un informe de la FAO, organismo de las Naciones
Unidas, aseguraba en 1957 que en la localidad de Vitoria, cerca de Recife, la
deficiencia de proteínas «provoca en los niños una pérdida de peso de un 40% más
grave de lo que se observa generalmente en Africa». En numerosas plantaciones
subsisten todavía las prisiones privadas, «pero los responsables de los asesinatos
por subalimentación --dice René Dumorit-- no son encerrados en ellas, porque son
los que tienen las llaves»2. Pernambuco produce ahora menos de la mitad del
azúcar que produce el estado de São Paulo, y con rendimientos menores por
hectárea; sin embargo, Pernambuco vive del azúcar, y de ella viven sus habitantes
densamente concentrados en la zona húmeda, mientras que el estado de São Paulo
contiene el centro industrial más poderoso de América Latina. En el nordeste ni
siquiera el progreso resulta progresista, porque hasta el progreso está en manos de
pocos propietarios. El alimento de las minorías se convierte en el hambre de las
mayorías. A partir de 1870, la industria azucarera se modernizó considerablemente
con la creación de los grandes molinos centrales, y entonces «la absorción de las
tierras por los latifundios progresó de modo alarmante, acentuando la miseria
alimentaria de esa zona»3. En la década de 1950, la industrialización en auge
incrementó el consumo del azúcar en Brasil. La producción nordestina tuvo un
gran impulso, pero sin que aumentaran los rendimientos por hectárea. Se
incorporaron nuevas tierras, de inferior calidad, a los cañaverales, y el azúcar
nuevamente devoró las pocas áreas dedicadas a la producción de alimentos.
Convertido en asalariado, el campesino que antes cultivaba su pequeña parcela no
mejoró con la nueva situación, pues no gana suficiente dinero para comprar los
alimentos que antes producía4. Como de costumbre, la expansión expandió el
hambre.
1 Franklin de Oliveira, Revolución y contrarrevolución en Brasil, Buenos Aires, 1965.
2 René Dumont, Tierras vivas. Problemas de la reforma agraria en el mundo, México, 1963.
3 Josué de Castro, op. cit.
4 Celso Furtado, Dialética do desenvolvimento, Río de Janeiro, 1964.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 55
A PASO DE CARGA EN LAS ISLAS DEL CARIBE
Las Antillas eran las Sugar Islands, las islas del azúcar: sucesivamente
incorporadas al mercado mundial como productoras de azúcar, al azúcar quedaron
condenadas, hasta nuestros días, Barbados, las islas de Sotavento; Trinidad Tobago,
la Guadalupe, Puerto Rico y Santo Domingo (la Dominicana y Haití). Prisioneras
del monocultivo de la caña en los latifundios de vastas tierras exhaustas, las islas
padecen la desocupación y la pobreza: el azúcar se cultiva en gran escala y en gran
escala irradia sus maldiciones. También Cuba continúa dependiendo, en medida
determinante, de sus ventas de azúcar, pero a partir de la reforma agraria de 1959
se inició un intenso proceso de diversificación de la economía de la isla, lo que ha
puesto punto final al desempleo: ya los cubanos no trabajan apenas cinco meses al
año, durante las zafras, sino todo a lo largo de la ininterrumpida y por cierto difícil
construcción de una sociedad nueva.
«Pensaréis tal vez, señores --decía Karl Marx en 1848-, que la producción de
café y azúcar es el destino natural de las Indias Occidentales. Hace dos siglos, la
naturaleza, que apenas tiene que ver con el comercio, no había plantado allí ni el
árbol del café ni la caña de azúcar»1 La división internacional del trabajo no se fue
estructurando por mano y gracia del Espíritu Santo; sino por obra de los hombres,
o, más precisamente, a causa del desarrollo mundial del capitalismo.
En realidad, Barbados fue la primera isla del Caribe donde se cultivó el azúcar
para la exportación en grandes cantidades, desde 1641, aunque con anterioridad los
españoles habían plantado caña en la Dominicana y en Cuba. Fueron los
holandeses, como hemos visto, quienes introdujeron las plantaciones en la
minúscula isla británica; en 1666 ya había en Barbados ochocientas plantaciones de
azúcar y más de ochenta mil esclavos. Vertical y horizontalmente ocupada por el
latifundio naciente, Barbados no tuvo mejor suerte que el nordeste de Brasil. Antes,
la isla disfrutaba el policultivo; producía, en pequeñas propiedades, algodón y
tabaco, naranjas, vacas y cerdos. Los cañaverales devoraron los cultivos agrícolas y
devastaron los densos bosques, en nombre de un apogeo que resultó efímero.
Rápidamente, la isla descubrió que sus suelos se habían agotado, que no tenía cómo
alimentar a su población y que estaba produciendo azúcar a precios fuera de
competencia2
Ya el azúcar se había propagado a otras islas, hacia el archipiélago de
Sotavento, Jamaica y, en tierras continentales, las Guayanas. A principios del siglo
XVIII, los esclavos eran, en Jamaica, diez veces más numerosos que los colonos
blancos. También su suelo se cansó en poco tiempo. En la segunda mitad del siglo,
el mejor azúcar del mundo brotaba del suelo esponjoso de las llanuras de la costa
1 Karl Marx, Discurso sobre el libre cambio, en Miseria de la filosofía, Moscú, s. f.
2 Vincent T. Harlow, A History of Barbados, Oxford, 1926
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 56
de Haití, una colonia francesa que por entonces se llamaba Saint Domingue. Al
norte y al oeste, Haití se convirtió en un vertedero de esclavos: el azúcar exigía cada
vez más brazos. En 1786, llegaron a la colonia veintisiete mil esclavos, y al año
siguiente cuarenta mil. En el otoño de 1791 estalló la revolución. En un solo mes,
septiembre, doscientas plantaciones de caña fueron presa de las llamas; los
incendios y los combates se sucedieron sin tregua a medida que los esclavos
insurrectos iban empujando a los ejércitos franceses hacia el océano. Los barcos
zarpaban cargando cada vez más franceses y cada vez menos azúcar. La guerra
derramó ríos de sangre y devastó las plantaciones. Fue larga. El país, en cenizas,
quedó paralizado; a fines de siglo la producción había caído verticalmente. «En
noviembre de 1803 casi toda la colonia, antiguamente floreciente, era un gran
cementerio de cenizas y escombros», dice Lepkowski1.. La revolución haitiana
había coincidido, y no sólo en el tiempo, con la revolución francesa, y Haití sufrió
también, en carne propia, el bloqueo contra Francia de la coalición internacional:
Inglaterra dominaba los mares. Pero luego sufrió, a medida que su independencia
se iba haciendo inevitable, el bloqueo de Francia. Cediendo a la presión francesa, el
Congreso de los Estados Unidos prohibió el comercio con Haití, en 1806. Recién en
1825 Francia reconoció la independencia de su antigua colonia, pero a cambio de
una gigantesca indemnización en efectivo. En 1802, poco después de que cayera
preso el general Toussaint-Louverture, caudillo de los ejércitos esclavos, el general
Leclerc había escrito a su cuñado Napoleón, desde la isla: «He aquí mi opinión
sobre este país: hay que suprimir a todos los negros de las montañas, hombres y
mujeres, conservando sólo a los niños menores de doce años, exterminar la mitad
de los negros de las llanuras y no dejar en la colonia ni un solo mulato que lleve
charreteras»2. El trópico se vengó de Leclerc, pues murió «agarrado por el vómito
negro» pese a los conjuros mágicos de Paulina Bonaparte , sin poder cumplir su
plan, pero la indemnización en dinero resultó una piedra aplastante sobre las
espaldas de los haitanos independientes que habían sobrevivido a los baños de
sangre de las sucesivas expediciones militares enviadas contra ellos. El país nació
en ruinas y no se recuperó jamás: hoy es el más pobre de América Latina.3 La crisis
de Haití provocó el auge azucarero de Cuba, que rápidamente se convirtió en la
primera proveedora del mundo. También la producción cubana de café, otro
artículo de intensa demanda en ultramar, recibió su impulso de la caída de la
producción haitiana, pero el azúcar le ganó la carrera del monocultivo: en 1862
Cuba se verá obligada a importar café del extranjero. Un miembro dilecto de la
«sacarocracia» cubana llegó a escribir sobre «las fundadas ventajas que se pueden
sacar de la desgracia ajena»4 A la rebelión haitiana sucedieron los precios más
fabulosos de la historia del azúcar en el mercado europeo, y en 1806 ya Cuba había
duplicado, a la vez, los ingenios y la productividad.
1 Tadeusz Lèpkowski, Haití, tomo I, La Habana, 1968
2 Ibid.
3 Hay una novela espléndida de Alejo Carpentier, El reino de este mundo (Montevideo, 1966), sobre este
alucinante período de la vida de Haití. Contiene una recreación perfecta de las andanzas de Paulina y
su marido por el Caribe.)
4 Citado por Manuel Moreno Fraginals, El ingenio, La Habana, 1964
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 57
CASTILLOS DE AZÚCAR SOBRE LOS SUELOS QUEMADOS DE CUBA
Los ingleses se habían apoderado fugazmente de la Habana en 1762. Por
entonces, las pequeñas plantaciones de tabaco y la ganadería eran las bases de la
economía rural de la isla; La Habana, plaza fuerte militar, mostraba un considerable
desarrollo de las artesanías, contaba con una fundición importante, que fabricaba
cañones, y disponía del primer astillero de América Latina para construir en gran
escala buques mercantes y navíos de guerra. Once meses bastaron a los ocupantes
británicos para introducir una cantidad de esclavos que normalmente hubiese
entrado en quince años y desde esa época la economía cubana fue modelada por las
necesidades extranjeras de azúcar: los esclavos producirían la codiciada mercancía
con destino al mercado mundial y su jugosa plusvalía sería desde entonces
disfrutada por la oligarquía local y los intereses imperialistas. Moreno Fraginals
describe, con datos elocuentes, el auge violento del azúcar en los años siguientes a
la ocupación británica. El monopolio comercial español había saltado, de hecho, en
pedazos; habían quedado deshechos además los frenos al ingreso de esclavos. El
ingenio absorbía todo, hombres y tierras. Los obreros del astillero y la fundición y
los innumerables pequeños artesanos, cuyo aporte hubiera resultado fundamental
para el desarrollo de las industrias, se marchaban a los ingenios; los pequeños
campesinos que cultivaban tabaco en las vegas o frutas en las huertas, víctimas del
bestial arrasamiento de las tierras por los cañaverales, se incorporaban también a la
producción de azúcar. La plantación extensiva iba reduciendo la fertilidad de los
suelos; se multiplicaban en los campos cubanos las torres de los ingenios y cada
ingenio requería cada vez más tierras. El fuego devoraba las vegas tabacaleras y los
bosques y arrasaba las pasturas. En 1792, el tasajo, que pocos años antes era un
artículo cubano de exportación, llegaba ya en grandes cantidades del extranjero, y
Cuba continuaría importándolo en lo sucesivo».1
Languidecían el astillero y la fundición, caía verticalmente la producción de
tabaco; la jornada de trabajo de los esclavos del azúcar se extendía a veinte horas.
Sobre las tierras humeantes se consolidaba el poder de la «sacarocracia». A fines del
siglo XVIII, euforia de la cotización internacional por las nubes, la especulación
volaba: los precios de la tierra se multiplicaban por veinte en Güines; en La Habana
el interés real del dinero era ocho veces más alto que el legal; en toda Cuba la tarifa
de los bautismos, los entierros y las misas subía en proporción a la desatada
carestía de los negros y los bueyes.
Los cronistas de otros tiempos decían que podía recorrerse Cuba, a todo lo
largo, a la sombra de las palmas gigantescas y los bosques frondosos, en los que
abundaban la caoba y el cedro, el ébano y los dagames. Se puede todavía admirar
las maderas preciosas de Cuba en las mesas y en las ventanas de El Escorial o en las
1 Ya habían irrumpido los saladeros en el río de la Plata. Argentina y Uruguay, que por entonces no
existían por separado ni se llamaban así, habían adaptado sus economías a la exportación en gran
escala de carne seca y salada, cueros, grasas y sebos. Brasil y Cuba, los dos grandes centros esclavistas
del siglo xix, fueron excelentes mercados para el tasajo, un alimento muy barato, de fácil transporte y
no menos fácil almacenamiento, que no se descomponía al calor del trópico. Los cubanos llaman
todavía «Montevideo» al tasajo, pero Uruguay dejó de venderlo en 1965, sumándose así al bloqueo
dispuesto por la OEA contra Cuba. De esta manera Uruguay perdió, estúpidamente, el último
mercado que le restaba para este producto. Había sido Cuba, a fines del siglo XVIII, el primer mercado
que se abrió a la carne uruguaya, embarcada en delgadas lonjas secas. José Pedro Barrán y Benjamín
Nahum, Historia rural del Uruguay moderno (1851—1885), Montevideo, 1967.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 58
puertas del palacio real de Madrid, pero la invasión cañera hizo arder, en Cuba, con
varios fuegos sucesivos, los mejores bosques vírgenes de cuantos antes cubrían su
suelo. En los mismos años en que arrasaba su propia floresta, Cuba se convertía en
la principal compradora de madera de los Estados Unidos. El cultivo extensivo de
la caña, cultivo de rapiña, no sólo implicó la muerte del bosque sino también, a
largo plazo, «la muerte de la fabulosa fertilidad de la isla»1 Los bosques eran
entregados a las llamas y la erosión no demoraba en morder los suelos indefensos;
miles de arroyos se secaron. Actualmente, el rendimiento por hectáreas de las
plantaciones azucareras de Cuba es inferior en más de tres veces al de Perú, y
cuatro veces y media menor que el de Hawai2 El riego y la fertilización de la tierra
constituyen tareas prioritarias para la revolución cubana. Se están multiplicando las
presas hidráulicas, grandes y pequeñas, mientras se canalizan los campos y se
diseminan, sobre las castigadas tierras, los abonos.
La «sacarocracia» alumbró su engañosa fortuna al tiempo que sellaba la
dependencia de Cuba, una factoría distinguida cuya economía quedó enferma de
diabetes. Entre quienes devastaron las tierras más fértiles por medios brutales había
personajes de refinada cultura europea, que sabían reconocer un Brueghel auténtico
y podían comprarlo; de sus frecuentes viajes a París traían vasijas etruscas y ánforas
griegas, gobelinos franceses y biombos Ming, paisajes y retratos de los más
cotizados artistas británicos. Me sorprendió descubrir, en la cocina de una mansión
de La Habana, una gigantesca caja fuerte, con combinación secreta, que una
condesa usaba para guardar la vajilla. Hasta 1959 no se construían fábricas, sino
castillos de azúcar: el azúcar ponía y sacaba dictadores, proporcionaba o negaba
trabajo a los obreros, decidía el ritmo de las danzas de los millones y las crisis
terribles. La ciudad de Trinidad es, hoy, un cadáver resplandeciente. A mediados
del siglo XIX, había en Trinidad más de cuarenta ingenios, que producían 700 mil
arrobas de azúcar. Los campesinos pobres que cultivaban tabaco habían sido
desplazados por la violencia, y la zona, que había sido también ganadera, y que
antes exportaba carne, comía carne traída de fuera. Brotaron palacios coloniales,
con sus portales de sombra cómplice, sus aposentos de altos techos, arañas con
lluvias de cristales, alfombras persas, un silencio de terciopelo y en el aire las ondas
del minué, los espejos en los salones para devolver la imagen de los caballeros de
peluquín y zapatos con hebilla. Ahí está, ahora, el testimonio de los grandes
esqueletos de mármol o piedra, la soberbia de los campanarios mudos, las calesas
invadidas por el pasto. A Trinidad le dicen ahora «la ciudad de los tuvo»; porque
sus sobrevivientes blancos siempre hablan de algún antepasado que tuvo el poder y
la gloria. Pero vino la crisis de 1857, cayeron los precios del azúcar y la ciudad cayó
con ellos, para no levantarse nunca más3
Un siglo después, cuando los guerrilleros de la Sierra Maestra conquistaron el
1 Manuel Moreno Fraginals, op. cit. Hasta hace poco tiempo, navegaban por el río Sagua los
palanqueros. «Llevan una larga vara con una punta de hierro. Con ella van hiriendo el lecho del río
hasta que clavan un madero... Así, día a día, extraen del fondo del río los restos de los árboles que el
azúcar talara. Viven de los cadáveres del bosque.»
2 Celso Furtado, La economía latinoamericana desde la Conquista ibérica hasta la Revolución Cubana,
Santiago de Chile, 1969, México, 1969.
3 Moreno Fraginals ha observado, agudamente, que los nombres de los ingenios nacidos en el siglo xrx
reflejaban las alzas y las bajas de la curva azucarera: Esperanza, Nueva Esperanza, Atrevido, Casualidad;
A: picante, Conquista, Confianza, El Buen Suceso; Apuro, Angustia, Desengaño. Había cuatro ingenios
llamados, premonitoriamente, Desengaño .
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 59
poder, Cuba seguía con su destino atado a la cotización del azúcar. «El pueblo que
confía su subsistencia a un solo producto, se suicida», había profetizado el héroe
nacional, José Martí. En 1920, con el azúcar a 22 centavos la libra, Cuba batió el
récord mundial de exportaciones por habitante, superando incluso a Inglaterra, y
tuvo el mayor ingreso per capita de América Latina. Pero ese mismo año, en
diciembre, el precio del azúcar cayó a cuatro centavos, y en 1921 se desató el
huracán de la crisis: quebraron numerosas centrales azucareras, que fueron
adquiridas por intereses norteamericanos, y todos los bancos cubanos o españoles,
incluyendo el propio Banco Nacional. Sólo sobrevivieron las sucursales de los
bancos de Estados Unidos1. Una economía tan dependiente y vulnerable como la de
Cuba no podía escapar, posteriormente, al impacto feroz de la crisis de 1929 en
Estados Unidos: el precio del azúcar llegó a bajar a mucho menos de un centavo en
1932, y en tres años las exportaciones se redujeron, en valor, a la cuarta parte. El
índice de desempleo de Cuba en esos tiempos «difícilmente habrá sido igualado en
ningún otro país»2. El desastre de 1921 había sido provocado por la caída del precio
del azúcar en el mercado de los Estados Unidos, y de los Estados Unidos no
demoró en llegar un crédito de cincuenta millones de dólares: en ancas del crédito,
llegó también el general Crowder; so pretexto de controlar la utilización de los
fondos, Crowder gobernaría, de hecho, el país. Gracias a sus buenos oficios la
dictadura de Machado llega al poder en 1924, pero la gran depresión de los años
treinta se lleva por delante, paralizada Cuba por la huelga general, a este régimen
de sangre y fuego.
Lo que ocurría con los precios, se repetía con el volumen de las exportaciones.
Desde 1948, Cuba recuperó su cuota para cubrir la tercera parte del mercado
norteamericano de azúcar, a precios inferiores a los que recibían los productores de
Estados Unidos, pero más altos y más estables que los del mercado internacional.
Ya con anterioridad los Estados Unidos habían desgravado las importaciones de
azúcar cubana a cambio de privilegios similares concedidos al ingreso de los
artículo norteamericanos en Cuba. Todos estos favores consolidaron la dependencia.
«El pueblo que compra manda, el pueblo que vende sirve; hay que equilibrar el
comercio para asegurar la libertad; el pueblo que quiere morir vende a un solo
pueblo, y el que quiere salvarse vende a más de uno», había dicho Martí y repitió el
Che Guevara en la conferencia de la OEA, en Punta del Este, en 1961. La producción
era arbitrariamente limitada por las necesidades de Washington. El nivel de 1925,
unos cinco millones de toneladas, continuaba siendo el promedio de los años
cincuenta: el dictador Fulgencio Batista asaltó el poder, en 1952, en ancas de la
mayor zafra hasta entonces conocida, más de siete millones, con la misión de
apretar las clavijas, y al año siguiente la producción, obediente a la demanda del
norte, cayó a cuatro. 3
1 René Dumont, Cuba (intento de crítica constructiva), Barcelona, 1965.
2 Celso Furtado, La economia lationamericana..., op. cit)
3 El director del programa de azúcar en el Ministerio de Agricultura de los Estados Unidos declaró
tiempo después de la Revolución: «Desde que Cuba ha dejado la escena, nosotros no contamos con la
protección de este país, el más grande exportador mundial, ya que disponía siempre de reservas para
atender, cuando era preciso, a nuestro mercado.» Enrique Ruiz García, América Latina anatomia de una
revolución, Madrid, 1966)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 60
LA REVOLUCIÓN ANTE LA ESTRUCTURA DE LA IMPOTENCIA
La proximidad geográfica y la aparición del azúcar de remolacha, surgida
durante las guerras napoleónicas, en los campos de Francia y Alemania,
convirtieron a los Estados Unidos en el cliente principal del azúcar de las Antillas.
Ya en 1850 los Estados Unidos dominaban la tercera parte del comercio de Cuba, le
vendían y le compraban más que España, aunque la isla era una colonia española, y
la bandera de las barras y las estrellas flameaba en los mástiles de más de la mitad
de los buques que llegaban allí. Un viajero español encontró hacia 1859, campo
adentro, en remotos pueblitos de Cuba, máquinas de coser fabricadas en Estados
Unidos1. Las principales calles de La Habana, fueron empedradas con bloques de
granito de Boston.
Cuando despuntaba el siglo xx se leía en el Louisiana Planter: «Poco a poco, va
pasando toda la isla de Cuba a manos de ciudadanos norteamericanos, lo cual es el
medio más sencillo y seguro de conseguir la anexión a los Estados Unidos». En el
Senado norteamericano se hablaba ya de una nueva estrella en la bandera;
derrotada España, el general Legnard Wood gobernaba la isla. Al mismo tiempo
pasaban a manos norteamericanas las Filipinas y Puerto Rico. «Nos han sido
otorgados por la guerra –decía el presidente McKinley incluyendo a Cuba-, y con la
ayuda de Dios y en nombre del progreso de la humanidad y de la civilización, es
nuestro deber responder a esta gran confianza». 2
En 1902, Tomás Estrada Palma tuvo que renunciar a la ciudadanía
norteamericana que había adoptado en el exilio: las tropas norteamericanas de
ocupación lo convirtieron en el primer presidente de Cuba. En 1960, el ex
embajador norteamericano en Cuba, Earl Smith, declaró ante una subcomisión del
Senado: «Hasta el arribo de Castro al poder, los Estados Unidos tenían en Cuba una
influencia de tal manera irresistible que el embajador norteamericano era el
segundo personaje del país, a veces aún más importante que el presidente cubano».
Cuando cayó Batista, Cuba vendía casi todo su azúcar en Estados Unidos.
1 Leland H. Jenks, Nuestra colonia de Cuba, Buenos Aires; 1960)
2 Puerto Rico, otra factoría azucarera, quedó prisionero. Desde el punto de vista norteamericano, los
puertorriqueños no son suficientemente buenos para vivir en una patria propia, pero en cambio sí lo
son para morir en el frente de Vietnam en nombre de una patria que no es la suya. En un cálculo
proporcional a la población, el «estado libre asociado» de Puerto Rico tiene más soldados peleando en
el sudeste asiático que cualquier otro estado de los Estados Unidos. A los puertorriqueños que resisten
el servicio militar obligatorio en Vietnam se les envía por cinco años a las cárceles de Atlanta. Al
servicio militar en filas norteamericanas se agregan otras humillaciones heredadas, tic la invasión de
1898 y benditas por ley (por ley del Congreso de los Estados Unidos). Puerto Rico cuenta con una
representación simbólica en el Congreso norteamericano, sin voto y prácticamente sin voz. A cambio
de este derecho, un estatuto colonial: Puerto Rico tenía, hasta la ocupación norteamericana, una
moneda propia y mantenía un próspero comercio con los principales mercados. Hoy la moneda es el
dólar y los aranceles de sus aduanas se fijan en Washington, donde se decide todo lo que tiene que ver
con el comercio exterior e interior de la isla. Lo mismo ocurre con las relaciones exteriores, el
transporte, las comunicaciones, los salarios y las condiciones de trabajo. Es la Corte Federal de los
Estados Unidos la que juzga a los puertorriqueños; el ejército local integra el ejército del norte. La
industria y el comercio están en manos de los intereses norteamericanos privados. La
desnacionalización quiso hacerse absoluta por la vía de la emigración: la miseria empujó a más de un
millón de puertorriqueños a buscar mejor suerte en Nueva York, al precio de la fractura de su
identidad nacional. Allí, forman un subproletariado que se aglomera en los barrios más sórdidos).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 61
Cinco años antes, un joven abogado revolucionario había profetizado certeramente,
ante quienes lo juzgaban por el asalto al cuartel Mancada, que la historia lo
absolvería; había dicho en su vibrante alegato: «Cuba sigue siendo una factoría
productora de materia prima. Se exporta azúcar para importar caramelos...»1. Cuba
compraba en Estados Unidos no sólo los automóviles y las máquinas, los productos
químicos, el papel y la ropa, sino también arroz y frijoles, ajos y cebollas, grasas,
carne y algodón. Venían helados de Miami, panes de Atlanta y hasta cenas de lujo
desde París. El país del azúcar importaba cerca de la mitad de las frutas y las
verduras que consumía, aunque sólo la tercera parte de su población activa tenía
trabajo permanente y la mitad de las tierras de los centrales azucareros eran
extensiones baldías donde las empresas no producían nada2 Trece ingenios
norteamericanos disponían de más de 47 por ciento del área azucarera total y
ganaban alrededor de 180 millones de dólares por cada zafra. La riqueza del
subsuelo -níquel, hierro, cobre, manganeso, cromo, tungsteno- formaba parte de las
reservas estratégicas de los Estados Unidos, cuyas empresas apenas explotaban los
minerales de acuerdo con las variables urgencias del ejército y la industria del
norte. Había en Cuba, en 1958, más prostitutas registradas que obreros mineros3.
Un millón y medio de cubanos sufría el desempleo total o parcial, según las
investigaciones de Seuret y Pino que cita Núñez Jiménez.
La economía del país se movía al ritmo de las zafras. El poder de compra de las
exportaciones cubanas entre 1952 y 1956 no superaba el nivel de treinta años atrás4,
aunque las necesidades de divisas eran mucho mayores. En los años treinta, cuando
la crisis consolidó la dependencia de la economía cubana en lugar de contribuir a
romperla, se había llegado al colmo de desmontar fábricas recién instaladas para
venderlas a otros países. Cuando triunfó la revolución, el primer día de 1959, el
desarrollo industrial de Cuba era muy pobre y lento, más de la mitad de la
producción estaba concentrada en La Habana y las pocas fábricas con tecnología
moderna se teledirigían desde los Estados Unidos. Un economista cubano, Regino
Boti, coautor de las tesis económicas de los guerrilleros de la sierra, cita el ejemplo
de una filial de la Nestlé que producía leche concentrada en Bayamo: «En caso de
accidente, el técnico telefoneaba a Connecticut y señalaba que en su sector tal o cual
cosa no marchaba. Recibía en seguida instrucciones sobre las medidas a tomar y las
ejecutaba mecánicamente... Si la operación no resultaba exitosa, cuatro horas más
tarde llegaba un avión transportando un equipo de especialistas de alta calificación
que arreglaban todo. Después de la nacionalización ya no se podía telefonear para
pedir socorro y los raros técnicos que hubieran podido reparar los desperfectos
secundarios habían partido»5 Cuba tenía las piernas cortadas por el estatuto de la
dependencia y no le ha resultado nada fácil echarse a andar por su propia cuenta.
La mitad de los niños cubanos no iba a la escuela en 1958, pero la ignorancia era,
como denunciara Fidel Castro tantas veces, mucho más vasta y más grave que el
1 Fidel Castro, La Revolución cubana (discursos), Buenos Aires, 1959.)
2 A. Núñez Jiménez, Geografía de Cuba, La Habana, 1959.)
3 René Dumont, op. cit.)
4 Dudley Seers, Andrés Bianchi, Richard Jolly y Max Nolff, Cuba, the Economic and Social Revolution,
Chapel Hill, Carolina del Norte, 1964.)
5 K. S. Karol, Lea guérrilleros au pouvoir. L’itinéraire politique de la révolution cubaine, París, 1970). El
testimonio ilustra cabalmente las dificultades que la Revolución encontró desde que se lanzó a la
aventura de convertir a la colonia en patria.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 62
analfabetismo. La gran campaña de 1961 movilizó a un ejército de jóvenes
voluntarios para enseñar a leer y a escribir a todos los cubanos y los resultados
asombraron al mundo: Cuba ostenta actualmente, según la Oficina Internacional de
Educación de la UNESCO, el menor porcentaje de analfabetos y el mayor
porcentaje de población escolar, primaria y secundaria, de América Latina. Sin
embargo, la herencia maldita de la ignorancia no se supera en una noche y un día,
ni en doce años. La falta de cuadros técnicos eficaces, la incompetencia de la
administración y la desorganización del aparato productivo, el burocrático temor a
la imaginación creadora y a la libertad de decisión, continúan interponiendo
obstáculos al desarrollo del socialismo. Pero pese a todo el sistema de impotencias
forjado por cuatro siglos y medio de historia de la opresión, Cuba está naciendo,
con entusiasmo que no cesa, de nuevo: mide sus fuerzas, alegría y desmesura, ante
los obstáculos.
EL AZÚCAR ERA EL CUCHILLO Y EL IMPERIO EL ASESINO
«Edificar sobre el azúcar ¿es mejor que edificar sobre la arena?», se preguntaba
Jean-Paul Sartre en 1960, desde Cuba.
En el muelle del puerto de Guayabal, que exporta azúcar a granel, vuelan los
alcatraces sobre un galpón gigantesco. Entro y contemplo, atónito, una pirámide
dorada de azúcar. A medida que las compuertas se abren, por debajo, para que las
tolvas conduzcan el cargamento, sin embolsar, hacia los buques, la rajadura del
techo va dejando caer nuevos chorros de oro, azúcar recién transportada desde los
molinos de los ingenios. La luz del sol se filtra y les arranca destellos. Vale unos
cuatro millones de dólares esta montaña tibia que palpo y no me alcanza la mirada
para recorrerla. Pienso que aquí se resume toda la euforia y el drama de esta zafra
récord de 1970 que quiso, pero no pudo, pese al esfuerzo sobrehumano, alcanzar
los diez millones de toneladas. Y una historia mucho más larga resbala, con el
azúcar, ante ]a mirada. Pienso en el reino de la Francisco Sugar Co., la empresa de
Allen Dulles, donde he pasado una semana escuchando las historias del pasado y
asistiendo al nacimiento del futuro: Josefina, hija de Caridad Rodríguez, que
estudia en un aula que antes era celda del cuartel, en el preciso lugar donde su
padre fue preso y torturado antes de morir; Antonio Bastidas, el negro de setenta
años que una madrugada de este año se colgó con ambos puños de la palanca de la
sirena porque el ingenio había sobrepasado la meta y gritaba: «¡Carajo!», gritaba:
«¡Cumplimos, carajo!», y no había quien le sacara la palanca de las manos crispadas
mientras la sirena, que había despertado al pueblo, estaba despertando a toda
Cuba; historias de desalojos, de sobornos, de asesinatos, el hambre y los extraños
oficios que la desocupación, obligatoria durante más de la mitad de cada año,
engendraba: cazador de grillos en los plantíos, por ejemplo. Pienso que la desgracia
tenía el vientre hinchado, ahora se sabe. No murieron en vano los que murieron:
Amancio Rodríguez, por ejemplo, acribillado a tiros por los rompehuelgas en una
asamblea, que había rechazado furioso un cheque en blanco de la empresa y
cuando sus compañeros lo fueron a enterrar descubrieron que no tenía calzoncillos
ni medias para llevarse al cajón, o por ejemplo Pedro Plaza, que a los veinte años
fue detenido y condujo el camión de soldados hacia las minas que él mismo había
sembrado y voló con el camión y los soldados. Y tantos otros, en esta localidad y en
todas las demás: «Aquí las familias quieren mucho a los mártires -me ha dicho un
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 63
viejo cañero-, pero después de muertos. Antes eran puras quejas». Pienso que no
resultaba casual que Fidel Castro reclutara a las tres cuartas partes de sus
guerrilleros entre los campesinos, hombres del azúcar, ni que la provincia de
Oriente fuera, a la vez, la mayor fuente de azúcar y de sublevaciones en toda la
historia de Cuba. Me explico el rencor acumulado: después de la gran zafra de
1961, la revolución optó por vengarse del azúcar. El azúcar era la memoria viva de
la humillación. ¿Era también, el azúcar, un destino? ¿Se convirtió luego en una
penitencia? ¿Puede ser ahora una palanca, la catapulta del desarrollo económico?
Al influjo de una justa impaciencia, la revolución abatió numerosos
cañaverales y quiso diversificar, en un abrir y cerrar de ojos, la producción agrícola:
no cayó en el tradicional error de dividir los latifundios en minifundios
improductivos, pero cada finca socializada acometió de golpe cultivos
excesivamente variados. Había que realizar importaciones en gran escala para
industrializar el país, aumentar la productividad agrícola y satisfacer muchas
necesidades de consumo que la revolución, al redistribuir la riqueza, acrecentó
enormemente. Sin las grandes zafras de azúcar, ¿de dónde obtener las divisas
necesarias para esas importaciones? El desarrollo de la minería, sobre todo el
níquel, exige grandes inversiones, que se están realizando, y la producción
pesquera se ha multiplicado por ocho gracias al crecimiento de la flota, lo cual
también ha exigido inversiones gigantes; los grandes planes de producción de
cítricos están en ejecución, pero los años que separan a la siembra de la cosecha
obligan a la paciencia. La revolución descubrió, entonces, que había confundido al
cuchillo con el asesino. El azúcar, que había sido el factor del subdesarrollo, pasó a
convertirse en un instrumento del desarrollo. No hubo más remedio que utilizar los
frutos del monocultivo y la dependencia, nacidos de la incorporación de Cuba al
mercado mundial, para romper el espinazo del monocultivo y la dependencia.
Porque los ingresos que el azúcar proporciona ya no se utilizan en consolidar
la estructura del sometimiento1 Las importaciones de maquinarias y de
instalaciones industriales crecieron en un cuarenta por ciento desde 1958; el
excedente económico que el azúcar genera se moviliza para desarrollar las
industrias básicas y para que no queden tierras ociosas ni trabajadores condenados
a la desocupación. Cuando cayó la dictadura de Batista, había en Cuba cinco mil
tractores y trescientos mil automóviles. Hoy hay cincuenta mil tractores, aunque en
buena medida se los desperdicia por las graves deficiencias de organización, y de
aquella flota de automóviles, en su mayoría modelos de lujo, no restan más que
algunos ejemplares dignos del museo de la chatarra. La industria del cemento y las
plantas de electricidad han cobrado un asombroso impulso; las nuevas fábricas de
fertilizantes han hecho posible que hoy se utilicen cinco veces más abonos que en
1958. Los embalses, creados por todas partes, contienen hoy un caudal de agua
setenta y tres veces mayor que el total de agua embalsada en 19582 y han avanzado
1 El precio estable del azúcar, garantizado por los países socialistas, ha desempeñado un papel decisivo
en este sentido. También la ruptura del bloqueo dispuesto por los Estados Unidos, que se hizo añicos
a través del tráfico comercial intenso con España y otros países de Europa occidental. Un tercio de las
exportaciones cubanas proporciona dólares, es decir, divisas convertibles, al país; el resto se aplica el
trueque con la Unión Soviética y la zona del rublo. Este sistema de comercio implica también ciertas
dificultades: las turbinas soviéticas para las centrales termoeléctricas son de excelente calidad, como
todos los equipos pesados que la URSS produce, pero no ocurre lo mismo con los artículos de
consumo de la industria ligera o mediana.)
2 Informe de Cuba a la XI Conf. Regional de la RAO Versión de Prensa Latina, 13 de octubre de 1970.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 64
con botas de siete leguas las áreas de riego. Nuevos caminos, abiertos por toda
Cuba, han roto la incomunicación de muchas regiones que parecían condenadas al
aislamiento eterno. Para aumentar la magra producción de leche del ganado cebú,
se han traído a Cuba toros de raza Holstein con los que, mediante la inseminación
artificial, se han hecho nacer ochocientas mil vacas de cruza.
Grandes progresos se han realizado en la mecanización del corte y el alza de la
caña, en buena medida en base a las invenciones cubanas, aunque todavía resultan
insuficientes. Un nuevo sistema de trabajo se organiza, con dificultades, para
ocupar el lugar del viejo sistema desorganizado por los cambios que la revolución
trajo consigo. Los macheteros profesionales, presidiarios del azúcar, son en Cuba
una especie extinguida: también para ellos la revolución implicó la libertad de
elegir otros oficios menos pesados, y para sus hijos, la posibilidad de estudiar, mediante
becas, en las ciudades. La redención de los cañeros ha provocado, en
consecuencia, precio inevitable, severos trastornos para la economía de la isla. En
1970 Cuba debió utilizar el triple de trabajadores para la zafra, en su mayoría
voluntarios o soldados o trabajadores de otros sectores, con lo que se perjudicaron
las demás actividades del campo y de la ciudad: las cosechas de otros productos, el
ritmo de trabajo de las fábricas. Y hay que tener en cuenta, en este sentido, que en
una sociedad socialista, a diferencia de la sociedad capitalista, los trabajadores ya
no actúan urgidos por el miedo a la desocupación ni por la codicia. Otros motores -
la solidaridad, la responsabilidad colectiva, la toma de conciencia de los deberes y
los derechos que lanzan al hombre más allá del egoísmo- deben ponerse en
funcionamiento. Y no se cambia la conciencia de un pueblo entero en un santiamén.
Cuando la revolución conquistó el poder, según Fidel Castro, la mayoría de los
cubanos no era ni siquiera antiimperialista.
Los cubanos se fueron radicalizando junto con su revolución, a medida que se
sucedían los desafíos y las respuestas, los golpes y los contragolpes entre La
Habana y Washington, y a medida que se iban convirtiendo en hechos concretos las
promesas de justicia social. Se construyeron ciento setenta hospitales nuevos y otros
tantos policlínicos y se hizo gratuita la asistencia médica; se multiplicó por tres la
cantidad de estudiantes matriculados a todos los niveles y también la educación se
hizo gratuita; las becas benefician hoy a más de trescientos mil niños y jóvenes y se
han multiplicado los internados y los círculos infantiles. Gran parte de la población
no paga alquiler y ya son gratuitos los servicios de agua, luz, teléfono, funerales y
espectáculos deportivos. Los gastos en servicios sociales crecieron cinco veces en
pocos años. Pero ahora que todos tienen educación y zapatos, las necesidades se
van multiplicando geométricamente y la producción sólo puede crecer
aritméticamente. La presión del consumo, que es ahora consumo de todos y no de
pocos, también obliga a Cuba al aumento rápido de las exportaciones, y el azúcar
continúa siendo la mayor fuente de recursos.
En verdad, la revolución está viviendo tiempos duros, difíciles, de transición y
sacrificio. Los propios cubanos han terminado de confirmar que el socialismo se
construye con los dientes apretados y que la revolución no es ningún paseo. Al fin
y al cabo, el futuro no sería de esta tierra si viniera regalado. Hay escasez, es cierto,
de diversos productos: en 1970 faltan frutas y heladeras, ropa; las colas, muy
frecuentes, no sólo resultan de la desorganización de la distribución. La causa
esencial de la escasez es la nueva abundancia de consumidores: ahora el país
pertenece a todos. Se trata, por lo tanto, de una escasez de signo inverso a la que
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 65
padecen los demás países latinoamericanos.
En el mismo sentido operan los gastos de defensa. Cuba está obligada a dormir
con los ojos abiertos, y también eso resulta, en términos económicos, muy caro. Esta
revolución acosada, que ha debido soportar invasiones y sabotajes sin tregua, no
cae porque -extraña dictadura- la defiende su pueblo en armas. Los expropiadores
expropiados no se resignan. En abril de 1961, la brigada que desembarcó en Playa
Girón no estaba formada solamente por los viejos militares y policías de Batista,
sino también por los dueños de más de 370 mil hectáreas de tierra, casi diez mil
inmuebles, setenta fábricas, diez centrales azucareros, tres bancos, cinco minas y
doce cabarets. El dictador de Guatemala, Miguel Ydígoras, cedió campos de
entrenamiento a los expedicionarios a cambio de las promesas que los
norteamericanos le formularon, según él mismo confesó más tarde: dinero contante
y sonante, que nunca le pagaron, y un aumento de la cuota guatemalteca de azúcar
en el mercado de los Estados Unidos.
En 1965, otro país azucarero, la República Dominicana, sufrió la invasión de
unos cuarenta mil marines dispuestos «a permanecer indefinidamente en este país,
en vista de la confusión reinante», según declaró su comandante, el general Bruce
Palmer. La caída vertical de los precios del azúcar había sido uno de los factores
que hicieron estallar la indignación popular; el pueblo se levantó contra la
dictadura militar y las tropas norteamericanas no demoraron en restablecer el
orden. Dejaron cuatro mil muertos en los combates que los patriotas libraron,
cuerpo a cuerpo, entre el río Ozama y el Caribe, en un barrio acorralado de la
ciudad de Santo Domingo1 La Organización de Estados Americanos --que tiene la
memoria del burro, porque no olvida nunca dónde come- bendijo la invasión y la
estimuló con nuevas fuerzas. Había que matar el germen de otra Cuba.
GRACIAS AL SACRIFICIO DE LOS ESCLAVOS EN EL CARIBE, NACIERON LA
MÁQUINA DE JAMES WATT Y LOS CAÑONES DE WASHINGTON
El Che Guevara decía que el subdesarrollo es un enano de cabeza enorme y
panza hinchada: sus piernas débiles y sus brazos cortos no armonizan con el resto
del cuerpo. La Habana resplandecía, zumbaban los cadillacs por sus avenidas de
1 Ellsworth Bunker. presidente de la National Sugar Refining Co., fue el enviado especial de Lyndon
Johnson a la Dominicana después de la intervención militar. Los intereses de la National Sugar en este
pequeño país fueron salvaguardados bajo la atenta mirada de Bunker: las tropas de ocupación se
retiraron para dejar en el poder, al cabo de muy democráticas elecciones, a Joaquín Balaguer, que
había sido el brazo derecho de Trujillo todo a lo largo de su feroz dictadura. La población de Santo
Domingo había peleado en las calles y en las azoteas, con palos, machetes y fusiles, contra los tanques,
las bazukas y los helicópteros de las fuerzas extranjeras, reivindicando el retorno al poder del
presidente constitucionalmente electo, Juan Bosch, que había sido derribado por un golpe militar. La
historia, burlona, juega con las profecías. El día que Juan Bosch inauguró su breve presidencia, al cabo
de treinta años de tiranía de Trujillo, Lyndon Johnson, que era por entonces vicepresidente de los
Estados Unidos, llevó a Santo Domingo el obsequio oficial de su gobierno: era una ambulancia).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 66
lujo y en el cabaret más grande del mundo ondulaban, al ritmo de Lecuona, las
vedettes más hermosas; mientras tanto, en el campo cubano, sólo uno de cada diez
obreros agrícolas bebía leche, apenas un cuatro por ciento consumía carne y, según
el Consejo Nacional de Economía, las tres quintas partes de los trabajadores rurales
ganaban salarios que eran tres o cuatro veces inferiores al costo de la vida.
Pero el azúcar no sólo produjo enanos. También produjo gigantes o, al menos,
contribuyó intensamente al desarrollo de los gigantes. El azúcar del trópico
latinoamericano aportó un gran impulso a la acumulación de capitales para el desarrollo
industrial de Inglaterra, Francia, Holanda y, también, de los Estados Unidos, al mismo
tiempo que mutiló la economía del nordeste de Brasil y de las islas del Caribe y selló la ruina
histórica de África. El comercio triangular entre Europa, África y América tuvo por viga
maestra el tráfico de esclavos con destino a las plantaciones de azúcar. «La historia de un
grano de azúcar es toda una lección de economía política, de política y también de
moral», decía Augusto Cochin. Las tribus de África occidental vivían peleando
entre sí, para aumentar, con los prisioneros de guerra, sus reservas de esclavos.
Pertenecían a los dominios coloniales de Portugal, pero los portugueses no tenían
naves ni artículos industriales que ofrecer en la época del auge de la trata de
negros, y se convirtieron en meros intermediarios entre los capitanes negreros de
otras potencias y los reyezuelos africanos. Inglaterra fue, hasta que ya no le resultó
conveniente, la gran campeona de la compra y venta de carne humana. Los
holandeses tenían, sin embargo, más larga tradición en el negocio, porque Carlos V
les había regalado el monopolio del transporte de negros a América tiempo antes
de que Inglaterra obtuviera el derecho de introducir esclavos en las colonias ajenas.
Y en cuanto a Francia, Luis XIV, el Rey Sol, compartía con el rey de España la mitad
de las ganancias de la Compañía de Guinea, formada en 1701 para el tráfico de
esclavos hacia América, y su ministro Colbert, artífice de la industrialización
francesa, tenía motivos para afirmar que la trata de negros era «recomendable para
el progreso de la marina mercante nacional»1
Adam Smith decía que el descubrimiento de América había «elevado el
sistema mercantil a un grado de esplendor y gloria que de otro modo no hubiera
alcanzado jamás». Según Sergio Bagú, el más formidable motor de acumulación del
capital mercantil europeo fue la esclavitud americana; a su vez, ese capital resultó
«la piedra fundamental sobre la cual se construyó el gigantesco capital industrial de
los tiempos contemporáneos»2
La resurrección de la esclavitud grecorromana en el Nuevo Mundo tuvo
propiedades milagrosas: multiplicó las naves, las fábricas, los ferrocarriles y los
bancos de países que no estaban en el origen ni, con excepción de los Estados
Unidos, tampoco en el destino de los esclavos que cruzaban el Atlántico. Entre los
albores del siglo XVI y la agonía del siglo XIX, varios millones de africanos, no se
sabe cuántos, atravesaron el océano; se sabe, sí, que fueron muchos más que los
inmigrantes blancos, provenientes de Europa, aunque, claro está, muchos menos
sobrevivieron. Del Potomac al río de la Plata, los esclavos edificaron la casa de sus
amos, talaron los bosques, cortaron y molieron las cañas de azúcar, plantaron
algodón, cultivaron cacao, cosecharon café y tabaco y rastrearon los cauces en busca
de oro. ¿A cuántas Hiroshimas equivalieron sus exterminios sucesivos? Como decía
1 L. Capitan y Henri Lorin, El trabajo en América, antes y después de Colón, Buenos Aires, 1948.)
2 Sergio Bagú, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 67
un plantador inglés de Jamaica, «a los negros es más fácil comprarlos que criarlos». Caio
Prado calcula que hasta principios del siglo XIX habían llegado a Brasil entre cinco
y seis millones de africanos; para entonces, ya Cuba era un mercado de esclavos tan
grande como lo había sido, antes, todo el hemisferio occidental.1 Allá por 1562, el
capitán John Hawkins había arrancado trescientos negros de contrabando de la
Guinea portuguesa. La reina Isabel se puso furiosa: «Esta aventura -sentencióclama
venganza del cielo». Pero Hawkins le contó que en el Caribe había obtenido,
a cambio de los esclavos, un cargamento de azúcar y pieles, perlas y jengibre. La
reina perdonó al pirata y se convirtió en su socia comercial. Un siglo después, el
duque de York marcaba al hierro candente sus iniciales, DY, sobre la nalga
izquierda o el pecho de los tres mil negros que anualmente conducía su empresa
hacia las «islas del azúcar». La Real Compañía Africana, entre cuyos accionistas
figuraba el rey Carlos II, daba un trescientos por ciento de dividendos, pese a que,
de los 70 mil esclavos que embarcó entre 1680 y 1688, sólo 46 mil sobrevivieron a la
travesía. Durante el viaje, numerosos africanos morían víctima de epidemias o
desnutrición, o se suicidaban negándose a comer, ahorcándose con sus cadenas o
arrojándose por la borda al océano erizado de aletas de tiburones. Lenta pero
firmemente, Inglaterra iba quebrando la hegemonía holandesa en la trata de
negros. La South Sea Company fue la principal usufructuaria del «derecho de
asiento» concedido a los ingleses por España, y en ella estaban envueltos los más
prominentes personajes de la política y las finanzas británicas; el negocio, brillante
como ninguno, enloqueció a la bolsa de valores de Londres y desató una
especulación de leyenda.
El transporte de esclavos elevó a Bristol, sede de astilleros, al rango de segunda
ciudad de Inglaterra, y convirtió a Liverpool en el mayor puerto del mundo.
Partían los navíos con sus bodegas cargadas de armas, telas, ginebra, ron,
chucherías y vidrios de colores, que serían el medio de pago para la mercadería
humana de África, que a su vez pagaría el azúcar, el algodón, el café y el cacao de
las plantaciones coloniales de América. Los ingleses imponían su reinado sobre los
mares. A fines del siglo XVIII, África y el Caribe daban trabajo a ciento ochenta mil
obreros textiles en Manchester; de Sheffield provenían los cuchillos, y de
Birmingham, 150 mil mosquetes por año2. Los caciques africanos recibían las
mercancías de la industria británica y entregaban los cargamentos de esclavos a los
capitanes negreros. Disponían, así, de nuevas armas y abundante aguardiente para
emprender las próximas cacerías en las aldeas. También proporcionaban marfiles,
ceras y aceite de palma. Muchos de los esclavos provenían de la selva y no habían
visto nunca el mar; confundían los rugidos del océano con los de alguna bestia
sumergida que los esperaba para devorarlos o, según el testimonio de un traficante
de la época, creían, y en cierto modo no se equivocaban, que «iban a ser llevados
como carneros al matadero, siendo su carne muy apreciada por los europeos»3 . De
muy poco servían los látigos de siete colas para contener la desesperación suicida
de los africanos.
Los «fardos» que sobrevivían al hambre, las enfermedades y el hacinamiento
de la travesía, eran exhibidos en andrajos, pura piel y huesos, en la plaza pública,
luego de desfilar por las calles coloniales al son de las gaitas. A los que llegaban al
1 Daniel P. Mannix y M. Cowley. Historia de la trata de !egros, Madrid, 1962).
2 Eric Williams, Capitalism and Slavery,Chapel Hill, Carolina del Norte, 1944.)
3 Daniel P. Mannix y M. Cowley, op. cil)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 68
Caribe demasiado exhaustos se los podía cebar en los depósitos de esclavos antes
de lucirlos a los ojos de los compradores; a los enfermos se los dejaba morir en los
muelles. Los esclavos eran vendidos a cambio de dinero en efectivo o pagarés a tres
años de plazo. Los barcos zarpaban de regreso a Liverpool llevando diversos
productos tropicales: a comienzos del siglo XVIII, las tres cuartas partes del
algodón que hilaba la industria textil inglesa provenían de las Antillas, aunque
luego Georgia y Louisiana serían sus principales fuentes; a mediados del siglo,
había ciento veinte refinerías de azúcar en Inglaterra.
Un inglés podía vivir, en aquella época, con unas seis libras al año; los
mercaderes de esclavos de Liverpool sumaban ganancias anuales por más
de un millón cien mil libras, contando exclusivamente el dinero obtenido en
el Caribe y sin agregar los beneficios del comercio adicional. Diez grandes
empresas controlaban los dos tercios del tráfico. Liverpool inauguró un
nuevo sistema de muelles; cada vez se construían más buques, más largos y
de mayor calado. Los orfebres ofrecían «candados y collares de plata para
negros y perros», las damas elegantes se mostraban en público acompañadas
de un mono vestido con un jubón bordado y un niño esclavo, con turbante y
bombachudos de seda. Un economista describía por entonces la trata de
negros como «el principio básico y fundamental de todo lo demás; como el
principal resorte de la máquina que pone en movimiento cada rueda del
engranaje». Se propagaban los bancos en Liverpool y Manchester, Bristol,
Londres y Glasgow; la empresa de seguros Lloyd's acumulaba ganancias
asegurando esclavos, buques y plantaciones. Desde muy temprano, los
avisos del London Gazette indicaban que los esclavos fugados debían ser
devueltos a Lloyd's. Con fondos del comercio negrero se construyó el gran
ferrocarril inglés del oeste y nacieron industrias como las fábricas de
pizarras de Gales. El capital acumulado en el comercio triangular -manufacturas,
esclavos, azúcar- hizo posible la invención de la máquina de vapor: James Watt fue
subvencionado por mercaderes que habían hecho así su fortuna. Eric
Williams lo afirma en su documentada obra sobre el tema.
A principios del siglo XIX , Gran Bretaña se convirtió en la principal impulsora
de la campaña antiesclavista. La industria inglesa ya necesitaba mercados
internacionales con mayor poder adquisitivo, lo que obligaba a la propagación del
régimen de salarios. Además, al establecerse el salario en las colonias inglesas del
Caribe, el azúcar brasileño, producido con mano de obra esclava, recuperaba
ventajas por sus bajos costos comparativos.1 La Armada británica se lanzaba al
asalto de los buques negreros, pero el tráfico continuaba creciendo para abastecer a
Cuba y a Brasil. Antes de que los botes ingleses llegaran a los navíos piratas, los
esclavos eran arrojados por la borda: adentro sólo se encontraba el olor, las calderas
calientes y un capitán muerto de risa en cubierta. La represión del tráfico elevó los
precios y aumentó enormemente las ganancias. A mediados del siglo, los
traficantes entregaban un fusil viejo por cada esclavo vigoroso que arrancaban del
África, para luego venderlo en Cuba a más de seiscientos dólares.
1 La primera ley que expresamente prohibió la esclavitud en Brasil no fue brasileña. Fue, y no por
casualidad, inglesa. El Parlamento británico la votó el 8 de agosto de 1845. Osny Duarte Pereira, Quem
faz as leis no Brasil?, Río de janeiro, 1963.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 69
Las pequeñas islas del Caribe habían sido infinitamente más importantes, para
Inglaterra, que sus colonias del norte. A Barbados, Jamaica y Montserrat se les
prohibía fabricar una aguja o una herradura por cuenta propia. Muy diferente era
la situación de Nueva Inglaterra, y ello facilitó su desarrollo económico y, también,
su independencia política.
Por cierto que la trata de negros en Nueva Inglaterra dio origen a gran parte
del capital que facilitó la revolución industrial en Estados Unidos de América. A
mediados del siglo XVIII, los barcos negreros del norte llevaban desde Boston,
Newport o Providence barriles llenos de ron hasta las costas de África; en África los
cambiaban por esclavos; vendían los esclavos en el Caribe y de allí traían la melaza
a Massachusetts, donde se destilaba y se convertía, para completar el ciclo, en ron.
El mejor ron de las Antillas, el West Indian Rum, no se fabricaba en las Antillas. Con
capitales obtenidos de este tráfico de esclavos, los hermanos Brown, de Providence,
instalaron el horno de fundición que proveyó de cañones al general George Washington para
la guerra de la independencia.1. Las plantaciones azucareras del Caribe, condenadas
como estaban al monocultivo de la caña, no sólo pueden considerarse el centro
dinámico del desarrollo de las «trece colonias» por el aliento que la trata de negros
brindó a la industria naval y a las destilerías de Nueva Inglaterra. También
constituyeron el gran mercado para el desarrollo de las exportaciones de víveres,
maderas e implementos diversos con destino a los ingenios, con lo cual dieron
viabilidad económica a la economía granjera y precozmente manufacturera del
Atlántico norte. En gran escala, los navíos fabricados por los astilleros de los
colonos del norte llevaban al Caribe peces frescos y ahumados, avena y granos,
frijoles, harina, manteca, queso, cebollas, caballos y bueyes, velas y jabones, telas,
tablas de pino, roble y cedro para las cajas de azúcar (Cuba contó con la primera
sierra de vapor que llegó a la América hispánica pero no tenía madera que cortar) y
duelas, arcos, aros, argollas y clavos.
Así se iba trasvasando la sangre por todos estos procesos. Se desarrollaban los países
desarrollados de nuestros días: se subdesarrollaban los subdesarrollados.
EL ARCOÍRIS ES LA RUTA DEL RETORNO A GUINEA
En 1518 el licenciado Alonso Zuazo escribía a Carlos V desde la Dominicana:
«Es vano el temor de que los negros puedan sublevarse; viudas hay en las islas de
Portugal muy sosegadas con ochocientos esclavos; todo está en cómo son
gobernados. Yo hallé al venir algunos negros ladinos, otros huidos a monte; azoté a
unos, corté las orejas a otros; y ya no se ha venido más queja». Cuatro años después
estalló la primera sublevación de esclavos en América: los esclavos de Diego Colón,
hijo del descubridor, fueron los primeros en levantarse y terminaron colgados de
las horcas en los senderos del ingenio2 Se sucedieron otras rebeliones en Santo
Domingo y luego en todas las islas azucareras del Caribe. Un par de siglos después
del sobresalto de Diego Colón, en el otro extremo de la misma isla, los esclavos
1 Daniel P. Mvnnix y M. Cowley, op. cit)
2 Fernando Ortiz, op. cit.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 70
cimarrones huían a las regiones más elevadas de Haití y en las montañas
reconstruían la vida africana: los cultivos de alimentación, la adoración de los
dioses, las costumbres. El arcoíris señala todavía, en la actualidad, la ruta del
retorno a Guinea para el pueblo de Haití. En una nave de vela blanca... En la
Guayana holandesa, a través del río Courantyne, sobreviven desde hace tres siglos
las comunidades de los djukas, descendientes de esclavos que habían huido por los
bosques de Surinam. En estas aldeas, subsisten «santuarios similares a los de
Guinea, y se cumplen danzas y ceremonias que podrían celebrarse en Ghana. Se
utiliza el lenguaje de los tambores, muy parecido a los tambores de Ashanti»1 . La
primera gran rebelión de los esclavos de la Guayana ocurrió cien años después de
la fuga de los djukas: los holandeses recuperaron las plantaciones y quemaron a
fuego lento a los líderes de los esclavos. Pero tiempo antes del éxodo de los diukas,
los esclavos cimarrones de Brasil habían organizado el reino negro de los Palmares,
en el nordeste de Brasil, y victoriosamente resistieron, durante todo el siglo XVII, el
asedio de las decenas de expediciones militares que lanzaron para abatirlo, una tras
otra, los holandeses y los portugueses. Las embestidas de millares de soldados nada
podían contra las tácticas guerrilleras que hicieron invencible, hasta 1693, el vasto
refugio. El reino independiente de los Palmares --convocatoria a la rebelión,
bandera de la libertad- se había organizado como un estado «a semejanza de los
muchos que existían en África en el siglo XVII»2. Se extendía desde las vecindades
del Cabo de Santo Agostinho, en Pernambuco, hasta la zona norteña del río San
Francisco, en Alagoas: equivalía a la tercera parte del territorio de Portugal y estaba
rodeado por un espeso cerco de selvas salvajes. El jefe máximo era elegido entre los
más hábiles y sagaces: reinaba el hombre «de mayor prestigio y felicidad en la
guerra o en el mando»3. En plena época de las plantaciones azucareras
omnipotentes, Palmares era el único rincón de Brasil donde se desarrollaba el
policultivo. Guiados por la experiencia adquirida por ellos mismos o por sus
antepasados en las sabanas y en las selvas tropicales de África, los negros
cultivaban el maíz, el boniato, los frijoles, la mandioca, las bananas y otros
alimentos. No en vano, la destrucción de los cultivos aparecía como el objetivo
principal de las tropas coloniales lanzadas a la recuperación de los hombres que,
tras la travesía del mar con cadenas en los pies, habían desertado de las
plantaciones.
La abundancia de alimentos de Palmares contrastaba con las penurias que, en
plena prosperidad, padecían las zonas azucareras del litoral. Los esclavos que
habían conquistado la libertad la defendían con habilidad y coraje porque
compartían sus frutos: la propiedad de la tierra era comunitaria y no circulaba el
dinero en el estado negro. «No figura en la historia universal ninguna rebelión de
esclavos tan prolongada como la de Palmares. La de Espartaco, que conmovió el
sistema esclavista más importante de la antigüedad, duró dieciocho meses»4 .
Para
la batalla final, la corona portuguesa movilizó el mayor ejército conocido hasta la
muy posterior independencia de Brasil. No menos de diez mil personas
defendieron la última fortaleza de Palmares; los sobrevivientes fueron degollados,
arrojados a los precipicios o vendidos a los mercaderes de Río de Janeiro y Buenos
1 Philip Reno, El drama de la Guayana británica. Un pueblo desde la esclavitud a la. lucha por el socialismo,
Monthli, Review, núm. 17/18, Buenos Aires, enero-febrero de 1965)
2 Edison Carneiro, O quilombo dos Palrnares, Río de Janeiro, 1966.)
3 Nina Rodrigues, Os africanos no Brasil, Río de janeiro, 1932.)
4 Décio de Freitas A guerra dos escravos, inédito.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 71
Aires. Dos años después, el jefe Zumbi, a quien los esclavos consideraban inmortal,
no pudo escapar a una traición. Lo acorralaron en la selva y le cortaron la cabeza.
Pero las rebeliones continuaron. No pasaría mucho tiempo antes de que el capitán
Bartolomeu Bueno Do Prado regresara del río das Mortes con sus trofeos de la
victoria contra una nueva sublevación de esclavos. Traía tres mil novecientos pares
de orejas en las alforjas de los caballos.
También en Cuba se sucederían las sublevaciones. Algunos esclavos se
suicidaban en grupo; burlaban al amo «con su huelga eterna y su inacabable
cimarronería por el otro mundo», dice Fernando Ortiz. Creían que así resucitaban,
carne y espíritu, en África. Los araos mutilaban los cadáveres, para que resucitaran
castrados, mancos o decapitados, y de este modo conseguían que muchos
renunciaran a la idea de matarse. Allá por 1870, según la reciente versión de un
esclavo que en su juventud había huido a los montes de Las Villas, los negros ya no
se suicidaban en Cuba. Mediante un cinturón mágico, «se iban volando, volaban
por el cielo y cogían para su tierra», o se perdían en la sierra porque «cualquiera se
cansaba de vivir. Los que se acostumbraban tenían el espíritu flojo. La vida en el
monte era más saludable»1. Los dioses africanos continuaban vivos entre los
esclavos de América como vivas continuaban, alimentadas por la nostalgia, las
leyendas y los mitos de las patrias perdidas. Parece evidente que los negros
expresaban así, en sus ceremonias, en sus danzas, en sus conjuros, la necesidad de
afirmación de una identidad cultural que el cristianismo negaba. Pero también ha
de haber influido el hecho de que la Iglesia estuviera materialmente asociada al
sistema de explotación que sufrían. A comienzos del siglo XVIII, mientras en las
islas inglesas los esclavos convictos de crímenes morían aplastados entre los
tambores de los trapiches de azúcar y en las colonias francesas se los quemaba
vivos o se los sometía al suplicio de la rueda, el jesuita Antonil formulaba dulces
recomendaciones a los dueños de ingenios en Brasil, para evitar excesos semejantes:
«A los administradores no se les debe consentir de ninguna manera dar puntapiés
principalmente en la barriga de las mujeres que andan preñadas ni dar garrotazos a
los esclavos, porque en la cólera no se miden los golpes y pueden herir en la cabeza
a un esclavo eficiente, que vale mucho dinero, y perderlo»2 En Cuba, los mayorales
descargaban sus látigos de cuero o cáñamo sobre las espaldas de las esclavas
embarazadas que habían incurrido en falta, pero no sin antes acostarlas boca abajo,
con el vientre en un hoyo, para no estropear la «pieza» nueva en gestación. Los
sacerdotes, que recibían como diezmo el cinco por ciento de la producción de
azúcar, daban su absolución cristiana: el mayoral castigaba como Jesucristo a los
pecadores. El misionero apostólico Juan Perpiñá y Pibernat publicaba sus sermones
a los negros: «!Pobrecitos! No os asustéis porque sean muchas las penalidades que
tengáis que sufrir como esclavos. Esclavo puede ser vuestro cuerpo: pero libre
tenéis el alma para volar un día a la feliz mansión de los escogidos»3. El dios de los
parias no es siempre el mismo que el dios del sistema que los hace parias. Aunque
la religión católica abarca, en la información oficial, el 94 por ciento de la población
de Brasil, en la realidad la población negra conserva vivas sus tradiciones africanas
1 Esteban Montejo tenía más de un siglo de edad cuando contó su historia a Miguel Barnet (Biografía de
un cimarrón, Buenos Aires, 1968).
2 Roberto C. Simonsen, História económica do Brasil (1500-1820), São Paulo, 1962.)
3 Manuel Moreno Fraginals, op. cit. Un jueves santo, el conde de Casa Bayona decidió humillarse ante
sus esclavos. Inflamado de fervor cristiano, lavó los pies a doce negros y los sentó a comer, con él, a su
mesa. Fue la última cena propiamente dicha. Al día siguiente, los esclavos se sublevaron, y prendieron
fuego al ingenio. Sus cabezas fueron clavadas sobre doce lanzas, en el centro del batey.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 72
y viva perpetúa su fe religiosa, a menudo camuflada tras las figuras sagradas del
cristianismo1. Los cultos de raíz africana encuentran amplia proyección entre los
oprimidos -cualquiera que sea el color de su piel. Otro tanto ocurre en las Antillas.
Las divinidades del vudú de Haití, el bembé de Cuba y la umbanda y la quimbanda de
Brasil son más o menos las mismas, pese a la mayor o menor transfiguración que
han sufrido, al nacionalizarse en tierras de América, los ritos y los dioses originales.
En el Caribe y en Bahía se entonan los cánticos ceremoniales en nagó, yoruba,
congo y otras lenguas africanas. En los suburbios de las grandes ciudades del sur
de Brasil, en cambio, predomina la lengua portuguesa, pero han brotado de la costa
del oeste de Africa las divinidades del bien y del mal que han atravesado los siglos
para transformarse en los fantasmas vengadores de los marginados, la pobre gente
humillada que clama en las favelas de Río de Janeiro:
Fuerza bahiana,
fuerza africana,
fuerza divina,
ven acá.
Ven a ayudarnos.
LA VENTA DE CAMPESINOS
En 1888 se abolió la esclavitud en Brasil. Pero no se abolió el latifundio y ese
mismo año un testigo escribía desde Ceará: «El mercado de ganado humano estuvo
abierto mientras duró el hambre, pues compradores nunca faltaron. Raro era el
vapor que no conducía gran número de cearenses»2. Medio millón de nordestinos
emigraron a la Amazonia, convocados por los espejismos del caucho, hasta el filo
del siglo; desde entonces el éxodo continuó, al impulso de las periódicas sequías
que han asolado el sertão y de las sucesivas oleadas de expansión de los latifundios
azucareros de la zona da mata. En 1900 cuarenta mil víctimas de la sequía
abandonaron Ceará. Tomaban el camino por entonces habitual: la ruta del norte
hacia la selva. Después, el itinerario cambió. En nuestros días los nordestinos
emigran hacia el centro y el sur de Brasil. La sequía de 1970 arrojó muchedumbres
hambrientas sobre las ciudades del nordeste. Saquearon trenes y comercios; a gritos
imploraban la lluvia a San José. Los «flagelados» se lanzaron a los caminos. Un
cable de abril de 1970 informa: «La policía del estado de Pernambuco detuvo el
domingo último, en el municipio de Belém do São Francisco, a 210 campesinos que
serían vendidos a propietarios rurales del estado de Minas Gerais a dieciocho
dólares por cabeza»3. Los campesinos provenían de Paraíba y Río Grande do Norte,
los dos estados más castigados por la sequía. En junio, los teletipos trasmiten las
declaraciones del jefe de la policía federal: sus servicios aún no disponen de los
1 Eduardo Galeano, Los dioses y los diablos en las lavelas de Río, en Amaru, núm. 10, Lima, junio de 1969.)
2 Rodolfo Teófilo, Historia de éca do Ceará (1877-1880), Río de janeiro, 1922.
3 France Presse, 21. de abril de 1970. En 1938, la peregrinación de un vaquero por los calcinados caminos
del sertãn había dado origen a una de las mejores novelas de la historia literaria de Brasil. El azote de
la sequía sobre los latifundios ganaderos del interior, subordinados a los ingenios de azúcar del litoral,
no ha cesado, y tampoco han variado sus consecuencias. El mundo de Vidas secas continúa intacto: el
papagayo imitaba el ladrido del perro, porque sus dueños ya casi no hacían uso de la voz humana
Graciliano Ramos, Vidas secas, La Habana, 1964).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 73
medios eficaces para poner término al tráfico de esclavos, y aunque en los últimos
meses se han iniciado diez procedimientos de investigación, continúa la venta de
trabajadores del nordeste a los propietarios ricos de otras zonas del país.
El boom del caucho y el auge del café implicaron grandes levas de trabajadores
nordestinos. Pero también el gobierno hace uso de este caudal de mano de obra
barata, formidable ejército de reserva para las grandes obras públicas. Del nordeste
vinieron, acarreados como ganado, los hombres desnudos que en una noche y un
día levantaron la ciudad de Brasilia en el centro del desierto. Esta ciudad, la más
moderna del mundo, está hoy cercada por un vasto cinturón de miseria: terminado
su trabajo, los candangos fueron arrojados a las ciudades satélites. En ellas,
trescientos mil nordestinos, siempre listos para todo servicio, viven de los
desperdicios de la resplandeciente capital.
El trabajo esclavo de los nordestinos está abriendo, ahora, la gran carretera
transamazonica, que cortará Brasil en dos, penetrando la selva hasta la frontera con
Bolivia. El plan implica también un proyecto de colonización agraria para extender
«las fronteras de la civilización»: cada campesino recibirá diez hectáreas de
superficie, si sobrevive a las fiebres tropicales de la floresta. En el nordeste hay seis
millones de campesinos sin tierras, mientras que quince mil personas son dueñas
de la mitad de la superficie total. La reforma agraria no se realiza en las regiones ya
ocupadas, donde continúa siendo sagrado el derecho de propiedad de los
latifundistas, sino en plena selva. Ello significa que los «flagelados» del nordeste
abrirán el camino para la expansión del latifundio sobre nuevas áreas. Sin capital,
sin medios de trabajo, ¿qué significan diez hectáreas a dos o tres mil kilómetros de
distancia de los centros de consumo? Muy distintos son, se deduce, los propósitos
reales del gobierno: proporcionar mano de obra a los latifundistas norteamericanos
que han comprado o usurpado la mitad de las tierras al norte del río Negro y
también a la United States Steel Co., que recibió de manos del general Garrastazú
Médici los enormes yacimientos de hierro y manganeso de la Amazonia1
EL CICLO DEL CAUCHO: CARUSO INAUGURA UN TEATRO MONUMENTAL
EN MEDIO DE LA SELVA
Algunos autores estiman que no menos de medio millón de nordestinos
sucumbieron a las epidemias, el paludismo, la tuberculosis o el beriberi en la época
del auge de la goma. «Este siniestro osario fue el precio de la industria del caucho»2
Sin ninguna reserva de vitaminas, los campesinos de las tierras secas realizaban el
largo viaje hacia la selva húmeda. Allí los aguardaba, en los pantanosos seringales,
la fiebre. Iban hacinados en las bodegas de los barcos, en tales condiciones que
muchos sucumbían antes de llegar: anticipaban, así, su próximo destino. Otros, ni
1 Paulo Schilling, Un nuevo genocidio, en Marcha, número 1.501, Montevideo, julío 10 de 1970. En octubre
de 1970, los obispos de Pará denunciaron ante el presidente de Brasil la explotación brutal de los
trabajadores nordestinos por parte de las empresas que están construyendo la carretera
transamazónica. El gobierno la llama «la obra del siglo».)
2 Aurélio Pinheiro, A margem do Amazonas, São Paulo. 1937.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 74
siquiera alcanzaban a embarcarse. En 1878, de los ochocientos mil habitantes de
Ceará, 120 mil se marcharon rumbo al río Amazonas, pero menos de la mitad pudo
llegar; los restantes fueron cayendo, abatidos por el hambre o la enfermedad, en los
caminos del sertão o en los suburbios de Fortaleza1. Un año antes, había comenzado
una de las siete mayores sequías de cuantas azotaron el nordeste durante el siglo
pasado.
No sólo la fiebre; también aguardaba, en la selva, un régimen de trabajo
bastante parecido a la esclavitud. El trabajo se pagaba en especies -carne seca,
harina de mandioca, rapadura, aguardiente- hasta que el seringueiro saldaba sus
deudas, milagro que rara vez ocurría. Había un acuerdo entre los empresarios para
no dar trabajo a los obreros que tuvieran deudas pendientes; los guardias rurales,
apostados en las márgenes de los ríos, disparaban contra los prófugos. Las deudas
se sumaban a las deudas. A la deuda original, por el acarreo del trabajador desde el
nordeste, se agregaba la deuda por los instrumentos de trabajo, machete, cuchillo,
tazones, y como el trabajador comía, y sobre todo bebía, porque en los seringales no
faltaba el aguardiente, cuanto mayor era la antigüedad del obrero mayor se hacía la
deuda por él acumulada. Analfabetos, los nordestinos sufrían sin defensas los pases
de prestidigitación de la contabilidad de los administradores.
Priestley había observado, hacia 1770, que la goma servía para borrar los trazos
de lápiz sobre el papel. Setenta años después, Charles Goodyear descubrió, al
mismo tiempo que el inglés Hancock, el procedimiento de vulcanización del
caucho, que le daba flexibilidad y lo tornaba inalterable a los cambios de
temperatura. Ya en 1850, se revestían de goma las ruedas de los vehículos. A fines
de siglo surgió la industria del automóvil en Estados Unidos y en Europa, y con ella
nació el consumo de neumáticos en grandes cantidades. La demanda mundial de
caucho creció verticalmente. El árbol de la goma proporcionaba a Brasil, en 1890,
una décima parte de sus ingresos por exportaciones; veinte años después, la
proporción subía al 40 por ciento, con lo que las ventas casi alcanzaban el nivel del
café, pese a que el café estaba, hacia 1910, en el cenit de su prosperidad. La mayor
parte de la producción de caucho provenía por entonces del territorio del Acre, que
Brasil había arrancado a Bolivia al cabo de una fulminante campaña militar.2
Conquistado el Acre, Brasil disponía de la casi totalidad de las reservas
mundiales de goma; la cotización internacional estaba en la cima y los buenos
tiempos parecían infinitos. Los seringueiros no los disfrutaban, por cierto, aunque
eran ellos quienes salían cada madrugada de sus chozas, con varios recipientes
atados por correas a las espaldas, y se encaramaban a los árboles, los hevea
brasiliensis gigantescos, para sangrarlos. Les hacían varias incisiones, en el tronco y
en las ramas gruesas próximas a la copa; de las heridas manaba el látex, jugo
blancuzco y pegajoso que llenaba los jarros en un par de horas. A la noche se cocían
los discos planos de goma, que se acumularían luego en la administración de la
propiedad. El olor ácido y repelente del caucho impregnaba la ciudad de Manaus,
capital mundial del comercio del producto. En 1849 Manaus tenía cinco mil
1 Rodolfo Teófilo, op. cit.
2 Bolivia fue mutilada en casi doscientos mil kilómetros cuadrados. En 1902 recibió una indemnización
de dos millones de libras esterlinas y una línea férrea que le abriría el acceso a los ríos Madeira y
Amazonas.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 75
habitantes; en poco más de medio siglo creció a setenta mil. Los magnates del
caucho edificaron allí sus mansiones de arquitectura extravagante y plenas de
maderas preciosas de Oriente, mayólicas de Portugal, columnas de mármol de
Carrara y muebles de ebanistería francesa. Los nuevos ricos de la selva se hacían
traer los más caros alimentos desde Río de Janeiro; los mejores modistos de Europa
cortaban sus trajes y vestidos; enviaban a sus hijos a estudiar a los colegios ingleses.
El teatro Amazonas, monumento barroco de bastante mal gusto, es el símbolo
mayor del vértigo de aquellas fortunas a principios de siglo: el tenor Caruso cantó
para los habitantes de Manaus la noche de la inauguración, a cambio de una suma
fabulosa, después de remontar el río a través de la selva. La Pavlova, que debía
bailar, no pudo pasar de la ciudad de Belém, pero hizo llegar sus excusas.
En 1913, de un solo golpe, el desastre se abatió sobre el caucho brasileño. El
precio mundial, que había alcanzado los doce chelines tres años atrás, se redujo a la
cuarta parte. En 1900 el Oriente sólo había exportado cuatro toneladas de caucho;
en 1914 las plantaciones de Ceilán y de Malasia volcaron más de setenta mil
toneladas al mercado mundial, y cinco años más tarde seis exportaciones ya
estaban arañando las cuatrocientas mil toneladas. En 1919 Brasil, que había disfrutado
del virtual monopolio del caucho, sólo abastecía la octava parte del consumo mundial. Medio
siglo después Brasil compra en el extranjero más de la mitad de caucho que necesita.
¿Qué había ocurrido? Allá por 1873, Henry Wickham, un inglés que poseía
bosques de caucho en el río Tapajós y era conocido por sus manías de botánico,
había enviado dibujos y hojas del árbol de la goma al director del jardín de Kew, en
Londres. Recibió la orden de obtener una buena cantidad de semillas, las pepitas
que el hevea brasiliensis alberga en sus frutos amarillos. Había que sacarlas de
contrabando, porque Brasil castigaba severamente la evasión de semillas, y no era
fácil: las autoridades revisaban, con pelos y señales, los barcos. Entonces, como por
encanto, un buque de la Inman Line se internó dos mil kilómetros más de lo
habitual hacia el interior de Brasil. Al regreso, Henry Wickham aparecía entre sus
tripulantes. Había elegido las mejores semillas, después de poner los frutos a secar
en una aldea indígena, y las traía dentro de un camarote clausurado, envueltas en
hojas de plátano y suspendidas por cuerdas en el aire para que no las alcanzaran las
ratas a bordo. Todo el resto del barco iba vacío. En Belém do Pará, frente a la
desembocadura del río, Wickham invitó a las autoridades a un gran banquete. El
inglés tenía fama de chiflado; se sabía en toda la Amazonia que coleccionaba
orquídeas. Explicó que llevaba, por encargo del rey de Inglaterra, una serie de
bulbos de orquídeas raras para el jardín de Kew. Como eran plantas muy delicadas,
explicó, las tenía en un gabinete herméticamente cerrado, a una temperatura
especial: si lo abría, se arruinaban las flores. Así, las semillas llegaron, intactas, a los
muelles de Liverpool. Cuarenta años más tarde, los ingleses invadían el mercado
mundial con el caucho malayo. Las plantaciones asiáticas, racionalmente
organizadas a partir de los brotes verdes de Kew, desbancaron sin dificultad la
producción extractiva de Brasil.
La prosperidad amazónica se hizo humo. La selva volvió a cerrarse sobre sí
misma. Los cazadores de fortunas emigraron hacia otras comarcas; el lujoso
campamento se desintegró. Quedaron, sí, sobreviviendo como podían, los
trabajadores, que habían sido acarreados desde muy lejos para ser puestos al
servicio de la aventura ajena. Ajena, incluso, para el propio Brasil, que no había
hecho otra cosa que responder a los cantos de sirena de la demanda mundial de
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 76
materia prima, pero sin participar en lo más mínimo en el verdadero negocio del
caucho: la financiación, la comercialización, la industrialización, la distribución. Y
la sirena se quedó muda. Hasta que, durante la segunda guerra mundial, el caucho
de la Amazonia brasileña cobró un nuevo empuje transitorio. Los japoneses habían
ocupado la Malasia y las potencias aliadas necesitaban desesperadamente
abastecerse de goma. También la selva peruana fue sacudida, en aquellos años
cuarenta, por las urgencias del caucho1. En Brasil la llamada «batalla del caucho»
movilizó nuevamente a los campesinos del nordeste. Según una denuncia
formulada en el Congreso cuando la «batalla» terminó, esta vez fueron cincuenta
mil los muertos que, derrotados por las pestes y el hambre, quedaron pudriéndose
entre los seringales.
LOS PLANTADORES DE CACAO ENCENDÍAN SUS CIGARROS CON BILLETES
DE QUINIENTOS MIL REIS
Venezuela se identificó con el cacao, planta originaria de América, durante
largo tiempo. «Los venezolanos habíamos sido hechos para vender cacao y
distribuir, en nuestro suelo, las baratijas del exterior», dice Rangel2. Los oligarcas
del cacao, más los usureros y los comerciantes, integraban «una Santísima Trinidad
del atraso». Junto con el cacao, formando parte de su cortejo, coexistían la
ganadería de los llanos, el añil, el azúcar, el tabaco y también algunas minas; pero
Gran Cacao fue el nombre con que el pueblo bautizó, acertadamente, a la oligarquía
esclavista de Caracas. A costa del trabajo de los negros, esta oligarquía se
enriqueció abasteciendo de cacao a la oligarquía minera de México y a la metrópoli
española. Desde 1873, se inauguró en Venezuela una edad del café; el café exigía,
como el cacao, tierras de vertientes o valles cálidos. Pese a la irrupción del intruso,
el cacao continuó, de todos modos, su expansión, invadiendo los suelos húmedos
de Carúpano. Venezuela siguió siendo agrícola, condenada al calvario de las caídas
cíclicas de los precios del café y del cacao; ambos productos surtían los capitales
que hacían posible la vida parasitaria, puro despilfarro, de sus dueños, sus
mercaderes y sus prestamistas. Hasta que, en 1922, el país se convirtió de súbito en
un manantial de petróleo. A partir de entonces, el petróleo dominó la vida del país.
La explosión de la nueva fortuna vino a dar la razón, con más de cuatro siglos de
atraso, a las expectativas de los descubridores españoles: buscando sin suerte al
príncipe que se bañaba en oro, habían llegado a la locura de confundir una
aldehuela de Maracaibo con Venecia, espejismo al que Venezuela debe su nombre;
y Colón había creído que en el golfo de Paria nacía el Paraíso Terrenal3. En las
últimas décadas del siglo XIX se desató la glotonería de los europeos y los
norteamericanos por el chocolate. El progreso de la industria dio un gran impulso a
las plantaciones de cacao en Brasil y estimuló la producción de las viejas
plantaciones de Venezuela y Ecuador. En Brasil, el cacao hizo su ingreso impetuoso
1 A principios de siglo, las montañas con bosques de caucho también habían ofrecido a Perú las romesas
de un nuevo Eldorado. Francisco García Calderón escribía en El Perú contemporáneo, hacia 1908, que
el caucho era la gran riqueza del porvenir. En su novela La casa verde (Barcelona, 1966), Mario Vargas
Llosa reconstruye la atmósfera febril en Iquitos y en la selva, donde los aventureros despojaban a los
indios y se despojaban entre sí. La naturaleza se vengaba; dïsponía de la lepra y otras armas.)
2 Domingo Alberto Rangel, El proceso del capitalismo contemporáneo en Venezuela, Caracas, 1968.)
3 Domingo Alberto Rangel, Capital y desarrollo, tomo I La Venezuela agraria, Caracas, 1969.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 77
en el escenario económico al mismo tiempo que el caucho y, como el caucho, dio
trabajo a los campesinos del nordeste. La ciudad del Salvador, en la Bahía de Todos
los Santos, había sido una de las más importantes ciudades de América, como
capital de Brasil y del azúcar, y resucitó entonces como capital del cacao. Al sur de
Bahía, desde el Recôncavo hasta el estado de Espírito Santo, entre las tierras bajas
del litoral y la cadena montañosa de la costa, los latifundios continúan
proporcionando, en nuestros días, la materia prima de buena parte del chocolate
que se consume en el mundo. Al igual que la caña de azúcar, el cacao trajo consigo
el monocultivo y la quema de los bosques, la dictadura de la cotización
internacional y la penuria sin tregua de los trabajadores. Los propietarios de las
plantaciones, que viven en las playas de Río de Janeiro y son más comerciantes que
agricultores, prohiben que se destine una sola pulgada de tierra a otros cultivos.
Sus administradores suelen pagar los salarios en especies, charque, harina, frijoles;
cuando los pagan en dinero, el campesino recibe por un día entero de trabajo un
jornal que equivale al precio de un litro de cerveza y debe trabajar un día y medio
para poder comprar una lata de leche en polvo.
Brasil disfrutó un buen tiempo de los favores del mercado internacional. No
obstante, desde el pique encontró en Africa serios competidores. Hacia la década
del veinte, ya Ghana había conquistado el primer lugar: los ingleses habían
desarrollado la plantación de cacao en gran escala, con métodos modernos, en este
país que por entonces era colonia y se llamaba Costa de Oro. Brasil cayó al segundo
lugar, y años más tarde al tercero, como proveedor mundial de cacao. Pero hubo
más de un período en que nadie hubiera podido creer que un destino mediocre
aguardaba a las tierras fértiles del sur de Bahía. Invictos todo a lo largo de la época
colonial, los suelos multiplicaban los frutos: los peones partían las bayas a golpes
de facón, juntaban los granos, los cargaban en los carros para que los burros los
condujeran hasta las artesas, y se hacía preciso talar cada vez más bosques, abrir
nuevos claros, conquistar nuevas tierras a filo de machete y tiros de fusil. Nada
sabían los peones de precios ni de mercados. Ni siquiera sabían quién gobernaba
Brasil: hasta no hace muchos años todavía se encontraban trabajadores de las
fazendas convencidos de que don Pedro II, el emperador, continuaba en el trono.
Los amos del cacao se restregaban las manos: ellos sí sabían, o creían que sabían. El
consumo de cacao aumentaba y con él aumentaban las cotizaciones y las ganancias.
El puerto de Ilhéus, por donde se embarcaba casi todo el cacao, se llamaba «la
Reina del sur», y aunque hoy languidece, allí han quedado los sólidos palacetes que
los /azendeiros amueblaron con fastuoso y pésimo gusto. Jorge Amado escribió
varias novelas sobre el tema. Así recrea una etapa de alza de precios: «Ilhéus y la
zona del cacao nadaron en oro, se bañaron en champaña, durmieron con francesas
llegadas de Río de Janeiro. En Trianón , el más chic de los cabarets de la ciudad, el
coronel Maneca Dantas encendía cigarros con billetes de quinientos mil reís.
repitiendo el gesto de todos los fazendeiros ricos del país en las alzas anteriores del
café, del caucho, del algodón y del azúcar»1.Mientras tanto, «ni los chicos tocaban
los frutos de cacao. Sentían miedo de aquellos cocos amarillos, de carozos dulces,
que los tenían presos a esa vida de frutos de jaca y carne seca». Porque, en el fondo,
«el cacao era el gran señor a quien hasta el coronel temía» (Jorge Amado, Cacao,
Buenos Aires, 1935). En otra novela, Gabriela, clavo y canela, Buenos Aires, 1969, un
1 El título de «coronel» se otorga en Brasil, con facilidad, a los latifundistas tradicionales y, por
extensión, a todas las personas importantes. El párrafo proviene de la novela de Jorge Amado, Sáo
Jorge dos Ilhéus (Montevideo, 1946)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 78
personaje habla de lihéus en 1925, alzando un dedo categórico: «No existe en la
actualidad, en el norte del país, una ciudad de progreso más rápido». Actualmente,
Ilhéus no es ni la sombra. Con el alza de precios, la producción aumentaba; luego
los precios bajaban. La inestabilidad se hizo cada vez más estrepitosa y las tierras
fueron cambiando de dueño. Empezó el tiempo de los «millonarios mendigos»: los
pioneros de las plantaciones cedían su sitio a los exportadores, que se apoderaban,
ejecutando deudas, de las tierras.
En apenas tres años, entre 1959 y 1961, por no poner más que un ejemplo, el
precio internacional del cacao brasileño en almendra se redujo en una tercera parte.
Posteriormente, la tendencia al alza de los precios no ha sido capaz de abrir, por
cierto, las puertas de la esperanza; la CEPAL augura breve vida a la curva de
ascenso1 Los grandes consumidores de cacao -Estados Unidos, Inglaterra, Alemania
Federal, Holanda, Francia- estimulan la competencia entre el cacao africano y el que
producen Brasil y Ecuador, para comer chocolate barato. Provocan, así,
disponiendo como disponen de los precios, períodos de depresión que lanzan a los
caminos a los trabajadores que el cacao expulsa. Los desocupados buscan árboles
bajo los cuales dormir y bananas verdes para engañar el estómago: no comen, por
cierto, los finos chocolates europeos que Brasil, tercer productor mundial de cacao,
importa increíblemente desde Francia y desde Suiza. Los chocolates valen cada vez
más; el cacao, en términos relativos, cada vez menos. Entre 1950 y 1960, las ventas
de cacao de Ecuador aumentaron en más de un treinta por ciento en volumen, pero
sólo un quince por ciento en valor. El quince por ciento restante fue un regalo de
Ecuador a los países ricos, que en el mismo período le enviaron, a precios
crecientes, sus productos industrializados. La economía ecuatoriana depende de las
ventas de bananas, café y cacao, tres alimentos duramente sometidos a la zozobra
de los precios. Según los datos oficiales, de cada diez ecuatorianos siete padecen
desnutrición básica y el país sufre uno de los índices de mortalidad más altos del
mundo.
BRAZOS BARATOS PARA EL ALGODÓN
Brasil ocupa el cuarto lugar en el mundo como productor de algodón; México,
el quinto. En conjunto, de América Latina proviene más de la quinta parte del
algodón que la industria textil consume en el planeta entero. A fines del siglo XVIII
el algodón se había convertido en la materia prima más importante de los viveros
industriales de Europa; Inglaterra multiplicó por cinco en treinta años, sus compras
de esta fibra natural. El huso que Arkwright inventó al mismo tiempo que Watt
patentaba su máquina de vapor y la posterior creación del telar mecánico de
Cartwright impulsaron con decisivo vigor la fabricación de tejidos y
proporcionaron al algodón, planta nativa de América, mercados ávidos en
ultramar. El puerto de São Luiz de Maranhão, que había dormido una larga siesta
tropical apenas interrumpida por un par de navíos al año, fue bruscamente
1 Refiriéndose a los aumentos de precios del cacao y del café, la Comisión Económica para América
Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas dice que «tienen un carácter relativamente transitorio» y que
obedecen «en gran parte a contratiempos ocasionales en las cosechas». CEPAL, Estudio económico de
América Latina, 1969, tomo II: La economía de América Latina en 1969, Santiago de Chile, 1970.).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 79
despertado por la euforia del algodón: afluyeron los esclavos negros a las
plantaciones del norte de Brasil y entre ciento cincuenta y doscientos buques
partían cada año de São Luiz cargando un millón de libras de materia prima textil.
Mientras nacía el siglo pasado, la crisis de la economía minera proporcionaba al
algodón mano de obra esclava en abundancia; agotados el oro y los diamantes del
sur, Brasil parecía resucitar en el norte. El puerto floreció, produjo poetas en
medida suficiente como para que se lo llamara la Atenas de Brasil1, pero el hambre
llegó, con la prosperidad, a la región de Maranhão, donde nadie se ocupaba ya de
cultivar alimentos. En algunos períodos sólo hubo arroz para comer2. Como había
empezado, esta historia terminó: el colapso llegó de súbito. La producción de
algodón en gran escala en las plantaciones del sur de los Estados Unidos, con
tierras de mejor calidad y medios mecánicos para desgranar y enfardar el producto,
abatió los precios a la tercera parte y Brasil quedó fuera de competencia. Una nueva
etapa de prosperidad se abrió a raíz de la Guerra de Secesión, que interrumpió los
suministros norteamericanos, pero duró poco. Ya en el siglo XX, entre 1934 y 1939,
la producción brasileña de algodón se incrementó a un ritmo impresionante: de 126
mil toneladas pasó a más de 320 mil. Entonces sobrevino un nuevo desastre: los
Estados Unidos arrojaron sus excedentes al mercado mundial y el precio se
derrumbó.
Los excedentes agrícolas norteamericanos son, como se sabe, el resultado de
los fuertes subsidios que el Estado otorga a los productores; a precios de dumping y
como parte de los programas de ayuda exterior, los excedentes se derraman por el
mundo. Así, el algodón fue el principal producto de exportación de Paraguay hasta
que la competencia ruinosa del algodón norteamericano lo desplazó de los
mercados y la producción paraguaya se redujo, desde 1952, a la mitad. Así perdió
Uruguay el mercado canadiense para su arroz. Así el trigo de Argentina, un país
que había sido el granero del planeta, perdió un peso decisivo en los mercados
internacionales. El dumping norteamericano del algodón no ha impedido que una
empresa norteamericana, la Anderson Clayton and Co., detente el imperio de este
producto en América Latina, ni ha impedido que, a través de ella, los Estados
Unidos compren algodón mexicano para revenderlo a otros países.
El algodón latinoamericano continúa vivo en el comercio mundial, mal que
bien, gracias a sus bajísimos costos de producción. Incluso las cifras oficiales,
máscaras de la realidad, delatan el miserable nivel de la retribución del trabajo. En
las plantaciones de Brasil, los salarios de hambre alternan con el trabajo servil; en
las de Guatemala los propietarios se enorgullecen de pagar salarios de diecinueve
quetzales por mes (el quetzal equivale nominalmente al dólar) y, por si eso fuera
mucho, ellos mismos advierten que la mayor parte se liquida en especies al precio
por ellos fijado3; en México, los jornaleros que deambulan de zafra en zafra
cobrando un dólar y medio por jornada no sólo padecen la subocupación sino
también, y como consecuencia, la subnutrición, pero mucho peor es la situación de
los obreros del algodón en Nicaragua; los salvadoreños que suministran algodón a
los industriales textiles de Japón consumen menos calorías y proteínas que los
hambrientos hindúes. Para la economía de Perú, el algodón es la segunda fuente
1 Roberto C. Simonsen, op. cit.)
2 Caio Prado Júnior, Formação do Brasil contemporáneo, 55o Paulo, 1942.)
3 Comité Interamericano de Desarrollo Agrícola, Guatemala. Tenencia de la tierra y desarrollo socioeconómico del
vector agrícola, Washington, 1965.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 80
agrícola de divisas. José Carlos Mariátegui había observado que el capitalismo
extranjero, en su perenne búsqueda de tierras, brazos y mercados, tendía a
apoderarse de los cultivos de exportación de Perú, a través de la ejecución de
hipotecas de los terratenientes endeudados1. Cuando el gobierno nacionalista del
general Velasco Alvarado llegó al poder en 1968, estaba en explotación menos de la
sexta parte de las tierras del país aptas para la explotación intensiva, el ingreso per
capita de la población era quince veces menor que el de los Estados Unidos y el
consumo de calorías aparecía entre los más bajos del mundo, pero la producción de
algodón seguía, como la del azúcar, regida por los criterios ajenos a Perú que había
denunciado Mariátegui. Las mejores tierras, campiñas de la costa, estaban en
manos de empresas norteamericanas o de terratenientes que sólo eran nacionales
en un sentido geográfico, al igual que la burguesía limeña. Cinco grandes empresas
-entre ellas dos norteamericanas: la Anderson Clayton y la Grace-- tenían en sus
manos la exportación de algodón y de azúcar y contaban también con sus propios
«complejos agroindustriales» de producción. Las plantaciones de azúcar y algodón
de la costa, presuntos focos de prosperidad y progreso por oposición a los
latifundios de la sierra, pagaban a los peones salarios de hambre hasta que la
reforma agraria de 1969 las expropió y las entregó, en cooperativas, a los
trabajadores. Según el Comité Interamericano de Desarrollo Agrícola, el ingreso de
cada miembro de las familias de asalariados de la costa sólo llegaba a los cinco
dólares mensuales2 .
La Anderson Clayton and Co. conserva treinta empresas filiales en América
Latina, y no sólo se ocupa de vender el algodón sino que, además, monopolio
horizontal, dispone de una red que abarca el financiamiento y la industrialización
de la fibra y sus derivados y produce también alimentos en gran escala. En México,
por ejemplo, aunque no posee tierras, ejerce de todos modos su dominio sobre la
producción de algodón; en sus manos están, de hecho, los ochocientos mil
mexicanos que lo cosechan. La empresa compra a muy bajo precio la excelente fibra
de algodón mexicano, porque previamente concede créditos a los productores con
la obligación de que le vendan las cosechas al precio con que ella abra el mercado.
A los adelantos en dinero se suma el suministro de fertilizantes, semillas,
insecticidas; la empresa se reserva el derecho de supervisar los trabajos de
fertilización, siembra y cosecha. Fija la tarifa que se le ocurre para despepitar el
algodón. Usa las semillas en sus fábricas de aceites, grasas y margarinas. En los
últimos años, la Clayton, «no conforme con dominar además el comercio de
algodón, ha irrumpido hasta en la producción de dulces y chocolates, comprando
recientemente la conocida empresa Luxus»3 En la actualidad, Anderson Clayton es
la principal firma exportadora de café de Brasil. En 1950 se interesó por el negocio.
Tres años después, ya había destronado a la American Coffee Corporation. En
Brasil es además la primera productora de alimentos, y figura entre las treinta y
cinco empresas más poderosas del país.
1 José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Montevideo, 1970.)
2 Comité Interamericano de Desarrollo Agrícola, Perú. Tenencia de la tierra y desarrollo socioeconómico
del sector agrícola, Washington, 1966.)
3 Alonso Aguilar M. y Fernando Carmona, México riqueza y miseria, México, 1968.).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 81
BRAZOS BARATOS PARA EL CAFÉ
Hay quienes aseguran que el café resulta casi tan importante como el petróleo
en el mercado internacional. A principios de la década del cincuenta, América
Latina abastecía las cuatro quintas partes del café que se consumía en el mundo; la
competencia del café robusta, de África, de peor calidad pero de precio más bajo, ha
reducido la participación latinoamericana en los años siguientes. No obstante, la
sexta parte de las divisas que la región obtiene en el exterior proviene, actualmente,
del café. Las fluctuaciones de los precios afectan a quince países del sur del río
Bravo. Brasil es el mayor productor del mundo; del café obtiene cerca de la mitad
de sus ingresos por exportaciones. El Salvador, Guatemala, Costa Rica y Haití
dependen también en gran medida del café, que además provee las dos terceras
partes de las divisas de Colombia.
El café había traído consigo la inflación a Brasil; entre 1824 y 1854, el precio de
un hombre se multiplicó por dos. Ni el algodón del norte ni el azúcar del nordeste,
agotados ya los ciclos de la prosperidad, podían pagar aquellos caros esclavos.
Brasil se desplazó hacia el sur. Además de la mano de obra esclava, el café utilizó
los brazos de los inmigrantes europeos, que entregaban a los propietarios la mitad
de sus cosechas, en un régimen de medianería que aún hoy predomina en el
interior de Brasil. Los turistas que actualmente atraviesan los bosques de Tijuca
para ir a nadar a las aguas de la barra ignoran que allí, en las montañas que rodean
a Río de Janeiro, hubo grandes cafetales hace más de un siglo. Por los flancos de la
sierra, las plantaciones continuaron, rumbo al estado de São Paulo, su desenfrenada
cacería del humus de nuevas tierras vírgenes. Ya agonizaba el siglo cuando los
latifundistas cafetaleros, convertidos en la nueva élite social de Brasil, afilaron los
lápices y sacaron cuentas; más baratos resultaban los salarios de subsistencia que la
compra y manutención
de los escasos esclavos Se abolió la esclavitud en 1883, y
quedaron así inauguradas formas combinadas de servidumbre feudal y trabajo
asalariado que persisten en nuestros días. Legiones de braceros «libres»
acompañarían, desde entonces, la peregrinación del café. El valle del río Paraíba se
convirtió en la zona más rica del país, pero fue rápidamente aniquilado por esta
planta perecedera que, cultivada en un sistema destructivo, iba dejando a sus
espaldas bosques arrasados; reservas naturales agotadas y decadencia general. La
erosión arruinaba, sin piedad, las tierras antes intactas y, de saqueo en saqueo; iba
bajando sus rendimientos, debilitando las plantas y haciéndolas vulnerables a las
plagas. El latifundio cafetalero invadió la vasta meseta purpúrea del occidente de
São Paulo; con métodos de explotación menos bestiales, la convirtió en un «mar de
café», y continuó avanzando hacia el oeste. Llegó a las riberas del Paraná; de cara a
las sabanas de Mato Grosso, se desvió hacia el sur para desplazarse, en estos
últimos años, de nuevo Hacia el oeste, ya por encima de las fronteras de Paraguay.
En la actualidad, São Paulo es el estado más desarrollado de Brasil, porque
contiene el centro industrial del país, pero en sus plantaciones de café abundan
todavía los «moradores vasallos» que pagan con su trabajo y el de sus hijos el
alquiler de la tierra
En los años prósperos que siguieron a la primera guerra mundial, la voracidad
de los cafetaleros determinó la virtual abolición del sistema que permitía a los
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 82
trabajadores de las plantaciones cultivar alimentos por cuenta propia. Sólo pueden
hacerlo, ahora, a cambio de una renta que pagan trabajando sin cobrar. Además, el
latifundista cuenta con colonos contratistas a quienes permite realizar cultivos
temporarios, pero a cambio de que inicien cafetales nuevos en su beneficio. Cuatro
años después, cuando los granos amarillos colorean las matas, la tierra ha
multiplicado su valor y entonces llega, para el colono, el turno de marcharse.
En Guatemala las plantaciones de café pagan aún menos que las de algodón.
En la vertiente del sur, los propietarios dicen retribuir con quince dólares
mensuales el trabajo de los millares de indígenas que bajan cada año desde el
altiplano hasta el sur, para vender sus brazos en las cosechas. Las fincas cuentan
con policía privada; allí, como alguien me explicó, «un hombre es más barato que
su tumba»; y el aparato de represión se encarga de que lo siga siendo. En la región
de Alta Verapaz la situación es aún peor. Allí no hay camiones ni carretas, porque
los finqueros no los necesitan: sale más barato transportar el café a lomo de indio.
Para la economía de El Salvador, pequeño país en manos de un puñado de
familias oligárquicas, el café tiene una importancia fundamental: el monocultivo
obliga a comprar en el exterior frijoles, única fuente de proteínas para la
alimentación popular, maíz, hortalizas, y otros alimentos que tradicionalmente el
país producía. La cuarta parte de los salvadoreños fallecen víctimas de la
avitaminosis. En cuanto a Haití, tiene la tasa de mortalidad más alta de América
Latina; más de la mitad de su población infantil padece anemia. El salario legal
pertenece, en Haití, a los dominios de la ciencia ficción; en las plantaciones de café,
el salario real oscila entre siete y quince centavos de dólar por día.
En Colombia, territorio de vertientes, el café disfruta de la hegemonía. Según
un informe publicado por la revista Time en 1962, los trabajadores sólo reciben un
cinco por ciento, a través de los salarios, del precio total que el café obtiene en su
viaje desde la mata a los labios del consumidor norteamericano1. A diferencia de
Brasil, el café de Colombia no se produce, en su mayor parte, en los latifundios,
sino en minifundios que tienden a pulverizarse cada vez más. Entre 1955 y 1960,
aparecieron cien mil plantaciones nuevas, en su mayoría con extensiones ínfimas,
de menos de una hectárea. Pequeños y muy pequeños agricultores producen las
tres cuartas partes del café que Colombia exporta; el 96 por ciento de las
plantaciones son minifundios2. Juan Valdés sonríe en los avisos, pero la
atomización de la tierra abate el nivel de vida de los cultivadores, de ingresos cada
vez menores, y facilita las maniobras de la Federación Nacional de Cafeteros, que
representa los intereses de los grandes propietarios y que virtualmente monopoliza
la comercialización del producto. Las parcelas de menos de una hectárea generan
un ingreso de hambre: ciento treinta dólares, como promedio, por año3
1 Mario Arrubia, Estudios sobre el subdesarrollo colombiano, Medellín, 1959. El precio se descompone
así: 40 por 100 para los intermediarios, exportadores e importadores; 10 por 100 para los impuestos de
ambos gobiernos; 10 por 100 para los transportadores; 5 por 100 para la propaganda de la Oficina
Panamericana del Café, en Washington; 30 por 100 para los dueños de las plantaciones, y 5 por 100
para los salarios obreros.
2 Banco Cafetero, La industria cafetera en Colombia, Bogotá, 1962.)
3 Panorama económico Latinoamericano, núm. 87, La Habana, septiembre de 1963..
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 83
LA COTIZACIÓN DEL CAFÉ ARROJA AL FUEGO LAS COSECHAS Y MARCA EL
RITMO DE LOS CASAMIENTOS
¿Qué es esto? ¿El electroencefalograma de un loco? En 1889 el café valía dos
centavos y seis años después había subido a nueve; tres años más tarde había
bajado a cuatro centavos y cinco años después a dos. Este fue un período
ilustrativo1. Las gráficas de los precios del café, como las de todos los productos
tropicales, se han parecido siempre a los cuadros clínicos de la epilepsia, pero la
línea cae siempre a pique cuando registra el valor de intercambio del café frente a
las maquinarias y los productos industrializados. Carlos Lleras Restrepo,
presidente de Colombia, se quejaba en 1967: ese año, su país debió pagar cincuenta
y siete bolsas de café para comprar un jeep, y en 1950 bastaban diecisiete bolsas. Al
mismo tiempo, el ministro de Agricultura de São Paulo, Herbert Levi, hacía
cálculos más dramáticos: para comprar un tractor en 1967, Brasil necesitaba
trescientas cincuenta bolsas de café, pero catorce años antes setenta bolsas habían
sido suficientes. El presidente Getulio Vargas se había partido el corazón de un
balazo, en 1954, y la cotización del café no había sido ajena a la tragedia: «Vino la
crisis de la producción de café —escribió Vargas en su testamento— y se valorizó
nuestro principal producto. Pensamos defender su precio y la respuesta fue una
violenta presión sobre nuestra economía, al punto de vernos obligados a ceder».
Vargas guiso que su sangre fuera un precio de rescate.
Si la cosecha de café de 1964 se hubiera vendido en el mercado norteamericano
a los precios de 1955, Brasil hubiera recibido doscientos millones de dólares más. La
baja de un solo centavo en la cotización del café implica una pérdida de 65 millones
de dólares para el conjunto de los países productores. Desde 1964, como el precio
continuó cayendo hasta 1968, se hizo mayor la cantidad de dólares usurpados por
el país consumidor, Estados Unidos, a Brasil, país productor. Pero, ¿en beneficio de
quién? ¿Del ciudadano que bebe el café? En julio de 1968, el precio del café
brasileño en Estados Unidos había bajado un treinta por ciento en relación con
enero de 1964. Sin embargo, el consumidor norteamericano no pagaba más barato
su café, sino un trece por ciento más caro. Los intermediarios se quedaron, pues,
entre el 64 y el 68, con este trece y con aquel treinta: ganaron a dos puntas. En el
mismo espacio de tiempo, los precios que recibieron los productores brasileños por
cada bolsa de café se redujeron a la mítad2. ¿Quiénes son los intermediarios? Seis
empresas norteamericanas disponen de más de la tercera parte del café que sale de
Brasil, y otras seis empresas norteamericanas disponen de más de la tercera parte
del café que entra en los Estados Unidos son las firmas dominantes en ambos
extremos de la operación3. La United Fruit (que ha pasado a llamarse United
Brands mientras escribo estas líneas) ejerce el monopolio de la venta de bananas
desde América Central, Colombia y Ecuador, y a la vez monopoliza la importación
y distribución de bananas en Estados Unidos. De modo semejante, son empresas
norteamericanas las que manejan el negocio del café, y Brasil sólo participa como
proveedor y como víctima. Es el Estado brasileño el que carga con los stocks,
cuando la sobreproducción obliga a acumular reservas.
1 Pierre Monbeig, Pionniers et planteurs de São Paulo, París, 1952.
2 Datos del Banco Central, Instituto Brasileiro do Café y FAO, Revista Fator, núm. 2, Río de Janeiro,
noviembre-diciembre de 1968.
3 Según la investigación realizada por la Federal frade Commission. Cid Silveira, Café: um drama na
economia nacional. Río de Janeiro, 1962.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 84
¿Acaso no existe, sin embargo, un Convenio Internacional del Café para
equilibrar los precios en el mercado? El Centro Mundial de Información del Café
publicó en Washington, en 1970, un amplio documento destinado a convencer a los
legisladores para que los Estados Unidos prorrogaran, en septiembre, la vigencia de
la ley complementaria correspondiente al convenio. El informe asegura que el
convenio ha beneficiado en primer lugar a los Estados Unidos, consumidores de
más de la mitad del café que se vende en el mundo. La compra del grano sigue
siendo una ganga. En el mercado norteamericano, el irrisorio aumento del precio
del café (en beneficio, como hemos visto, de los intermediarios) ha resultado mucho
menor que el alza general del costo de la vida y del nivel interno de los salarios; el
valor de las exportaciones de los Estados Unidos se elevó, entre 1960 y 1969, una
sexta parte, y en el mismo período el valor de las importaciones de café, en vez de
aumentar, disminuyó. Además, es preciso tener en cuenta que los países
latinoamericanos aplican las deterioradas divisas que obtienen por la venta del café,
a la compra de esos productos norteamericanos encarecidos.
El café beneficia mucho más a quienes lo consumen que a quienes lo producen.
En Estados Unidos y en Europa genera ingresos y empleos y moviliza grandes
capitales; en América Latina paga salarios de hambre y acentúa la deformación
económica de los países puestos a su servicio.
En Estados Unidos el café proporciona trabajo a más de seiscientas mil personas: los
norteamericanos que distribuyen y venden el café latinoamericano ganan salarios
infinitamente más altos que los brasileños, colombianos, guatemaltecos, salvadoreños o
haitianos que siembran y cosechan el grano en las plantaciones. Por otra parte la CEPAL
nos informa que, por increíble que parezca, el café arroja mas riqueza en las arcas estatales
de los países europeos, que la riqueza que deja en manos de los países productores.
En efecto, «en 1960 y 1961, las cargas fiscales totales impuestas por los países
de la Comunidad Europea al café latinoamericano ascendieron a cerca de
setecientos millones de dólares, mientras que los ingresos de los países
abastecedores (en términos del valor f.o.b. de las mismas exportaciones) sólo
alcanzaron a seiscientos millones de dólares»1.
Los países ricos, predicadores del comercio libre, aplican el más rígido
proteccionismo contra los países pobres: convierten todo lo que tocan en oro para sí
y en lata para los demás --incluyendo la propia producción de los países
subdesarrollados. El mercado internacional del café copia de tal manera el modelo
de un embudo, que Brasil aceptó recientemente imponer altos impuestos a sus
exportaciones de café soluble para proteger, proteccionismo al revés, los intereses
de los fabricantes norteamericanos del mismo artículo. El café instantáneo
producido por Brasil es más barato y de mejor calidad que el de la floreciente
industria de los Estados Unidos, pero en el régimen de la libre competencia, está
visto, unos son más libres que otros.
En este reino del absurdo organizado las catástrofes naturales se convierten en
bendiciones del cielo para los países productores. Las agresiones de la naturaleza
levantan los precios y permiten movilizar las reservas acumuladas. Las feroces
heladas que asolaron la cosecha de 1969 en Brasil condenaron a la ruina a
numerosos productores, sobre todo a los más débiles, pero empujaron hacia arriba
1 CEPAL, El comercio internacional y el desarrollo de América Latina, México-Buenos Aires, 1964.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 85
la cotización internacional del café y aliviaron considerablemente el stock de
sesenta millones de bolsas -equivalentes a dos tercios de la deuda externa de Brasilque
el Estado había acumulado para defender los precios. El café almacenado, que
se estaba deteriorando y perdía valor progresivamente, podía haber terminado en
la hoguera. No sería la primera vez. A raíz de la crisis de 1929, que echó abajo los
precios y contrajo el consumo, Brasil quemó 78 millones de bolsas de café: así ardió
en llamas el esfuerzo de doscientas mil personas durante cinco zafras1. Aquella fue
una típica crisis de una economía colonial: vino de fuera. La brusca caída de las
ganancias de los plantadores y los exportadores de café en los años treinta provocó,
además del incendio del café, un incendio de la moneda. Este es el mecanismo
usual en América Latina para «socializar las pérdidas» del sector exportador: se
compensa en moneda nacional, a través de las devaluaciones, lo que se pierde en
divisas.
Pero el auge de los precios no tiene mejores consecuencias. Desencadena
grandes siembras, un crecimiento de la producción, una multiplicación del área
destinada al cultivo del producto afortunado. El estímulo funciona como un
boomerang, porque la abundancia del producto derriba los precios y provoca el
desastre. Esto fue lo que ocurrió en 1958, en Colombia, cuando se cosechó el café
sembrado con tanto entusiasmo cuatro años antes, y ciclos semejantes se han
repetido a todo lo largo de la historia de este país. Colombia depende del café y su
cotización exterior hasta tal punto que, «en Antioquia, la curva de matrimonio
responde ágilmente a la curva de los precios del café. Es típico de una estructura
dependiente: hasta el momento propicio para una declaración de amor en una loma
antioqueña se decide en la bolsa de Nueva York»2
DIEZ AÑOS QUE DESANGRARON A COLOMBIA
Allá por los años cuarenta, el prestigioso economista colombiano Luis Eduardo
Nieto Arteta escribió una apología del café. El café había logrado lo que nunca
consiguieron, en los anteriores ciclos económicos del país, las minas ni el tabaco, ni
el añil ni la quina: dar nacimiento a un orden maduro y progresista. Las fábricas
textiles y otras industrias livianas habían nacido, y no por casualidad, en los
departamentos productores de café: Antioquia, Caldas, Valle del Cauca, Cundina—
marca. Una democracia de pequeños productores agrícolas, dedicados al café,
había convertido a los colombianos en «hombres moderados y sobrios». «El
supuesto más vigoroso --decía-, para la normalidad en el funcionamiento de la vida
política colombiana ha sido la consecución de una peculiar estabilidad económica.
El café la ha producido, y con ella el sosiego y la mesura»3
Poco tiempo después, estalló la violencia. En realidad, los elogios al café no
habían interrumpido, como por arte de magia, la larga historia de revueltas y
represiones sanguinarias en Colombia. Esta vez, durante diez años, entre 1948 y
1 Roberto C. Simonsen, op. cit.)
2 Mario Arrubla, op. cit..)
3 Luis Eduardo Nieto Arteta, Ensayos sobre economía colambiana, Medellín, 1969.).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 86
1957, la guerra campesina abarcó los minifundios y los latifundios, los desiertos y
los sembradíos, los valles y las selvas y los páramos andinos, empujó al éxodo a
comunidades enteras, generó guerrillas revolucionarias y bandas de criminales y
convirtió al país entero en un cementerio: se estima que dejó un saldo de ciento
ochenta mil muertos1. El baño de sangre coincidió con un período de euforia
económica para la clase dominante: ¿es lícito confundir la prosperidad de una clase
con el bienestar de un país?
La violencia había empezado como un enfrentamiento entre liberales y
conservadores, pero la dinámica del odio de clases fue acentuando cada vez más su
carácter de lucha social. Jorge Eliécer Gaitán, el caudillo liberal a quien la oligarquía
de su propio partido, entre despectiva y temerosa, llamaba «el Lobo» o «el
Badulaque», había ganado un formidable prestigio popular y amenazaba el orden
establecido; cuando lo asesinaron a tiros, se desencadenó el huracán. Primero fue
una marea humana incontenible en las calles de la capital, el espontáneo
«bogotazo», y en seguida la violencia derivó al campo, donde, desde hacía un
tiempo, ya las bandas organizadas por los conservadores venían sembrando el
terror.
El odio largamente masticado por los campesinos hizo explosión, y mientras el
gobierno enviaba policías y soldados a cortar testículos, abrir los vientres de las
mujeres embarazadas o arrojar niños al aire para ensartarlos a puntas de bayoneta
bajo la consigna de «no dejar ni la semilla», los doctores del Partido Liberal se
recluían en sus casas sin alterar sus buenos modales ni el tono caballeresco de sus
manifiestos o, en el peor de los casos, viajaban al exilio. Fueron los campesinos
quienes pusieron los muertos. La guerra alcanzó extremos de increíble crueldad,
impulsada por un afán de venganza que crecía con la guerra misma. Surgieron
nuevos estilos de la muerte: en el «corte corbata», la lengua quedaba colgando
desde el pescuezo. Se sucedían las violaciones, los incendios, los saqueos; los
hombres eran descuartizados o quemados vivos, desollados o partidos lentamente
en pedazos; los batallones arrasaban las aldeas y las plantaciones; los ríos quedaban
teñidos de rojo; los bandoleros otorgaban el permiso de vivir a cambio de tributos
en dinero o cargamentos de café y las fuerzas represivas expulsaban y perseguían a
innumerables familias que huían a las montañas a buscar refugio: en los bosques,
parían las mujeres. Los primeros jefes guerrilleros, animados por la necesidad de
revancha pero sin horizontes políticos claros, se lanzaban a la destrucción por la
destrucción, el desahogo a sangre y fuego sin otros objetivos. Los nombres de los
protagonistas de la violencia (Teniente Gorila, Malasombra, El Cóndor, Piel roja, El
Vampiro, Ave negra, El Terror del Llano) no sugieren una epopeya de la
revolución. Pero el acento de rebelión social se imprimía hasta en las coplas que
cantaban las bandas:
Yo soy campesino puro,
y no empecé la pelea,
pero si me buscan ruido
la bailan con la más fea.
Y en definitiva, el terror indiscriminado había aparecido también, mezclado
1 Germán Guzmán Campos, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, La violencia en Colombia.
Estudio de un proceso social, Bogotá, 1963-64.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 87
con las reivindicaciones de justicia, en la revolución mexicana de Emiliano, Zapata
y Pancho Villa. En Colombia la rabia estallaba de cualquier manera, pero no es
casual que de aquella década de violencia nacieran las posteriores guerrillas
políticas que, levantando las banderas de la revolución social, llegaron a ocupar y
controlar extensas zonas del país. Los campesinos, asediados por la represión,
emigraron a las montañas y allí organizaron el trabajo agrícola y la autodefensa.
Las llamadas «repúblicas independientes» continuaron ofreciendo refugio a los
perseguidos después de que los conservadores y los liberales firmaron, en Madrid,
el pacto de la paz. Los dirigentes de ambos partidos, en un clima de brindis y
palomas, resolvieron turnarse sucesivamente en el poder en aras de la concordia
nacional y entonces comenzaron, ya de común acuerdo, la faena de la «limpieza»
contra los focos de perturbación del sistema. En una sola de las operaciones, para
abatir a los rebeldes de Marquetalia, se dispararon un millón y medio de
proyectiles, se arrojaron veinte mil bombas y se movilizaron, por tierra y por aire,
dieciséis mil soldados1 En plena violencia había un oficial que decía: «A mí no me
traigan cuentos. Tráiganme orejas».
El sadismo de la represión y la ferocidad de la guerra ¿podrían aplicarse por
razones clínicas? ¿Fueron el resultado de la maldad natural de sus protagonistas?
Un hombre que cortó las manos de un sacerdote, prendió fuego a su cuerpo y a su
casa y luego lo despedazó y lo arrojó a un caño, gritaba, cuando ya la guerra había
terminado: «Yo no soy culpable. Yo no soy culpable. Déjenme solo». Había perdido
la razón, pero en cierto modo la tenía: el horror de la violencia no hizo más que
poner de manifiesto el horror del sistema. Porque el café no trajo consigo la
felicidad y la armonía, como había profetizado Nieto Arteta. Es verdad que gracias
al café se activó la navegación del Magdalena y nacieron líneas de ferrocarril y
carreteras y se acumularon capitales que dieron origen a ciertas industrias, pero el
orden oligárquico interno y la dependencia económica ante los centros extranjeros
de poder no sólo no resultaron vulnerados por el proceso ascendente del café, sino
que, por el contrario, se hicieron infinitamente más agobiantes para los
colombianos. Cuando la década de la violencia llegaba a su fin, las Naciones
Unidas publicaban los resultados de su encuesta sobre la nutrición en Colombia.
Desde entonces la situación no ha mejorado en absoluto: un 88 por ciento de los
escolares de Bogotá padecía avitaminosis, un 78 por ciento sufría arriboflavinosis y
más de la mitad tenía un peso por debajo de lo normal; entre los obreros, la
avitaminosis castigaba al 71 por ciento y entre los campesinos del valle de Tensa, al
78 por ciento2. La encuesta mostró «una marcada insuficiencia de alimentos
protectores -leche y sus derivados, huevos, carne, pescado, y algunas frutas y
hortalizas-- que aportan conjuntamente proteínas, vitaminas y sales». No sólo a la
luz de los fogonazos de las balas se revela una tragedia social. Las estadísticas
indican que Colombia ostenta un índice de homicidios siete veces mayor que el de
los Estados Unidos, pero también indican que la cuarta parte de los colombianos en
edad activa carece de trabajo fijo. Doscientas cincuenta mil personas se asoman
cada año al mercado laboral; la industria no genera nuevos empleos y en el campo
la estructura de latifundios y minifundios tampoco necesita más brazos: por el
contrario, expulsa sin cesar nuevos desocupados hacia los suburbios de las
ciudades. Hay en Colombia más de un millón de niños sin escuela. Ello no impide
1 Germán Guzmán, La violencia en Colombia (parte desrriptiva), Bogotá, 1968.).
2 Naciones Unidas, AAgisis y proyecciones del desarrollo económico en El desarrollo económico de Colombia.
Nueva York, 1957.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 88
que el sistema se dé el lujo de mantener cuarenta y una universidades diferentes,
públicas o privadas, cada una con sus diversas facultades y departamentos, para la
educación de los hijos de la élite y de la minoritaria clase media1
LA VARITA MÁGICA DEL MERCADO MUNDIAL
DESPIERTA A CENTROAMÉRICA
Las tierras de la franja centroamericana llegaron a la mitad del siglo pasado
sin que se les hubiera inflingido mayores molestias. Además de los alimentos
destinados al consumo, América Central producía la grana y el añil, con pocos
capitales, escasa mano de obra y preocupaciones mínimas. La grana, insecto que
nacía y crecía sin problemas sobre la espinosa superficie de los nopales, disfrutaba,
como el añil, de una sostenida demanda en la industria textil europea. Ambos
colorantes naturales murieron de muerte sintética cuando, hacia 1850, los químicos
alemanes inventaron las anilinas y otras tintas más baratas para teñir las telas.
Treinta años después de esta victoria de los laboratorios sobre la naturaleza, llegó el
turno del café. Centroamérica se transformó. De sus plantaciones recién nacidas
provenía, hacia 1880, poco menos de la sexta parte de la producción mundial de
café. Fue a través de este producto como la región quedó definitivamente
incorporada al mercado internacional. A los compradores ingleses sucedieron los
alemanes y los norteamericanos; los consumidores extranjeros dieron vida a una
burguesía nativa del café, que irrumpió en el poder político, a través de la
revolución liberal de justo Rufino Barrios, a principios de la década de 1870. La
especialización agrícola, dictada desde fuera, despertó el furor de la apropiación de
tierras y de hombres: el latifundio actual nació, en Centroamérica, bajo las banderas
de la libertad de trabajo.
Así pasaron a manos privadas grandes extensiones baldías, que pertenecían a
nadie o a la Iglesia o al Estado, y tuvo lugar el frenético despojo de las
comunidades indígenas. A los campesinos que se negaban a vender sus tierras se
los enganchaba, por la fuerza, en el ejército: las plantaciones se convirtieron en
pudrideros de indios; resucitaron los mandamientos coloniales, el reclutamiento
forzoso de mano de obra y las leyes contra la vagancia. Los trabajadores fugitivos
eran perseguidos a tiros; los gobiernos liberales modernizaban las relaciones de
trabajo instituyendo el salario, pero los asalariados se convertían en propiedad de
los flamantes empresarios del café.
En ningún momento, todo a lo largo del siglo transcurrido desde entonces, los
períodos de altos precios se hicieron notar sobre el nivel de los salarios, que
continuaron siendo retribuciones de hambre sin que las mejores cotizaciones del
café se tradujeran nunca en aumentos. Este fue uno de los factores que impidieron
1 El profesor Germán Rama encontró que algunas de estas venerables casas acadérnicas tienen en sus
bibliotecas, como acervo más importante, la colección encuadernada de Selecciones del Rëader's Digest.
Germán W. Rama, Educación y movilidad social en Colombia, Revista «Eco», núm. 116, Bogotá,
diciembre de 1969)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 89
el desarrollo de un mercado interno de consumo en los países centroamericanos1.
Como en todas partes, el cultivo del café desalentó, en su expansión sin frenos, la
agricultura de alimentos destinados al mercado interno. También estos países
fueron condenados a padecer una crónica escasez de arroz, frijoles, maíz, trigo y
carne. Apenas sobrevivió una miserable agricultura de subsistencia, en las tierras
altas y quebradas donde el latifundio acorraló a los indígenas al apropiarse de las
tierras bajas de mayor fertilidad. En las montañas, cultivando en minúsculas
parcelas el maíz y los frijoles imprescindibles para no caerse muertos, viven
durante una parte del año los indígenas que brindan sus brazos, durante las
cosechas, a las plantaciones. Estas son las reservas de mano de obra del mercado
mundial.
La situación no ha cambiado: el latifundio y el minifundio constituyen, juntos,
la unidad de un sistema que se apoya sobre la despiadada explotación de la mano
de obra nativa. En general, y muy especialmente en Guatemala, esta estructura de
apropiación de la fuerza de trabajo aparece identificada con todo un sistema del
desprecio racial: los indios padecen el colonialismo interno de los blancos y los
mestizos, ideológicamente bendito por la cultura dominante, del mismo modo que
los países centroamericanos sufren el colonialismo extranjero2 Desde principios de
siglo aparecieron también, en Honduras, Guatemala y Costa Rica, los enclaves
bananeros. Para trasladar el café a los puertos, habían nacido ya algunas líneas de
ferrocarril financiadas por el capital nacional. Las empresas norteamericanas se
apoderaron de esos ferrocarriles y crearon otros, exclusivamente para el transporte
del banano desde sus plantaciones, al tiempo que implantaban el monopolio de los
servicios de luz eléctrica, correos, telégrafos, teléfonos y, servicio público no menos
importante, también el monopolio de la política: en Honduras, «una mula cuesta
más que un diputado» y en toda Centroamérica los embajadores de Estados Unidos
presiden más que los presidentes. La United Fruit Co. deglutió a sus competidores
en la producción y venta de bananas, se transformó en la principal latifundista de
Centroamérica; y sus filiales acapararon el transporte ferroviario y marítimo; se
hizo dueña de los puertos, y dispuso de aduana y policía propias. El dólar se
convirtió, de hecho, en la moneda nacional centroamericana.
LOS FILIBUSTEROS AL ABORDAJE
En la concepción geopolítica del imperialismo, América Central no es más que
un apéndice natural de los Estados Unidos. Ni siquiera Abraham Lincoln, que
también pensó en anexar sus territorios, pudo escapar a los dictados del «destino
manifiesto» de la gran potencia sobre sus áreas contiguas3 A mediados del siglo
pasado, el filibustero Willíam Walker, que operaba en nombre de los banqueros
Morgan y Garrison, invadió Centroamérica al frente de una banda de asesinos que
1 Edelberto Torres-Rivas, Procesos y estructuras de una sociedad dependiente (Centroamérica), Santiago de
Chile, 1959)
2 Carlos Guzmán Bóckler y Jean-Loup Herbert, Guatemala: una interpretación histórico-social, México,
1971)
3 Darcy Ribeiro, Las Américas y la civilización, tomo III: Lm pueblos trasplantados. Civilización y desarrollo,
Buenos Aires, 1970.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 90
se llamaban a sí mismos «la falange americana de los inmortales». Con el respaldo
oficioso del gobierno de los Estados Unidos, Walker robó, mató, incendió y se
proclamó presidente, en expediciones sucesivas, de Nicaragua, El Salvador y
Honduras. Reimplantó la esclavitud en los territorios que sufrieron su devastadora
ocupación, continuando, así, la obra filantrópica de su país en los estados que
habían sido usurpados, poco antes, a México.
A su regreso fue recibido en los Estados Unidos como un héroe nacional.
Desde entonces se sucedieron las invasiones, las intervenciones, los bombardeos,
los empréstitos obligatorios y los tratados firmados al pie del cañón. En 1912 el
presidente William H. Taft afirmaba: «No está lejano el día en que tres banderas de
barras v estrellas señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro
territorio: una en el Polo Norte, otra en el canal de Panamá y la tercera en el Polo
Sur. Todo el hemisferio será nuestro, de hecho, como, en virtud de nuestra superioridad
racial, ya es nuestro moralmente»1 Taft decía que el recto camino de la
justicia en la política externa de los Estados Unidos «no excluye en modo alguno
una activa intervención para asegurar a nuestras mercancías y a nuestros
capitalistas facilidades para las inversiones beneficiosas». Por la misma época, el ex
presidente Teddy Roosevelt recordaba en voz alta su exitosa amputación de tierra a
Colombia: «I took the Canal», decía el flamante Premio Nobel de la Paz, mientras
contaba cómo había independizado a Panamá2. Colombia recibiría, poco después,
una indemnización de veinticinco millones de dólares: era el precio de un país,
nacido para que los Estados Unidos dispusieran de una vía de comunicación entre
ambos océanos.
Las empresas se apoderaban de tierras, aduanas, tesoros y gobiernos; los
marines desembarcaban por todas partes para «proteger la vida y los intereses de
los ciudadanos norteamericanos», coartada igual a la que utilizarían, en 1965, para
borrar con agua bendita las huellas del crimen de la Dominicana. La bandera
envolvía otras mercaderías. El comandante Smedley D. Butler, que encabezó
muchas de las expediciones, resumía así su propia actividad, en 1935, ya retirado:
«Me he pasado treinta y tres años y cuatro meses en el servicio activo, como
miembro de la más ágil fuerza militar de este país: el Cuerpo de Infantería de
Marina. Serví en todas las jerarquías, desde teniente segundo hasta general de
división Y durante todo ese período me pasé la mayor parte del tiempo en
funciones de pistolero de primera clase para los Grandes Negocios, para Wall Street
y los banqueros. En una palabra, fui un pistolero del capitalismo... Así, por ejemplo,
en 1914 ayudé a hacer que México y en especial Tampico, resultasen una presa fácil
para los intereses petroleros norteamericanos. Ayudé a hacer que Haití y Cuba
fuesen lugares decentes para el cobro de rentas por parte del National City Bank...
En 1909-1912 ayudé a purificar a Nicaragua para la casa bancaria internacional de
Brown Brothers. En 1916 llevé la luz a la República Dominicana, en nombre de los
intereses azucareros norteamericanos. En 1903 ayudé a `pacificar' a Honduras en
beneficio de las compañías fruteras norteamericanas»3.
En los primeros años del siglo, el filósofo William James había dictado una
1 Gregorio Selser, Diplomacia, garrote y dólares en América Latina, Buenos Aires, 1962.).
2 Claude fulien, L'Empire Americain. Paris, 1968).
3 Publicado en Common Sense, noviembre de. 1935. V. Leo Huberman, Man's Wordly Goods. Tbe Story of
the Weaith of Nations, Nueva York, 1936.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 91
sentencia poco conocida: «El país ha vomitado de una vez y para siempre la
Declaración de Independencia... ». Por no poner más que un ejemplo, los Estados
Unidos ocuparon Haití durante veinte años y allí, en ese país negro que había sido
el escenario de la primera revuelta victoriosa de los esclavos, introdujeron la
segregación racial y el régimen de trabajos forzados, mataron mil quinientos
obreros en una de sus operaciones de represión (según la investigación, del Senado
norteamericano en 1922) y, cuando el gobierno local se negó a convertir el Banco
Nacional en una sucursal del National City Bank de Nueva York, suspendieron el
pago de sus sueldos al presidente y a sus ministros, para que recapacitaran1.
Historias semejantes se repetían en las demás islas del Caribe y en toda
América Central, el espacio geopolítico del Mare Nostrum del Imperio, al ritmo
alternado del big stick o de «la diplomacia del dólar».
El Corán menciona al plátano entre los árboles del paraíso, pero la bananización
de Guatemala, Honduras, Costa Rica, Panamá, Colombia y Ecuador permite
sospechar que se trata de un árbol del infierno. En Colombia, la United Fruit se
había hecho dueña del mayor latifundio del país cuando estalló, en 1928, una gran
huelga en la costa atlántica. Los obreros bananeros fueron aniquilados a balazos,
frente a una estación de ferrocarril. Un decreto oficial había sido dictado: «Los
hombres de la fuerza pública quedan facultados para castigar por las armas...» y
después no hubo necesidad de dictar ningún decreto para borrar la matanza de la
memoria oficial del país2. Miguel Angel Asturias narró el proceso de la conquista y
el despojo en Centroamérica. El papa verde era Minor Keith, rey sin corona de la
región entera, padre de la United Fruit, devorador de países. «Tenemos muelles,
ferrocarriles, tierras, edificios, manantiales -enumeraba el presidente-; corre el
dólar, se habla el inglés y se enarbola nuestra bandera...» «Chicago no podía menos
que sentir orgullo de ese hijo que marchó con una mancuerna de pistolas y
regresaba a reclamar su puesto entre los emperadores de la carne, reyes de los
ferrocarriles, reyes del cobre, reyes de la goma de mascar»3.
En El paralelo 42 John Dos Passos trazó la rutilante biografía de Keith, biografía
de la empresa: «En Europa y Estados Unidos la gente había comenzado a comer
plátanos, así que tumbaron la selva a través de América Central para sembrar
plátanos y construir ferrocarriles para transportar los plátanos, y cada año más
vapores de la Great White Fleet iban hacia el norte repletos de plátanos, y esa es la
historia del imperio norteamericano en el Caribe y del canal de Panamá y del
futuro canal de Nicaragua y los marines y los acorazados y las bayonetas...».
Las tierras quedaban tan exhaustas como los trabajadores: a las tierras les
1 William Krehm, Democracia y tiranías en el Caribe, Buenos Aíres, 1959.)
2 Este es el tema de la novela de Alvaro Cepeda Samudio, La casa grande (Buenos Aires, 1967), y también
integra uno de los capítulos de Cien años de soledad (Buenos Aires, 1967) de Gabriel García Márquez:
«Seguro que fue un sueño», insistían los oficiales.)
3 El ciclo comprende las novelas Viento fuerte, El papa verde y Los ojos de los enterrados, trilogía publicada
en Buenos Aires en la década del 50. En Viento- fuerte, uno de los personajes, Mr. Pyle, dice
proféticamente: «Si en lugar de efectuar nuevas plantaciones, nosotros compramos a los productores
particulares su fruta, se ganará mucho hacia el futuro». Esto es lo que actualmente ocurre en
Guatemala: la United Fruit --ahora United Brands--- ejerce su monopolio bananero a través de los
mecanismos de comercialización, más eficaces y menos riesgosos que la producción directa. Cabe
anotar que la producción de bananas cayó verticalmente en la década del sesenta, a partir del
momento en que la United Fruit decidió vender y/o arrendar sus plantaciones de Guatemala,
amenazadas por los hervores de la agitación social.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 92
robaban el humus y a los trabajadores los pulmones, pero siempre había nuevas
tierras para explotar y más trabajadores para exterminar. Los dictadores, próceres
de opereta, velaban por el bienestar de la United Fruit con el cuchillo entre los
dientes. Después, la producción de bananas fue decayendo y la omnipotencia de la
empresa frutera sufrió varias crisis, pero América Central continúa siendo, en
nuestros días, un santuario del lucro para los aventureros aunque el café, el
algodón y el azúcar hayan derribado a los plátanos de su sitial de privilegio. En
1970 las bananas son la principal fuente de divisas para Honduras y Panamá y, en
América del Sur, para Ecuador. Hacia 1930 América Central exportaba 38 millones
anuales de racimos (cachos) y la United Fruit pagaba a Honduras un centavo de
impuesto por cada racimo. No había manera de controlar el pago del miniimpuesto
(que después subió un poquito), ni la hay, porque aún hoy la United Fruit
exporta e importa lo que se le ocurre al margen de las aduanas estatales. La balanza
comercial y la balanza de pagos del país son obras de ficción a cargo de los técnicos
de imaginación pródiga.
LA CRISIS DE LOS AÑOS TREINTA: «ES UN CRIMEN MÁS GRANDE MATAR A
UNA HORMIGA QUE A UN HOMBRE»
El café dependía del mercado norteamericano, de su capacidad de consumo y
de sus precios; las bananas eran un negocio norteamericano y para norte—
americanos. Y estalló, de golpe, la crisis de 1929. El crack de la Bolsa de Nueva York,
que hizo crujir los cimientos del capitalismo mundial, cayó en el Caribe como un
gigantesco bloque de piedra en un charquito. Bajaron verticalmente los precios del
café y de las bananas, y no menos verticalmente descendió el volumen de las
ventas. Los desalojos campesinos recrudecieron con violencia febril, el desempleo
cundió en el campo y en las ciudades, se levantó una oleada de huelgas; se
abatieron bruscamente los créditos, las inversiones y los gastos públicos, los
sueldos de los funcionarios del Estado se redujeron casi a la mitad en Honduras,
Guatemala y Nicaragua1. El equipo de dictadores llegó sin demora para aplastar las
tapas de las marmitas; se abría la época de la política de la Buena Vecindad en
Washington, pero era preciso contener a sangre y fuego la agitación social que, por
todas partes, hervía. Alrededor de veinte años -unos más, otros menospermanecieron
en el poder Jorge Ubico en Guatemala, Maximiliano Hernández
Martínez en El Salvador, Tiburcio Carías en Honduras y Anastasio Somoza en
Nicaragua.
La epopeya de Augusto César Sandino conmovía al mundo. La larga lucha del
jefe guerrillero de Nicaragua había derivado a la reivindicación de la tierra y
levantaba en vilo la ira campesina. Durante siete años, su pequeño ejército en
harapos peleó, a la vez, contra los doce mil invasores norteamericanos y contra los
miembros de la guardia nacional. Las granadas se hacían con latas de sardinas
llenas de piedras, los fusiles Springfield se arrebataban al enemigo y no faltaban
machetes; el asta de la bandera era un palo sin descortezar y en vez de botas los
1 Edelberto Torres-Rivas, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 93
campesinos usaban, para moverse en las montañas enmarañadas, una tira de cuero
llamada caite. Con música de Adelita, los guerrilleros cantaban:
En Nicaragua, señores,
le pega el ratón al gato.1
Ni el poder de fuego de la Infantería de Marina ni las bombas que arrojaban
los aviones resultaban suficientes para aplastar a los rebeldes de Las Segovias.
Tampoco las calumnias que derramaban por el mundo entero las agencias
informativas Associated Press y United Press, cuyos corresponsales en Nicaragua
eran dos norteamericanos que tenían en sus manos la aduana del país2 . En 1932,
Sandino presentía: «Yo no viviré mucho tiempo». Un año después, al influjo de la
política norteamericana de la Buena Vecindad, se celebraba la paz. El jefe
guerrillero fue invitado por el presidente a una reunión decisiva en Managua. Por
el camino cayó muerto en una emboscada. El asesino, Anastasio Somoza, sugirió
después que la ejecución había sido ordenada por el embajador norteamericano
Arthur Bliss Lane. Somoza, por entonces jefe militar, no demoró mucho en
instalarse en el poder. Gobernó Nicaragua durante un cuarto de siglo y luego sus
hijos recibieron, en herencia, el cargo, Antes de cruzarse el pecho con la banda
presidencial, Somoza se había condecorado a sí mismo con la Cruz del Valor, la
Medalla de Distinción y la Medalla Presidencial al Mérito. Ya en el poder, organizó
varias matanzas y grandes celebraciones, para las cuales disfrazaba de romanos,
con sandalias y cascos, a sus soldados; se convirtió en el mayor productor de café
del país, con 46 fincas, y también se dedicó a la cría de ganado en otras 51
haciendas. Nunca le faltó tiempo, sin embargo, para sembrar también el terror.
Durante su larga gestión de gobierno, no pasó, la verdad sea dicha, mayores
necesidades, y recordaba con cierta tristeza los años juveniles, cuando debía
falsificar monedas de oro para poder divertirse.
También en El Salvador estallaron las tensiones como consecuencia de la crisis.
Casi la mitad de los obreros bananeros de Honduras eran salvadoreños y muchos
fueron obligados a retornar a su país, donde no había trabajo para nadie. En la
región de Izalco, se produjo un gran levantamiento campesino en 1932, que se
propagó rápidamente a todo el occidente del país. El dictador Martínez envió a los
soldados, con equipos modernos, a combatir contra «los bolcheviques». Los indios
pelearon a machete contra las ametralladoras y el episodio se cerró con diez mil
muertos. Martínez, un brujo vegetariano y teósofo, sostenía que «es un crimen más
grande matar a una hormiga que a un hombre, porque el hombre al morir
reencarna; mientras que la hormiga muere definitivamente»3. Decía que él estaba
protegido por «legiones invisibles» que le daban cuenta de todas las conspiraciones
y mantenía comunicación telepática directa con el presidente de los Estados
Unidos. Un reloj de péndulo le indicaba, sobre el plato, si la comida estaba
envenenada; sobre un mapa, le señalaba los lugares donde se escondían enemigos
políticos y tesoros de piratas. Solía enviar notas de condolencia a los padres de sus
víctimas y en el patio de su palacio pastaban los ciervos. Gobernó hasta 1944.
1 Gregorio Selser, Sandino, general de hombres libres, Buenos Aires, 1959.)
2 Carleton Beals. América ante América, Santiago de Chile. 1940.)
3 William Krehm, op. cit. Krehm vivió largos años en Centroamérica como corresponsal de la revista
norteamericana Time).
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Las matanzas se sucedían por todas partes. En 1933, Jorge Ubico fusiló en
Guatemala a un centenar de dirigentes sindicales, estudiantiles y políticos, al
tiempo que reimplantaba las leyes contra «la vagancia» de los indios. Cada indio
debía llevar una libreta donde constaban sus días de trabajo; si no se consideraban
suficientes, pagaba la deuda en la cárcel o arqueando la espalda sobre la tierra,
gratuitamente, durante medio año. En la insalubre costa del Pacífico, los obreros
que trabajaban hundidos hasta las rodillas en el barro cobraban treinta centavos por
día; y la Uníted Fruit demostraba que Ubico la había obligado a rebajar los salarios.
En 1944, poco antes de la caída del dictador, el Reader's Digest publicó un artículo
ardiente de elogios: este profeta del Fondo Monetario Internacional había evitado la
inflación bajando los salarios, de un dólar a veinticinco centavos diarios, para la
construcción de la carretera militar de emergencia, y de un dólar a cincuenta
centavos para los trabajos de la base aérea en la capital. Por esta época, Ubico
otorgó a los señores del café y a las empresas bananeras el permiso para matar:
«Estarán exentos de responsabilidad criminal los propietarios de fincas... ».
El decreto llevaba el número 2.795 y fue restablecido en 1967, durante el
democrático y representativo gobierno de Méndez Montenegro.
Como todos los tiranos del Caribe, Ubico se creía Napoleón. Vivía rodeado de
bustos y cuadros del Emperador, que tenía, según él, su mismo perfil. Creía en la
disciplina militar: militarizó a los empleados de correo, a los niños de las escuelas y
a la orquesta sinfónica. Los integrantes de la orquesta tocaban de uniforme, a
cambio de nueve dólares mensuales, las piezas que Ubico elegía y con la técnica y
los instrumentos por él dispuestos. Consideraba que los hospitales eran para los
maricones, de modo que los pacientes recibían asistencia en los suelos de los
pasillos y los corredores, si tenían la desgracia de ser pobres además de enfermos.
¿QUIÉN DESATÓ LA VIOLENCIA EN GUATEMALA?
En 1944, Ubico cayó de su pedestal, barrido por los vientos de una revolución
de sello liberal que encabezaron algunos jóvenes oficiales y universitarios de la
clase media. Juan José Arévalo, elegido presidente, puso en marcha un vigoroso
plan de educación y dictó un nuevo Código del Trabajo para proteger a los obreros
del campo y de las ciudades. Nacieron varios sindicatos; la United Fruit Co., dueña
de vastas tierras, el ferrocarril y el puerto, virtualmente exonerada de impuestos y
libre de controles, dejó de ser omnipotente en sus propiedades. En 1951, en su
discurso de despedida, Arévalo reveló que había debido sortear treinta y dos
conspiraciones financiadas por la empresa. El gobierno de Jacobo Arbenz continuó
y profundizó el ciclo de reformas. Las carreteras y el nuevo puerto de San José
rompían el monopolio de la frutera sobre los transportes y la exportación. Con
capital nacional, y sin tender la mano ante ningún banco extranjero, se pusieron en
marcha diversos proyectos de desarrollo que conducían a la conquista de la
independencia. En junio de 1952, se aprobó la reforma agraria, que llegó a
beneficiar a más de cien mil familias, aunque sólo afectaba a las tierras
improductivas y pagaba indemnización, en bonos, a los propietarios expropiados.
La United Fruit sólo cultivaba el ocho por ciento de sus tierras, extendidas entre
ambos océanos.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 95
La reforma agraria se proponía «desarrollar la economía capitalista campesina
y la economía capitalista de la agricultura en general», pero una furiosa campaña
de propaganda internacional se desencadenó contra Guatemala: «La cortina de
hierro está descendiendo sobre Guatemala», vociferaban las radios, los diarios y los
próceres de la OEA1. El coronel Castillo Armas, graduado en Fort Leavenworth,
Kansas, abatió sobre su propio país las tropas entrenadas y pertrechadas, al efecto,
en los Estados Unidos. El bombardeo de los F-47, con aviadores norteamericanos,
respaldó la invasión. “Tuvimos que deshacernos de un gobierno comunista que
había asumido el poder”, diría nueve años más tarde, Dwight Eisenhower2 Las
declaraciones del embajador norteamericano en Honduras ante una subcomisión
del Senado de los Estados Unidos, revelaron el 27 de julio de 1961 que la operación
libertadora de 1954 había sido realizada por un equipo del que formaban parte,
además de él mismo, los embajadores ante Guatemala, Costa Rica y Nicaragua.
Allen Dulles, que en aquella época era el hombre número uno de la CIA, les había
enviado telegramas de felicitación por la faena cumplida. Anteriormente, el bueno
de Allen había integrado el directorio de la United Fruit Co. Su sillón fue ocupado,
un año después de la invasión, por otro directivo de la CIA, el general Walter
Bedell Smith Foster Dulles, hermano de Allen, se había encendido de impaciencia
en la conferencia de la OEA que dio el visto bueno a la expedición militar contra
Guatemala. Casualmente, en sus escritorios de abogado habían sido redactados, en
tiempos del dictador Ubico, los borradores de los contratos de la United Fruit.
La caída de Arbenz marcó a fuego la historia posterior del país. Las mismas
fuerzas que bombardearon la ciudad de Guatemala, Puerto Barrios y el puerto de
San José al atardecer del 18 de junio de 1954, están hoy en el poder. Varias
dictaduras feroces sucedieron a la intervención extranjera, incluyendo el período de
Julio César Méndez Montenegro (1966-1970), quien proporcionó a la dictadura el
decorado de un régimen democrático. Méndez Montenegro había prometido una
reforma agraria, pero se limitó a firmar la autorización para que los terratenientes
portaran armas, y las usaran. La reforma agraria de Arbenz había saltado en
pedazos cuando Castillo Armas cumplió su misión devolviendo las tierras a la
United Fruit y a los otros terratenientes expropiados.
1967 fue el peor de los años del ciclo de la violencia inaugurado en 1954. Un
sacerdote católico norteamericano expulsado de Guatemala, el padre Thomas
Melville, informaba al National Catholic Reporter en enero de 1968: en poco más de
un año, los grupos terroristas de la derecha habían asesinado a más de dos mil
ochocientos intelectuales, estudiantes, dirigentes sindicales y campesinos que
habían «intentado combatir las enfermedades de la sociedad guatemalteca». El
cálculo del padre Melville se hizo en base a la información de la prensa, pero de la
mayoría de los cadáveres nadie informó nunca: eran indios sin nombre ni origen
conocidos, que el ejército incluía, algunas veces, sólo como números, en los partes
de las victorias contra la subversión. La represión indiscriminada formaba parte de
la campaña militar de «cerco y aniquilamiento» contra los movimientos
guerrilleros. De acuerdo con el nuevo código en vigencia, los miembros de los
cuerpos de seguridad no tenían responsabilidad penal por homicidios, y los partes
1 Eduardo Galeano, Guatemala, país ocupado, México, 1967.)
2 Discurso en la American Booksellers Association, Washíngton, 10 de junio de 1963. Citado por David
Wise y Thomas Ross, El gobierno invisible, Buenos Aires, 1966.) .
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policiales o militares se consideraban plena prueba en los juicios. Los finqueros y
sus administradores fueron legalmente equiparados a la calidad de autoridades
locales, con derecho a portar armas y formar cuerpos represivos. No vibraron los
teletipos del mundo con las primicias de la sistemática carnicería, no llegaron a
Guatemala los periodistas ávidos de noticias, no se escucharon voces de
condenación. El mundo estaba de espaldas, pero Guatemala sufría una larga noche
de San Bartolomé. La aldea Cajón del Río quedó sin hombres, y a los de la aldea
Tituque les revolvieron las tripas a cuchillo y a los de Piedra Parada los desollaron
vivos y quemaron vivos a los de Agua Blanca de Ipala, previamente baleados en las
piernas; en el centro de la plaza de San Jorge clavaron en una pica la cabeza de un
campesino rebelde. En Cerro Gordo, llenaron de alfileres las pupilas de Jaime
Velázquez; el cuerpo de Ricardo Miranda fue encontrado con treinta y ocho
perforaciones y la cabeza de Haroldo Silva, sin el cuerpo de Haroldo Silva, al borde
de la carretera a San Salvador; en Los Mixcos cortaron la lengua de Ernesto
Chinchilla; en la fuente del Ojo de Agua, los hermanos Oliva Aldana fueron cosidos
a tiros con las manos atadas a la espalda y los ojos vendados; el cráneo de José
Guzmán se convirtió en un rompecabezas de piezas minúsculas arrojadas al
camino; de los pozos de San Lucas Sacatepequez emergían muertos en vez de agua;
los hombres amanecían sin manos ni pies en la finca Miraflores. A las amenazas
sucedían las ejecuciones o la muerte acometía, sin aviso, por la nuca; en las
ciudades se señalaban con cruces negras las puertas de los sentenciados. Se los
ametrallaba al salir, se arrojaban los cadáveres a los barrancos.
Después no cesó la violencia. Todo a lo largo del tiempo del desprecio y de la
cólera inaugurado en 1954, la violencia ha sido y sigue siendo una transpiración
natural de Guatemala. Continuaron apareciendo, uno cada cinco horas, los
cadáveres en los ríos o al borde de los caminos, los rostros sin rasgos, desfigurados
por la tortura, que no serán identificados jamás. También continuaron, y en mayor
medida, las matanzas más secretas: los cotidianos genocidios de la miseria. Otro
sacerdote expulsado, el padre Blase Bonpane, denunciaba en el Washington Post, en
1968, a esta sociedad enferma: «De las setenta mil personas que cada año mueren
en Guatemala, treinta mil son niños. La tasa de mortalidad infantil en Guatemala es
cuarenta veces más alta que la de los Estados Unidos».
LA PRIMERA REFORMA AGRARIA DE AMÉRICA LATINA: UN SIGLO Y
MEDIO DE DERROTAS PARA JOSÉ ARTIGAS
A carga de lanza o golpes de machete, habían sido los desposeídos quienes
realmente pelearon, cuando despuntaba el siglo XIX, contra el poder español en los
campos de América. La independencia no los recompensó: traicionó las esperanzas
de los que habían derramado su sangre. Cuando la paz llegó, con ella se reabrió el
tiempo de la desdicha. Los dueños de la tierra y los grandes mercaderes
aumentaron sus fortunas, mientras se extendía la pobreza de las masas populares.
Al mismo tiempo, y al ritmo de las intrigas de los nuevos dueños de América
Latina, los cuatro virreinatos del imperio español saltaron en pedazos y múltiples
países nacieron como esquirlas de la unidad nacional pulverizada. La idea de
«nación» que el patriciado latinoamericano engendró se parecía demasiado a la
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 97
imagen de un puerto activo, habitado por la clientela mercantil y financiera del
imperio británico, con latifundios y socavones a la retaguardia. La legión de
parásitos que había recibido los partes de la guerra de independencia bailando
minué en los salones de las ciudades, brindaba por la libertad de comercio en copas
de cristalería británica. Se pusieron de moda las más altisonantes consignas
republicanas de la burguesía europea: nuestros países se ponían al servicio de los
industriales ingleses y de los pensadores franceses. ¿Pero qué «burguesía nacional»
era la nuestra, formada por los terratenientes, los grandes traficantes, comerciantes
y especuladores, los políticos de levita y los doctores sin arraigo? América Latina
tuvo pronto sus constituciones burguesas, muy barnizadas de liberalismo, pero no
tuvo, en cambio, una burguesía creadora, al estilo europeo o norteamericano, que
se propusiera como misión histórica el desarrollo de un capitalismo nacional
pujante. Las burguesías de estas tierras habían nacido como simples instrumentos
del capitalismo internacional, prósperas piezas del engranaje mundial que sangraba
a las colonias y a las semicolonias. Los burgueses de mostrador, usureros y
comerciantes, que acapararon el poder político, no tenían el menor interés en
impulsar el ascenso de las manufacturas locales, muertas en el huevo cuando el
libre cambio abrió las puertas a la avalancha de las mercancías británicas. Sus
socios, los dueños de la tierra, no estaban, por su parte, interesados en resolver «la
cuestión agraria», sino a la medida de sus propias conveniencias. El latifundio se
consolidó sobre el despojo, todo a lo largo del siglo XIX. La reforma agraria fue, en
la región, una bandera temprana.
Frustración económica, frustración social, frustración nacional: una historia de
traiciones sucedió a la independencia, y América Latina, desgarrada por sus nuevas
fronteras, continuó condenada al monocultivo y a la dependencia. En 1824, Simón
Bolívar dictó el Decreto de Trujillo para proteger a los indios de Perú y reordenar
allí el sistema de la propiedad agraria: sus disposiciones legales no hirieron en
absoluto los privilegios de la oligarquía peruana, que permanecieron intactos pese a
los buenos propósitos del Libertador, y los indios continuaron tan explotados como
siempre. En México, Hidalgo y Morelos habían caído derrotados tiempo antes y
transcurriría un siglo antes de que rebrotaran los frutos de su prédica por la
emancipación de los humildes y la reconquista de las tierras usurpadas.
Al sur, José Artigas encarnó la revolución agraria. Este caudillo, con tanta saña
calumniado y tan desfigurado por la historia oficial, encabezó a las masas
populares de los territorios que hoy ocupan Uruguay y las provincias argentinas de
Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, Misiones y Córdoba, en el ciclo heroico de 1811 a
1820. Artigas quiso echar las bases económicas, sociales y políticas de una Patria
Grande en los límites del antiguo Virreinato de Río de la Plata, y fue el más
importante y lúcido de los jefes federales que pelearon contra el centralismo
aniquilador del puerto de Buenos Aires. Luchó contra los españoles y los
portugueses y finalmente sus fuerzas fueron trituradas por el juego de pinzas de
Río de Janeiro y Buenos Aires, instrumentos del Imperio británico, y por la
oligarquía que, fiel a su estilo, lo traicionó no bien se sintió, a su vez, traicionada
por el programa de reivindicaciones sociales del caudillo.
Seguían a Artigas, lanza en mano, los patriotas. En su mayoría eran paisanos
pobres, gauchos montaraces, indios que recuperaban en la lucha el sentido de la
dignidad, esclavos que ganaban la libertad incorporándose al ejército de la
independencia. La revolución de los jinetes pastores incendiaba la pradera. La
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 98
traición de Buenos Aires, que dejó en manos del poder español y las tropas
portuguesas, en 1811, el territorio que hoy ocupa el Uruguay; provocó el éxodo
masivo de la población hacia el norte. El pueblo en armas se hizo pueblo en
marcha; hombres y mujeres, viejos y niños, lo abandonaban todo tras las huellas del
caudillo, en una caravana de peregrinos sin fin. En el norte, sobre el río Uruguay,
acampó Artigas, con las caballadas y las carretas y en el norte establecería, poco
tiempo después, su gobierno. En 1815, Artigas controlaba vastas comarcas desde su
campamento de Purificación, en Paysandú. “¿Qué les parece que vi” —narraba un
viajero inglés—1 ¡El Excelentísimo Señor Protector de la mitad del Nuevo Mundo
estaba sentado en una cabeza de buey, junto a un fogón encendido en el suelo
fangoso de su rancho, comiendo carne del asador y bebiendo ginebra en un cuerno
de vaca! Lo rodeaba una docena de oficiales andrajosos...» De todas partes llegaban,
al galope, soldados, edecanes y exploradores. Paseándose con las manos en la
espalda, Artigas dictaba los decretos revolucionarios de su gobierno. Dos
secretarios -no existía el papel carbón- tomaban nota. Así nació la primera reforma
agraria de América Latina, que se aplicaría durante un año en la «Provincia
Oriental», hoy Uruguay, y que sería hecha trizas por una nueva invasión
portuguesa, cuando la oligarquía abriera las puertas de Montevideo al general
Lecor y lo saludara como a un libertador y lo condujera bajo palio a un solemne
Tedéum, honor al invasor, ante los altares de la catedral.
Anteriormente, Artigas había promulgado también un reglamento aduanero
que gravaba con un fuerte impuesto la importación de mercaderías extranjeras
competitivas de las manufacturas y artesanías de tierra adentro, de considerable
desarrollo en algunas regiones hoy argentinas comprendidas en los dominios del
caudillo, a la par que liberaba la importación de los bienes de producción
necesarios al desarrollo económico y adjudicaba un gravamen insignificante a los
artículos americanos, como la yerba y el tabaco de Paraguay2. Los sepultureros de
la revolución también enterrarían el reglamento aduanero.
El código agrario de 1815 --tierra libre, hombres libres-- fue «la más avanzada y
gloriosa constitución»3 de cuantas llegarían a conocer los uruguayos. Las ideas de
Campomanes y Jovellanos en el ciclo reformista de Carlos III influyeron sin duda
sobre el reglamento de Artigas pero éste surgió, en definitiva, como una respuesta
revolucionaria a la necesidad nacional de recuperación económica y de justicia
social. Se decretaba la expropiación y el reparto de las tierras de los «malos
europeos y peores americanos» emigrados a raíz de la revolución y no indultados
por ella. Se decomisaba la tierra de los enemigos sin indemnización alguna, y a los
enemigos pertenecía, dato importante, la inmensa mayoría de los latifundios. Los
hijos no pagaban la culpa de los padres: el reglamento les ofrecía lo mismo que a
los patriotas pobres. Las tierras se repartían de acuerdo con el principio de que «los
más infelices serán los más privilegiados». Los indios tenían, en la concepción de
Artigas, «el principal derecho». El sentido esencial de esta reforma agraria consistía
en asentar sobre la tierra a los pobres del campo, convirtiendo en paisano al gaucho
1 J. P. y G.P. Robertson, 1a Argentina en la época de la Revolución. Cartas sobre el Paraguay, Buenos Aires,
1920)
2 Washington Reyes Abadie, Oscar H. Bruschera y Tabaré Melogno, El ciclo artiguista, tomo IV,
Montevideo, 1968.
3 Nelson de la Torre, Julio C. Rodríguez y Lucía Sala de Touron, Artigas: tierra y revolucíón, Montevideo,
1967)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 99
acostumbrado a la vida errante de la guerra y a las faenas clandestinas y el
contrabando en tiempos de paz. Los gobiernos posteriores de la cuenca del Plata
reducirán a sangre y fuego al gaucho, incorporándolo por la fuerza a las peonadas
de las grandes estancias, pero Artigas había querido hacerlo propietario: «Los
gauchos alzados comenzaban a gustar del trabajo honrado, levantaban ranchos y
corrales, plantaban sus primeras sementeras»1 . La intervención extranjera terminó
con todo. La oligarquía levantó cabeza y se vengó. La legislación desconoció, en lo
sucesivo, la validez de las donaciones de tierras realizadas por Artigas. Desde 1820
hasta fines del siglo fueron desalojados, a tiros, los patriotas pobres que habían sido
beneficiados por la reforma agraria. No conservarían «otra tierra que la de sus
tumbas». Derrotado, Artigas se había marchado a Paraguay, a morirse solo al cabo
de un largo exilio de austeridad y silencio. Los títulos de propiedad por él
expedidos no valían nada: el fiscal de gobierno, Bernardo Bustamante, afirmaba,
por ejemplo, que se advertía a primera vista «la despreciabilidad que caracteriza a
los indicados documentos». Mientras tanto, su gobierno se aprestaba a celebrar, ya
restaurado el «orden», la primera constitución de un Uruguay independiente,
desgajado de la patria grande por la que Artigas había, en vano, peleado.
El reglamento de 1815 contenía disposiciones especiales para evitar la
acumulación de tierras en pocas manos. En nuestros días, el campo uruguayo
ofrece el espectáculo de un desierto: quinientas familias monopolizan la mitad de la
tierra total y, constelación del poder, controlan también las tres cuartas partes del
capital invertido en la industria y en la banca2. Los proyectos de reforma agraria se
acumulan, unos sobre otros, en el cementerio parlamentario, mientras el campo se
despuebla: los desocupados se suman a los desocupados y cada vez hay menos
personas dedicadas a las tareas agropecuarias, según el dramático registro de los
censos sucesivos. El país vive de la lana y de la carne, pero en sus praderas pastan,
en nuestros días, menos ovejas y menos vacas que a principios de siglo. El atraso de
los métodos de producción se refleja en los bajos rendimientos de la ganadería -
librada a la pasión de los toros y los carneros en primavera, a las lluvias periódicas
y a la fertilidad natural del suelo-- y también en la pobre productividad de los
cultivos agrícolas. La producción de carne por animal no llega ni a la mitad de la
que obtienen Francia o Alemania, y otro tanto ocurre con la leche en comparación
con Nueva Zelanda, Dinamarca y Holanda; cada oveja rinde un kilo menos de lana
que en Australia. Los rendimientos de trigo por hectárea son tres veces menores
que los de Francia, y en el maíz, los rendimientos de los Estados Unidos superan en
siete veces a los de Uruguay3. Los grandes propietarios, que evaden sus ganancias
al exterior, pasan sus veranos en Punta del Este, y tampoco en invierno, de acuerdo
con su propia tradición, residen en sus latifundios, a los que visitan de vez en
cuando en avioneta: hace un siglo, cuando se fundó la Asociación Rural, dos
terceras partes de sus miembros tenían ya su domicilio en la capital. La producción
extensiva, obra de la naturaleza y los peones hambrientos, no implica mayores
dolores de cabeza. Y por cierto que brinda ganancias. Las rentas y las ganancias de
los capitalistas ganaderos suman no menos de 75 millones de dólares por año en la
1 Nelson de la Torre, Julio C. Rodríguez y Lucía Sala de Touron, op. cit. De los mismos autores,
Evolución económica de la Banda Oriental, Montevideo, 1967, y Estructura económico-social de la Colonia,
Montevideo, 1968.).
2 Vivian Trías, Reforma agraria en el Uruguay, Montevideo, 1962. Este libro constituye todo un
prontuario, familia por familia, de la oligarquía uruguaya.)
3 Eduardo Galeano, Uruguay: Promise and Betrayal, en Latin America: Rejorm or Revolution?, ed, por J.
Petras y M. Zeitlin, Nueva York, 1968.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 100
actualidad. Los rendimientos productivos son bajos, pero los beneficios muy altos,
a causa de los bajísimos costos.1. En las épocas del auge de la industria nacional,
fuertemente subsidiada y protegida por el Estado, buena parte de las ganancias del
campo derivó hacia las fábricas nacientes. Cuando la industria entró en su agónico
ciclo de crisis, los excedentes de capital de la ganadería se volcaron en otras
direcciones. Las más inútiles y lujosas mansiones de Punta del Este brotaron de la
desgracia nacional, la especulación financiera desató, después la fiebre de los
pescadores en el río revuelto de la inflación. Pero, sobre todo, los capitales huyeron:
los capitales y las ganancias que, año tras año, el país produce. Entre 1962 y 1966,
según los datos oficiales, 250 millones de dólares volarán del Uruguay rumbo a los
seguros bancos de Suiza v Estados Unidos. También los hombres, los hombres
jóvenes, bajaron del camino a la ciudad, hace veinte años, a ofrecer sus brazos a la
industria en desarrollo, y hoy se marchan, por tierra o por mar, rumbo al
extranjero. Claro está, su suerte es distinta. Los capitales son recibidos con los
brazos abiertos; a los peregrinos les aguarda un destino difícil, el desarraigo y la
intemperie, la aventura incierta. El Uruguay de 1970, estremecido por una crisis
feroz, no es ya el mitológico oasis de paz y progreso que se prometía a los
inmigrantes europeos: sino un país turbulento que condena al éxodo a sus propios
habitantes. Produce violencia y exporta hombres, tan naturalmente como produce y
exporta carne y lana.. Tierra sin hombres, hombres sin tierra: los mayores
latifundios ocupan, y no todo el año, apenas dos personas por cada mil hectáreas.
En los rancheríos, al borde de las estancias, se acumulan, miserables, las reservas
siempre disponibles de mano de obra. El gaucho de las estampas folklóricas, tema
de cuadros y poemas, tiene poco que ver con el peón que trabaja, en la realidad, las
tierras anchas y ajenas. Las alpargatas bigotudas ocupan el lugar de las botas de
cuero; un cinturón común, o a veces una simple piola, sustituye los anchos
cinturones con adornos de oro y plata. Quienes producen la carne han perdido el
derecho de comerla: los criollos muy rara vez tienen acceso al típico asado criollo, la
carne jugosa y tierna dorándose a las brasas. Aunque las estadísticas
internacionales sonríen exhibiendo promedios engañosos, la verdad es que el
«ensopado», guiso de fideos y achuras de capón, constituye la dieta básica, falta de
proteínas, de los campesinos en Uruguay2
ARTEMIO CRUZ Y LA SEGUNDA MUERTE DE EMILIANO ZAPATA
Exactamente un siglo después del reglamento de tierras de Artigas, Emiliano
Zapata puso en práctica, en su comarca revolucionaria del sur de México, una
profunda reforma agraria.
Cinco años antes, el dictador Porfirio Díaz había celebrado, con grandes
fiestas, el primer centenario del grito de Dolores: los caballeros de levita, México
oficial, olímpicamente ignoraban el México real cuya miseria alimentaba sus
esplendores. En la república de los parias, los ingresos de los trabajadores no
habían aumentado en un solo centavo desde el histórico levantamiento del cura
1 Instituto de Economía, El proceso económico del Uruguay, Contribución al estudio de su evolución y
perspectivas, Montevideo, 1969
2 German Wettstein y Juan Ruduir, La seriedad rural. en la colección Nuestra Tierra, núm. 16. Montevideo,
1969).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 101
Miguel Hidalgo. En 1910, poco más de ochocientos latifundistas, muchos de ellos
extranjeros, poseían casi todo el territorio nacional. Eran señoritos de ciudad, que
vivían en la capital o en Europa y muy de vez en cuando visitaban los cascos de sus
latifundios, donde dormían parapetados tras altas murallas de piedra oscura
sostenidas por robustos contrafuertes1. Al otro lado de las murallas, en las
cuadrillas, los peones se amontonaban en cuartuchos de adobe. Doce millones de
personas dependían, en una población total de quince millones, de los salarios
rurales; los jornales se pagaban casi por entero en las tiendas de raya de las
haciendas, traducidos, a precios de fábula, en frijoles, harina y aguardiente. La
cárcel, el cuartel y la sacristía tenían a su cargo la lucha contra los defectos naturales
de los indios, quienes, al decir de un miembro de una familia ilustre de la época,
nacían «flojos, borrachos y ladrones». La esclavitud, atado el obrero por deudas que
se heredaban o por contrato legal, era el sistema real de trabajo en las plantaciones
de henequén de Yucatán, en las vegas de tabaco del Valle Nacional, en los bosques
de madera y frutas de Chiapas y Tabasco y en las plantaciones de caucho, café, caña
han convertido virtualmente a Porfirio Díaz en un vasallo político y, en
consecuencia, han transformado a México en una colonia esclava». Los capitales
norteamericanos obtenían, directa o indirectamente, jugosas utilidades de su
asociación de azúcar, tabaco y frutas de Veracruz, Oaxaca y Morelos. John Kenneth
Turner, escritor norteamericano, denunció en el testimonio de su visita2, que «los
Estados Unidos hcon la dictadura. «La norteamericanización de México, de la que
tanto se jacta Wall Street --decía Turner-, se está ejecutando como si fuera una
venganza».
En 1845 los Estados Unidos se habían anexado los territorios mexicanos de
Texas y California, donde restablecieron la esclavitud en nombre de la civilización,
y en la guerra México perdió también los actuales estados norteamericanos de
Colorado, Arizona, Nuevo México, Nevada y Utah. Más de la mitad del país. El
territorio usurpado equivalía a la extensión actual de Argentina. «¡Pobrecito
México! -se dice desde entonces- tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados
Unidos». El resto de su territorio mutilado sufrió después la invasión de las
inversiones norteamericanas en el cobre, en el petróleo, en el caucho, en el azúcar,
en la banca y en los transportes. El American Cordage Trust, filial de la Standard
Oil, no resultaba en absoluto ajeno al exterminio de los indios mayas y yaquis en
las plantaciones de henequén de Yucatán, campos de concentración donde los
hombres y los niños eran comprados y vendidos como bestias, porque ésta era la
empresa que adquiría más de la mitad del henequén producido y le convenía
disponer de la fibra a precios baratos. Otras veces, la explotación de la mano de
obra esclava era, como descubrió Turner, directa. Un administrador
norteamericano le contó que pagaba los lotes de peones enganchados a cincuenta
pesos por cabeza, «y los conservamos mientras duran... En menos de tres meses
enterramos a más de la mitad»3.
En 1910 llegó la hora del desquite. México se alzó en armas contra Porfirio
1 Jesús Silva Herzog, Breve historia de la Revolución mexicana, México-Bueno, Aires, 1960.)
2 John Kenneth Turner, México bárbaro, publicado en Estados Unidos en 1911: México, 1967.)
3
John Kenneth Turner, op. cit. México era el país preferido por las inversiones norteamericanas: reunía
a fines de siglo poco menos de la tercera parte de los capitales de Estados Unidos invertidos en el
extranjero. En el estado de Chihuahua y otras regiones del norte, William Randolph Hearst, el célebre
Citizen Kane del film de Welles, poseía más de tres millones de hectáreas. Fernando Carmona, El
drama de América Latina. El caso de México, México, 1964)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 102
Díaz. Un caudillo agrarista encabezó desde entonces la insurrección en el sur:
Emiliano Zapata, el más puro de los líderes de la revolución, el más leal a la causa
de los pobres, el más fervoroso en su voluntad de redención social.
Las últimas décadas del siglo XIX habían sido tiempos de despojo feroz para
las comunidades agrarias de todo México; los pueblos y las aldeas de Morelos
sufrieron la febril cacería de tierras, aguas y brazos que las plantaciones de caña de
azúcar devoraban en su expansión. Las haciendas azucareras dominaban la vida
del estado y su prosperidad había hecho nacer ingenios modernos, grandes
destilerías y ramales ferroviarios para transportar el producto. En la comunidad de
Anenecuilco, donde vivía Zapata y a la que en cuerpo y alma pertenecía, los
campesinos indígenas despojados reivindicaban siete siglos de trabajo continuo
sobre su suelo: estaban allí desde antes de que llegara Hernán Cortés. Los que se
quejaban en voz alta marchaban a los campos de trabajos forzados en Yucatán.
Como en todo el estado de Morelos, cuyas tierras buenas estaban en manos de
diecisiete propietarios, los trabajadores vivían mucho peor que los caballos de polo
que los latifundistas mimaban en sus establos de lujo. Una ley de 1909 determinó
que nuevas tierras fueran arrebatadas a sus legítimos dueños y puso al rojo vivo las
ya ardientes contradicciones sociales. Emiliano Zapata, el jinete parco en palabras,
famoso porque era el mejor domador del estado y unánimemente respetado por su
honestidad y su coraje, se hizo guerrillero. «Pegados a la cola del caballo del jefe
Zapata», los hombres del sur formaron rápidamente un ejército libertador1
Cayó Díaz, y Francisco Madero, en ancas de la revolución, llegó al gobierno.
Las promesas de reforma agraria no demoraron en disolverse en una nebulosa
institucionalista. El día de su matrimonio, Zapata tuvo que interrumpir la fiesta: el
gobierno había enviado a las tropas del general Victoriano Huerta para aplastarlo.
El héroe se había convertido en «bandido», según los doctores de la ciudad. En
noviembre de 1911, Zapata proclamó su Plan de Ayala, al tiempo que anunciaba:
«Estoy dispuesto a luchar contra todo y contra todos». El plan advertía que «la
inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no son más dueños que
del terreno que pisan» y propugnaba la nacionalización total de los bienes de los
enemigos de la revolución, la devolución a sus legítimos propietarios de las tierras
usurpadas por la avalancha latifundista y la expropiación de una tercera parte de
las tierras de los hacendados restantes. El Plan de Ayala se convirtió en un imán
irresistible que atraía a millares y millares de campesinos a las filas del caudillo
agrarista. Zapata denunciaba «la infame pretensión» de reducirlo todo a un simple
cambio de personas en el gobierno: la revolución no se hacía para eso.
Cerca de diez años duró la lucha. Contra Díaz, contra Madero, luego contra
Huerta, el asesino, y más tarde contra Venustiano Carranza. El largo tiempo de la
guerra fue también un período de intervenciones norteamericanas continuas: los
marines tuvieron a su cargo dos desembarcos y varios bombardeos, los agentes
diplomáticos urdieron conjuras políticas diversas y el embajador Henry Lane
Wilson organizó con éxito el crimen del presidente Madero y su vice. Los cambios
sucesivos en el poder no alteraban, en todo caso, la furia de las agresiones contra
Zapata y sus fuerzas, porque ellas eran la expresión no enmascarada de la lucha de
clases en lo hondo de la revolución nacional: el peligro real. Los gobiernos y los
diarios bramaban contra «las hordas vandálicas» del general de Morelos. Poderosos
1 John Womack Jr., Zapata y la Revolución mexicana, México, 1969.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 103
ejércitos fueron enviados, uno tras otro, contra Zapata. Los incendios, las matanzas,
la devastación de los pueblos, resultaron, una y otra vez, inútiles. Hombres,
mujeres y niños morían fusilados o ahorcados como «espías zapatistas» y a las
carnicerías seguían los anuncios de victoria: la limpieza ha sido un éxito. Pero al
poco tiempo volvían a encenderse las hogueras en los trashumantes campamentos
revolucionarios de las montañas del sur. En varias oportunidades, las fuerzas de
Zapata contraatacaban con éxito hasta los suburbios de la capital. Después de la
caída del régimen de Huerta, Emiliano Zapata y Pancho Villa, el «Atila del Sur» y el
«Centauro del Norte», entraron en la ciudad de México a paso de vencedores y
fugazmente compartieron el poder. A fines de 1914, se abrió un breve ciclo de paz
que permitió a Zapata poner en práctica, en Morelos, una reforma agraria aún más
radical que la anunciada en el Plan de Ayala. El fundador del Partido Socialista y
algunos militantes anarcosindicalistas influyeron mucho en este proceso:
radicalizaron la ideología del líder del movimiento, sin herir sus raíces
tradicionales, y le proporcionaron una imprescindible capacidad de organización.
La reforma agraria se proponía «destruir de raíz y para siempre el injusto
monopolio de la tierra, para realizar un estado social que garantice plenamente el
derecho natural que todo hombre tiene sobre la extensión de tierra necesaria a su
propia subsistencia y a la de su familia». Se restituían las tierras a las comunidades
e individuos despojados a partir de la ley de desamortización de 1856, se fijaban
límites máximos a los terrenos según el clima y la calidad natural, y se declaraban
de propiedad nacional los predios de los enemigos de la revolución. Esta última
disposición política tenía, como en la reforma agraria de Artigas, un claro sentido
económico: los enemigos eran los latifundistas. Se formaron escuelas de técnicos,
fábricas de herramientas y un banco de crédito rural; se nacionalizaron los ingenios
y las destilerías, que se convirtieron en servicios públicos. Un sistema de
democracias locales colocaba en manos del pueblo las fuentes del poder político y
el sustento económico. Nacían y se difundían las escuelas zapatistas, se
organizaban juntas populares para la defensa y la promoción de los principios
revolucionarios una democracia auténtica cobraba forma y fuerza. Los municipios
eran unidades nucleares de gobierno y la gente elegía sus autoridades, sus
tribunales y su policía. Los jefes militares debían someterse a la voluntad de las
poblaciones civiles organizadas. No era la voluntad de los burócratas y los
generales la que imponía los sistemas de producción y de vida. La revolución se
enlazaba con la tradición y operaba «de conformidad con la costumbre y usos de
cada pueblo..., es decir, que si determinado pueblo pretende el sistema comunal así
se llevará a cabo, y si otro pueblo desea el fraccionamiento de la tierra para
reconocer su pequeña propiedad, así se hará»1.
En la primavera de 1915, ya todos los campos de Morelos estaban bajo cultivo,
principalmente con maíz y otros alimentos. La ciudad de México padecía, mientras
tanto, por falta de alimentos, la inminente amenaza del hambre. Venustiano
Carranza había conquistado la presidencia y dictó, a su vez, una reforma agraria,
pero sus jefes no demoraron en apoderarse de sus beneficios; en 1916 se
abalanzaron, con buenos dientes, sobre Cuernavaca, capital de Morelos, y las
demás comarcas zapatistas. Los cultivos, que habían vuelto a dar frutos, los
minerales, las pieles y algunas maquinarias, resultaron un botín excelente para los
oficiales que avanzaban quemando todo a su paso y proclamando, a la vez, «una
1 John Womack Jr., op cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 104
obra de reconstrucción y progreso».
En 1919 una estratagema y una traición terminaron con la vida de Emiliano
Zapata. Mil hombres emboscados descargaron los fusiles sobre su cuerpo. Murió a
la misma edad que el Che Guevara. Lo sobrevivió la leyenda: el caballo alazán que
galopaba solo, hacia el sur, por las montañas. Pero no sólo la leyenda. Todo
Morelos se dispuso a «consumar la obra del reformador, vengar la sangre del
mártir y seguir el ejemplo del héroe», y el país entero le prestó eco. Pasó el tiempo,
y con la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940) las tradiciones zapatistas
recobraron vida y vigor a través de la puesta en práctica, por todo México; de la
reforma agraria. Se expropiaron, sobre todo bajo su período de gobierno, 67
millones de hectáreas en poder de empresas extranjeras o nacionales y los
campesinos recibieron, además de la tierra, créditos, educación y medios de
organización para el trabajo. La economía y la población del país habían
comenzado su acelerado ascenso; se multiplicó la producción agrícola al tiempo
que el país entero se modernizaba y se industrializaba. Crecieron las ciudades y se
amplió, en extensión y en profundidad, el mercado de consumo. Pero el
nacionalismo mexicano no derivó al socialismo y, en consecuencia, como ha
ocurrido en otros países que tampoco dieron el salto decisivo, no realizó
cabalmente sus objetivos de independencia económica y justicia social. Un millón
de muertos habían tributado su sangre, en los largos años de revolución y guerra,
«a un Huitzilopochtli más cruel, duro e insaciable que aquel adorado por nuestros
antepasados: el desarrollo capitalista de México, en las condiciones impuestas por
la subordinación al imperialismo»1. Diversos estudiosos han investigado los signos
del deterioro de las viejas banderas. Edmundo Flores afirma, en una publicación
reciente,2, que, «actualmente, el 60 por 100 de la población total de México tiene un
ingreso menor de 120 dólares al año y pasa hambre». Ocho millones de mexicanos
no consumen prácticamente otra cosa que frijoles, tortillas de maíz y chile picante3.
El sistema no revela sus hondas contradicciones solamente cuando caen quinientos
estudiantes muertos en la matanza de Tlatelolco. Recogiendo cifras oficiales,
Alonso Aguilar llega a la conclusión de que hay en México unos dos millones de
campesinos sin tierra, tres millones de niños que no reciben educación, cerca de
once millones de analfabetos y cinco millones de personas descalzas4. La propiedad
colectiva de los ejidatarios se pulveriza continuamente, y junto con la
multiplicación de los minifundios, que se fragmentan a sí mismos, ha hecho su
aparición un latifundismo de nuevo cuño y una nueva burguesía agraria dedicada
a la agricultura comercial en gran escala. Los terratenientes e intermediarios
nacionales que han conquistado una posición dominante trampeando el texto y el
espíritu de las leyes son, a su vez, dominados, y en un libro reciente se los
considera incluidos en los términos «and company» de la empresa Anderson
Clayton5.
En el mismo libro, el hijo de Lázaro Cárdenas dice que «los latifundios
simulados se han constituido, preferentemente, en las tierras de mejor calidad, en
las más productivas».
1 Fernando Carmona, op. cit).
2 Edmundo Flores, ¿Adónde va la economía de México?, en Comercio exterior, vol. xx, núm. l, México, enero
de 1970.)
3 Ana María Flores, La magnitud del hambre en México, México, 1961)
4 Alonso Aguilar M. y Fernando Carmona, op. cit. Véase también, de los mismos autores y Guillermo
Montaño y Jorge Carrión, El milagro mexicano, México, 1970)
5 Rodolfo Stavenhagen, Fernando Paz Sánchez, Cuauhtémoc Cárdenas y Arturo Bonilla, Neolatifundismo
y explotación. De Emiliano Zapata a Anderson Clayton & Co., México, 1968)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 105
El novelista Carlos Fuentes ha reconstruido, a partir de la agonía, la vida de un
capitán del ejército de Carranza que se va abriendo paso, a tiros y a fuerza de
astucia, en la guerra y en la paz1. Hombre de muy humilde origen, Artemio Cruz va
dejando atrás, con el paso de los años, el idealismo y el heroísmo de la juventud:
usurpa tierras; funda y multiplica empresas, se hace diputado y trepa, en rutilante
carrera, hacia las cumbres sociales, acumulando fortuna, poder y prestigio en base a
los negocios, los sobornos, la especulación, los grandes golpes de audacia y la
represión a sangre y fuego de la indiada. El proceso del personaje se parece al
proceso del partido que, poderosa impotencia de la revolución mexicana,
virtualmente monopoliza la vida política del país en nuestros días. Ambos han
caído hacia arriba.
EL LATIFUNDIO MULTIPLICA LAS BOCAS
PERO NO LOS PANES
La producción agropecuaria por habitante de América Latina es hoy menor
que en la víspera de la segunda guerra mundial. Treinta años largos han
transcurrido; en el mundo, la producción de alimentos creció, en este período, en la
misma proporción en que, en nuestras tierras, disminuyó. La estructura del atraso
del campo latinoamericano opera también como una estructura del desperdicio:
desperdicio de la fuerza de trabajo, de la tierra disponible, de los capitales, del
producto y, sobre todo, desperdicio de las huidizas oportunidades históricas del
desarrollo. El latifundio y su pariente pobre, el minifundio, constituyen, en casi
todos los países latinoamericanos, el cuello de botella que estrangula el crecimiento
agropecuario y el desarrollo de la economía toda. El régimen de propiedad
imprime su sello al régimen de producción: el uno y medio por ciento de los
propietarios agrícolas latinoamericanos posee la mitad del total de tierras
cultivables y América Latina gasta, anualmente, más de quinientos millones de
dólares en comprar al extranjero alimentos que podría producir sin dificultad en
sus inmensas v fértiles tierras. Apenas un cinco por ciento de la superficie total se
encuentra bajo cultivo: la proporción más baja del mundo y, en consecuencia, el
desperdicio más grande2. En las escasas tierras cultivadas, los rendimientos son,
además, muy bajos. En numerosas regiones, los arados de palo abundan más que
los tractores. No se emplean, más que por excepción, las técnicas modernas, cuya
difusión no sólo implicaría la mecanización de las faenas agrícolas, sino también el
auxilio y el estímulo a los suelos a través de los abonos, los herbicidas, las semillas
genéticas, los pesticidas, el riego artificial3 . El latifundio integra, a veces como Rey
Sol, una constelación de poder que, para usar la feliz expresión de Maza Zavala4,
multiplica los hambrientos pero no los panes. En vez de absorber mano de obra, el
latifundio la expulsa: en cuarenta años, los trabajadores latinoamericanos del
campo se han reducido en más de un veinte por ciento. Sobran tecnócratas
1 Carlos Fuentes, La muerte de Artemio Cruz, México 1962)
2 FAO, Anuario de la producción, vol 19, 1965.)
3 Alberto Baltra Cortés, Problemas del subdesarrollo ecolatinoamericano, Buenos Aires, 1966.)
4 D. F. Maza Zavala, Explosión demográfica y crecimiento económico, Caracas, 1970)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 106
dispuestos a afirmar, aplicando mecánicamente recetas hechas, que éste es un
índice de progreso: la urbanización acelerada, el traslado masivo de la población
campesina. Los desocupados, que el sistema vomita sin descanso, afluyen, en
efecto, a las ciudades y extienden sus suburbios. Pero las fábricas, que también
segregan desocupados a medida que se modernizan, no brindan refugio a esta
mano de obra excedente y no especializada. Los adelantos tecnológicos del campo,
cuando ocurren, agudizan el problema. Se incrementan las ganancias de los
terratenientes, al incorporar medios más modernos a la explotación de sus
propiedades, pero más brazos quedan sin actividad y se hace más ancha la brecha
que separa a ricos y pobres. La introducción de los equipos motorizados, por
ejemplo, elimina más empleos rurales de los que crea. Los latinoamericanos que
producen, en jornadas de sol a sol, los alimentos, sufren normalmente desnutrición: sus
ingresos son miserables, la renta que el campo genera se gasta en las ciudades o emigra al
extranjero. Las mejores técnicas que aumentan los rendimientos magros del suelo
pero dejan intacto el régimen de propiedad vigente no resultan, por cierto, aunque
contribuyan al progreso general, una bendición para los campesinos. No crecen sus
salarios ni su participación en las cosechas. El campo irradia pobreza para muchos
y riqueza para muy pocos. Las avionetas privadas sobrevuelan los desiertos
miserables, se multiplica el lujo estéril en los grandes balnearios y Europa hierve de
turistas latinoamericanos rebosantes de dinero, que descuidan el cultivo de sus
tierras pero no descuidan, faltaba más, el cultivo de sus espíritus.
Paul Bairoch atribuye la debilidad principal de la economía del Tercer Mundo
al hecho de que su productividad agrícola media sólo alcance a la mitad del nivel
alcanzado, en vísperas de la revolución industrial, por los países hoy
desarrollados1. En efecto, la industria, para expandirse armoniosamente, requeriría
un aumento mucho mayor de la producción de alimentos y de materias primas
agropecuarias. Alimentos, porque las ciudades crecen y comen; materias primas,
para las fábricas y para la exportación, de manera de disminuir las importaciones
agrícolas y aumentar las ventas al exterior generando las divisas que el desarrollo
requiere. Por otra parte, el sistema de latifundios y minifundios implica el
raquitismo del mercado interno de consumo, sin cuya expansión la industria
naciente pierde pie. Los salarios de hambre en el campo y el ejército de reserva cada
vez más numeroso de los desocupados, conspiran en este sentido: los emigrantes
rurales, que vienen a golpear a las puertas de las ciudades, empujan a la baja el
nivel general de las retribuciones obreras.
Desde que la Alianza para el Progreso proclamó, a los cuatro vientos, la
necesidad de la reforma agraria, la oligarquía y la tecnocracia no han cesado de
elaborar proyectos. Decenas de proyectos, gordos, flacos, anchos, angostos,
duermen en las estanterías de los parlamentos de todos los países latinoamericanos.
Ya no es un tema maldito la reforma agraria: los políticos han aprendido que la mejor
manera de no hacerla consiste en invocarla de continuo. Los procesos simultáneos de
concentración y pulverización de la propiedad de la tierra continúan, olímpicos, su
curso en la mayoría de los países. No obstante, las excepciones empiezan a abrirse
paso. Porque el campo no es solamente un semillero de pobreza: es, también, un
semillero de rebeliones, aunque las tensiones sociales agudas se oculten a menudo,
enmascaradas por la resignación aparente de las masas. El nordeste de Brasil, por
1 Paul Bairoch, Diagnostic de 1'évotution économique du Tiers Monde. 1900-1966, París, 1967.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 107
ejemplo, impresiona a primera vista como un bastión del fatalismo, cuyos
habitantes aceptan morirse de hambre tan pasivamente como aceptan la llegada de
la noche al cabo de cada día. Pero no está tan lejos en el tiempo, al fin y al cabo, la
explosión mística de los nordestinos que pelearon junto a sus mesías, apóstoles
extravagantes, alzando la cruz y los fusiles contra los ejércitos, para traer a esta
tierra el reino de los cielos, ni las furiosas oleadas de violencia de los cangaceiros:
los fanáticos y los bandoleros, utopía y venganza, dieron cauce a la protesta social,
ciega todavía, de los campesinos desesperados1. Las ligas campesinas recuperarían
más tarde, profundizándolas, esta tradiciones de lucha.
La dictadura militar que usurpó el poder en Brasil en 1964 no demoró en
anunciar su reforma agraria. El Instituto Brasileño de Reforma Agraria es, como ha
hecho notar Paulo Schilling, un caso único en el mundo: en vez de distribuir tierra a
los campesinos, se dedica a expulsarlos, para restituir a los latifundistas las
extensiones espontáneamente invadidas o expropiadas por gobiernos anteriores. En
1966 y 1967, antes de que la censura de prensa se aplicara con mayor rigor, los
diarios solían dar cuenta de los despojos, los incendios y las persecuciones que las
tropas de la policía militar llevaban a cabo por orden del atareado Instituto. Otra
reforma agraria digna de una antología es la que se promulgó en Ecuador en 1964.
El gobierno sólo distribuyó tierras improductivas, a la par que facilitó la
concentración de las tierras de mejor calidad en manos de los grandes
terratenientes. La mitad de las tierras distribuidas por la reforma agraria de
Venezuela, a partir de 1960, eran de propiedad pública; las grandes plantaciones
comerciales no fueron tocadas y los latifundistas expropiados recibieron
indemnizaciones tan altas que obtuvieron espléndidas ganancias y compraron
nuevas tierras en otras zonas.
El dictador argentino Juan Carlos Onganía estuvo a punto de anticipar en dos
años su caída, cuando en 1968 intentó aplicar un nuevo régimen de impuestos a la
propiedad rural. El proyecto intentaba gravar las improductivas «llanuras peladas»
más severamente que las tierras productivas. La oligarquía vacuna puso el grito en
el cielo, movilizó sus propias espadas en el estado mayor y Onganía tuvo que
olvidar sus heréticas intenciones. La Argentina dispone, como el Uruguay, de
praderas naturalmente fértiles que, al influjo de un clima benigno, le han permitido
disfrutar de una prosperidad relativa en América Latina. Pero la erosión va
mordiendo sin piedad las inmensas llanuras abandonadas que no se aplican al
cultivo ni al pastoreo, y otro tanto ocurre con gran parte de los millones de
hectáreas dedicadas a la explotación extensiva del ganado. Como en el caso de
Uruguay, aunque en menor grado, esa explotación extensiva está en el trasfondo de
la crisis que ha sacudido a la economía argentina en los años sesenta. Los
latifundistas argentinos no han mostrado suficiente interés por introducir
innovaciones técnicas en sus campos. La productividad es todavía baja, porque
conviene que lo sea; la ley de la ganancia puede más que todas las leyes. La
extensión de las propiedades, a través de la compra de nuevos campos, resulta más
lucrativa y menos riesgosa que la puesta en práctica de los medios que la tecnología
moderna proporciona para la producción intensiva2
1 Rui Facó, Cangaceiros e fanáticos, Río de Janeiro, 1965)
2 La pradera artificial representa, desde el punto de vista del capitalista ganadero, un traslado de capital
hacia una inversión más cuantiosa, más riesgosa y simultáneamente menos rentable que la inversión
tradicional en ganadería extensiva. Así, el interés privado del productor entra en contradicción con el
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 108
En 1931, la Sociedad Rural oponía el caballo al tractor: «¡Agricultores
ganaderos! -proclamaban sus dirigentes-. ¡Trabajar con caballos en las faenas
agrícolas es proteger sus propios intereses y los del país!». Veinte años después,
insistía en sus publicaciones: «Es más fácil -ha dicho un conocido militar- que
llegue pasto al estómago de un caballo que nafta al tanque de un pesado camión».1
Según los datos de la CEPAL, Argentina tiene, en proporción a las hectáreas de
superficie arable, dieciséis veces menos tractores que Francia, y diecinueve veces
menos tractores que el Reino Unido. El país consume, también en proporción,
ciento cuarenta veces menos fertilizantes que Alemania Occidental2. Los
rendimientos de trigo, maíz y algodón de la agricultura argentina son bastante más
bajos que los rendimientos de esos cultivos en los países desarrollados.
Juan Domingo Perón había desafiado los intereses de la oligarquía
terrateniente de la Argentina, cuando impuso el estatuto del peón y el
cumplimiento del salario mínimo rural. En 1944, la Sociedad Rural afirmaba: «En la
fijación de los salarios es primordial determinar el estándar de vida del peón
común. Son a veces tan limitadas sus necesidades materiales que un remanente trae
destinos socialmente poco interesantes». La Sociedad Rural continúa hablando de
los peones como si fueran animales, y la honda meditación a propósito de las cortas
necesidades de consumo de los trabajadores brinda, involuntariamente, una buena
clave para comprender las limitaciones del desarrollo industrial argentino: el
mercado interno no se extiende ni se profundiza en medida suficiente. La política
de desarrollo económico que impulsó el propio Perón no rompió nunca la
estructura del subdesarrollo agropecuario. En junio de 1952, en un discurso que
pronunció desde el Teatro Colón, Perón desmintió que tuviera el propósito de
realizar una reforma agraria, y la Sociedad Rural comentó, oficialmente: «Fue una
magistral disertación».
En Bolivia, gracias a la reforma agraria de 1952, ha mejorado visiblemente la
alimentación en vastas zonas rurales del altiplano, tanto que hasta se han
comprobado cambios de estatura en los campesinos. Sin embargo, el conjunto de la
población boliviana consume todavía apenas un sesenta por ciento de las proteínas
y una quinta parte del calcio necesarios en la dieta mínima, y en las áreas rurales el
déficit es aún más agudo que estos promedios. No puede decirse en modo alguno
que la reforma agraria haya fracasado, pero la división de las tierras altas no ha
bastado para impedir que Bolivia gaste, en nuestros días, la quinta parte de sus
divisas en importar alimentos del extranjero.
La reforma agraria que ha puesto en práctica, desde 1969, el gobierno militar
de Perú, está asomando como una experiencia de cambio en profundidad. Y en
cuanto a la expropiación de algunos latifundios chilenos por parte del gobierno de
Eduardo Frei, es de justicia reconocer que abrió el cauce a la reforma agraria radical
que el nuevo presidente, Salvador Allende, anuncia mientras escribo estas páginas.
interés de la sociedad en su conjunto: la calidad del ganado y sus rendimientos sólo pueden
incrementarse, a partir de cierto punto, a través del aumento del poder nutritivo del suelo. El país
necesita que las vacas produzcan más carne y las ovejas más lana, pero los dueños de la tierra ganan
más que suficiente al nivel de los rendimientos actuales. Las conclusiones del instituto de Economía de
la Universidad del Uruguay (op. cit.) son, en cierto sentido, también aplicables a la Argentina..)
1 Dardo Cúneo, Comportarnierto y crisis de la clase empresaria, Buenos Aires, 1967.)
2 CEPAL, Estudio económico de América Latina, Santiago de Chile, 1964 y 1966, y El uso de fertilizantes en
América Latina, Santiago de Chile, 1966.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 109
LAS TRECE COLONIAS DEL NORTE Y LA IMPORTANCIA
DE NO NACER IMPORTANTE
La apropiación privada de la tierra siempre se anticipó, en América Latina, a
su cultivo útil. Los rasgos más retrógrados del sistema de tenencia actualmente
vigente no provienen de las crisis, sino que han nacido durante los períodos de
mayor prosperidad; a la inversa, los períodos de depresión económica han
apaciguado la voracidad de los latifundistas por la conquista de nuevas
extensiones. En Brasil, por ejemplo, la decadencia del azúcar y la virtual
desaparición del oro y los diamantes hicieron posible, entre 1820 y 1850, una
legislación que aseguraba la propiedad de la tierra a quien la ocupara y la hiciera
producir. En 1850 el ascenso del café como nuevo «producto rey» determinó la
sanción de la Ley de Tierras, cocinada según el paladar de los políticos y los
militares del régimen oligárquico, para negar la propiedad de la tierra a quienes la
trabajaban, a medida que se iban abriendo, hacia el sur y hacia el oeste, los
gigantescos espacios interiores del país. Esta ley «fue reforzada y ratificada desde
entonces por una copiosísima legislación, que establecía compra como única forma
de acceso a la tierra y creaba un sistema notarial de registro que haría casi
impracticable que un labrador pudiera legalizar su posesión…»1
La legislación norteamericana de la misma época se propuso el objetivo
opuesto, para promover colonización interna de los Estados Unidos. Crujían las
carretas de los pioneros que iban extendiendo frontera, a costa de las matanzas de
los indígenas, hacia las tierras vírgenes del oeste: la Ley Lincoln de 1862, el
Homested Act, aseguraba a cada familia la propiedad de lotes de 65 hectáreas.
Cada beneficiario se comprometía a cultivar su parcela por un período no menor de
cinco años2. El dominio público se colonizó con rapidez asombrosa; la población
aumentaba y se propagaba como una enorme mancha de aceite sobre el mapa. La
tierra accesible, fértil y casi gratuita, atraía a los campesinos europeos, con un imán
irresistible: cruzaban el océano y también los Apalaches rumbo a las praderas
abiertas. Fueron granjeros libres, así, quienes ocuparon los nuevos territorios del
centro y del oeste. Mientras el país crecía en superficie y en población, se creaban
fuentes de trabajo agrícola y al mismo tiempo se generaba un mercado interno con
gran poder adquisitivo, la enorme masa de los granjeros propietarios para sustentar
la pujanza del desarrollo industrial.
En cambio, los trabajadores rurales que, desde hace más de un siglo, han
movilizado con ímpetu la frontera interior de Brasil, no han sido ni son familias de
campesinos libres en busca de un trozo de tierra propia, como observa Ribeiro, sino
braceros contratados para servir a los latifundistas que previamente han tomado
posesión de los grandes espacios vacíos. Los desiertos interiores nunca fueron
accesibles, como no fuera de esta manera, a la población rural. En provecho ajeno,
los obreros han ido abriendo el país, a golpes de machete, a través de la selva. La
1 Darcy Ribeiro, Las Américas y la civilización, Los pueblos nuevos, Buenos Aires, 1969.)
2 Edward C. Kirkland, Historia económica de Estados Unidos, México, 1941.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 110
colonización resulta una simple extensión del área latifundista. Entre 1950 y 1960,
65 latifundios brasileños absorbieron la cuarta parte de las nuevas tierras
incorporadas a la agricultura1.
Estos dos opuestos sistemas de colonización interior muestran una de las
diferencias más importantes entre los modelos de desarrollo de los Estados Unidos
y de América Latina. ¿Por qué el norte es rico y el sur pobre? El río Bravo señala
mucho más que una frontera geográfica. El hondo desequilibrio de nuestros días,
que parece confirmar la profecía de Hegel sobre la inevitable guerra entre una y
otra América, ¿nació de la expansión imperialista de los Estados Unidos o tiene
raíces más antiguas? En realidad, al norte y al sur se habían generado, ya en la
matriz colonial, sociedades muy poco parecidas y al servicio de fines que no eran
los mismos2 despliegan en vano la imaginación en el afán de encontrar identidades
entre los procesos históricos del norte y del sur. Los peregrinos del Mayflower no
atravesaron el mar para conquistar tesoros legendarios ni para explotar la mano de
obra indígena escasa en el norte, sino para establecerse con sus familias y
reproducir, en el Nuevo Mundo, el sistema de vida y de trabajo que practicaban en
Europa. No eran soldados de fortuna, sino pioneros; no venían a conquistar, sino a
colonizar: fundaron «colonias de poblamiento». Es cierto que el proceso posterior
desarrolló, al sur de la bahía de Delaware, una economía de plantaciones
esclavistas semejante a la que surgió en América Latina, pero con la diferencia de
que en Estados Unidos el centro de gravedad estuvo desde el principio radicado en
las granjas y los talleres de Nueva Inglaterra, de donde saldrían los ejércitos
vencedores de la Guerra de Secesión en el siglo XIX. Los colonos de Nueva
Inglaterra, núcleo original de la civilización norteamericana, no actuaron nunca
como agentes coloniales de la acumulación capitalista europea; desde el principio,
vivieron al servicio de su propio desarrollo y del desarrollo de su tierra nueva. Las
trece colonias del norte sirvieron de desembocadura al ejército de campesinos y
artesanos europeos que el desarrollo metropolitano iba lanzando fuera del mercado
de trabajo. Trabajadores libres formaron la base de aquella nueva sociedad de este
lado del mar.
España y Portugal contaron, en cambio, con una gran abundancia de mano de
obra servil en América Latina. A la esclavitud de los indígenas sucedió el trasplante
en masa de los esclavos africanos. A lo largo de los siglos, hubo siempre una legión
enorme de campesinos desocupados disponibles para ser trasladados a los centros
de producción: las zonas florecientes coexistieron siempre con las decadentes, al
ritmo de los auges y las caídas de las exportaciones de metales preciosos o azúcar, y
las zonas de decadencia surtían de mano de obra a las zonas florecientes. Esta
estructura persiste hasta nuestros días, y también en la actualidad implica un bajo
nivel de salarios, por la presión que los desocupados ejercen sobre el mercado de
trabajo, y frustra el crecimiento del mercado interno de consumo. Pero además, a
diferencia de los puritanos del norte, las clases dominantes de la sociedad colonial
latinoamericana no se orientaron jamás al desarrollo económico interno. Sus
beneficios provenían de fuera; estaban más vinculados al mercado extranjero que a
la propia comarca. Terratenientes y mineros y mercaderes habían nacido para
cumplir esa función: abastecer a Europa de oro, plata y alimentos. Los caminos
trasladaban la carga en un solo sentido: hacia el puerto y los mercados de ultramar.
1 Celso Furtado, Um projeto para o Brasil, Rfo de Janeiro, 1969.)
2 Lewis Hanke y otros autores de Do the Américas Have a Common History? (Nueva York, 1964)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 111
Ésta es también la clave que explica la expansión de los Estados Unidos como
unidad nacional y la fractura de América Latina: nuestros centros de producción no
estaban conectados entre sí, sino que formaban un abanico con el vértice muy lejos.
Las trece colonias del norte tuvieron, bien pudiera decirse, la dicha de la desgracia. Su
experiencia histórica mostró la tremenda importancia de no nacer importante. Porque al
norte de América no había oro ni había plata, ni civilizaciones indígenas con densas
concentraciones de población ya organizada para el trabajo, ni suelos tropicales de fertilidad
fabulosa en la franja costera que los peregrinos ingleses colonizaron. La naturaleza se
había mostrado avara, y también la historia: faltaban los metales y la mano de obra
esclava para arrancar los metales del vientre de la tierra. Fue una suerte. Por lo
demás, desde Maryland hasta Nueva Escocia, pasando por Nueva Inglaterra, las
colonias del norte producían, en virtud del clima y por las características de los
suelos, exactamente lo mismo que la agricultura británica, es decir, que no ofrecían
a la metrópoli, como advierte Bagú1, una producción complementaria.
Muy distinta era la situación de las Antillas y de las colonias ibéricas de tierra
firme. De las tierras tropicales brotaban el azúcar, el tabaco, el algodón, el añil, la
trementina; una pequeña isla del Caribe resultaba más importante para Inglaterra,
desde el punto de vista económico, que las trece colonias matrices de los Estados
Unidos.
Estas circunstancias explican el ascenso y la consolidación de los Estados
Unidos, como un sistema económicamente autónomo, que no drenaba hacia fuera
la riqueza generada en su seno. Eran muy flojos los lazos que ataban la colonia a la
metrópoli; en Barbados o Jamaica, en cambio, sólo se reinvertían los capitales
indispensables para reponer los esclavos a medida que se iban gastando. No fueron
factores raciales, como se ve, los que decidieron el desarrollo de unos y el
subdesarrollo de otros: las islas británicas de las Antillas no tenían nada de
españolas ni de portuguesas. La verdad es que la insignificancia económica de las
trece colonias permitió la temprana diversificación de sus exportaciones y alumbró
el impetuoso desarrollo de las manufacturas. La industrialización norteamericana
contó, desde antes de la independencia, con estímulos y protecciones oficiales.
Inglaterra se mostraba tolerante, al mismo tiempo que prohibía estrictamente que
sus islas antillanas fabricaran siquiera un alfiler.
LAS FUENTES SUBTERRÁNEAS DEL PODER. LA ECONOMÍA
NORTEAMERICANA NECESITA LOS MINERALES DE AMÉRICA LATINA COMO
LOS PULMONES NECESITAN EL AIRE.
Los astronautas habían impreso las primeras huellas humanas sobre la
superficie de la luna, y en julio de 1969 el padre de la hazaña, Werner von Braun,
anunciaba a la prensa que los Estados Unidos se proponían instalar una lejana
estación en el espacio, con propósitos más bien cercanos: «Desde esta maravillosa
plataforma de observación -declaró- podremos examinar todas las riquezas de la
Tierra: los pozos de petróleo desconocidos, las minas de cobre y de cinc... »
El petróleo sigue siendo el principal combustible de nuestro tiempo, y los
norteamericanos importan la séptima parte del petróleo que consumen. Para matar
1 Sergio Bagú, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 112
vietnamitas, necesitan balas y las balas necesitan cobre: los Estados Unidos
compran fuera de fronteras una quinta parte del cobre que gastan. La falta de cinc
resulta cada vez más angustiosa: cerca de la mitad viene del exterior. No se puede
fabricar aviones sin aluminio, y no se puede fabricar aluminio sin bauxita: los
Estados Unidos casi no tienen bauxita. Sus grandes centros siderúrgicos -
Pittsburgh, Cleveland, Detroit- no encuentran hierro suficiente en los yacimientos
de Minnesota, que van camino de agotarse, ni tienen manganeso en el territorio
nacional: la economía norteamericana importa una tercera parte del hierro y todo el
manganeso que necesita. Para producir los motores de retropropulsión, no cuentan
con níquel ni con cromo en su subsuelo. Para fabricar aceros especiales, se requiere
tungsteno: importan la cuarta parte. Esta dependencia, creciente, respecto a los
suministros extranjeros, determina una identificación también creciente de los
intereses de los capitalistas norteamericanos en América Latina, con la seguridad
nacional de los Estados Unidos, La estabilidad interior de la primera potencia del
mundo aparece íntimamente ligada a las inversiones norteamericanas al sur del río
Bravo. Cerca de la mitad de esas inversiones está dedicada a la extracción de
petróleo y a la explotación de riquezas mineras, «indispensables para la economía
de los Estados Unidos tanto en la paz como en la guerra»1. El presidente del
Consejo Internacional de la Cámara de Comercio del país del norte lo define así:
«Históricamente, una de las razones principales de los Estados Unidos para invertir
en el exterior es el desarrollo de recursos naturales, particularmente minerales y,
más especialmente, petróleo. Es perfectamente obvio que los incentivos de este tipo
de inversiones no pueden menos que incrementarse. Nuestras necesidades de
materias primas están en constante aumento a medida que la población se expande
y el nivel de vida sube. Al mismo tiempo, nuestros recursos domésticos se
agotan...»2. Los laboratorios científicos del gobierno, de las universidades y de las
grandes corporaciones avergüenzan a la imaginación con el ritmo febril de sus
invenciones y sus descubrimientos, pero la nueva tecnología no ha encontrado la
manera de prescindir de los materiales básicos que la naturaleza, y sólo ella,
proporciona.
Se van debilitando, al mismo tiempo, las respuestas que el subsuelo nacional
es capaz de dar al desafío del crecimiento industrial de los Estados Unidos3.
EL SUBSUELO TAMBIÉN PRODUCE GOLPES DE ESTADO, REVOLUCIONES,
HISTORIAS DE ESPÍAS Y AVENTURAS EN LA SELVA AMAZÓNICA
En Brasil, los espléndidos yacimientos de hierro del valle de Paraopeba
derribaron dos presidentes, Janio Quadros y Joáo Goulart, antes de que el mariscal
Castelo Branco, que asaltó el poder en 1971, los cediera amablemente a la Hanna
Mining Co. Otro amigo anterior del embajador de los Estados Unidos, el presidente
Eurico Dutra (1946-51), había concedido a la Bethlehem Steel, algunos años antes,
1 Edwin y Lieuwen, The Unr:ed Sta!es and the Challenge to Segurity in Latín America, Ohio, 1966.)
2 Philip Courtney, en un trabajo presentado ante el II Congreso Internacional de Ahorro e Inversion,
Bruselas, 1959)
3 Harry Magdoff, La era del imperilismo, en Month1y Review, selecciones en castellano, Santiago de Chile,
enero-febrero de 1969. y Claude Julien, L'Empire Américan, Paris, 1969)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 113
los cuarenta millones de toneladas de manganeso del estado de Amapá, uno de los
mayores yacimientos del mundo, a cambio de un cuatro por ciento para el Estado
sobre los ingresos de exportación; desde entonces, la Bethlehem está mudando las
montañas a los Estados Unidos con tal entusiasmo que se teme que de aquí a
quince años Brasil quede sin suficiente manganeso para abastecer su propia
siderurgia. Por lo demás de cada cien dólares que la Bethlehem invierte en la
extracción de minerales, ochenta y ocho corresponden a una gentileza del gobierno
brasileño: las exoneraciones de impuestos en nombre del «desarrollo de la región».
La experiencia del oro perdido de Minas Gerais --«oro blanco, oro negro, oro
podrido», escribió el poeta Manuel Bandeira- no ha servido, como se ve, para nada:
Brasil continúa despojándose gratis de sus fuentes naturales de desarrollo1. Por su
parte, el dictador René Barrientos se apoderó de Bolivia en 1964 y, entre matanza y
matanza de mineros, otorgó a la firma Philips Brothers la concesión de la mina
Matilde, que contiene plomo, plata y grandes yacimientos de cinc con una ley doce
veces más alta que la de las minas norteamericanas. La empresa quedó autorizada a
llevarse el cinc en bruto, para elaborarlo en sus refinerías extranjeras, pagando al
Estado nada menos que el uno y medio por ciento del valor de venta del mineral.2.
En Perú, en 1968, se perdió misteriosamente la página número once del convenio
que el presidente Belaúnde Terry había firmado a los pies de una filial de la
Standard Oil, y el general Velasco Alvarado derrocó al presidente, tomó las
riendas del país y nacionalizó los pozos y la refinería de la empresa. En Venezuela,
el gran lago de petróleo de la Standard Oil y la Gulf, tiene su asiento la mayor
misión militar norteamericana de América Latina. Los frecuentes golpes de Estado
de Argentina estallan antes o después de cada licitación petrolera. El cobre no era
en modo alguno ajeno a la desproporcionada ayuda militar que Chile recibía del
Pentágono hasta el triunfo electoral de las fuerzas de izquierda encabezadas por
Salvador Allende; las reservas norteamericanas de cobre habían caído en más de un
sesenta por ciento entre 1965 y 1969. En 1964, en su despacho de La Habana, el Che
Guevara me enseñó que la Cuba de Batista no era sólo de azúcar: los grandes
yacimientos cubanos de níquel y de manganeso explicaban mejor, a su juicio, la
furia ciega del Imperio contra la revolución. Desde aquella conversación, las
reservas de níquel de los Estados Unidos se redujeron a la tercera parte: la empresa
norteamericana Nicro-Nickel había sido nacionalizada y el presidente Johnson
había amenazado a los metalúrgicos franceses con embargar sus envíos a los
Estados Unidos si compraban el mineral a Cuba.
Los minerales tuvieron mucho que ver con la caída del gobierno del socialista
Cheddi Jagan, que a fines de 1964 había obtenido nuevamente la mayoría de los
votos en lo que entonces era la Guayana británica. El país que hoy se llama Guyana
es el cuarto productor mundial de bauxita y figura en el tercer lugar entre los
productores latinoamericanos de manganeso. La CIA desempeñó un papel decisivo
en la derrota de Jagan. Arnold Zander, el máximo dirigente de la huelga que sirvió
de provocación y pretexto para negar con trampas la victoria electoral de Jagan,
admitió públicamente, tiempo después, que su sindicato había recibido una lluvia
de dólares de una de las fundaciones de la Agencia Central de Inteligencia de los
1 El gobierno de México advirtió a tiempo, en cambio, que el país, uno de los principales exportadores
mundiales de azufre, se estaba vaciando. La Texas Gulf Sulphur Co. y la Pan American Sulfur habían
asegurado que las reservas con que todavía contaban sus concesiones eran seis veces más abundantes
de lo que eran en realidad, y el gobierno resolvió, en 1965, limitar las ventas al exterior.)
2 Sergio Allmaraz Paz, Réquiem para una república, La Paz, 1969)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 114
Estados Unidos1. El nuevo régimen garantizó que no correrían peligro las intereses
de la Aluminium Company of América en Guyana: la empresa podría seguir
llevándose, sin sobresaltos, la bauxita, y vendiéndosela a sí misma al mismo precio
de 1938, aunque desde entonces se hubiera multiplicado el precio del aluminio2. El
negocio ya no corría peligro. La bauxita de Arkansas vale el doble que la bauxita de
Guyana. Los Estados Unidos disponen de muy poca bauxita en su territorio;
utilizando materia prima ajena y muy barata, producen, en cambio, casi la mitad
del aluminio que se elabora en el mundo.
Para abastecerse de la mayor parte de los minerales estratégicos que se
consideran de valor crítico para su potencial de guerra, los Estados Unidos
dependen de las fuentes extranjeras. «El motor de retropropulsión, la turbina de
gas y los reactores nucleares tienen hoy una enorme influencia sobre la demanda de
materiales que sólo pueden ser obtenidos en el exterior», dice Magdoff en este
sentido3. La imperiosa necesidad de minerales estratégicos, imprescindibles para
salvaguardar el poder militar y atómico de los Estados Unidos, aparece claramente
vinculada a la compra masiva de tierras, por medios generalmente fraudulentos, en
la Amazonia brasileña. En la década del 60, numerosas empresas norteamericanas,
conducidas de la mano por aventureros y contrabandistas profesionales, se
abatieron en un rush febril sobre esta selva gigantesca. Previamente, en virtud del
acuerdo firmado en 1964, los aviones de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos
habían sobrevolado y fotografiado toda la región. Habían utilizado equipos de
cintilómetros para detectar los yacimientos de minerales radiactivos por la emisión
de ondas de luz de intensidad variable, electromagnetómetros para radiografiar el
subsuelo rico en minerales no ferrosos y magnetómetros para descubrir y medir el
hierro. Los informes y las fotografías obtenidas en el relevamiento de la extensión y
la profundidad de las riquezas secretas de la Amazonia fueron puestos en manos
de las empresas privadas interesadas en el asunto, gracias a los buenos servicios del
Geological Survey del gobierno de los Estados Unidos4. En la inmensa región se
comprobó la existencia de oro, plata, diamantes, gipsita, hematita, magnetita,
tantalio, titanio, torio, uranio, cuarzo, cobre, manganeso, plomo, sulfatos, potasios,
bauxita, cinc, circonio, cromo y mercurio. Tanto se abre el cielo desde la jungla
virgen de Mato Grosso hasta las llanuras del sur de Goiás que, según deliraba la
revista Time en su última edición latinoamericana de 1967, se puede ver al mismo
tiempo el sol brillante y media docena de relámpagos de tormentas distintas. El
gobierno había ofrecido exoneraciones de impuestos y otras seducciones para
colonizar los espacios vírgenes de este universo mágico y salvaje. Según Time, los
capitalistas extranjeros habían comprado, antes de 1967, a siete centavos el acre,
una superficie mayor que la que suman los territorios de Connecticut, Rhode
lsland, Delaware, Massachusetts y New Hampshire, «Debemos mantener las
puertas bien abiertas a la inversión extranjera -decía el director de la agencia
1 Claude Julien, op. cit).
2 Arthur Davis, presidente de la Aluminium Co. durante largo tiempo, murió en 1962 y dejó trescientos
millones de dólares en herencia a las fundaciones de caridad, con la expresa condición de que no
gastaran los fondos fuera del territorio de los Estados Unidos. Ni siquiera por esta vía pudo Guyana
rescatar aunque fuera una parte de la riqueza que la empresa le ha arrebatado. (Philip Reno,
Aluminium Profits and Caribbean People, en Monthly Review, Nueva York, octubre de 1963, y del
mismo autor, El drama de la Guayana Británica. Un pueblo desde la esclavitud a la lucha por el
socialismo, en Monthly Review, selecciones en castellano, Buenos Aires, enero-febrero de 1965.)
3 Harry Magdoff, op. cit.)
4 Hermano Alves, Aerolotogrametria, en Correio de Manhã. Río de janeiro, 8 de junio de 1967).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 115
gubernamental para el desarrollo de la Amazonia-, porque necesitamos más de lo
que podemos obtener.» Para justificar el relevamiento aerofotogramétrico por parte
de la aviación norteamericana, el gobierno había declarado, antes, que carecía de
recursos. En América Latina es lo normal: siempre se entregan los recursos en nombre
de la falta de recursos.
El Congreso brasileño pudo realizar una investigación que culminó con un
voluminoso informe sobre el tema1. En él se enumeran casos de venta o usurpación
de tierras por veinte millones de hectáreas, extendidas de manera tan curiosa que,
según la comisión investigadora, «forman un cordón para aislar la Amazonia del
resto de Brasil». La «explotación clandestina de minerales muy valiosos» figura en
el informe como uno de los principales motivos de la avidez norteamericana por
abrir una nueva frontera dentro de Brasil. El testimonio del gabinete del Ministerio
del Ejército, recogido en el informe, hace hincapié en «el interés del propio gobierno
norteamericano en mantener, bajo su control, una vasta extensión de tierras para su
utilización ulterior, sea para la explotación de minerales, particularmente los
radiactivos, sea como base de una colonización dirigida». El Consejo de Seguridad
Nacional afirma: «Causa sospecha el hecho de que las áreas ocupadas, o en vías de
ocupación, por elementos extranjeros, coincidan con regiones que están siendo
sometidas a campañas de esterilización de mujeres brasileñas por extranjeros.» En
efecto, según el diario Correio da Manha, «más de veinte misiones religiosas
extranjeras, principalmente las de la Iglesia protestante de Estados Unidos, están
ocupando la Amazonia, localizándose en los puntos más ricos en minerales
radiactivos, oro y diamantes... Difunden en gran escala diversos anticonceptivos,
como el dispositivo intrauterino, y enseñan inglés a los indios catequizados... Sus
áreas están cercadas por elementos armados y nadie puede penetrar en ellas»2 No
está de más advertir que la Amazonia es la zona de mayor extensión entre todos los
desiertos del planeta habitables por el hombre. El control de la natalidad se puso en
práctica en este grandioso espacio vacío, para evitar la competencia demográfica de
los muy escasos brasileños que, en remotos rincones de la selva o de las planicies
inmensas, viven y se reproducen.
Por su parte, el general Riograndino Kruel afirmó, ante la comisión
investigadora del Congreso, que «el volumen de contrabando de materiales que
contienen torio y uranio alcanza la cifra astronómica de un millón de toneladas».
Algún tiempo antes, en septiembre de 1966, Kruel, jefe de la policía federal, había
denunciado «la impertinente y sistemática interferencia» de un cónsul de los
Estados Unidos en el proceso abierto contra cuatro ciudadanos norteamericanos
acusados de contrabando de minerales atómicos brasileños. A su juicio, que se les
hubiera encontrado cuarenta toneladas de mineral radiactivo era suficiente para
condenarlos. Poco después, tres de los contrabandistas se fugaron de Brasil
misteriosamente. El contrabando no era un fenómeno nuevo, aunque se había
intensificado mucho. Brasil pierde cada año más de cien millones de dólares,
solamente por la evasión clandestina de diamantes en bruto3. Pero en realidad el
contrabando sólo se hace necesario en medida relativa. Las concesiones legales
arrancan a Brasil cómodamente sus más fabulosas riquezas naturales. Por no citar
1 Informe de la Comisión Parlamentaria de Investigaciones sobre la venta de tierras brasileñas a
personas físicas o jurídicas extranjeras, Brasilia, 3 de junio de 1968.)
2 Correio da Manbã, Río de Janeiro, 30 de junio de 1968.)
3 Paulo R. Schilling, Brasil para extranjeros, Montevideo; 1966).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 116
más que otro ejemplo, nueva cuenta de un largo collar, el mayor yacimiento de
niobio del mundo, que está en Araxá, pertenece a una filial de la Niobium
Corporation, de Nueva York. Del niobio provienen varios metales que se utilizan,
por su gran resistencia a las temperaturas altas, para la construcción de reactores
nucleares, cohetes y naves espaciales, satélites o simples jets. La empresa extrae
también, de paso, junto con el niobio, buenas cantidades de Cántalo, torio, uranio,
pirocloro y tierras raras de alta ley mineral.
UN QUÍMICO ALEMÁN DERROTÓ A LOS VENCEDORES
DE LA GUERRA DEL PACÍFICO
La historia del salitre, su auge y su caída, resulta muy ilustrativa de la
duración ilusoria de las prosperidades latinoamericanas en el mercado mundial: el
siempre efímero soplo de las glorias y el peso siempre perdurable de las catástrofes.
A mediados del siglo pasado, las negras profecías de Malthus planeaban sobre
el Viejo Mundo. La población europea crecía vertiginosamente y se hacía
imprescindible otorgar nueva vida a los suelos cansados para que la producción de
alimentos pudiera aumentar en proporción pareja. El guano reveló sus propiedades
fertilizantes en los laboratorios británicos; a partir de 1840 comenzó su exportación
en gran escala desde la costa peruana. Los alcatraces y las gaviotas, alimentados
por los fabulosos cardúmenes de las corrientes que lamen las riberas, habían ido
acumulando en las islas y los islotes, desde tiempos inmemoriales, grandes
montañas de excrementos ricos en nitrógeno, amoniaco, fosfatos y sales alcalinas: el
guano se conservaba puro en las costas sin lluvia de Perú1. Poco después del
lanzamiento internacional del guano, la química agrícola descubrió que eran aún
mayores las propiedades nutritivas del salitre, y en 1850 ya se había hecho muy
intenso su empleo como abono en los campos europeos. Las tierras del viejo continente
dedicadas al cultivo del trigo, empobrecidas por la erosión, recibían
ávidamente los cargamentos de nitrato de soda provenientes de las salitreras peruanas
de Tarapacá y, luego, de la provincia boliviana de Antofagasta2. Gracias al
salitre y al guano, que yacían en las costas del Pacífico «casi al alcance de los barcos
que venían a buscarlos»3 el fantasma del hambre se alejó de Europa.
La oligarquía de Lima, soberbia y presuntuosa como ninguna, continuaba
enriqueciéndose a manos llenas y acumulando símbolos de su poder en los palacios
y los mausoleos de mármol de Carrara que la capital erguía en medio de los
desiertos de arena. Antiguamente, las grandes familias limeñas habían florecido a
costa de la plata de Potosí, y ahora pasaban a vivir de la mierda de los pájaros y del
grumo blanco y brillante de las salitreras. Perú creía que era independiente, pero
1 Ernst Samhaber, Sudamérica, biografía de un continente, Buenos Aires, 1946. Las aves guaneras son las
más valiosas del mundo, escribía Robert Cushman Murphy mucho después del auge, «por su
rendimiento en dólares por cada digestión». Están por encima, decía, del ruiseñor de Shakespeare que
cantaba en el balcón de Julieta, por encima de la paloma que voló sobre el Arca de Noé y, desde luego,
de las tristes golondrinas de Bécquer. (Emilio Romero, Historia económica del Perú, Buenos Aires, 1949.)
2 Óscar Bermúdez, Historia del salitre desde sus orígenes basta la Guerra del Pacífico, Santiago de Chile,
1963.).
3 José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Montevideo, 1970.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 117
Inglaterra había ocupado el lugar de España. «El país se sintió rico ---escribía
Mariátegui-. El Estado usó sin medida de su crédito. Vivió en el derroche,
hipotecando su porvenir a las finanzas inglesas.» En 1868, según Romero, los gastos
y las deudas del Estado ya eran mucho mayores que el valor de las ventas al
exterior. Los depósitos de guano servían de garantía a los empréstitos británicos, y
Europa jugaba con los precios; la rapiña de los exportadores hacía estragos: lo que
la naturaleza había acumulado en las islas a lo largo de milenios se malbarataba en
pocos años. Mientras tanto, en las pampas salitreras, cuenta Bermúdez, los obreros
sobrevivían en chozas «miserables, apenas más altas que el hombre, hechas con
piedras, cascotes de caliche y barro, de un solo recinto».
La explotación del salitre rápidamente se extendió hasta la provincia boliviana
de Antofagasta, aunque el negocio no era boliviano sino peruano y, más que
peruano, chileno. Cuando el gobierno de Bolivia pretendió aplicar un impuesto a
las salitreras que operaban en su suelo, los batallones del ejército de Chile
invadieron la provincia para no abandonarla jamás. Hasta aquella época, el desierto
había oficiado de zona de amortiguación para los conflictos latentes entre Chile,
Perú y Bolivia. El salitre desencadenó la pelea. La guerra del Pacífico estalló en 1879
y duró hasta 1883. Las fuerzas armadas chilenas; que ya en 1879 habían ocupado
también los puertos peruanos de la región del salitre, Patillos, Iquique, Písagua,
Junin, entraron por fin victoriosas en Lima, y al día siguiente la fortaleza del Callao
se rindió. La derrota provocó la mutilación y la sangría de Perú. La economía
nacional perdió sus dos principales recursos, se paralizaron las fuerzas productivas,
cayó la moneda, se cerró el crédito exterior. El colapso no trajo consigo advertía
Mariátegui, una liquidación del pasado: la estructura de la economía colonial
permaneció invicta, aunque le faltaban sus fuentes de sustentación1.. El guano
seguía siendo el fertilizante principal de la agricultura peruana, hasta que a partir
de 1960 el auge de la harina de pescado aniquiló a los alcatraces y a las gaviotas.
Las empresas pesqueras, en su mayoría norteamericanas, arrasaron rápidamente
los bancos de anchovetas cercanos a la costa, para alimentar con harina peruana a
los cerdos y las aves de Estados Unidos y Europa, y los pájaros guaneros salían a
perseguir a los pescadores, cada vez más lejos, mar afuera. Sin resistencia para el
regreso, caían al mar. Otros no se iban, y así podían verse, en 1962 y en 1963, las
bandadas de alcatraces persiguiendo comida por la avenida principal de Lima:
cuando ya no podían levantar vuelo, los alcatraces quedaban muertos en las calles.
Bolivia, por su parte, no se dio cuenta de lo que había perdido con la guerra: la
mina de cobre más importante del mundo actual, Chuquicamata, se encuentra
precisamente en la provincia, ahora chilena, de Antofagasta. Pero, ¿y los
triunfadores?
El salitre y el yodo sumaban el cinco por ciento de las rentas del Estado chileno
en 1880; diez años después, más de la mitad de los ingresos fiscales provenían de la
exportación de nitrato desde los territorios conquistados. En el mismo período las
inversiones inglesas en Chile se triplicaron con creces: la región del salitre se
convirtió en una factoría británica2. Los ingleses se apoderaron del salitre utilizando
procedimientos nada costosos. El gobierno de Perú había expropiado las salitreras
1 Perú perdió la provincia salitrera de Tarapacá y algunas importantes islas guaneras, pero conservó los
yacimientos de guano de la costa norte
2 Hernán Ramírez Necochea, Historia del imperialismo en Cbile, Santiago de Chále, 1960.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 118
en 1875 y las había pagado con bonos; la guerra abatió el valor de estos
documentos, cinco años después, a la décima parte. Algunos aventureros audaces,
como John Thomas North y su socio Robert Harvey, aprovecharon la coyuntura.
Mientras los chilenos, los peruanos y los bolivianos intercambiaban balas en el
campo de batalla, los ingleses se dedicaban a quedarse con los bonos, gracias a los
créditos que el Banco de Valparaíso y otros bancos chilenos les proporcionaban sin
dificultad alguna. Los soldados estaban peleando para ellos, aunque no lo sabían.
El gobierno chileno recompensó inmediatamente el sacrificio de North, Harvey,
Inglis, James, Bush, Robertson y otros laboriosos hombres de empresa: en 1881
dispuso la devolución de las salitreras a sus legítímos dueños, cuando ya la mitad de
los bonos había pasado a las manos brujas de los especuladores británicos. No
había salido ni un penique de Inglaterra para financiar este despojo.
Al abrirse la década del 90, Chile destinaba a Inglaterra las tres cuartas partes
de sus exportaciones, y de Inglaterra recibía casi la mitad de sus importaciones; su
dependencia comercial era todavía mayor que la que por entonces padecía la India.
La guerra había otorgado a Chile el monopolio mundial de los nitratos naturales,
pero el rey del salitre era John Thomas North. Una de sus empresas, la Liverpool
Nitrate Company, pagaba dividendos del cuarenta por ciento. Este personaje había
desembarcado en el puerto de Valparaíso, en 1866, con sólo diez libras esterlinas en
el bolsillo de su viejo traje lleno de polvo; treinta años después, los príncipes y los
duques, los políticos más prominentes y los grandes industriales se sentaban a la
mesa de su mansión en Londres. North se había inventado un título de coronel y se
había afiliado, como correspondía a un caballero de sus quilates, al Partido
Conservador y a la Logia Masónica de Kent Lord Derchester, Lord Randolph
Churchill y el Marqués de Stockpole asistían a sus fiestas extravagantes, en las que
North bailaba disfrazado de Enrique VIII1. Mientras tanto, en su lejano reino del
salitre, los obreros chilenos no conocían el descanso de los domingos, trabajaban
hasta dieciséis horas por día y cobraban sus salarios con fichas que perdían cerca de
la mitad de su valor en las pulperías de las empresas.
Entre 1886 y 1890, bajo la presidencia de José Manuel Balmaceda, el Estado
chileno realizó, dice Ramírez Necochea, «los planes de progreso más ambiciosos de
toda su historia». Balmaceda impulsó el desarrollo de algunas industrias, ejecutó
importantes obras públicas, renovó la educación, tomó medidas para romper el
monopolio de la empresa británica de ferrocarriles en Tarapacá y contrató con
Alemania el primer y único empréstito que Chile no recibió de Inglaterra en todo el
siglo pasado. En 1888 anunció que era necesario nacionalizar los distritos salitreros
mediante la formación de empresas chilenas, y se negó a vender a los ingleses las
tierras salitreras de propiedad del Estado. Tres años más tarde estalló la guerra
civil. North y sus colegas financiaron con holgura a los rebeldes y los barcos
británicos de guerra bloquearon la costa de Chile, mientras en Londres la prensa
bramaba contra Balmaceda, «dictador de la peor especie», «carnicero». Derrotado,
Balmaceda se suicidó. El embajador inglés informó al Foreign Office: «La
comunidad británica no hace secretos de su satisfacción por la caída de Balmaceda,
cuyo triunfo, se cree, habría implicado serios perjuicios a los intereses comerciales
británicos.» De inmediato se vinieron abajo las inversiones estatales en caminos,
ferrocarriles, colonización, educación y obras públicas, a la par que las empresas
1 Hernán Ramírez Necochea, Va!maceda y la contrarrevolución de 1891, Santiago de Chile, 1969.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 119
británicas extendían sus dominios.1
En vísperas de la primera guerra mundial, dos tercios del ingreso nacional de
Chile provenían de la exportación de los nitratos, pero la pampa salitrera era más
ancha y ajena que nunca. La prosperidad no había servido para desarrollar y
diversificar el país, sino que había acentuado, por el contrario, sus deformaciones
estructurales. Chile funcionaba como un apéndice de la economía británica: el más
importante proveedor de abonos del mercado europeo no tenía derecho a la vida
propia. Y entonces un químico alemán derrotó, desde su laboratorio, a los generales
que habían triunfado, años atrás, en los campos de batalla. El perfeccionamiento del
proceso Haber-Bosch para producir nitratos fijando el nitrógeno del aire, desplazó
al salitre definitivamente y provocó la estrepitosa caída de la economía chilena. La
crisis del salitre fue la crisis de Chile, honda herida, porque Chile vivía del salitre y
para el salitre -y el salitre estaba en manos extranjeras.
En el reseco desierto de Tamarugal, donde los resplandores de la tierra le
queman a uno los ojos, he sido testigo del arrasamiento de Tarapacá. Aquí había
ciento veinte oficinas salitreras en la época del auge, y ahora sólo queda una en
funcionamiento. En la pampa no hay humedad ni polillas, de modo que no sólo se
vendieron las máquinas como chatarra, sino también las tablas de pino de Oregón
de las mejores casas, las planchas de calamina y hasta los pernos y los clavos
intactos. Surgieron obreros especializados en desarmar pueblos: eran los únicos que
conseguían trabajo en estas inmensidades arrasadas o abandonadas. He visto los
escombros y los agujeros, los pueblos fantasmas, las vías muertas de la Nitrate
Railways, los hilos ya mudos de los telégrafos, los esqueletos de las oficinas
salitreras despedazadas por el bombardeo de los años, las cruces de los cementerios
que el viento frío golpea por las noches, los cerros blanquecinos que los
desperdicios del caliche habían ido irguiendo junto a las excavaciones. «Aquí corría
el dinero y todos creían que no se terminaría nunca», me han contado los lugareños
que sobreviven. El pasado parece un paraíso por oposición al presente, y hasta los
domingos, que en 1889 todavía no existían para los trabajadores, y que luego
fueron conquistados a brazo partido por la lucha gremial, se recuerdan con todos
los fulgores: «Cada domingo en la pampa salitrera -me contaba un viejo muy viejoera
para nosotros una fiesta nacional, un nuevo dieciocho de septiembre cada
semana.» Iquique, el mayor puerto del salitre, «puerto de primera» según su
galardón oficial, había sido el escenario de más de una matanza de obreros, pero a
su teatro municipal, de estilo belle époque, llegaban los mejores cantantes de la ópera
europea antes que a Santiago.
1 El congreso encabezaba la oposición al presidente, y era notoria la debilidad que muchos de sus
miembros sentían por las libras esterlinas. El soborno de chilenos era, según los ingleses, «una
costumbre del país», Así lo definió en 1897 Robert Harvey, el socio de North, durante el juicio que
algunos pequeños accionistas entablaron contra él y otros directores de The Nitrate Railways Co.
Explicando el desembolso de cien mil libras con fines de soborno, dijo Harvey: La administración
pública en Chile, como usted sabe, es muy corrompida... No digo que sea necesario cohechar jueces,
pero creo que muchos miembros del Senado, escasos de recursos, sacaron algún beneficio de parte de
ese dinero a cambio de sus votos; y que sirvió para impedir que el gobierno se negara en absoluto a oír
nuestras protestas y reclamaciones.. » (Hernán Ramírez N'ecochea, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 120
DIENTES DE COBRE SOBRE CHILE
El cobre no demoró mucho en ocupar el lugar del salitre como viga maestra de
la economía chilena, al tiempo que la hegemonía británica cedía paso al dominio de
los Estados Unidos. En vísperas de la crisis del 29 las inversiones norteamericanas
en Chile ascendían ya a más de cuatrocientos millones de dólares, casi todos
destinados a la explotación y el transporte del cobre. Hasta la victoria electoral de
las fuerzas de la Unidad Popular en 1970, los mayores yacimientos del metal rojo
continuaban en manos de la Anaconda Copper Mining Co. y la Kennecott Copper
Co., dos empresas íntimamente vinculadas entre sí como partes de un mismo
consorcio mundial. En medio siglo, ambas habían remitido cuatro mil millones de
dólares desde Chile a sus casas matrices, caudalosa sangre evadida por diversos
conceptos, y habían realizado como contrapartida, según sus propias cifras
infladas, una inversión total que no pasaba de ochocientos millones, casi todos
prevenientes de las ganancias arrancadas al país1. La hemorragia había ido
aumentando a medida que la producción crecía, hasta superar los cien millones de
dólares por año en los últimos tiempos. Los dueños del cobre eran los dueños de
Chile. El lunes 21 de diciembre del 70, Salvador Allende habla desde el balcón del
palacio de gobierno a una multitud fervorosa; anuncia que ha firmado el proyecto
de reforma constitucional que hará posible la nacionalización de la gran minería. En
1969, dice, la Anaconda ha logrado en Chile utilidades por 79 millones de dólares,
que equivalen al ochenta por ciento de sus ganancias en todo el mundo: y sin
embargo, agrega, la Anaconda tiene en Chile menos de la sexta parte de sus
inversiones en el exterior. La guerra bacteriológica de la derecha, planificada
campaña de propaganda destinada a sembrar el terror para evitar la
nacionalización del cobre y las demás reformas de estructura anunciadas desde la
izquierda, había sido tan intensa como en las elecciones anteriores. Los diarios
habían exhibido pesados tanques soviéticos rodando ante el palacio presidencial de
La Moneda; sobre las paredes de Santiago los guerrilleros barbudos aparecían
arrastrando jóvenes inocentes rumbo a la muerte; se escuchaba el timbre de cada
casa, una señora explicaba: «¿Tiene usted cuatro niños? Dos irán a la Unión
Soviética y dos a Cuba.» Todo resultó inútil: el cobre «se pone poncho y espuelas»,
anuncia el presidente Allende: el cobre vuelve a ser chileno.
Los Estados Unidos, por su parte, con las piernas presas en la trampa de las
guerras del sudeste asiático, no han ocultado el malestar oficial ante la marcha de
los acontecimientos en el sur de la cordillera de los Andes. Pero Chile no está al
alcance de una súbita expedición de marines, y al fin y al cabo Allende es
presidente con todos los requisitos de la democracia representativa que el país del
norte formalmente predica. El imperialismo atraviesa las primeras etapas de un
nuevo ciclo crítico, cuyos signos se han hecho claros en la economía; su función de
policía mundial se hace cada vez más cara y más difícil. ¿Y la guerra de precios? La
producción chilena se vende ahora en mercados diversos y puede abrir amplios
mercados nuevos entre los países socialistas; los Estados Unidos carecen de medios
para bloquear, a escala universal, las ventas del cobre que los chilenos se disponen
a recuperar. Muy distinta era, por cierto, la situación del azúcar cubana doce años
1 Las mismas empresas industrializaban el mineral chileno en sus fábricas lejanas. Anaconda Americ an
Brass, Anaconda Wire and Cable y Kennecott Wire and Cable figuran entre las principales fábricas de
bronce y alambre del mundo entero. José Cademartori, La economia chilena, Santiago de Chile, 1968).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 121
atrás, destinada enteramente al mercado norteamericano y por entero dependiente
de los precios norteamericanos. Cuando Eduardo Frei ganó las elecciones del 64, la
cotización del cobre subió de inmediato con visible alivio; cuando Allende ganó las
del 70, el precio, que ya venía bajando, declinó aún más. Pero el cobre,
habitualmente sometido a muy agudas fluctuaciones de precios, había gozado de
precios considerablemente altos en los últimos años y como la demanda excede a la
oferta, la escasez impide que el nivel caiga muy abajo. A pesar de que el aluminio
ha ocupado en gran medida su lugar como conductor de electricidad, el aluminio
también requiere cobre, y en cambio no se han encontrado sucedáneos más baratos
y eficaces para desplazarlo de la industria del acero ni de la química, y el metal rojo
sigue siendo la materia prima principal de las fábricas de pólvora, latón y alambre1
Todo a lo largo de las faldas de la cordillera, Chile posee las mayores reservas de
cobre del mundo, una tercera parte del total hasta ahora conocido. El cobre chileno
aparece por lo general asociado a otros metales, como oro, plata o molibdeno. Esto
resulta un factor adicional para estimular su explotación. Por lo demás, los obreros
chilenos son baratos para las empresas: con sus bajísimos costos de Chile, la
Anaconda y la Kennecott financian con creces sus altos costos en Estados Unidos,
del mismo modo que el cobre chileno paga, por la vía de los «gastos en el exterior»,
más de diez millones de dólares por año para el mantenimiento de las oficinas en
Nueva York. El salario promedio de las minas chilenas apenas alcanzaba, en 1964, a
la octava parte del salario básico en las refinerías de la Kennecott en los Estados
Unidos, pese a que la productividad de unos y otros obreros estaba al mismo nivel2.
No eran iguales, en cambio, ni lo son, las condiciones de vida. Por lo general, los
mineros chilenos viven en camarotes estrechos y sórdidos, separados de sus
familias, que habitan casuchas miserables en las afueras; separados también, claro
está, del personal extranjero, que en las grandes minas habita un universo aparte,
minúsculos estados dentro del Estado, donde sólo se habla inglés y hasta se editan
periódicos para su uso exclusivo. La productividad obrera ha ido aumentando, en
Chile, a medida que las empresas han mecanizado sus medios de explotación.
Desde 1945, la producción de cobre ha aumentado en un cincuenta por ciento, pero
la cantidad de trabajadores ocupados en las minas se ha reducido en una tercera
parte.
La nacionalización pondrá fin a un estado de cosas que se había hecho
insoportable para el país, y evitará que se repita, con el cobre, la experiencia de
saqueo y caída en el vacío que sufrió Chile en el ciclo del salitre. Porque los
impuestos que las empresas pagan al Estado no compensan en modo alguno el
agotamiento inflexible de los recursos minerales que la naturaleza ha concedido
pero que no renovará. Por lo demás, los impuestos han disminuido, en términos
relativos, desde que en 1955 se estableció el sistema de la tributación decreciente de
acuerdo con los aumentos de la producción, y desde la «chilenización» del cobre
dispuesta por el gobierno de Frei. En 1965 Freí convirtió al Estado en socio de la
Kennecott y permitió a las empresas poco menos que triplicar sus ganancias a
través de un régimen tributario muy favorable para ellas. Los gravámenes se
aplicaron, en el nuevo régimen, sobre un precio promedio de 29 centavos de dólar
por libra, aunque el precio se elevó, empujado por la gran demanda mundial, hasta
los setenta centavos. Chile perdió, por la diferencia de impuestos entre el precio
ficticio y el precio real, una enorme cantidad de dólares, como lo reconoció el
1 R. J. Grant-Suttie, Sucedáneos del cobre, en Finanzas y Desarrollo, revista del FMI y el BIRF, Washington,
junio de 1969..)
2 Mario Vera y Elmo Catalán, La encrucijada del cobre. Santiago de Chile, 1965.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 122
propio Radomiro Tomic, el candidato elegido por la Democracia Cristiana para
suceder a Freí en el período siguiente. En 1969, el gobierno de Freí pactó con la
Anaconda un acuerdo para comprarle el 51 por ciento de las acciones en cuotas
semestrales, en condiciones tales que desataron un nuevo escándalo político y
dieron mayor impulso al crecimiento de las fuerzas de izquierda. El presidente de
la Anaconda había dicho previamente al presidente de Chile, según la versión
divulgada por la prensa: «Excelencia: los capitalistas no conservan los bienes por
motivos sentimentales, sino por razones económicas. Es corriente que una familia
guarde un ropero porque perteneció a un abuelo; pero las empresas no tienen
abuelos. Anaconda puede vender todos sus bienes. Sólo depende del precio que le
paguen.»
LOS MINEROS DEL ESTAÑO,
POR DEBAJO Y POR ENCIMA DE LA TIERRA
Hace poco menos de un siglo, un hombre medio muerto de hambre peleaba
contra las rocas en medio de las desolaciones del altiplano de Bolivia. La dinamita
estalló. Cuando él se acercó a recoger los pedazos de piedra triturados por la
explosión, quedó deslumbrado. Tenía, en las manos, trozos fulgurantes de la veta
de estaño más rica del mundo. Al amanecer del día siguiente, montó a caballo
rumbo a Huanuni. El análisis de las muestras confirmó el valor del hallazgo. El
estaño podía marchar directamente de la veta al puerto, sin necesidad de sufrir
ningún proceso de concentración. Aquel hombre se convirtió en el rey del estaño, y
cuando murió, la revista Fortune afirmó que era uno de los diez multimillonarios
más multimillonarios del planeta. Se llamaba Simón Patiño. Desde Europa, durante
muchos años alzó y derribó a los presidentes y a los ministros de Bolivia, planificó
el hambre de los obreros y organizó sus matanzas, ramificó y extendió su fortuna
personal: Bolivia era un país que existía a su servicio.
A partir de las jornadas revolucionarias de abril de 1952, Bolivia nacionalizó el
estaño. Pero ya para entonces, aquellas minas riquísimas se habían vuelto pobres.
En el cerro Juan del Valle, donde Patiño había descubierto el fabuloso filón, la ley
del estaño se ha reducido ciento veinte veces. De las 156 mil toneladas de roca que
salen mensualmente por las bocaminas sólo se recuperan cuatrocientas. Las
perforaciones ya suman, en kilómetros, una distancia dos veces mayor que la que
separa a la mina de la ciudad de La Paz: el cerro es, por dentro, un hormiguero
agujereado por infinitas galerías, pasadizos, túneles y chimeneas. Va camino de
convertirse en una cáscara vacía. Cada año pierde un poco más de altura, y el lento
derrumbamiento le va carcomiendo la cresta: parece, de lejos, una muela cariada.
Antenor Patiño no sólo cobró una indemnización considerable por las minas
que su padre había exprimido, sino que mantuvo, además, el control del precio y
del destino del estaño expropiado. Desde Europa, no cesaba de sonreír. «Mister
Patiño es el afable rey del estaño boliviano», seguirían diciendo las crónicas sociales
muchos años después de la nacionalización. Porque la nacionalización, conquista
fundamental de la revolución del 52, no había modificado el papel de Bolivia en la
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 123
división internacional del trabajo. Bolivia continuó exportando el mineral en bruto,
y casi todo el estaño se refina todavía en los hornos de Liverpool de la empresa
Williams, Harvey and Co., que pertenece a Patiño. La nacionalización de las fuentes
de producción de cualquier materia prima no es, como lo enseña la dolorosa
experiencia, suficiente. Un país puede seguir tan condenado a la impotencia como
siempre, aunque se haya hecho nominalmente dueño de su subsuelo. Bolivia ha
producido, todo a lo largo de su historia, minerales en bruto y discursos refinados.1
Abundan la retórica y la miseria; desde siempre, los escritores cursis y los
doctores de levita se han dedicado a absolver a los culpables. De cada diez
bolivianos, seis no saben, todavía, leer; la mitad de los niños no concurre a la
escuela. Recién en 1971, Bolivia ha de tener en funcionamiento su propia fundición
nacional de estaño, levantada en Oruro al cabo de una historia infinita de
traiciones, sabotajes, intrigas y sangre derramada . Este país que no había podido,
hasta ahora, producir sus propios lingotes, se da el lujo, en cambio, de contar con
ocho facultades de derecho destinadas a la fabricación de vampiros de indios.2
Almaraz contó la historia de un industrial, Mariano Peró, que libró una guerra
solitaria, a lo largo de más de treinta años, para que el estaño boliviano se refinara
en Oruro y no en Liverpool. En 1946, pocos días después de la caída del presidente
nacionalista Gualberto Villarroel, Peró entró en el Palacio Quemado. Iba a recoger
dos lingotes de estaño. Eran los primeros lingotes producidos en su fundición de
Oruro, y ya no tenía sentido que aquel par de símbolos; que encarnaban a la nación,
continuaran adornando el escritorio del presidente de la república. Villarroel había
sido ahorcado en un farol de la Plaza Murillo y el poder de la rosca oligárquica era
restaurado a partir de su caída. Mariano Peró recogió los lingotes y se fue con ellos.
Estaban manchados de sangre seca.
Cuentan que hace un siglo el dictador Mariano Melgarejo obligó al embajador
de Inglaterra a beber un barril entero de chocolate, en castigo por haber despreciado
un vaso de chicha. El embajador fue paseado en burro, montado al revés, por la
1 El New York Times del 13 de agosto de 1969 lo definía en esos términos, al describir en éxtasis las
vacaciones del duque y la duquesa de Windsor en el castillo del siglo xvi que Patino posee en los
alrededores de Lisboa. «Nos gusta dar a los sirvientes algo de calma y de paz», confesaba la señora,
mientras explicaba a Charlotte Curtis su programa del día. Después, es el tiempo de las vacaciones de
montaña en Suiza; los fotógrafos y los periodistas se abalanzaban sobre los condes y los artistas de
moda en Saint Moritz. Una millonaria de cincuenta años acaba de perder a su segundo marido,
vicepresidente de la Ford, y sonríe ante los flashes: anuncia su próximo matrimonio con un jovencito
que la toma del brazo y mira con ojos asustados. Al lado, otra pareja del gran mundo. Él es un hombre
de baja estatura y rasgos de indio; cejas espesas, ojos duros, nariz aplastada, pómulos salientes.
Antenor Patiño continúa pareciendo boliviano. En una revista, Antenor aparece disfrazado de
príncipe oriental, con turbante y todo, entre varios príncipes auténticos que se han reunido en el
palacio del barón Alexis de Rédé: la princesa Margarita de Dinamarca, el príncipe Enrique, María Pía
de Saboya y su primo el príncipe Miguel de BorbónParma, el príncipe Lobckowitz y otros
trabajadores.)
2 Cuando el general Alfredo Ovando anunció, en julio de 1966, que se había llegado a un acuerdo con
la empresa alemana Klochner para instalar los hornos estatales, dijo que tendrían un nuevo destino
«esas pobres minas que solamente han servido, hasta ahora, para abrir socavones en los pulmones de
nuestros hermanos mineros». Esos hombres que dan su vida por el mineral, escribía Sergio Àlmaraz
(El poder y la caída. Es estaño en la historia de Bolivia, La PazCochabamba, 1967), «no lo poseen. Nunca lo
poseyeron; ni antes ni después de 1952. Porque lo que sucede es que el estaño nada vale en cuanto a
aprovechamiento inmediato si no es bajo el brillante aspecto de un lingote. El mineral, polvo pesado
de terroso aspecto, ciertamente no sirve para nada que no sea para volcarlo en la boca de un horno».
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 124
calle principal de La Paz. Y fue devuelto a Londres. Dicen que entonces la reina
Victoria, enfurecida, pidió un mapa de América del Sur, dibujó una cruz de tiza
sobre Bolivia y sentenció: «Bolivia no existe.» Para el mundo, en efecto, Bolivia no
existía ni existió después: el saqueo de la plata y, posteriormente, el despojo del
estaño no han sido más que el ejercicio de un derecho natural de los países ricos. Al
fin y al cabo, el envase de hojalata identifica a los Estados Unidos tanto como el
emblema del águila o el pastel de manzana. Pero el envase de hojalata no es
solamente un símbolo pop de los Estados Unidos: es también un símbolo, aunque no se
sepa, de la silicosis en las minas de Siglo XX o Huanuni: la hojalata contiene estaño, y los
mineros bolivianos mueren con los pulmones podridos para que el mundo pueda consumir
estaño barato. Media docena de hombres fija su precio mundial. ¿Qué significa, para los
consumidores de conservas o los manipuladores de la bolsa, la dura vida del
minero en Bolivia? Los norteamericanos compran la mayor parte del estaño que se
refina en el planeta: para mantener a raya los precios, periódicamente amenazan
con lanzar al mercado sus enormes reservas de mineral, compradas muy por debajo
de su cotización, a precios de «contribución democrática», en los años de la
segunda guerra mundial. Según los datos de la FAO, el ciudadano medio de los
Estados Unidos consume cinco veces más carne y leche y veinte veces más huevos
que un habitante de Bolivia. Y los mineros están muy por debajo del bajo promedio
nacional. En el cementerio de Catavi, donde los ciegos rezan por los muertos a
cambio de una moneda, suele encontrarse, entre las lápidas oscuras de los adultos,
una innumerable cantidad de cruces blancas sobre las tumbas pequeñas. De cada
dos niños nacidos en las minas, uno muere poco tiempo después de abrir los ojos.
El otro, el que sobrevive, será seguramente minero cuando crezca. Y antes de llegar
a los treinta y cinco años, ya no tendrá pulmones.
El cementerio cruje. Por debajo de las tumbas, han sido cavados infinitos
túneles, socavones de boca estrecha donde apenas caben los hombres que se
introducen, como vizcachas, a la búsqueda del mineral. Nuevos yacimientos de
estaño se han acumulado en los desmontes a lo largo de los años; toneladas de
residuos sobre residuos han sido volcadas en gigantescas moles grises que han
sumado, así, estaño al estaño del paisaje. Cuando cae la lluvia, que se arroja con
violencia desde las nubes próximas, uno ve a los desocupados agacharse a lo largo
de las calzadas de tierra de Llallagua, donde los hombres se emborrachan
desesperadamente en las chicherías: van recogiendo y calibrando las cargas de
estaño que la lluvia arrastra consigo. Aquí, el estaño es un dios de lata que reina
sobre los hombres y las cosas, y está presente en todas partes. No sólo hay estaño
en el vientre del viejo cerro de Patiño. Hay estaño, delatado por el brillo negro de la
casiterita,
hasta en las paredes de adobe de los campamentos. También tiene estaño
la lama amarillenta que avanza arrastrando los desperdicios de la mina y lo tienen
las aguas que fluyen, envenenadas, desde la montaña; se encuentra estaño en la
tierra y en la roca, en la superficie y en el subsuelo, en las arenas y en las piedras
del cauce del río Seco. En estas tierras áridas y pedregosas, a casi cuatro mil metros
de altura, donde no crece el pasto y donde todo, hasta la gente, tiene el oscuro color
del estaño, los hombres sufren estoicamente su obligado ayuno y no conocen la
fiesta del mundo. Viven en los campamentos, amontonados en casas de una sola
pieza de piso de tierra; el viento cortante se cuela por las rendijas. Un informe
universitario sobre la mina de Colquiri revela que de cada diez varones jóvenes
encuestados, seis duermen en la misma cama con sus hermanas, y agrega: «Muchos
padres se sienten molestos cuando sus hijos los observan durante el acto sexual.»
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 125
No hay baños; las letrinas son pequeños cobertizos públicos tapados de inmundicia
y moscas: la gente prefiere los cenizales, baldíos abiertos, donde al menos circula el
aire a pesar de la basura y los excrementos acumulados y de los cerdos que retozan
felices. También es colectivo el servicio de agua: hay que esperar el momento en
que el agua llega y apurarse, hacer la cola, recoger el agua de la pila pública en latas
de gasolina o en tinajas. La comida es escasa y fea. Consiste en papas, fideos, arroz,
chuño, maíz molido y algo de carne dura.
Estábamos muy en lo hondo del cerro Juan del Valle. El aullido penetrante de
la sirena, que llamaba a los trabajadores de la primera punta, había resonado en el
campamento varias horas antes. Recorriendo galerías, habíamos pasado del calor
tropical al frío polar y nuevamente al calor, sin salir, durante horas, de una misma
atmósfera envenenada. Aspirando aquel aire espeso -humedad, gases, polvo,
humo---, uno podía comprender por qué los mineros pierden, en pocos años, los
sentidos del olfato y el sabor. Todos masticaban, mientras trabajaban, hojas de coca
con ceniza, y esto también formaba parte de la obra de aniquilación, porque la coca,
como se sabe, al adormecer el hambre y enmascarar la fatiga, va apagando el
sistema de alarmas con que cuenta el organismo para seguir vivo. Pero lo peor era
el polvo. Los cascos guardatojos irradiaban un revoloteo de círculos de luz que
salpicaban la gruta negra y dejaban ver, a su paso, cortinas de blanco polvo denso:
el implacable polvo de sílice. El mortal aliento de la tierra va envolviendo poco a
poco. Al año se sienten los primeros síntomas, y en diez años se ingresa al
cementerio. Dentro de la mina se usan perforadoras suecas último modelo, pero los
sistemas de ventilación y las condiciones de trabajo no han mejorado con el tiempo.
En la superficie, los trabajadores independientes usan picota y pesados combos de
doce libras para pelear contra la roca, exactamente igual que hace cien años, y
quimbaletes, cribas y cernidores para concentrar el mineral en la canchamina.
Ganan centavos y trabajan como bestias. Sin embargo, muchos de ellos tienen, al
menos, la ventaja del aire libre. Dentro de la mina, en cambio, los obreros son
presos condenados, sin apelación, a la muerte por asfixia.
Había cesado ya el estrépito de los barrenos y los obreros hacían una pausa
mientras aguardábamos la explosión de más de veinte cargas de dinamita y anfo.
La mina también brinda muertes rápidas y sonoras: alcanza con equivocarse al
contar las detonaciones, o con que la mecha demore más de lo debido en arder.
Alcanza también con que una roca floja, un tojo, se desprenda sobre el cráneo. O
alcanza con el infierno de la metralla: la noche de san Juan de 1967 fue la última
cuenta de un largo rosario de matanzas. En la madrugada los soldados tomaron
posición en las colinas, rodilla en tierra, y arrojaron un huracán de balas sobre los
campamentos iluminados por las fogatas de la fiesta1
Saturnino Condori, viejo albañil del campamento minero de Siglo XX, está
tendido desde hace más de tres años en una cama del hospital de Catavi. Es una de
las víctimas de la matanza de la noche de san Juan, en 1967. Ni siquiera había
festejado nada. Por trabajar el sábado 24, le habían ofrecido pagarle triple, así que
decidió no sumergirse, a diferencia de todos los demás, en el delirio de la chicha y
la farra. Se acostó temprano. Esa noche soñó con que un caballero le arrojaba
espinas al cuerpo: «Espinas grandes me ha empujado». Se despertó varias veces,
1 «Cuando me siento, borracho estoy. Tres, cuatro, veo a la gente No puedo comer solo. Una huahua
soy, pues. Un niño »
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 126
porque la lluvia de balas se desencadenó sobre el campamento desde las cinco de la
mañana. «Mi cuerpo se ha deshecho, se ha descomponido, medio templación me ha
agarrado, y yo asustado, y yo asustado, así, he estado. Mi señora me ha dicho:
anda, escápate. Pero yo ¿qué había hecho? A ninguna parte no he salido. Andate,
andate, me ha dicho. Tiroteos había de noche, qué será eso, qué será, pap-pap-pappap-
pap. Y yo mismo despertando y durmiendo así de a ratos, y ni asimismo me he
escapado, mi señora me ha dicho: pues andate, pues andate, escapa. Qué me van a
hacer, le digo, yo soy un albañil particular, qué me van a hacer.» Se despertó a eso
de las ocho de la mañana. Se irguió sobre la cama. La bala atravesó el techo,
atravesó el sombrero de su mujer y se le metió en el cuerpo y le reventó la columna
vertebral.). Pero la muerte lenta y callada constituye la especialidad de la mina. El
vómito de sangre, la tos, la sensación de un peso de plomo sobre la espalda y una
aguda opresión en el pecho son los signos que la anuncian. Después del análisis
médico vienen los peregrinajes burocráticos de nunca acabar. Dan un plazo de tres
meses para desalojar la casa.
Ya había cesado el estrépito de los barrenos y pronto la explosión atraparía
aquella escurridiza veta de color café y forma de víbora. Entonces pudimos hablar.
El bulto de la coca hinchaba la mejilla de cada obrero y por las comisuras de los
labios corrían los chorros verdosos. Un minero pasó, apurado, chapoteando barro
por entre los rieles de la galería. «Ese es un nuevo», me dijeron. «¿Has visto? Con
su pantalón del ejército y su chomba amarilla se ve tan joven. Ha entrado ahorita y
cómo trabaja. Todavía es un hacha. Todavía no siente.»
Los tecnócratas y los burócratas no mueren de silicosis, pero viven de ella. El
gerente general de la COMIBOL, Corporación Minera Boliviana, gana cien veces
más que un obrero. Desde un barranco que cae a pico hacia el cauce del río, en el
límite de Llallagua, puede verse la pampa de María Barzola. Se llama así en
homenaje a la militante obrera que hace treinta años cayó, al frente de una
manifestación, con la bandera de Bolivia cosida al cuerpo por las ráfagas de las
ametralladoras. Y más allá de la pampa de María Barzola puede verse la mejor
cancha de golf de toda Bolivia: es la que usan los ingenieros y los principales
funcionarios de Catavi. El dictador René Barrientos había reducido a la mitad los
salarios de hambre de los mineros, en 1964, y al mismo tiempo había elevado las
retribuciones de los técnicos y los burócratas prominentes. Los sueldos del personal
superior son secretos. Secretos y en dólares. Hay un todopoderoso grupo asesor,
formado por técnicos del Banco Interamericano de Desarrollo, la Alianza para el
Progreso y la banca extranjera acreedora, cuyos consejos orientan a la minería
nacionalizada de Bolivia, de tal manera que, a esta altura, la COMIBOL, convertida
en un Estado dentro del Estado, constituye una propaganda viva contra la
nacionalización de cualquier cosa. El poder de la vieja rosca oligárquica ha sido
sustituido por el poder de los numerosísimos miembros de una «nueva clase» que
ha dedicado sus mejores, esfuerzos a sabotear por dentro a la minería estatal. Los
ingenieros no sólo torpedearon todos los proyectos y planes destinados a la
creación de una fundición nacional, sino que, además, han contribuido a que las
minas del Estado quedaran encerradas en los límites de los viejos yacimientos de
Patiño, Aramayo y Hochschild, en acelerado proceso de agotamiento de reservas.
Entre fines de 1964 y abril de 1969, el general Barrientos rompió la barrera del
sonido en la entrega de los recursos del subsuelo boliviano al capital imperialista,
con la complicidad abierta de los técnicos y los gerentes. Sergio Almaraz ha
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 127
contado, en uno de sus libros1 la historia de la concesión de los desmontes de
estaño a la International Mining Processing Co. Con un capital declarado de apenas
cinco mil dólares, la empresa de tan pomposo nombre obtuvo un contrato que le
permitirá ganar más de novecientos millones.
DIENTES DE HIERRO SOBRE BRASIL
Los Estados Unidos pagan más barato el hierro que reciben de Brasil o
Venezuela que el hierro que extraen de su propio subsuelo. Pero ésta no es la clave
de la desesperación norteamericana por apoderarse de los yacimientos de hierro en
el exterior: la captura o el control de las minas fuera de fronteras constituye, más
que un negocio, un imperativo de la seguridad nacional. El subsuelo
norteamericano se está quedando, como hemos visto, exhausto. Sin hierro no se
puede hacer acero y el ochenta y cinco por ciento de la producción industrial de los
Estados Unidos contiene, de una u otra forma, acero. Cuando en 1969 se redujeron
los abastecimientos de Canadá, ello se reflejó de inmediato en un aumento de las
importaciones de hierro desde América Latina.
El cerro Bolívar, en Venezuela, es tan rico que la tierra que le arranca la US
Steel Co., se descarga directamente en las bodegas de los buques rumbo a los
Estados Unidos, y ya exhibe en sus flancos, a la vista, las hondas heridas que le van
infligiendo los bulldozers: la empresa estima que contiene cerca de ocho mil
millones de dólares en hierro. En un solo año, 1960, la US Steel y la Bethlehem Steel
repartieron utilidades por más de un treinta por ciento de sus capitales invertidos
en el hierro de Venezuela, y el volumen de estas ganancias distribuidas resultó
igual a la suma de todos los impuestos pagados al estado venezolano en los diez
años transcurridos desde 19502. Como ambas empresas venden el hierro con
destino a sus propias plantas siderúrgicas de los Estados Unidos, no tienen el
menor interés por defender los precios; al contrario, les conviene que la materia
prima resulte lo más barata posible. La cotización internacional del hierro, que
había caído en línea vertical entre 1958 y 1964, se estabilizó relativamente en los
años posteriores y permanece estancada; mientras tanto, el precio del acero no ha
cesado de subir. El acero se produce en los centros ricos del mundo, y el hierro en los
suburbios pobres; el acero paga salarios de «aristocracia obrera» y el hierro, jornales de mera
subsistencia.
Gracias a la información que recogió y divulgó, allá por 1910, un Congreso
Internacional de Geología reunido en Estocolmo, los hombres de negocios de los
Estados Unidos pudieron por primera vez evaluar las dimensiones de los tesoros
escondidos bajo el suelo de una serie de países, uno de los cuales, quizás el más
tentador, era Brasil. Muchos años después, en 1948, la embajada de los Estados
Unidos creó un cargo nuevo en Brasil, el agregado mineral, que de entrada tuvo
por lo menos tanto trabajo como el agregado militar o el cultural: tanto, que
1 Sergio Almaraz Paz, op. cit.),
2 Salvador de la Plaza, en el volumen colectivo Perfiles de la economía venezolana, Caracas, 1964.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 128
rápidamente fueron designados dos agregados minerales en lugar de uno1. Poco
después, la Bethlehem Steel recibía del, gobierno de Dutra los espléndidos
yacimientos de manganeso de Amapá. En 1952, el acuerdo militar firmado con los
Estados Unidos prohibió a Brasil vender las materias primas de valor estratégico -
como el hierro- a los países socialistas. Ésta fue una de las causas de la trágica caída
del presidente Getulio Vargas, que desobedeció esta imposición vendiendo hierro a
Polonia y Checoslovaquia, en 1953 y 1954, a precios más altos que los que pagaban
los Estados Unidos. En 1957, la Hanna Mining Co. compró, por seis millones de
dólares, la mayoría de las acciones de una empresa británica, la Saint John Mining
Co., que se dedicaba a la explotación del oro de Minas Gerais desde los lejanos
tiempos del Imperio. La Saint John operaba en el valle de Paraopeba, donde yace la
mayor concentración de hierro del mundo entero, evaluada en doscientos mil
millones de dólares. La empresa inglesa no estaba legalmente habilitada para
explotar esta riqueza fabulosa, ni lo estaría la Hanna, de acuerdo con claras
disposiciones constitucionales y legales que Duarte Pereira enumera en su obra
sobre el tema. Pero éste había sido, según se supo luego, el negocio del siglo.
George Humphrey, director presidente de la Hanna, era por entonces miembro
prominente del gobierno de los Estados Unidos, como secretario del Tesoro y como
director del Eximbank, el banco oficial para la financiación de las operaciones de
comercio exterior. La Saint John había solicitado un empréstito al Eximbank: no
tuvo suerte hasta que la Hanna se apoderó de la empresa. Se desencadenaron, a
partir de entonces, las más furiosas presiones sobre los sucesivos gobiernos de
Brasil. Los directores, abogados o asesores de la Hanna -Lucas Lopes, José Luiz
Bulhões Pedreira, Roberto Campos, Márío da Silva Pinto, Otávio Gouveia de
Bulhões- eran también miembros, al más alto nivel, del gobierno de Brasil, y
continuaron ocupando cargos de ministros, embajadores o directores de servicios
en los ciclos siguientes. La Hanna no había elegido mal a su estado mayor. El
bombardeo se hizo cada vez más intenso, para que se reconociera a la Hanna el
derecho de explotar el hierro que pertenecía, en rigor, al Estado. El 21 de agosto de
1961 el presidente Jânio Quadros firmó una resolución que anulaba las ilegales
autorizaciones extendidas a favor de la Hanna y restituía los yacimientos de hierro
de Minas Gerais a la reserva nacional. Cuatro días después, los ministros militares
obligaron a Quadros a renunciar: «Fuerzas terribles se levantaron contra mí...»,
decía el texto de la renuncia.
El levantamiento popular que encabezó Leonel Brizola en Porto Alegre frustró
el golpe de los militares y colocó en el poder al vicepresidente de Quadros, João
Goulart. Cuando en julio de 1962 un ministro quiso poner en práctica el decreto
fatal contra la Hanna --que había sido mutilado en el Diario Oficial-, el embajador
de los Estados Unidos, Lincoln Gordon, envió a Goulart un telegrama protestando
con viva indignación por el atentado que el gobierno intentaba cometer contra los
intereses de una empresa norteamericana. El poder judícial ratificó la validez de la
resolución de Quadros, pero Goulart vacilaba. Mientras tanto, Brasil daba los
primeros pasos para establecer un entrepuerto de minerales en el Adriático, con el
fin de abastecer de hierro a varios paises europeos, socialistas y capitalistas: la
venta directa del hierro implicaba un desafío insoportable para las grandes
empresas que manejan los precios en escala mundial El entrepuerto nunca se hizo
1 Osny Duarte Pereira, Ferro e Independencia. Um desafio a dignidade nacional, Río de Janeiro, 1967)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 129
realidad, pero otras medidas nacionalistas -como el dique opuesto al drenaje de las
ganancias de las empresas extranjeras- se pusieron en práctica y proporcionaron
detonantes a la explosiva situación política. La espada de Damocles de la resolución
de Quadros permanecía en suspenso sobre la cabeza de la Hanna. Por fin el golpe
de estado estalló, el último día de marzo de 1964, en Minas Gerais, que casualmente
era el escenario de los yacimientos de hierro en disputa. «Para la Hanna -escribió la
revista Fortune-, la revuelta que derribó a Goulart en la primavera pasada llegó
como uno de esos rescates de último minuto por el Primero de Caballería»1
Hombres de la Hanna pasaron a ocupar la vicepresidencia de Brasil y tres de los
ministerios. El mismo día de la insurrección militar, el Washington Star había
publicado un editorial por lo menos profético: «He aquí una situación -había
anunciado- en la cual un buen y efectivo golpe de Estado, al viejo estilo, de los
líderes militares conservadores, bien puede servir a los mejores intereses de todas
las Américas.»2. Todavía no había renunciado Goulart, ni había abandonado Brasil,
cuando Lyndon Johnson no pudo contenerse y envió su célebre telegrama de
buenos augurios al presidente del Congreso brasileño, que había asumido
provisional—mente la presidencia del país: «El pueblo norteamericano observó con
ansiedad las dificultades políticas y económicas por las cuales ha estado
atravesando su gran nación, y ha admirado la resuelta voluntad de la comunidad
brasileña para solucionar esas dificultades dentro de un marco de democracia
constitucional y sin lucha civil.»3 Poco más de un mes había transcurrido, cuando
el embajador Lincoln Gordon, que recorría, eufórico, los cuarteles, pronunció un
discurso en la Escuela Superior de Guerra, afirmando que el triunfo de la
conspiración de Castelo Branco «podría ser incluido junto a la propuesta del Plan
Marshall, el bloqueo de Berlín, la derrota de la agresión comunista en Corea y la
solución de la crisis de los cohetes en Cuba, como uno de los más importantes
momentos de cambio en la historia mundial de mediados del siglo veinte»4. Uno de
los miembros militares de la embajada de los Estados Unidos había ofrecido ayuda
material a los conspiradores, poco antes de que estallara el golpe5, y el propio
Gordon les había sugerido que los Estados Unidos reconocerían a un gobierno
autónomo si era capaz de sostenerse dos días en São Paulo6. No vale la pena
abundar en testimonios sobre la importancia que tuvo, en el desarrollo y desenlace
de los acontecimientos, la ayuda económica de los Estados Unidos, de la cual, por
lo demás, nos ocuparemos más adelante, o la asistencia norteamericana en el plano
militar o sindical7
Después que se cansaron de arrojar a la hoguera o al fondo de la bahía de
Guanabara los libros de autores rusos tales como Dostoievski, Tolstoi o Gorki, y
tras haber condenado al exilio, la prisión o la fosa a una innumerable cantidad de
1 Inmovable Mountains, en Fortune, abril de 1965.)
2 Citado por Mário Pedrosa, A opção brasileira, Río de janeiro, 1966.)
3 De Lyndon Johnson a Raínieri Mazzili, 2 de abril de 1964. versión de Associated press.)
4 Según informó el diario O Estado de São Pauto, 4 de mayo de 1964.)
5 José Stacchini, Mobilizaçio de audácia, São Paulo, 1965.)
6 Philip Siekman, «When Executives turned Revolutionaires», en Fortune, julio de 1964.)
7 Véanse las declaraciones ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de los
Estados Unidos, citadas por Harry Magdoff, op. cit., y el revelador artículo de Eugene Methvin en
Selecciones de Reader's Digest en español, de diciembre de 1966: según Methvin, gracias a los buenos
servicios del Instituto Americano para el Desarrollo del Sindicalismo Libre, con sede en Washington,
los golpistas brasileños pudieron coordinar por cable sus movimientos de tropas, y el nuevo régimen
militar reçompensó al IADSL designando a cuatro de sus graduados «para que hicieran una limpieza
en los sindicatos dominados por los rojos. .. »)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 130
brasileños, la flamante dictadura de Castelo Branco puso manos a la obra: entregó
el hierro y todo lo demás. La Hanna recibió su decreto de 24 de diciembre de 1964.
Este regalo de Navidad no sólo le otorgaba todas las seguridades para explotar en
paz los yacimientos de Paraopeba, sino que además respaldaba los planes de la
empresa para ampliar un puerto propio a sesenta millas de Río de Janeiro, y para
construir un ferrocarril destinado al transporte del hierro. En octubre de 1965 la
Hanna formó un consorcio con la Bethlehem Steel para explotar en común el hierro
concedido. Este tipo de alianzas, frecuentes en Brasil, no pueden formalizarse en los
Estados Unidos, porque allí las leyes las prohíben1 El incansable Lincoln Gordon
había puesto fin a la tarea, ya todos eran felices y el cuento había terminado, y pasó
a presidir una universidad en Baltimore. En abril de 1966 Johnson designó a su
sustituto, John Tuthill, al cabo de varios meses de vacilaciones, y explicó que se
había demorado porque para Brasil necesitaba un buen economista.
La US Steel no se quedó atrás. ¿Por qué la iban a dejar sin invitación para la
cena? Antes de que pasara mucho tiempo se asoció con la empresa minera del
Estado, la Companhia Vale do Río Doce, que en buena medida se convirtió, así, en
su seudónimo oficial. Por esta vía la US Steel obtuvo, resignándose a nada más que
el cuarenta y nueve por ciento de las acciones, la concesión de los yacimientos de
hierro de la sierra de los Carajás, en la Amazonia. Su magnitudes, según afirman
los técnicos, comparable a la corona de hierro de la Hanna-Bethlehem en Minas
Gerais. Como de costumbre, el gobierno adujo que Brasil no disponía de capitales
para realizar la explotación por su sola cuenta.
EL PETRÓLEO, LAS MALDICIONES Y LAS HAZAÑAS
El petróleo es, con el gas natural, el principal combustible de cuantos ponen en
marcha al mundo contemporáneo, una materia prima de creciente importancia para
la industria química y el material estratégico primordial para las actividades
militares. Ningún otro imán atrae tanto como el «oro negro» a los capitales
extranjeros, ni existe otra fuente de tan fabulosas ganancias; el petróleo es la
riqueza más monopolizada en todo el sistema capitalista. No hay empresarios que
disfruten del poder político que ejercen, en escala universal, las grandes
corporaciones petroleras. La Standard Oil y la Shell levantan y destronan reyes y
presidentes, financian conspiraciones palaciegas y golpes de Estado, disponen de
innumerables generales, ministros y James Bonds y en todas las comarcas y en
todos los idiomas deciden el curso de la guerra y de la paz. La Standard Oil Co de
Nueva Jersey es la mayor empresa industrial del mundo capitalista; fuera de los
Estados Unidos no existe ninguna empresa industrial más poderosa que la Royal
Dutch Shell. Las filiales venden el petróleo crudo a las subsidiarias, que lo refinan y
venden los combustibles a las sucursales para su distribución: la sangre no sale, en
todo el circuito, fuera del aparato circulatorio interno del cártel, que además posee
los oleoductos y gran parte de la flota petrolera en los siete mares. Se manipulan los
precios, en escala mundial, para reducir los impuestos a pagar y aumentar las
1 Osny Duarte Pereira, op. cit).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 131
ganancias a cobrar: el petróleo crudo aumenta siempre menos que el refinado.
Con el petróleo ocurre, como ocurre con el café o con la carne, que los países
ricos ganan mucho más por tomarse el trabajo de consumirlo, que los países pobres
por producirlo. La diferencia es de diez a uno: de los once dólares que cuestan los
derivados de un barril de petróleo, los países exportadores de la materia prima más
importante del mundo reciben apenas un dólar, resultado de la suma de los
impuestos y los costes de extracción, mientras que los países del área desarrollada,
donde tienen su asiento las casas matrices de las corporaciones petroleras, se
quedan con diez dólares, resultado de la suma de sus propios aranceles y sus
impuestos, ocho veces mayores que los impuestos de los países productores, y de
los costos y las ganancias del transporte, la refinación, el procesamiento y la
distribución que las grandes empresas monopolizan1.
El petróleo que brota de los Estados Unidos disfruta de un precio alto, y son
relativamente altos los salarios de los obreros petroleros norteamericanos, pero la
cotización del petróleo de Venezuela y de Medio Oriente ha ido cayendo, desde
1957, todo a lo largo de la década de los años sesenta. Cada barril de petróleo
venezolano, por ejemplo, valía, en promedio, 2,65 dólares en 1957, y mientras
escribo este capítulo, a fines de 1970, el precio es de 1,86 dólares. El gobierno de
Rafael Caldera anuncia que fijará unilateralmente un precio mucho mayor, pero el
nuevo precio no alcanzará de todos modos, según las cifras que los comentaristas
manejan y pese al escándalo que se presiente, el nivel de 1957. Los Estados Unidos
son, a la vez, los principales productores y los principales importadores de petróleo
en el mundo. En la época en que la mayor parte del petróleo crudo que vendían las
corporaciones provenía del subsuelo norteamericano el precio se mantenía alto;
durante la segunda guerra mundial, los Estados Unidos se convirtieron en
importadores netos, y el cártel comenzó a aplicar una nueva política de precios: la
cotización se ha venido abajo sistemáticamente. Curiosa inversión de las «leyes del
mercado»: el precio del petróleo se derrumba, aunque no cesa de aumentar la
demanda mundial, a medida que se multiplican las fábricas, los automóviles y las
plantas generadoras de energía. Y otra paradoja: aunque el precio del petróleo baja,
sube en todas partes el precio de los combustibles que pagan los consumidores.
Hay una desproporción descomunal entre el precio del crudo y el de los derivados.
Toda esta cadena de absurdos es perfectamente racional; no resulta necesario
recurrir a las fuerzas sobrenaturales para encontrar una explicación. Porque el
negocio del petróleo en el mundo capitalista está, como hemos visto, en manos de
un cártel todopoderoso. El cártel nació en 1928, en un castillo del norte de Escocia
rodeado por la bruma, cuando la Standard Oil de Nueva jersey, la Shell y la Anglo-
Iranian, hoy llamada British Petroleum, se pusieron de acuerdo para dividirse el
planeta. La Standard de Nueva York y la de California, la Gulf y la Texaco se
incorporaron posteriormente al núcleo dirigente del cártel2. La Standard Oil,
fundada por Rockefeller en 1870, se había partido en treinta y cinco diferentes
empresas en 1911, por la aplicación de la ley Sherman contra los trusts; la hermana
mayor de la numerosa familia Standard es, en nuestros días, la empresa de Nueva
Jersey. Sus ventas de petróleo, sumadas a las ventas de la Standard de Nueva York
1 Según los datos publicados por la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Francisco Mieres,
El petróleo y la problemática estructural venezolana, Caracas, 1969.)
2 Informe del Senado de Estados Unidos; Actas secretas del cártel petrolero, Buenos Aires, 1961, y
Harvey O'Connor, El Imperio del petróleo, La Habana, 1961).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 132
y de California, abarcan la mitad de las ventas totales del cártel en nuestros días.
Las empresas petroleras del grupo Rockefeller son de tal magnitud que suman
nada menos que la tercera parte del total de beneficios que las empresas
norteamericanas de todo tipo, en su conjunto, arrancan al mundo entero. La jersey,
típica corporación multinacional, obtiene sus mayores ganancias fuera de fronteras;
América Latina le brinda más ganancias que los Estados Unidos y Canadá
sumados: al sur del río Bravo, su tasa de ganancias resulta cuatro veces más alta1
Estas corporaciones multinacionales no pertenecen a las múltiples naciones donde
operan: son multinacionales, más simplemente, en la medida en que desde los
cuatro puntos cardinales arrastran grandes caudales de petróleo y dólares a los
centros de poder del sistema capitalista. No necesitan exportar capitales, por cierto,
para financiar la expansión de sus negocios; las ganancias usurpadas a los países
pobres no sólo derivan en línea recta a las pocas ciudades donde habitan sus
mayores cortadores de cupones, sino que además se reinvierten parcialmente para
robustecer y extender la red internacional de operaciones. La estructura del cártel
implica el dominio de numerosos países y la penetración en sus numerosos
gobiernos; el petróleo empapa presidentes y dictadores, y acentúa las
deformaciones estructurales de las sociedades que pone a su servicio. Son las
empresas quienes deciden, con un lápiz sobre el mapa del mundo, cuáles han de
ser las zonas de explotación y cuáles las de reserva, y son ellas quienes fijan los
precios que han de cobrar los productores y pagar los consumidores. La riqueza
natural de Venezuela y otros países latinoamericanos con petróleo en el subsuelo,
objetos del asalto y el saqueo organizados, se ha convertido en el principal
instrumento de su servidumbre política y su degradación social. Ésta es una larga
historia de hazañas y de maldiciones, infamias y desafíos.
Cuba proporcionaba, por vías complementarias, jugosas ganancias a la
Standard Oil de Nueva jersey. La jersey compraba el petróleo crudo a la Creole
Petroleum, su filial en Venezuela, y lo refinaba y lo distribuía en la isla, todo a los
precios que mejor le convenían para cada una de las etapas. En octubre de 1959, en
plena efervescencia revolucionaria, el Departamento de Estado elevó una nota
oficial a La Habana en la que expresaba su preocupación por el futuro de las
inversiones norteamericanas en Cuba: ya habían comenzado los bombardeos de los
aviones «piratas» procedentes del norte, y las relaciones estaban tensas. En enero de
1960, Eisenhower anunció la reducción de la cuota cubana de azúcar, y en febrero
Fidel Castro firmó un acuerdo comercial con la Unión Soviética para intercambiar
azúcar por petróleo y otros productos a precios buenos para Cuba.
La Jersey, la Shell y la Texaco se negaron a refinar el petróleo soviético: en julio
el gobierno cubano las intervino y las nacionalizó sin compensación alguna.
Encabezadas por la Standard Oil de Nueva jersey, las empresas comenzaron el
bloqueo. Al boicot del personal calificado se sumó el boicot de los repuestos
esenciales para las maquinarias y el boicot de los fletes. El conflicto era una prueba
de soberanía2, y Cuba salió airosa. Dejó de ser, al mismo tiempo, una estrella en la
constelación de la bandera de los Estados Unidos y una pieza en el engranaje
mundial de la Standard Oil.
1 Paul A. Baran y Paul M. Sweezy, El capital monopolista, México, 1970.). Las filiales de Venezuela
produjeron, en 1957, más de la mitad de los beneficios recogidos por la Standard Oil de Nueva jersey
en todas partes; en ese mismo año, las filiales venezolanas proporcionaron a la Shell la mitad de sus
ganancias en el mundo entero
2 Michael Tanzer, The Political Economy of International Oil and the Underdeveloped Countrrss,
Boston, 1969.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 133
México había sufrido, veinte años antes, un embargo internacional decretado
por la Standard Oil de Nueva jersey y la Royal Dutch Shell. Entre 1939 y 1942 el
cártel dispuso el bloqueo de las exportaciones mexicanas de petróleo y de los
abastecimientos necesarios para sus pozos y refinerías. El presidente Lázaro
Cárdenas había nacionalizado las empresas. Nelson Rockefeller, que en 1930 se
había graduado de economista escribiendo una tesis sobre las virtudes de su
Standard Oil, viajó a México para negociar un acuerdo, pero Cárdenas no dio
marcha atrás. La Standard y la Shell, que se habían repartido el territorio mexicano
atribuyéndose la primera el norte y la segunda el sur, no sólo se negaban a aceptar
las resoluciones de la Suprema Corte en la aplicación de las leyes laborales
mexicanas, sino que además habían arrasado los yacimientos de la famosa Faja de
Oro a una velocidad vertiginosa, y obligaban a los mexicanos a pagar, por su
propio petróleo, precios más altos que los que cobraban en Estados Unidos y en
Europa por ese mismo petróleo.1
Este fenómeno sigue siendo usual en varios países. En Colombia, por ejemplo,
donde el petróleo se exporta libremente y sin pagar impuestos, la refinería estatal
compra a las compañías extranjeras el petróleo colombiano con un recargo del 37
por 100 sobre el precio internacional, y lo tiene que pagar en dólares (Raúl Alameda
Ospina en la revista Esquina, Bogotá, enero de 1968). En pocos meses, la fiebre
exportadora había agotado brutalmente muchos pozos que hubieran podido seguir
produciendo durante treinta o cuarenta años. «Habían quitado a México --escribe
O'Connor— sus depósitos más ricos, y sólo le habían dejado una colección de
refinerías anticuadas, campos exhaustos, los pobreríos de la ciudad de Tampico y
recuerdos amargos.» En menos de veinte años, la producción se había reducido a
una quinta parte. México se quedó con una industria decrépita, orientada hacia la
demanda extranjera, y con catorce mil obreros; los técnicos se fueron, y hasta
desaparecieron los medios de transporte. Cárdenas convirtió la recuperación del
petróleo en una gran causa nacional, y salvó la crisis a fuerza de imaginación y de
coraje. Pemex, Petróleos Mexicanos, la empresa creada en 1938 para hacerse cargo
de toda la producción y el mercado, es hoy la mayor empresa no extranjera de toda
América Latina. A costa de las ganancias que Pemex produjo, el gobierno mexicano
pagó abultadas indemnizaciones a las empresas, entre 1947 y 1962, pese a que,
como bien dice Jesús Silva Herzog, «México no es el deudor de esas compañías
piratas, sino su acreedor legítimo.»2 En 1949, la Standard Oil interpuso veto a un
préstamo que los Estados Unidos iban a conceder a Pemex, y muchos años después,
ya cerradas las heridas por obra de las generosas indemnizaciones, Pemex vivió
una experiencia semejante ante el Banco Interamericano de Desarrollo.
Uruguay fue el país que creó la primera refinería estatal en América Latina. La
ANCAP, Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y Portland, había
nacido en 1931, y la refinación y la venta de petróleo crudo figuraban entre sus
funciones principales. Era la respuesta nacional a una larga historia de abusos del
trust en el río de la Plata. Paralelamente, el Estado contrató la compra de petróleo
barato en la Unión Soviética. El cártel financió de inmediato una furiosa campaña
de desprestigio contra el ente industrial del Estado uruguayo y comenzó su tarea
de extorsión y amenaza. Se afirmaba que el Uruguay no encontraría quien le
vendiera las maquinarias y que se quedaría sin petróleo crudo, que el Estado era un
1 Harvey O'Connor, La crisis mundial del petróleo, Buenos Aires, 1963.
2 Jesús Silva Herzog, Historia de la expropiación de las empresas petroleras México. 1964)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 134
pésimo administrador, y que no podía hacerse cargo de tan complicado negocio. El
golpe palaciego de marzo de 1933 despedía cierto olor a petróleo: la dictadura de
Gabriel Terra anuló el derecho de la ANCAP a monopolizar la importación de
combustibles, y en enero de 1938 firmó los convenios secretos con el cártel, ominosos
acuerdos que fueron ignorados por el público hasta un cuarto de siglo después y
que todavía están en vigencia. De acuerdo con sus términos, el país está obligado a
comprar un cuarenta por ciento del petróleo crudo sin licitación y donde lo
indiquen la Standard Oil, la Shell, la Atlantic y la Texaco, a los precios que el cártel
fija. Además, el Estado, que conserva el monopolio de la refinación, paga todos los
gastos de las empresas, incluyendo la propaganda, los salarios privilegiados y los
lujosos muebles de sus oficinas1. Esso es progreso, canta la televisión, y el bombardeo
de los avisos no cuesta a la Standard Oil ni un solo centavo. El abogado del Banco
de la República tiene también a su cargo las relaciones públicas de la Standard Oil:
el Estado le paga los dos sueldos. Allá por 1939, la refinería de la ANCAP
levantaba, exitosa, sus torres llameantes: el ente había sido mutilado gravemente a
poco de nacer, como hemos visto, pero constituía todavía un ejemplo de desafío
victorioso ante las presiones del cártel. El Jefe del Consejo Nacional del Petróleo de
Brasil, general Horta Barbosa; viajó a Montevideo y se entusiasmó con la
experiencia: la refinería uruguaya había pagado casi la totalidad de sus gastos de
instalación durante el primer año de trabajo. Gracias a los esfuerzos del general
Barbosa, sumados al fervor de otros militares nacionalistas, Petrobrás, la empresa
estatal brasileña, pudo iniciar sus operaciones en 1953 al grito de O petróleo é
nosso! Actualmente, Petrobrás es la mayor empresa de Brasil2. Explora, extrae y
refina el petróleo brasileño. Pero también Petrobrás fue mutilada. El cártel le ha
arrebatado dos grandes fuentes de ganancias: en primer lugar, la distribución de la
gasolina, los aceites, el querosene y los diversos fluidos, un estupendo negocio que
la ESSO, la Shell y la Atlantic manejan por teléfono sin mayores dificultades y con
tan buen resultado que éste es, después de la industria automotriz, el rubro más
fuerte de la inversión norteamericana en Brasil; en segundo lugar, la industria
petroquímica, generoso manantial de beneficios, que ha sido desnacionalizada,
hace pocos años, por la dictadura del mariscal Castelo Branco. Recientemente, el
cártel desencadenó una estrepitosa campaña destinada a despojar a Petrobrás del
monopolio de la refinación. Los defensores de Petrobrás recuerdan que la iniciativa
privada, que tenía el campo libre, no se había ocupado del petróleo brasileño antes
de 19533, y procuran devolver a la frágil memoria del público un episodio bien
ilustrativo de la buena voluntad de los monopolios. En noviembre de 1960, en
efecto, Petrobrás encomendó a dos técnicos brasileños que encabezaran una
revisión general de los yacimientos sedimentarios del país. Como resultado de sus
informes, el pequeño estado nordestino de Sergipe pasó a la vanguardia en la
producción de petróleo. Poco antes, en agosto, el técnico norteamericano Walter
Link, que había sido el principal geólogo de la Standard Oil de Nueva Jersey, había
recibido del Estado brasileño medio millón de dólares por una montaña de mapas y
un extenso informe que tachaba de «inexpresiva» la espesura sedimentaria de
Sergipe: hasta entonces había sido considerada de grado B, y Link la rebajó a grado
1 Vivian Trías, Imperialismo y petróleo en el Uruguay, Montevideo, 1963. Véase también el discurso del
diputado Enrique Erro en el díario de sesiones de la Cámara de Re-presentantes, núm. 1211, tomo 577,
Montevideo, 8 de septiembre de 1966.)
2 Petrobrás figura en el primer lugar en la lista de las quinientas mayores empresas, publicada por
Conjuntura econ6mica, vol. 24, núm. 9, Río de Janeiro, 1970.)
3 Declaraciones del ingeniero Márcio Leite Cesarino, en Correio que Manha, Río de Janeiro, 28 de enero
de 1967)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 135
C. Después se supo que era de grado A1. Según O'Connor, Link había trabajado
todo el tiempo como un agente de la Standard, de antemano resuelto a no encontrar
petróleo para que Brasil continuara dependiendo de las importaciones de la filial de
Rockefeller en Venezuela.
También en Argentina las empresas extranjeras y sus múltiples ecos nativos
sostienen siempre que el subsuelo contiene escaso petróleo, aunque las
investigaciones de los técnicos de YPF, Yacimientos Petrolíferos Fiscales, han
indicado con toda certidumbre que en cerca de la mitad del territorio nacional
subyace el petróleo, y que también hay petróleo abundante en la vasta plataforma
submarina de la costa atlántica. Cada vez que se pone de moda hablar de la
pobreza del subsuelo argentino, el gobierno firma una nueva concesión en beneficio
de alguno de los miembros del cártel. La empresa estatal, YPF, ha sido víctima de
un continuo y sistemático sabotaje, desde sus orígenes hasta la fecha. La Argentina
fue, hasta no hace muchos años, uno de los últimos escenarios históricos de la
pugna interimperialista entre Inglaterra, en el desesperado ocaso, y los ascendentes
Estados Unidos. Los acuerdos del cártel no han impedido que la Shell y la Standard
disputaran el petróleo de este país por medios a veces violentos: hay una serie de
elocuentes coincidencias en los golpes de Estado que se han sucedido todo a lo
largo de los últimos cuarenta años. El Congreso argentino se disponía a votar la ley
de nacionalización del petróleo, el 6 de septiembre de 1930, cuando el caudillo
nacionalista Hipólito Yrigoyen fue derribado de la presidencia del país por el
cuartelazo de José Félix Uriburu. El gobierno de Ramón Castillo cayó en junio de
1943, cuando tenía a la firma un convenio que promovía la extracción del petróleo
por los capitales norteamericanos. En septiembre de 1955, Juan Domingo Perón
marchó al exilio cuando el Congreso estaba por aprobar una concesión a la
California Oil Co. Arturo Frondizi desencadenó varias y muy agudas crisis
militares, en las tres armas, al anunciar el llamado a licitación que ofrecía todo el
subsuelo del país a las empresas interesadas en extraer petróleo: en agosto de 1959
la licitación fue declarada desierta. Resucitó en seguida y en octubre de 1960 quedó
sin efecto. Frondizi realizó varias concesiones en beneficio de las empresas
norteamericanas del cártel, y los intereses británicos -decisivos en la Marina y en el
sector «colorado» del ejército- no fueron ajenos a su caída en marzo de 1962. Arturo
Illia anuló las concesiones y fue derribado en 1966; al año siguiente, Juan Carlos
Onganía promulgó una ley de hidrocarburos que favorecía los intereses
norteamerícanos en la pugna interna.
El petróleo no ha provocado solamente golpes de Estado en América Latina.
También desencadenó una guerra, la del Chaco (1932-35), entre los dos pueblos
más pobres de América del Sur: «Guerra de los soldados desnudos», llamó René
Zavaleta a la feroz matanza recíproca de Bolivia y Paraguay2. El 30 de mayo de
1934 el senador por Louisiana, Huey Long, sacudió a los Estados Unidos con un
violento discurso en el que denunciaba que la Standard Oil de Nueva jersey había
provocado el conflicto y que financiaba al ejército boliviano para apoderarse, por su
intermedio, del Chaco paraguayo, necesario para tender un oleoducto desde
Bolivia hacia el río y, además, presumiblemente rico en petróleo: «Estos criminales
han ido allá y han alquilado sus asesinos» -afirmó3. Los paraguayos marchaban al
1 Correio da Manhá publicó un amplio extracto del documento en su edición del 19 de febrero de 1967.)
2 René Zavaleta Mercado, Bolivia. El desarrollo de la conciencia nacional, Montevideo, 1967.)
3 El senador Long no ahorró ningún adjetivo a la Standard Oil: la llamó criminal, malhechora, facinerosa,
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 136
matadero, por su parte, empujados por la Shell: a medida que avanzaban hacia el
norte, los soldados descubrían las perforaciones de la Standard en el escenario de la
discordia. Era una disputa entre dos empresas, enemigas y a la vez socias dentro
del cártel, pero no eran ellas quienes derramaban la sangre. Finalmente, Paraguay
ganó la guerra pero perdió la paz. Spruille Braden, notorio personero de la
Standard Oil, presidió la comisión de negociaciones que preservó para Bolivia, y
para Rockefeller, varios miles de kilómetros cuadrados que los paraguayos
reivindicaban.
Muy cerca del último territorio de aquellas batallas están los pozos de petróleo
y los vastos yacimientos de gas natural que la Gulf Oil Co., la empresa de la familia
Mellon, perdió en Bolivia en octubre de 1969. «Ha concluido para los bolivianos el
tiempo del desprecio» -clamó el general Alfredo Ovando al anunciar la
nacionalización desde los balcones del Palacio Quemado. Quince días antes,
cuando todavía no había tomado el poder, Ovando había jurado que nacionalizaría
la Gulf, ante un grupo de intelectuales nacionalistas; había redactado el decreto, lo
había firmado, lo había guardado, sin fecha, en un sobre. Y cinco meses antes, en el
Cañadón del Arque, el helicóptero del general René Barrientos había chocado
contra los cables de telégrafo y se había ido a pique. La imaginación no hubiera
sido capaz de inventar una muerte tan perfecta. El helicóptero era un regalo
personal de la Gulf Oil Co.; el telégrafo pertenece, como se sabe, al Estado. Junto
con Barrientos ardieron dos valijas llenas de dinero que él llevaba para repartir,
billete por billete, entre los campesinos, y algunas metralletas que no bien
prendieron fuego comenzaron a regar una lluvia de balas en torno del helicóptero
incendiado, de tal modo que nadie pudo acercarse a rescatar al dictador mientras se
quemaba vivo.
Además de decretar la nacionalización, Ovando derogó el Código del Petróleo,
llamado Código Davenport en homenaje al abogado que lo había redactado en
inglés. Para la elaboración del Código, Bolivia había obtenído, en 1956, un préstamo
de los Estados Unidos; en cambio, el Eximbank, la banca privada de Nueva York y
el Banco Mundial habían respondido siempre con la negativa a las solicitudes de
crédito para el desarrollo de YPFB, la empresa petrolera del Estado. El gobierno
norteamericano hacía siempre suya la causa de las corporaciones petroleras
privadas1. En función del código, la Gulf recibió, entonces, por un plazo de
cuarenta años, la concesión de los campos más ricos en petróleo de todo el país. El
código fijaba una ridícula participación del Estado en las utilidades de las
empresas: por muchos años, apenas un once por ciento. El Estado se hacía socio en
los gastos del concesionario, pero no tenía ningún control sobre esos gastos, y se
asesina doméstica, asesina extranjera, conspiradora internacional, hato de salteadores y ladrones rapaces,
conjunto de vándalos y ladrones. Reproducido en la Vista Guarania, Buenos Aires, noviembre de 1934.)
1 Los ejemplos abundan en la historia, reciente o lejana. Irving Florman, embajador de los Estados
Unidos en Bolivia, informaba a Donald Dawson, de la Casa Blanca, el 28 de diciembre de 1950: «Desde
que he llegado aquí, he trabajado diligentemente en el proyecto de abrir ampliamente la industria
petrolera de Bolivia a la penetración de la empresa privada norteamericana, y ayudar a nuestro
programa de defensa nacional en vasta escala». Y también: «Sabía que a usted le interesaría escuchar
que la industria petrolera de Bolivia y esta tierra entera están ahora bien abiertas a la libre iniciativa
norteamericana. Bolivia es, por lo tanto, el primer país del mundo que ha hecho una
desnacionalización, o una nacionalización a la inversa, y yo me siento orgulloso de haber sido capaz
de cumplir esta tarea para mi país y la administración». La copia fotostática de esta carta, extraída de
la biblioteca de Harry Truman, fue reproducida por NACLA Newsletter, Nueva York, febrero de 1969.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 137
llegó a la situación extrema en materia de ofrendas: todos los riesgos eran para
YPFB, y ninguno para la Gulf. En la Carta de intenciones firmada por la Gulf a fines
de 1966, durante la dictadura de Barrientos, se estableció, en efecto, que en las
operaciones conjuntas con YPFB la Gulf recobraría el total de sus capitales
invertidos en la exploración de un área, si no encontraba petróleo. Si el petróleo
aparecía, los gastos serían recuperados a través de la explotación posterior, pero ya
de entrada serían cargados al pasivo de la empresa estatal. Y la Gulf fijaría esos
gastos según su paladar1. En esa misma Carta de intenciones, la Gulf se atribuyó
también, con toda tranquilidad, la propiedad de los yacimientos de gas, que no se
le habían concedido nunca. El subsuelo de Bolivia contiene mucho más gas que
petróleo. El general Barrientos hizo un gesto de distracción: resultó suficiente. Un
simple pase de manos para decidir el destino de la principal reserva de energía de
Bolivia. Pero la función no había terminado.
Un año antes de que el general Alfredo Ovando expropiara la Gulf en Bolivia,
otro general nacionalista, Juan Velasco Alvarado, había estatizado los yacimientos y
la refinería de la International Petroleum Co., filial de la Standard Oil de Nueva
jersey, en Perú. Velasco había tomado el poder a la cabeza de una junta militar, y en
la cresta de la ola de un gran escándalo político: el gobierno de Fernando Belaúnde
Terry había perdido la página final del convenio de Talara, suscrito entre el Estado y
la IPC. Esa página misteriosamente evaporada, la página once, contenía la garantía
del precio mínimo que la empresa norteamericana debía pagar por el petróleo
crudo nacional en su refinería. El escándalo no terminaba allí. Al mismo tiempo, se
había revelado que la subsidiaria de la Standard había estafado a Perú en más de
mil millones de dólares, a lo largo de medio siglo, a través de los impuestos y las
regalías que había eludido y de otras variadas formas del fraude y la corrupción. El
director de la IPC se había entrevistado con el presidente Belaúnde en sesenta
ocasiones antes de llegar al acuerdo que provocó el alzamiento militar; durante dos
años, mientras las negociaciones con la empresa avanzaban, se rompían y
comenzaban de nuevo, el Departamento de Estado había suspendido todo tipo de
ayuda a Perú2. Virtualmente no quedó tiempo para reanudar la ayuda, porque la
claudicación selló la suerte del presidente acosado. Cuando la empresa de
Rockefeller presentó su protesta ante la corte judicial peruana, la gente arrojó
moneditas a los rostros de sus abogados.
América Latina es una caja de sorpresas; no se agota nunca la capacidad de
asombro de esta región torturada del mundo. En los Andes, el nacionalismo militar
ha resurgído con ímpetu, como un río subterráneo largamente escondido. Los
mismos generales que hoy están llevando adelante, en un proceso contradictorio,
una política de reforma y de afirmación patriótica, habían aniquilado poco antes a
los guerrilleros. Muchas de las banderas de los caídos han sido recogidas, así, por
sus propios vencedores. Los militares peruanos habían regado con napalm algunas
zonas guerrilleras, en 1965, y había sido la International Petroleum Co., filial de la
Standard Oil de Nueva jersey, quien les había proporcionado la gasolina y el know-
1 Marcelo Quiroga Santa Cruz, interpelación del 11 y 12 de octubre de 1966 en la Cámara de Diputados,
en la Revista jurídica, edición extraordinaria, Cochabamba, 1967.)
2 Cuando el escándalo estalló, la embajada de los Estados Unidos no guardó un prudente silencio. Uno
de sus funcionarios llegó a afirmar que no existía ningún original del contrato de Talara. (Richard N.
Goodwin, «El conflicto con la IPC: Carta de Perú». reproducido de The New Yorker por Comercio
exterior, México, julio de 1969.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 138
how para que elaboraran las bombas en la base aérea de Las Palmas, cerca de Lima1.
EL LAGO DE MARACAIBO
EN EL BUCHE DE LOS GRANDES BUITRES DE METAL
Aunque su participación en el mercado mundial se ha reducido a la mitad en
los años sesenta, Venezuela es todavía, en 1970, el mayor exportador de petróleo.
De Venezuela proviene casi la mitad de las ganancias que los capitales
norteamericanos sustraen a toda América Latina. Este es uno de los países más
ricos del planeta y, también, uno de los más pobres y uno de los más violentos.
Ostenta el ingreso per capita más alto de América Latina, y posee la red de
carreteras más completa y ultramoderna; en proporción a la cantidad de habitantes,
ninguna otra nación del mundo bebe tanto whisky escocés. Las reservas de
petróleo, gas y hierro que su subsuelo ofrece a la explotación inmediata podrían
multiplicar por diez la riqueza de cada uno de los venezolanos; en sus vastas tierras
vírgenes podría caber, entera, la población de Alemania o Inglaterra. Los taladros
han extraído, en medio siglo, una renta petrolera tan fabulosa que duplica los
recursos del Plan Marshall para la reconstrucción de Europa; desde que el primer
pozo de petróleo reventó a torrentes, la población se ha multiplicado por tres y el
presupuesto nacional por cien, pero buena parte de la población, que disputa las
sobras de la minoría dominante, no se alimenta mejor que en la época en que el país
dependía del cacao y del café2. Caracas, la capital, creció siete veces en treinta años;
la ciudad patriarcal de frescos patios, plaza mayor y catedral silenciosa se ha
erizado de rascacielos en la misma medida en que han brotado las torres de
petróleo en el lago de Maracaibo. Ahora, es una pesadilla de aire acondicionado,
supersónica y estrepitosa, un centro de la cultura del petróleo que prefiere el
consumo a la creación y que multiplica las necesidades artificiales para ocultar las
reales. Caracas ama los productos sintéticos y los alimentos enlatados; no camina
nunca, sólo se moviliza en automóvil, y ha envenenado con los gases de los
motores el limpio aire del valle; a Caracas le cuesta dormir, porque no puede
apagar la ansiedad de ganar y comprar, consumir y gastar, apoderarse de todo. En
las laderas de los cerros, más de medio millón de olvidados contempla, desde sus
chozas armadas de basura, el derroche ajeno. Relampaguean los millares y millares
de automóviles último modelo por las avenidas de la dorada capital. En vísperas de
las fiestas, los barcos llegan al puerto de La Guaira atiborrados de champaña
francesa, whisky de Escocia y bosques de pinos de Navidad que vienen del Canadá,
1 Georgie Anne Geyer, Seized U. S. Oil Firm Made Napalm, en el New York Post, 7 de abril de 1969.)
2 Para la redacción de este capítulo, el autor ha utilizado, además de las obras ya citadas de Harvey
O'Connor y Francisco Mieres, los libros siguientes: Orlando Araújo, Operación Puerto Rico sobre
Venezuela, Caracas, 1967; Federico Brito, Venezuela siglo XX, La Habana, 1967; M. A. Falcon Urbano,
Desarrollo e industrialización de Venezuela, Caracas, 1969; Elena Hochman, Héctor Mujica y otros,
Venezuela 1.°, Caracas, 1963; William Krehm, Democracia y tiranias en el Caribe, Buenos Aires, 1959; los
ensayos de D. F. Maza Zavala, Salvador de la Plaza, Pedro Esteban Mejía y Leonardo Montiel Ortega
en el volumen citado en la nota 27; Rodolfo Quintero, La cultura del petróleo, Caracas, 1968; Domingo
Alberto Rangel, El proceso del capitalismo contemporáneo en Venezuela, Caracas, 1968; Arturo Uslar Pietri,
(Tiev.e un porvenir la juventud venezolana?, en Cuadernos Americanos, México, marzo-abril de 1968; y
Naciones Unidas-CEPAL, Estudio económico de América Latina, 1969, Nueva York-Santiago de Chile,
1970.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 139
mientras la mitad de los niños y los jóvenes de Venezuela quedan todavía, en 1970,
según los censos, fuera de las aulas de enseñanza.
Tres millones y medio de barriles de petróleo produce Venezuela cada día para
poner en movimiento la maquinaria industrial del mundo capitalista, pero las
diversas filiales de la Standard Oil, la Shell, la Gulf y la Texaco no explotan las
cuatro quintas partes de sus concesiones, que siguen siendo reservas invictas, y más
de la mitad del valor de las exportaciones no vuelve nunca al país. Los folletos de
propaganda de la Creole (Standard Oil) exaltan la filantropía de la corporación en
Venezuela, en los mismos términos en que proclamaba virtudes, a mediados del
siglo XVIII, la Real Compañía Guipuzcoana; las ganancias arrancadas a esta gran
vaca lechera sólo resultan comparables, en proporción al capital invertido, con las
que en el pasado obtenían los mercaderes de esclavos o los corsarios. Ningún país
ha producido tanto al capitalismo mundial en tan poco tiempo: Venezuela ha
drenado una riqueza que, según Rangel, excede a la que los españoles usurparon a
Potosí o los ingleses a la India. La primera Convención Nacional de Economistas
reveló que las ganancias reales de las empresas petroleras en Venezuela habían
ascendido, en 1961, al 38 por ciento, y en 1962 al 48 por ciento, aunque las tasas de
beneficio que las empresas denunciaban en sus balances eran del 15 y el 17 por
ciento respectivamente. La diferencia corre por cuenta de la magia de la
contabilidad y las transferencias ocultas. En la complicada relojería del negocio
petrolero, por lo demás, con sus múltíples y simultáneos sistemas de precios,
resulta muy difícil estimar el volumen de las ganancias que se ocultan detrás de la
baja artificial de la cotización del petróleo crudo, que desde el pozo a la bomba de
gasolina circula siempre por las mismas venas, y detrás del alza artificial de los
gastos de producción, donde se computan sueldos de fábula y muy inflados costos
de propaganda. Lo cierto es que, según las cifras oficiales, en la última década
Venezuela no ha registrado el ingreso de nuevas inversiones del exterior, sino, por
el contrario, una sistemática desinversión. Venezuela sufre la sangría de más de
setecientos millones de dólares anuales, convictos y confesos como «rentas del
capital extranjero». Las únicas inversiones nuevas provienen de las utilidades que
el propio país proporciona. Mientras tanto, los costos de extracción del petróleo van
bajando en línea vertical, porque cada vez las empresas ocupan menos mano de
obra. Sólo entre 1959 y 1962 se redujo en más de diez mil la cantidad de obreros:
quedaron poco más de treinta mil en actividad, y a fines de 1970 ya que el petróleo
ocupa nada más que veintitrés mil trabajadores. La producción, en cambio, ha
crecido mucho en esta última década.
Como consecuencia de la desocupación creciente, se agudizó la crisis de los
campamentos petroleros del lago de Maracaibo. El lago es un bosque de torres.
Dentro de las armazones de hierros cruzados, el implacable cabeceo de los
balancines genera, desde hace medio siglo, toda la opulencia y toda la miseria de
Venezuela. Junto a los balancines arden los mechurrios, quemando impunemente el
gas natural que el país se da el lujo de regalar a la atmósfera. Se encuentran
balancines hasta en los fondos de las casas y en las esquinas de las calles de las
ciudades que brotaron a chorros, como el petróleo, en las costas del lago: allí el
petróleo tiñe de negro las calles y las ropas, los alimentos y las paredes, y hasta las
profesionales del amor llevan apodos petroleros, tales como «La Tubería» o «La
Cuatro Válvulas», «La Cabria» o «La Remolcadora». Los precios de la vestimenta y
la comida son, aquí, más altos que en Caracas. Estas aldeas modernas, tristes de
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 140
nacimiento pero a la vez aceleradas por la alegría del dinero fácil, han descubierto
ya que no tienen destino. Cuando se mueren los pozos, la supervivencia se
convierte en materia de milagro: quedan los esqueletos de las casas, las aguas
aceitosas de veneno matando peces y lamiendo las zonas abandonadas. La
desgracia acomete también a las ciudades que viven de la explotación de los pozos
en actividad, por los despidos en masa y la mecanización creciente. «Por aquí el
petróleo nos pasó por encima», decía un poblador de Lagunillas en 1966. Cabímas,
que durante medio síglo fue la mayor fuente de petróleo de Venezuela, y que tanta
prosperidad ha regalado a Caracas y al mundo, no tiene ni siquiera cloacas. Cuenta
apenas con un par de avenidas asfaltadas.
La euforia se había desatado largos años atrás. Hacia 1917, el petróleo coexistía
ya, en Venezuela, con los latifundios tradicionales, los inmensos campos
despoblados y de tierras ociosas donde los hacendados vigilaban el rendimiento de
su fuerza de trabajo azotando a los peones o enterrándolos vivos hasta la cintura. A
fines de 1922, reventó el pozo de La Rosa, que chorreaba cien mil barriles por día, y
se desató la borrasca petrolera. Brotaron los taladros y las cabrias en el lago de
Maracaibo, súbitamente invadido por los aparatos extraños y los hombres con
cascos de corcho; los campesinos afluían y se instalaban sobre los suelos hirvientes,
entre tablones y latas de aceite, para ofrecer sus brazos al petróleo. Los acentos de
Oklahoma y Texas resonaban por primera vez en los llanos y en la selva, hasta en
las más escondidas comarcas. Setenta y tres empresas surgieron en un santiamén.
El rey del carnaval de las concesiones era el dictador Juan Vicente Gómez, un
ganadero de los Andes que ocupó sus veintisiete años de gobierno (1908-35)
haciendo hijos y negocios. Mientras los torrentes negros nacían a borbotones,
Gómez extraía acciones petroleras de sus bolsillos repletos, y con ellas
recompensaba a sus amigos, a sus parientes y a sus cortesanos, al médico que le
custodiaba la próstata y a los generales que le custodiaban las espaldas, a los poetas
que cantaban su gloria y al arzobispo que le otorgaba permisos especiales para
comer carne los viernes santos. Las grandes potencias cubrían el pecho de Gómez
con lustrosas condecoraciones: era preciso alimentar los automóviles que invadían
los caminos del mundo. Los favoritos del dictador vendían las concesiones a la
Shell o a la Standard Oil o a la Gulf; el tráfico de influencias y de sobornos desató la
especulación y el hambre de subsuelos. Las comunidades indígenas fueron
despojadas de sus tierras y muchas familias de agricultores perdieron, por las
buenas o por las malas, sus propiedades. La ley petrolera de 1922 fue redactada por
los representantes de tres firmas de los Estados Unidos. Los campos de petróleo
estaban cercados y tenían policía propia. Se prohibía la entrada a quienes no
portaran la ficha de enrolamiento de las empresas; estaba vedado hasta el tránsito
por las carreteras que conducían el petróleo a los puertos. Cuando Gómez murió,
en 1935, los obreros petroleros cortaron las alambradas de púas que rodeaban los
campamentos y se declararon en huelga.
En 1948, con la caída del gobierno de Rómulo Gallegos, se cerró el ciclo
reformista inaugurado tres años antes, y los militares victoriosos rápidamente
redujeron la participación del Estado sobre el petróleo extraído por las filiales del
cártel. La rebaja de impuestos se tradujo, en 1954, en más de trescientos millones de
dólares de beneficios adicionales para la Standard Oil. En 1953, un hombre de
negocios de los Estados Unidos había declarado en Caracas: «Aquí, usted tiene la
libertad de hacer con su dínero lo que le plazca; para mí, esa libertad vale más que
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 141
todas las libertades políticas y civiles juntas.»1. Cuando el dictador Marcos Pérez
Jiménez fue derribado en 1958, Venezuela era un vasto pozo petrolero rodeado de
cárceles y cámaras de torturas, que importaba todo desde los Estados Unidos: los
automóviles y las heladeras, la leche condensada, los huevos, las lechugas, las leyes
y los decretos. La mayor de las empresas de Rockefeller, la Creole, había declarado
en 1957 utilidades que llegaban casi a la mitad de sus inversiones totales. La junta
revolucionaría de gobierno elevó el impuesto a la renta de las empresas mayores,
de un 25 a un 45 por ciento. En represalia, el cártel dispuso la inmediata caída del
precio del petróleo venezolano y fue entonces cuando comenzó a despedir en masa
a los obreros. Tan abajo se vino el precio, que a pesar del aumento de los impuestos
y del mayor volumen de petróleo exportado, en 1958 el Estado recaudó sesenta
millones de dólares menos que en el año anterior.
Los gobiernos siguientes no nacionalizaron la industria petrolera, pero
tampoco han otorgado, hasta 1970, nuevas concesiones a las empresas extranjeras
para la extracción de oro negro. Mientras tanto, el cártel aceleró la producción de
sus yacimientos del Cercano Oriente y Canadá; en Venezuela ha cesado
virtualmente la prospección de nuevos pozos y la exportación está paralizada. La
política de negar nuevas concesiones perdió sentido en la medida en que la
Corporación Venezolana del Petróleo, el organismo estatal, no asumió la
responsabilidad vacante. La Corporación se ha limitado, en cambio, a perforar unos
pocos pozos aquí y allá, confirmando que su función no es otra que la que le había
adjudicado el presidente Rómulo Betancourt: «No alcanzar una dimensión de gran
empresa, sino servir de intermediario para las negociaciones en la nueva fórmula
de concesiones.» La nueva fórmula no se puso en práctica, aunque se la anunció
varias veces.
Mientras tanto, el fuerte impulso industrializador que había cobrado cuerpo y
fuerza desde hacía dos décadas muestra ya visibles síntomas de agotamiento, y
vive una impotencia muy conocida en América Latina: el mercado interno, limitado
por la pobreza de las mayorías, no es capaz de sustentar el desarrollo
manufacturero más allá de ciertos límites. La reforma agraria, por otra parte,
inaugurada por el gobierno de Acción Democrática, se ha quedado a menos de la
mitad del camino que se proponía, en las promesas de sus creadores, recorrer.
Venezuela compra al extranjero, y sobre todo a Estados Unidos, buena parte de los
alimentos que consume. El plato nacional, por ejemplo, que es el frijol negro, llega
en grandes cantidades desde el norte, en bolsas que lucen la palabra «beans».
Salvador Garmendia, el novelista que reinventó el infierno prefabricado de
toda esta cultura de conquista, la cultura del petróleo, me escribía en una carta, a
mediados del 69: «¿Has visto un balancín, el aparato que extrae el petróleo crudo?
Tiene la forma de un gran pájaro negro cuya cabeza puntiaguda sube y baja
pesadamente, día y noche, sin detenerse un segundo: es el único buitre que no
come mierda. ¿Qué pasará cuando oigamos el ruido característico del sorbedor al
acabarse el líquido? La obertura grotesca ya empieza a escucharse en el lago de
Maracaibo, donde de la noche a la mañana brotaron pueblos fabulosos con
cinematógrafos, supermercados, dancings, hervideros de putas y garitos, donde el
dinero no tenía valor. Hace poco hice un recorrido por ahí y sentí una garra en el
estómago. El olor a muerto y a chatarra es más fuerte que el del aceite. Los pueblos
1 Time, edición para América Latina, 11 de septiembre de 1953.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 142
están semidesiertos, carcomidos, todos ulcerados por la ruina, las calles enlodadas,
las tiendas en escombros. Un antíguo buzo de las empresas se sumerge a diario,
armado de una segueta, para cortar trozos de tuberías abandonadas y venderlas
como hierro viejo. La gente empieza a hablar de las compañías como quien evoca
una fábula dorada. Se vive de un pasado mítico y funambulesco de fortunas
derrochadas en un golpe de dados y borracheras de siete días. Entre tanto, los
balancines siguen cabeceando y la lluvia de dólares cae en Miraflores, el palacio de
gobierno, para transformarse en autopistas y demás monstruos de cemento
armado. Un setenta por ciento del país vive marginado de todo. En las ciudades
prospera una atolondrada clase media con altos sueldos, que se atiborra de objetos
inservibles, vive aturdida por la publicidad y profesa la imbecilidad y el mal gusto
en forma estridente. Hace poco el gobierno anunció con gran estruendo que había
exterminado el analfabetismo. Resultado: en la pasada fiesta electoral, el censo de
inscritos arrojó un millón de analfabetos entre los dieciocho y los cincuenta años de
edad.»
* * *
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 143
LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA
Segunda Parte
Eduardo Galeano
EL DESARROLLO ES UN VIAJE
CON MÁS NAUFRAGOS QUE NAVEGANTES
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 144
HISTORIA DE LA MUERTE TEMPRANA
LOS BARCOS BRITÁNICOS DE GUERRA
SALUDABAN LA INDEPENDENCIA DESDE EL RÍO
En 1823, George Canning, cerebro del Imperio británico, estaba celebrando sus
triunfos universales. El encargado de negocios de Francia tuvo que soportar la
humillación de este brindis: «Vuestra sea la gloria del triunfo, seguida por el desastre y la
ruina; nuestro sea el tráfico sin gloria de la industria y la prosperidad siempre creciente... La
edad de la caballería ha pasado; y la ha sucedido una edad de economistas y calculadores».
Londres vivía el principio de una larga fiesta; Napoleón había sido definitivamente
derrotado algunos años atrás, y la era de la Pax Britannica se abría sobre el mundo.
En América Latina, la independencia había remachado a perpetuidad el poder de
los dueños de la tierra y de los comerciantes enriquecidos, en los puertos, a costa de
la anticipada ruina de los países nacientes. Las antiguas colonias españolas, y
también Brasil, eran mercados ávidos para los tejidos ingleses y las libras esterlinas
al tanto por ciento. Canning no se equivocaba al escribir, en 1824: «La cosa está hecha;
el clavo está puesto, Hispanoamérica es libre; y si nosotros no desgobernamos tristemente
nuestros asuntos, es inglesa»1
La máquina de vapor, el telar mecánico y el perfeccionamiento de la máquína
de tejer habían hecho madurar vertiginosamente la revolución industrial en
Inglaterra. Se multiplicaban las fábricas y los bancos; los motores de combustión
interna habían modernizado la navegación y muchos grandes buques navegaban
hacia los cuatro puntos cardinales universalizando la expansión industrial inglesa.
La economía británica pagaba con tejidos de algodón los cueros del río de la Plata,
el guano y el nitrato de Perú, el cobre de Chile, el azúcar de Cuba, el café de Brasil.
Las exportaciones industriales, los fletes, los seguros, los intereses de los préstamos
y las utilidades de las inversiones alimentarían, a lo largo de todo el siglo XIX, la
pujante prosperidad de Inglaterra. En realidad, antes de las guerras de
independencia ya los ingleses controlaban buena parte del comercio legal entre
España y sus colonias, y habían arrojado a las costas de América Latina un
caudaloso y persistente flujo de mercaderías de contrabando. El tráfico de esclavos
brindaba una pantalla eficaz para el comercio clandestino, aunque al fin y al cabo
también las aduanas registraban, en toda América Latina, una abrumadora mayoría
de productos que no provenían de España. El monopolio español no había existido,
en los hechos, nunca: «... la colonia ya estaba perdida para la metrópoli mucho
antes de 1810, y la revolución no representó más que un reconocirniento político de
semejante estado de cosas».2
1 Williar. W. Kaufmann, La política británica y la independencia de la América Latina (1804-1828), Caracas,
1963)
2 Manfred Kossok, El virreinato del Río de la Plata. Su estructura económico-social, Buenos Aires, 1959.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 145
Las tropas británicas habían conquistado Trinidad, en el Caribe, al precio de
una sola baja, pero el comandante de la expedición, sir Ralph Abercromby, estaba
convencido de que no serían fáciles otras conquistas militares en la América
hispánica. Poco después, fracasaron las invasiones inglesas en el río de la Plata. La
derrota dio fuerza a la opinión de Abercromby sobre la ineficacia de las
expediciones armadas y el turno histórico de los diplomáticos, los mercaderes y los
banqueros: un nuevo orden liberal en las colonias españolas ofrecería a Gran
Bretaña la oportunidad de abarcar las nueve décimas partes del comercio de la
América española1. La fiebre de la independencia hervía en tierras
hispanoamericanas. A partir de 1810 Londres aplicó una política zigzagueante y
dúplice, cuyas fluctuaciones obedecieron a la necesidad de favorecer el comercio
inglés, impedir que América Latina pudiera caer en manos norteamericanas o
francesas y prevenir una posible infección de jacobinismo en los nuevos países que
nacían a la libertad.
Cuando se constituyó la junta revolucionaria en Buenos Aires, el 25 de mayo
de 1810, una salva de cañonazos de los buques británicos de guerra la saludó desde
el río. El capitán del barco Mutíne pronunció, en nombre de Su Majestad, un
inflamado discurso: el júbilo invadía los corazones británicos. Buenos Aires demoró
apenas tres días en eliminar ciertas prohibiciones que dificultaban el comercio con
extranjeros; doce días después, redujo del 50 por ciento al 7,5 por ciento los
impuestos que gravaban las ventas al exterior de los cueros y el sebo. Habían
pasado seis semanas desde el 25 de mayo cuando se dejó sin efecto la prohibición
de exportar el oro y la plata en monedas, de modo que pudieran fluir a Londres sin
inconvenientes. En septiembre de 1811, un triunvirato reemplazó a la junta como
autoridad gobernante: fueron nuevamente reducidos, y en algunos casos abolidos,
los impuestos a la exportación y a la importación. A partir de 1813, cuando la
Asamblea se declaró autoridad soberana, los comerciantes extranjeros quedaron
exonerados de la obligación de vender sus mercaderías a través de los comerciantes
nativos: «El comercio se hizo en verdad libre».2 Ya en 1812, algunos comerciantes
británicos comunicaban al Foreign Office: «Hemos logrado... reemplazar con éxito
los tejidos alemanes y franceses». Habían reemplazado, también, la producción de los
tejedores argentinos, estrangulados por el puerto librecambista, y el mismo proceso se
registró, con variantes, en otras regiones de América Latina.
De Yorkshire y Lancashire, de los Cheviots y Gales, brotaban sin cesar
artículos de algodón y de lana, de hierro y de cuero, de madera y porcelana. Los
telares de Manchester, las ferreterías de Sheffield, las alfarerías de Worcester y
Staffordshire, inundaron los mercados latinoamericanos. El comercio libre enriquecía a
los puertos que vivían de la exportación y elevaba a los cielos el nivel de despilfarro de las
oligarquías ansiosas por disfrutar de todo el lujo que el mundo ofrecía, pero arruinaba las
incipientes manufacturas locales y frustraba la expansión del mercado interno. Las
industrias domésticas, precarias y de muy bajo nivel técnico, habían surgido en el
mundo colonial a pesar de las prohibiciones de la metrópoli y conocieron un auge,
en vísperas de la independencia, como consecuencia del aflojamiento de los lazos
opresores de España y de las dificultades de abastecimiento que la guerra europea
provocó. En los primeros años del siglo XIX, los talleres estaban resucitando,
después de los mortíferos efectos de la disposición que el rey había adoptado, en
1 H. S. Ferns, Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX, Buenos Aires, 1966.)
2 Ibid)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 146
1778, para autorizar el comercio libre entre los puertos de España y América. Un
alud de mercaderías extranjeras había aplastado las manufacturas textiles y la
producción colonial de alfarería y objetos de metal, y los artesanos no contaron con
muchos años para reponerse del golpe: la independencia abrió del todo las puertas
a la libre competencia de la industria ya desarrollada en Europa. Los vaivenes
posteriores en las políticas aduaneras de los gobiernos de la independencia
generarían sucesivas muertes y despertares de las manufacturas criollas, sin la
posibilidad de un desarrollo sostenido en el tiempo.
LAS DIMENSIONES DEL INFANTICIDIO INDUSTRIAL
Cuando nacía el siglo XIX, Alexander von Humboldt calculó el valor de la
producción manufacturera de México en unos siete u ocho millones de pesos, de los
que la mayor parte correspondía a los obrajes textiles. Los talleres especializados
elaboraban paños, telas de algodón y lienzos; más de doscientos telares ocupaban,
en Querétaro, a mil quinientos obreros, y en Puebla trabajaban mil doscientos
tejedores de algodón1 En Perú, los toscos productos de la colonia no alcanzaron
nunca la perfección de los tejidos indígenas anteriores a la llegada de Pizarro, «pero
su importancia económica fue, en cambio, muy grande»2. La industria reposaba
sobre el trabajo forzado de los indios, encarcelados en los talleres desde antes que
aclarara el día hasta muy entrada la noche. La independencia aniquiló el precario
desarrollo alcanzado. En Ayacucho, Cacamorsa, Tarma, los obrajes eran de
magnitud considerable. El pueblo entero de Pacaicasa, hoy muerto, «formaba un solo
y vasto establecimiento de telares con más de mil obreros», dice Romero en su obra;
Paucarcolla, que abastecía de frazadas de lana una región muy vasta, está
desapareciendo «y actualmente no existe allí ni una sola fábrica»3. En Chile, una de las
más apartadas posesiones españolas, el aislamiento favoreció el desarrollo de una
actividad industrial incipiente desde los albores mismos de la vida colonial. Había
hilanderías, tejedurías, curtiembres; las jarcias chilenas proveían a todos los navíos
del Mar del Sur; se fabricaban artículos de metal, desde alambiques y cañones hasta
alhajas, vajilla fina y relojes; se construían embarcaciones y vehículos4. También en
Brasil los obrajes textiles y metalúrgicos, que venían ensayando, desde el siglo
XVIII, sus modestos primeros pasos, fueron arrasados por las importaciones
extranjeras. Ambas actividades manufactureras habían conseguido prosperar en
medida considerable a pesar de los obstáculos impuestos por el pacto colonial con
Lisboa, pero desde 1807, la monarquía portuguesa, establecida en Río de Janeiro, ya
no era más que un juguete en manos británicas, y el poder de Londres tenía otra
fuerza. «Hasta la apertura de los puertos, las deficiencias del comercio portugués habían
obrado como barrera protectora de una pequeña industria local -dice Caio Prado Júnior-;
pobre industria artesana, es verdad, pero asimismo suficiente para satísfacer una parte del
consumo interno. Esta pequeña industria no podrá sobrevivir a la libre competencia
extranjera, aún en los más insignificantes productos.»5
1 Alexander von Humboldt, Ensayo sobre el reino de la Nueva España, México, 1944.).
2 Emilio Romero, Historia económica del Perú, Buenos Aires, 1949.)
3 Ibid.
4 Hernán Ramírez Necochea, Antecedentes económicos de la independencia de Cbile, Santiago de Chile,
1959.)
5 Caio Prado Júnior, Historia económica del Brasil, Buenos , Aires, 1960.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 147
Bolivia era el centro textil más importante del virreinato rioplatense. En
Cochabamba había, al filo del siglo, ochenta mil personas dedicadas a la fabricación
de lienzos de algodón, paños y manteles, según el testimonio del intendente
Francisco de Viedma. En Oruro y La Paz también habían surgido obrajes que, junto
con los de Cochabamba, brindaban mantas, ponchos y bayetas muy resistentes a la
población, las tropas de línea del ejército y las guarniciones de frontera. Desde
Mojos, Chiquitos y Guarayos provenían finísimas telas de lino y de algodón,
sombreros de paja, vicuña o carnero y cigarros de hoja. «Todas estas industrias han
desaparecido ante la competencia de artículos similares extranjeros... », comprobaba, sin
mayor tristeza, un volumen dedicado a Bolivia en el primer centenario de su
independencia1
El litoral de Argentina era la región más atrasada y menos poblada del país,
antes de que la independencia trasladara a Buenos Aires, en perjuicio de las
provincias mediterráneas, el centro de gravedad de la vida económica y política. A
principios del siglo XIX, apenas la décima parte de la población argentina residía en
Buenos Aires, Santa Fe o Entre Ríos2. (Con ritmo lento y por medios rudimentarios
se había desarrollado una industria nativa en las regiones del centro y el norte,
mientras que en el litoral no existía, según decía en 1795 el procurador Larramendi,
«ningún arte ni manufactura». En Tucumán y Santiago del Estero, que actualmente
son pozos de subdesarrollo, florecían los talleres textiles, que fabricaban ponchos
de tres clases distintas, y se producían en otros talleres excelentes carretas y
cigarros y cigarrillos, cueros y suelas. De Catamarca nacían lienzos de todo tipo,
paños finos, bayetillas de algodón negro para que usaran los clérigos; Córdoba
fabricaba más de setenta mil ponchos, veinte mil frazadas y cuarenta mil varas de
bayeta por año, zapatos y artículos de cuero, cinchas y vergas, tapetados y
cordobanes. Las curtiembres y talabarterías más importantes estaban en Corrientes.
Eran famosos los finos sillones de Salta. Mendoza producía entre dos y tres
millones de litros de vino por año, en nada inferiores a los de Andalucía, y San Juan
destilaba 350 mil litros anuales de arguardiente. Mendoza y San Juan formaban «la
garganta del comercio» entre el Atlántico y el Pacífíco en América del Sur3.
Los agentes comerciales de Manchester, Glasgow y Liverpool recorrieron
Argentina y copiaron los modelos de los ponchos santiagueños y cordobeses y de
los artículos de cuero de Corrientes, además de los estribos de palo dados vuelta «al
uso del país». Los ponchos argentinos valían siete pesos; los de Yorkshire, tres. La
industria textil más desarrollada del mundo triunfaba al galope sobre las tejedurías
nativas, y otro tanto ocurría en la producción de botas, espuelas, rejas, frenos y
hasta clavos. La miseria asoló las provincias interiores argentinas, que pronto
alzaron lanzas contra la dictadura del puerto de Buenos Aíres. Los principales
mercaderes (Escalada, Belgrano, Pueyrredón, Vieytes, Las lleras, Cerviño) habían
tomado el poder arrebatado a España y el comercio les brindaba la posibilidad de
comprar sedas y cuchillos ingleses, paños finos de Louviers, encajes de Flandes,
sables suizos, ginebra holandesa, jamones de Westfalia y habanos de Hamburgo4. A
1 The University Sociery, Bolivia en el primer centenario le su independencia, La Paz, 1925).
2 Luis C. Alen Lascano, Imperialismo y comercio libre, Buenos Aires, 1963.)
3 Pedro Santos Martirez, Ias industrias durante el virreinato (1776-18101, Buenos Aires, 1969.)
4 Ricardo Levene, introducción a Documentos para la bistoria argentina, 1915, en Obras completas, Buenos
Aires, 1962.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 148
cambio, la Argentina exportaba cueros, sebo, huesos, carne salada, y los ganaderos
de la provincia de Buenos Aires extendían sus mercados gracias al comercio libre.
El cónsul inglés en el Plata, Woodbine Parish, describía en 1837 a un recio gaucho
de las pampas: «Tómense todas las piezas de su ropa, examínese todo lo que lo rodea y
exceptuando lo que sea de cuero, ¿qué cosa habrá que no sea inglesa? Si su mujer tiene una
pollera, hay diez posibilidades contra una que sea manufactura de Manchester. La caldera u
olla en que cocina, la taza de loza ordinaria en la que come, su cuchillo, sus espuelas, el
freno, el poncho que lo cubre, todos son efectos llevados de Inglaterra»1. Argentina recibía
de Inglaterra hasta las piedras de las veredas.
Aproximadamente por la misma época, James Watson Webb, embajador de los
Estados Unidos en Río de Janeiro, relataba: «En todas las haciendas del Brasil, los
amos y sus esclavos se visten con manufacturas del trabajo libre, y nueve décimos
de ellas son inglesas. Inglaterra suministra todo el capital necesario para las mejoras
internas de Brasil y fabrica todos los utensilios de uso corriente, desde la azada para
arriba, y casi todos los artículos de lujo o de uso práctico, desde el alfiler hasta el
vestido más caro. La cerámica inglesa, los artículos ingleses de vidrio, hierro y
madera son tan corrientes corno los paños de lana y los tejidos de algodón. Gran
Bretaña suministra a Brasil sus barcos de vapor y de vela, le hace el empedrado y le
arregla las calles, ilumina con gas las ciudades, le construye las vías férreas, le
explora las minas, es su banquero, le levanta las lineas telegráficas, le transporta el
correo, le construye los muebles, motores, vagones...»2. La euforia de la libre
importación enloquecía a los mercaderes de los puertos; en aquellos años, Brasil
recibía también ataúdes, ya forrados y listos para el alojamiento de los difuntos,
sillas de montar, candelabros de cristal, cacerolas y patines para hielo, de uso más
bien improbable en las ardientes costas del trópico; también billeteras, aunque no
existía en Brasil el papel moneda, y una cantidad inexplicable de instrumentos de
matemáticas3. El Tratado de Comercio y Navegación firmado en 1810 gravaba la
importación de los productos ingleses con una tarifa menor que la que se aplicaba a
los productos portugueses, y su texto había sido tan atropelladamente traducido
del idioma inglés que la palabra policy, por ejemplo, pasó a significar, en
portugués, policía en lugar de política4). Los ingleses gozaban en Brasil de un
derecho de justicia especial, que los sustraía a la jurisdicción de la justicia nacional:
Brasil era «un miembro no oficial del imperio económico de Gran Bretaña»5.
A mediados de siglo, un viajero sueco llegó a Valparaíso y fue testigo del
derroche y la ostentación que la libertad de comercio estimulaba en Chile: «La
única forma de elevarse es someterse -escribió-- a los dictámenes de las revistas de
modas de París, a la levita negra y a todos los accesorios que corresponden... La
señora se compra un elegante sombrero, que la hace sentirse consumadamente
parisiense, mientras el marido se coloca un tieso y alto corbatón y se siente en el
pináculo de la cultura europea»6 Tres o cuatro casas inglesas se habían apoderado
del mercado del cobre chileno, y manejaban los precios según los intereses de las
fundiciones de Swansea, Liverpool y Cardiff. El Cónsul General de Inglaterra
1 Woodbine Parish, Buenos Aires y las Provincias del Rio de la Plata. Buenos Aires, 1958.)
2 Paulo Schilling, Brasil para extranjeros, Montevideo, 1966.)
3 Alan K. Manchester, British Preeminente in Brazil: its Rise and Decline, Chapel Hill, Carolina del
Norte, 1933.)
4 Cclso Furtado, Formación económica del Brasil, México-Buenos Aires, 1959.
5 J. F Normano, Evolucão económica do Brasil, São Paulo, 1934).
6 Gustavo Beyhaut, Raíces contemporáneas de América Latina, Buenos Aires, 1964.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 149
informaba a su gobierno, en 1838, acerca del «prodigioso incremento» de las ventas de
cobre, que se exportaba «principalmente, si no por completo, en barcos británicos o por
cuenta de británicos»1. Los comerciantes ingleses monopolizaban el comercio en
Santiago y Valparaíso, y Chile era el segundo mercado latinoamericano, en orden
de importancia, para los productos británicos.
Los grandes puertos de América Latina, escalas de tránsito de las riquezas
extraídas del suelo y del subsuelo con destino a los lejanos centros de poder, se
consolidaban como instrumentos de conquista y dominación contra los países a los
que pertenecían, y eran los vertederos por donde se dilapidaba la renta nacional.
Los puertos y las capitales querían parecerse a París o a Londres, y a la retaguardia
tenían el desierto.
PROTECCIONISMO Y LIBRECAMBIO EN AMÉRICA LATINA:
EL BREVE VUELO DE LUCAS ALAMÁN
La expansión de los mercados latinoamericanos aceleraba la acumulación de
capitales en los viveros de la industria británica. Hacía ya tiempo que el Atlántico
se había convertido en el eje del comercio mundial, y los ingleses habían sabido
aprovechar la ubicación de su isla, llena de puertos, a medio camino del Báltico y
del Mediterráneo y apuntando a las costas de América. Inglaterra organizaba un
sistema universal y se convertía en la prodigiosa fábrica abastecedora del planeta:
del mundo entero provenían las materias primas y sobre el mundo entero se
derramaban las mercancías elaboradas. El Imperio contaba con el puerto más
grande y el más poderoso aparato financiero de su tiempo; tenía el más alto nivel
de especialización comercial, disponía del monopolio mundial de los seguros y los
fletes, y dominaba el mercado internacional del oro. Friederich List, padre de la
unión aduanera alemana, había advertido que el libre comercio era el principal
producto de exportación de Gran Bretaña2. Nada enfurecía a los ingleses tanto
como el proteccionismo aduanero y a veces lo hacían saber en un lenguaje de
sangre y fuego, como en la Guerra del Opio contra China. Pero la libre competencia
en los mercados se convirtió en una verdad revelada para Inglaterra, sólo a partir
del momento en que estuvo segura de que era la más fuerte, y después de haber
desarrollado su propia industria textil al abrigo de la legislación proteccionista más
severa de Europa. En los difíciles comienzos, cuando todavía la industria británica
corría con desventaja, el ciudadano inglés al que se sorprendía exportando lana
cruda, sin elaborar, era condenado a perder la mano derecha, y si reincidía, lo
ahorcaban; estaba prohibido enterrar un cadáver sin que antes el párroco del lugar
certificara que el sudario provenía de una fábrica nacional3.
«Todos los fenómenos destructores suscitados por la libre concurrencia en el interior de
1 Hernán Ramírez Necochea, Historia del imperialismo en Chile, Santiago de Chile, 1960.)
2 Este economista alemán, nacido en 1789, propagó en los Estados Unídos y en su propia patria la
doctrina del proteccionismo aduanero y el fomento industrial. Se suicidó en 1846, pero sus ideas se
impusieron en ambos países.
3 Claudio Véliz, La mesa de tres patas, en Desarrollo económico, vol. 3, núms. 1 y 2, Santiago de Chile,
septiembre de 1963.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 150
un país -advirtió Marx- se reproducen en proporciones más gigantescas en el mercado
mundial.»1. El ingreso de América Latina en la órbita británica, de la que sólo saldría
para incorporarse a la órbita norteamericana, se dio en el marco de este cuadro
general, y en él se consolidó la dependencia de los independientes países nuevos.
La libre circulación de mercaderías y la libre circulación del dinero para los pagos y
la transferencia de capitales tuvieron consecuencias dramáticas.
En México, Vicente Guerrero llegó al poder, en 1829, «a hombros de la
desesperación artesana, insuflada por el gran demagogo Lorenzo de Zavala, que
arrojó sobre las tiendas repletas de mercancías inglesas del Parián a una turba
hambrienta y desesperada»2. Poco duró Guerrero en el poder, y cayó en medio de
la indiferencia de los trabajadores, porque no quiso o no pudo poner un dique a la
importación de las mercancías europeas «por cuya abundancia --díce Chávez Orozcogemían
en el desempleo las masas artesanas de las ciudades que antes de la independencia,
sobre todo en los períodos bélicos de Europa, vivían con cierta holgura». La industria
mexicana había carecido de capitales, mano de obra suficiente y técnicas modernas;
no había tenido una organización adecuada, ni vías de comunicación y medios de
transporte para llegar a los mercados y a las fuentes de abastecimiento. «Lo único
que probablemente le sobró --dice Alonso Aguilar- fueron interferencias, restricciones y
trabas de todo orden.»3. Pese a ello, como observara Humboldt, la industria había
despertado en los momentos de estancamiento del comercio exterior, cuando se
interrumpían o se dificultaban las comunicaciones marítimas, y había empezado a
fabricar acero y a hacer uso del hierro y el mercurio. El liberalismo que la
independencia trajo consigo agregaba perlas a la corona británica y paralizaba los
obrajes textiles y metalúrgicos de México, Puebla y Guadalajara.
Lucas Alamán, un político conservador de gran capacidad, advirtió a tiempo
que las ideas de Adam Smith contenían veneno para la economía nacional y
propició, como ministro, la creación de un banco estatal, el Banco de Avío, con el
fin de impulsar la industrialización. Un impuesto a los tejidos extranjeros de
algodón proporcionaría al país los recursos para comprar en el exterior las
maquinarias y los medios técnicos que México necesitaba para abastecerse con
tejidos de algodón de fabricación propia. El país disponía de materia prima,
contaba con energía hidráulica más barata que el carbón y pudo formar buenos
operarios rápidamente. El Banco nació en 1830, y poco después llegaron, desde las
mejores fábricas europeas, las maquinarias más modernas para hilar y tejer
algodón; además, el Estado contrató expertos extranjeros en la técnica textil. En
1844, las grandes plantas de Puebla produjeron un millón cuatrocientos mil cortes
de manta gruesa. La nueva capacidad industrial del país desbordaba la demanda
interna; el mercado de consumo del «reino de la desigualdad», formado en su gran
mayoría por indios hambrientos, no podía sostener la continuidad de aquel
desarrollo fabril vertiginoso. Contra esta muralla chocaba el esfuerzo por romper la
estructura heredada de la colonia. A tal punto se había modernizado, sin embargo,
1 «Nada de extraño tiene que los librecambistas sean incapaces de comprender cómo un país puede
enriquecerse a costa de otro, pues estos mismos señores tampoco quieren comprender cómo en el
interior de un país una clase puede enriquecerse a costa de otra.» Karl Marx, Discurso sobre el libre
cambio, en Miseria de la filosofia, Moscú, s. f.)
2 Luis Chávez Orozco, La industria de transformación mexicana (1821-1867), en Banco Nacíonal de
Comercio Exterior, Colección de documentos para la historia del comercio exterior de México, tomo VII,
México, 1962.)
3 Alonso Aguilar Monteverde, Dialéctica de la economía mexicana, México, 1968.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 151
la industria, que las plantas textiles norteamericanas contaban en promedio con
menos husos que las plantas mexicanas, hacia 18401, en Banco Nacional de
Comercio Exterior, op. cit.). Diez años después, la proporción se había invertido con
creces. La inestabilidad política, las presiones de los comerciantes ingleses y
franceses y sus poderosos socios internos, y las mezquinas dimensíones del
mercado interno, de antemano estrangulado por la economía minera y latifundista,
dieron por tierra con el experimento exitoso. Antes de 1850, ya se había suspendido
el progreso de la industría textil mexicana. Los creadores del Banco de Avío habían
ampliado su radio de acción y, cuando se extinguió, los créditos abarcaban también
las tejedurías de lana, las fábricas de alfombras y la producción de hierro y de
papel. Esteban de Antuñano sostenía, incluso, la necesidad de que México creara
cuanto antes una industria nacional de maquinarias, «para contrarrestar el egoísmo
europeo». El mayor mérito del ciclo industrializador de Alamán y Antuñano reside
en que ambos restablecieron la identidad «entre la independencia política y la
independencia económica, y en el hecho de preconizar, como único camino de
defensa, en contra de los pueblos poderosos y agresivos, un enérgico impulso a la
economía industrial»2. El propio Alamán se hizo industrial, creó la mayor fábrica
textil mexicana de aquel tiempo (se llamaba Cocolapan; todavía existe) y organizó a
los industriales como grupo de presión ante los sucesivos gobiernos librecambistas3
es la absoluta libertad económica; su norma poderosísima con los pueblos menos
adelantados es la ley de la reciprocidad... "Llevad a Europa --se nos dijo- cuantas
manufacturas podáis (excepto, sin embargo, las que nosotros prohibimos), y en
recompensa permitid que traigamos cuantas manufacturas podamos, aunque sea
arruinando vuestras artes".. Adoptemos las doctrinas que ellos [nuestros señores
del otro lado del océano y del río Bravo] dan y no toman y nuestro erario crecerá un
poco, si se quiere..., pero no será fomentando el trabajo del pueblo mexicano, sino el
de los pueblos inglés y francés, suizo y de Norteamérica..). Pero Alamán,
conservador y católico, no llegó a plantear la cuestión agraria, porque él mismo se
sentía ideológicamente ligado al viejo orden, y no advirtió que el desarrollo
industrial estaba de antemano condenado a quedar en el aire, sin bases de
sustentación, en aquel país de latifundios infinitos y miseria generalizada.
LAS LANZAS MONTONERAS Y EL ODIO QUE SOBREVIVIÓ
A JUAN MANUEL DE ROSAS
Proteccionismo contra librecambio, el país contra el puerto: ésta fue la pugna
que ardió en el trasfondo de las guerras civiles argentinas durante el siglo pasado.
Buenos Aires, que en el siglo XIII no había sido más que una gran aldea de
cuatrocientas casas, se apoderó de la nación entera a partir de la revolución de
1 Jan Bazant, Estudio sobre la productividad de la industria algodonera mexicana en 1843-1845 (Lucas Alamán y
la Revolución industrial en México)
2 Luis Chávez Orozco, op. cit.)
3 En el tomo III de la citada colección de documentos del Banco Nacional de Comercio Exterior se
transcriben varios alegatos proteccionistas publicados en EL Siglo XIX a fines de 1850: «Pasada ya la
conquista de la civilizacién española con sus tres siglos de dominación militar, entró México en una
nueva era, que también puede llamarse de conquista, pero científica y mercantil... Su potencia son los
buques mercantes; su predicación
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 152
mayo y la independencia. Era el puerto único, y por sus horcas caudinas debían
pasar todos los productos que entraban y salían del país. Las deformaciones que la
hegemonía porteña impuso a la nación se advierten claramente en nuestros días: la
capital abarca, con sus suburbios, más de la tercera parte de la población argentina
total, y ejerce sobre las provincias diversas formas de proxenetismo. En aquella
época, detentaba el monopolio de la renta aduanera, de los bancos y de la emisión
de moneda, y prosperaba vertiginosamente a costa de las provincias interiores. La
casi totalidad de los ingresos de Buenos Aires provenía de la aduana nacional, que
el puerto usurpaba en provecho propio, y más de la mitad se destinaba a los gastos
de guerra contra las provincias, que de este modo pagaban para ser aniquiladas1.
Desde la Sala de Comercio de Buenos Aires, fundada en 1810, los ingleses
tendían sus telescopios para vigilar el tránsito de los buques, y abastecían a los
porteños con paños finos, flores artificiales, encajes, paraguas, botones y chocolates,
mientras la inundación de los ponchos y los estribos de fabricación inglesa hacía
sus estragos país adentro. Para medir la importancia que el mercado mundial
atribuía por entonces a los cueros rioplatenses, es preciso trasladarse a una época
en la que los plásticos y los revestimientos sintéticos no existían ni siquiera como
sospecha en la cabeza de los químicos. Ningún escenario más propicio que la fértil
llanura del litoral para la producción ganadera en gran escala. En 1816, se descubrió
un nuevo sistema que permitía conservar indefinidamente los cueros por medio de
un tratamiento de arsénico; prosperaban y se multiplicaban, además, los saladeros
de carne. Brasil, las Antillas y Africa abrían sus mercados a la importación de
tasajo, y a medida que la carne salada, cortada en lonjas secas, iba ganando
consumidores extranjeros, los consumidores argentinos notaban el cambio. Se
crearon impuestos al consumo interno de carne, a la par que se desgravaban las
exportaciones; en pocos años, el precio de los novillos se multiplicó por tres y las
estancias valorizaron sus suelos. Los gauchos estaban acostumbrados a cazar
libremente novillos a cielo abierto, en la pampa sin alambrados, para comer el lomo
y tirar el resto, con la sola obligación de entregar el cuero al dueño del campo. Las
cosas cambiaron. La reorganización de la producción implicaba el sometimiento del
gaucho nómada a una nueva dependencia servil: un decreto de 1815 estableció que
todo hombre de campo que no tuviera propiedades sería reputado sirviente, con la
obligación de llevar papeleta visada por su patrón cada tres meses. O era sirviente,
o era vago, y a los vagos se los enganchaba, por la fuerza, en los batallones de
frontera2. El criollo bravío, que había servido de carne de cañón en los ejércitos
patriotas, quedaba convertido en paria, en peón miserable o en milico de fortín. O
se rebelaba, lanza en mano, alzándose en el remolino de las montoneras. Este
gaucho arisco, desposeído de todo salvo la gloria y el coraje, nutrió las cargas de
caballería que una y otra vez desafiaron a los ejércitos de línea, bien armados, de
Buenos Aires.3.
José Hernández, que fue soldado de la causa federal, cantó en el Martín Fierro,
el más popular de los libros argentinos, las desdichas del gaucho desterrado de su
querencia y perseguido por la autoridad:
1 Miron Burgin, Aspectos económicos del federalismo argentino, Buenos Aires, 1960.)
2 Juan Alvarez, Las guerras civiles argentinas, Buenos Aires, 1912)
3 La montonera «nace en escampado como los remolinos. Arremete, brama y troza como los remolinos,
y se detiene, repentina, y muere como ellos» (Dardo de la Vega Díaz, La Rioja beroica, Mendoza, 1955)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 153
Vive el águila en su nido,
el tigre vive en la selva,
el zorro en la cueva agena,
y es su destino incostante,
sólo el gaucho vive errante
donde la suerte lo lleva.
Porque:
Para él son los calabozos,
para él les duras prisiones,
en su boca no hay razones
aunque la razón le sobre,
que son campanas de palo
las razones de los pobres
Jorge Abelardo Ramos observa (Revolución y contrarrevolución en la Argentina,
Buenos Aires, 1965) que los dos apellidos verdaderos que aparecen en el Martín
Fierro son los de Anchorena y Gaínza, nombres representativos de la oligarquía que
exterminó al criollaje en armas, y en nuestros días ambos se han fundido en la
familia propietaria del diario La Prensa.
Ricardo Güiraldes mostró en Don Segundo Sombra (Buenos Aires, 1939) la
contratara del Martín Fierro: el gaucho domesticado, atado al jornal, adulón del
amo, de buen uso para el folklore nostalgioso o la lástima.
La aparición de la estancia capitalista, en la pampa húmeda del litoral,
ponía a todo el país al servicio de las exportaciones de cuero y carne y marchaba de
la mano con la dictadura del puerto librecambista de Buenos Aires. El uruguayo
José Artigas había sido, hasta la derrota y el exilio, el más lúcido de los caudillos
que encabezaron el combate de las masas criollas contra los comerciantes y los
terratenientes atados al mercado mundial, pero muchos años después todavía
Felipe Varela fue capaz de desatar una gran rebelión en el norte argentino porque,
como decía su proclama, «ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin
derechos». Su sublevación encontró eco resonante en todo el interior mediterráneo.
Fue el último montonero; murió, tuberculoso y en la miseria, en 18701. El defensor
de la «Unión Americana», proyecto de resurrección de la Patria Grande
despedazada, es todavía un bandolero, como lo era Artigas hasta no hace mucho,
para la historia argentina que se enseña en las escuelas.
Felipe Varela había nacido en un pueblito perdido entre las sierras de
Catamarca y había sido un dolorido testigo de la pobreza de su provincia arruinada
por el puerto soberbio y lejano. A fines de 1824, cuando Varela tenía tres años de
edad, Catamarca no pudo pagar los gastos de los delegados que envió al Congreso
Constituyente que se reunió en Buenos Aires, y en la misma situación estaban
Misiones, Santiago del Estero y otras provincias. El diputado catamarqueño Manuel
Antonio Acevedo denunciaba «el cambio ominoso» que la competencia de los
productos extranjeros había provocado: «Catamarca ha mirado hace algún tiempo,
y mira hoy, sin poderlo remediar, a su agricultura, con productos inferiores a sus
1 Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, Felipe Varela contra el Imperio Británico, Buenos
Aíres, 1966. En 1870, también caía bañado en sangre por la invasión extranjera Paraguay, único Estado
latinoamericano que no había entrado en la prisión imperialista.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 154
expensas; a su industria, sin un consumo capaz de alentar a los que la fomentan y
ejercen, y a su comercio casi en el último abandono»1. El representante de la
provincia de Corrientes, brigadier general Pedro Ferré, resumía así, en 1830, las
consecuencias posibles del proteccionismo que él propugnaba: «Sí, sin duda un corto
número de hombres de fotuna padecerán, porque se privarán de tomar en su mesa vinos y
licores exquisitos... Las clases menos acomodadas no hallarán mucha diferencia entre los
vinos y licores que actualmente beben, sino en el precio, y disminuirán el consumo, lo que
no creo sea muy perjudicial. No se pondrán nuestros paisanos ponchos ingleses; no llevarán
bolas y lazos hechos en Inglaterra; no vestiremos ropa hecha en extranjería, y demás
renglones que podemos proporcionar; pero, en cambio, empezará a ser menos desgraciada la
condición de pueblos enteros de argentinos, y no nos perseguirá la idea de la espantosa
miseria a que hoy son condenados.»2
Dando un paso importante hacia la reconstrucción de la unidad nacional
desgarrada por la guerra, el gobierno de Juan Manuel de Rosas dictó en 1835 una
ley de aduanas de signo acentuadamente proteccionista. La ley prohibía la
importación de manufacturas de hierro y hojalata, aperos de caballo, ponchos,
ceñidores, fajas de lana o algodón, jergones, productos de granja, ruedas de
carruajes, velas de sebo y peines, y gravaba con fuertes derechos la introducción de
coches, zapatos, cordones, ropas, monturas, frutas secas y bebidas alcohólicas. No
se cobraba impuesto a la carne transportada en barcos de bandera argentina, y se
impulsaba la talabartería nacional y el cultivo del tabaco. Los efectos se hicieron
notar sin demora. Hasta la batalla de Caseros, que derribó a Rosas en 1852,
navegaban por los ríos las goletas y los barcos construidos en los astilleros de
Corrientes y Santa Fe, había en Buenos Aires más de cien fábricas prósperas y todos
los viajeros coincidían en señalar la excelencia de los tejidos y zapatos elaborados
en Córdoba y Tucumán, los cigarrillos y las artesanías de Salta, los vinos y
aguardientes de Mendoza y San Juan. La ebanistería tucumana exportada a Chile,
Bolivia y Perú3 Diez años después de la aprobación de la ley, los buques de guerra
de Inglaterra y Francia rompieron a cañonazos las cadenas extendidas a través del
Paraná, para abrir la navegación de los ríos interiores argentinos que Rosas
mantenía cerrados a cal y canto. A la invasión sucedió el bloqueo. Diez memoriales
de los centros industriales de Yorkshire, Liverpool, Manchester, Leeds, Halifax y
Bradford, suscritos por mil quinientos banqueros, comerciantes e industriales,
habían urgido al gobierno inglés a tomar medidas contra las restricciones
impuestas al comercio en el Plata. El bloqueo puso de manifiesto, pese a los
progresos alumbrados por la ley de aduanas, las limitaciones de la industria
nacional, que no estaba capacitada para satisfacer la demanda interna. En realidad,
desde 1841 el proteccionismo venía languideciendo, en lugar de acentuarse; Rosas
expresaba como nadie los intereses de los estancieros saladeristas de la provincia de
Buenos Aires, y no existía, ni nació, una burguesía industrial capaz de impulsar el
desarrollo de un capitalismo nacional auténtico y pujante: la gran estancia ocupaba
el centro de la vida económica del país, y ninguna política industrial podía
emprenderse con independencia y vigor sin abatir la omnipotencia del latifundio
exportador. Rosas permaneció siempre, en el fondo, fiel a su clase. «El hombre más
de a caballo de toda la provincia»4, guitarrero y bailarín, gran domador, que se
1 Miron Burgin, op. cit.)
2 Juan AlVarez; op. cit.)
3 Jorge Abelardo Ramos, op. cit).
4 José Luis Busaniche, Rosas visto por sus contemporáneos, Buenos Aires, 1955.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 155
orientaba en las noches de tormenta y sin estrellas masticando unas hebras de pasto
para identificar el rumbo, era un gran estanciero productor de carne seca y cueros,
y los terratenientes lo habían convertido en su jefe. La leyenda negra que luego se
urdió para difamarlo no puede ocultar el carácter nacional y popular de muchas de
sus medidas de gobierno, pero la contradicción de clases explica la ausencia de una
política industrial dinámica y sostenida, más allá de la cirugía aduanera en el
gobierno del caudillo de los ganaderos1. Esa ausencia no puede atribuirse a la
inestabilidad y las penurias implícitas en las guerras nacionales y el bloqueo
extranjero, porque al fin y al cabo había sido en medio del torbellino de una
revolución acosada como José Artigas había articulado, veinte años antes, sus
normas industrialistas e integradoras con una reforma agraria en profundidad.
Vivian Trías ha comparado, en un libro fecundo2, el proteccionismo de Rosas con el
ciclo de medidas que Artigas irradió desde la Banda oriental, entre 1813 y 1815,
para conquistar la verdadera independencia del área del virreinato rioplatense.
Rosas no prohibió a los mercaderes extranjeros ejercer el comercio en el mercado
interno, ni devolvió al país las rentas de la aduana que Buenos Aires continuó
usurpando, ni terminó con la dictadura del puerto único. En cambio, la
nacionalización del comercio interior y la quiebra del monopolio portuario y
aduanero de Buenos Aires habían sido capítulos fundamentales, como la cuestión
agraria, de la política artiguista. Artigas había querido la libre navegación de los
ríos interiores, pero Rosas nunca abrió a las provincias esta llave de acceso al
comercio de ultramar. Rosas también permaneció fiel, en el fondo, a su provincia
privilegiada. Pese a todas estas limitaciones, el nacionalismo y el populismo del
«gaucho de ojos azules» continúan generando odio en las clases dominantes
argentinas. Rosas sigue siendo «reo de lesa patria», de acuerdo con una ley de 1857
todavía vigente, y el país se niega todavía a abrir una sepultura nacional para sus
huesos enterrados en Europa. Su imagen oficial es la imagen de un asesino.
Superada la herejía de Rosas, la oligarquía se reencontró con su destino. En
1858, el presidente de la comisión directiva de la exposición rural declaraba
inaugurada la muestra con estas palabras: «Nosotros, en la infancia aún,
contentémonos con la humilde idea de enviar a aquellos bazares europeos nuestros
productos y materias primas, para que nos los devuelvan transformados por medio
de los poderosos agentes de que disponen. Materias primas es lo que Europa pide,
para cambiarlas en ricos artefactos.»3 El ilustre Domingo Faustino Sarmiento y otros
escritores liberales vieron en la montonera campesina no más que el símbolo de la
barbarie, el atraso y la ignorancia, el anacronismo de las campañas pastoriles frente
a la civilización que la ciudad encarnaba, el poncho y el chiripá contra la levita; la
lanza y el cuchillo contra la tropa de línea; el analfabetismo contra la escuela4 . En
1 José Rivera Indarte realizó, en sus célebres Tablas de sangre, un inventario de los crímenes de Rosas,
para estremecer la sensibilidad europea. Según el Atlas de Londres, la casa bancaria inglesa de Samuel
Lafone pagó al escritor un penique por muerto. Rosas había prohibido la exportación de oro y plata,
duro golpe al Imperio, y había disuelto el Banco Nacional, que era un instrumento del comercio
británico. John F. Cady, La intervención extranjera en el Río de la Plata, Buenos Aires, 1943.)
2 Vívian Trías, Juan Manuel de Rosas. Montevideo, 1970.)
3 Discurso de Gervasio A. de Posadas. Citado por Dardo Cúneo, Comportamiento y crisis de la clase
empresaria, Buenos Aires, 1967. En 1876, el ministro de Hacienda dijo en el Congreso: «...No debemos
poner un derecho exagerado que haga imposible la introducción del calzado, de una manera que
mientras cuatro remendones aquí florecen, mil fabricantes de calzado extranjero no pueden vender un
solo par de zapatos».)
4 Armando Raúl Bazán, Las bases sociales de la montonera, en Revista de historia americana y argentina,
núms. 7 y 8, Mendoza, 1962-63.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 156
1861, Sarmiento escribía a Mitre: «No trate de economizar sangre de gauchos, es lo único
que tienen de humano. Este es un abono que es preciso hacer útil al País.» Tanto desprecio
y tanto odio revelaban una negación de la propia patria, que tenía, claro está,
también una expresión de política económica: «No somos ni industriales ni navegantes
-afirmaba Sarmiento-, y la Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos en cambio
de nuestras materias primas.»1 El presidente Bartolomé Mitre llevó adelante, a partir
de 1862, una guerra de exterminio contra las provincias y sus últimos caudillos.
Sarmiento fue designado director de la guerra y las tropas marcharon al norte a
matar gauchos, «animales bípedos de tan perversa condición». En La Rioja, el Chacho
Peñaloza, general de los llanos, que extendía su influencia sobre Mendoza y San
Juan, era uno de los últimos reductos de la rebelión contra el puerto, y Buenos
Aires consideró que había llegado el momento de terminar con él. Le cortaron la
cabeza y la clavaron, en exhibición, en el centro de la Plaza de Olta. El ferrocarril y
los caminos culminaron la ruina de La Rioja, que había comenzado con la
revolución de 1810: el librecambio había provocado la crisis de sus artesanías y
había acentuado la crónica pobreza de la región. En el siglo xx, los campesinos
riojanos huyen de sus aldeas en las montañas o en los llanos, y bajan hacia Buenos
Aires a ofrecer sus brazos: sólo llegan, como los campesinos humildes de otras
provincias, hasta las puertas de la ciudad. En los suburbios encuentran sitio junto a
otros setecientos mil habitantes de las villas miserias y se las arreglan, mal que bien,
con las migas que les arroja el banquete de la gran capital. ¿Nota usted cambios en
los que se han ido y vuelven de visita?, preguntaron los sociólogos a los ciento
cincuenta sobrevivientes de una aldea riojana, hace pocos años. Con envidia
advertían, los que se habían quedado, que Buenos Aires había mejorado el traje, los
modales y la manera de hablar de las emigrados. Algunos los encontraban, incluso,
«más blancos»2
LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA CONTRA EL PARAGUAY ANIQUILÓ LA
ÚNICA EXPERIENCIA EXITOSA DE DESARROLLO INDEPENDIENTE
El hombre viajaba a mi lado, silencioso. Su perfil, nariz afilada, altos pómulos,
se recortaba contra la fuerte luz del mediodía. Ibamos rumbo a Asunción, desde la
frontera del sur, en un ómnibus para veinte personas que contenía, no sé cómo,
cincuenta. Al cabo de unas horas, hicimos un alto. Nos sentamos en un patio
abierto, a la sombra de un árbol de hojas carnosas. A nuestros ojos, se abría el brillo
enceguecedor de la vasta, despoblada, intacta tierra roja: de horizonte a horizonte,
nada perturba la transparencia del aire en Paraguay. Fumamos. Mi compañero,
campesino de habla guaraní, enhebró algunas palabras tristes en castellano. «Los
paraguayos somos pobres y pocos», me dijo. Me explicó que había bajado a
Encarnación a buscar trabajo pero no había encontrado. Apenas si había podido
reunir unos pesos para el pasaje de vuelta. Años atrás, de muchacho, había tentado
fortuna en Buenos Aires y en el sur de Brasil. Ahora venía la cosecha del algodón y
muchos braceros paraguayos marchaban, como todos los años, rumbo a tierras
argentinas. «Pero yo ya tengo sesenta y tres años. Mi corazón ya no soporta las demasiadas
gentes.»
1 Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, Buenos Aires 1952.)
2 Mario Margulis, Migración y marginalidad en la sociedad argentina, Buenos Aires, 1968).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 157
Suman medio millón los paraguayos que han abandonado la patria,
definitivamente, en los últimos veinte años. La miseria empuja al éxodo a los habitantes
del país que era, hasta hace un siglo, el más avamzado de América del Sur. Paraguay tiene
ahora una población que apenas duplica a la que por entonces tenía y es, con
Bolivia, uno de los dos países sudamericanos más pobres y atrasados. Los
paraguayos sufren la herencia de una guerra de exterminio que se incorporó a la
historia de América Latina como su capítulo más infame. Se llamó la Guerra de la
Triple Alianza. Brasil, Argentina y Uruguay tuvieron a su cargo el genocidio. No
dejaron piedra sobre piedra ni habitantes varones entre los escombros. Aunque
Inglaterra no participó directamente en la horrorosa hazaña, fueron sus
mercaderes, sus banqueros y sus industriales quienes resultaron beneficiados con el
crimen de Paraguay. La invasión fue financiada, de principio a fin, por el Banco de
Londres, la casa Baring Brothers y la banca Rothschild, en empréstitos con intereses
leoninos que hipotecaron la suerte de los países vencedores"1. Hasta su destrucción,
Paraguay se erguía como una excepción en América Latina: la única nación que el
capital extranjero no había deformado. El largo gobierno de mano de hierro del
dictador Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840) había incubado, en la matriz del
aislamiento, un desarrollo económico autónomo y sostenido. El Estado,
omnipotente, paternalista, ocupaba el lugar de una burguesía nacional que no
existía, en la tarea de organizar la nación y orientar sus recursos y su destino.
Francia se había apoyado en las masas campesinas para aplastar la oligarquía
paraguaya y había conquistado la paz interior tendiendo un estricto cordón
sanitario frente a los restantes países del antiguo virreinato del río de la Plata. Las
expropiaciones, los destierros, las prisiones, las persecuciones y las multas no
habían servido de instrumentos para la consolidación del dominio interno de los
terratenientes y los comerciantes sino que, por el contrario, habían sido utilizados
para su destrucción. No existían, ni nacerían más tarde, las libertades políticas y el
derecho de oposición, pero en aquella etapa histórica sólo los nostálgicos de los
privilegios perdidos sufrían la falta de democracia. No había grandes fortunas
privadas cuando Francia murió, y Paraguay era el único país de América Latina
que no tenía mendigos, hambrientos ni ladrones2; los viajeros de la época
encontraban allí un oasis de tranquilidad en medio de las demás comarcas
convulsionadas por las guerras continuas. El agente norteamericano Hopkins
1 Para escribir este capítulo, el autor consultó las siguientes obras: Tuan Bautista Alberdi, Historia de la
guerra del Paraguay (Buenos Aires, 1962) Pelham Horton Box, Los orígenes de la Guerra de la Triple
Alianza (Buenos Aires Asunción, 1958); Efraím Cardozo, El imperio del Brasil y el Rio de la Plata (Buenos
Aires, 1961); Julio César Chaves, El presidente López (Buenos Aires, 1955); Carlos Pereyra, Francisco
Solano López y la guerra del Paraguay (Buenos Aires, 1945); Juan F. Pérez Acosta, Carlos Antonio López,
obrero máximo. Labor administrativa y constructiva (Asunción, 1948); José María Rosa, la guerra del
Paraguay y las montoneras argentinas (Buenos Aires, 1965); Bartolomé Mitre y Juan Carlos Gómez, Cartas
polémicas sobre la guerra del Paraguay, con prólogo de J. Natalicio González (Buenos Aires, 1940).
Tambíén un trabajo inédito de Vivian Trías sobre el tema.)
2 Francia integra, como uno de los ejemplares más horrorosos, el bestiario de la historia oficial. Las
deformaciones ópticas impuestas por el liberalismo no son un privilegio de las clases dominantes en
América Latina; muchos intelectuales de izquierda, que suelen asomarse con lentes ajenos a la historia
de nuestros países, también comparten ciertos mitos de la derecha, sus canonizaciones y sus
excomuniones. El Canto general, de Pablo Neruda (Buenos Aires, 1955), espléndido homenaje poético a
los pueblos latinoamericanos, exhibe claramente esta desubicación. Neruda ignora a Artigas y a
Carlos Antonio y Francisco Solano López; en cambio, se identifica con Sarmiento. A Francia lo califica
de «rey leproso, rodeado/por la extensión de los yerbales», que «cerró el Paraguay como un nido/de
su majestad» y «amarró/ tortura y barro a las fronteras». Con Rosas no es más amable: clama contra
los «puñales, carcajadas de mazorca/sobre el martirio» de una «Argentina robada a culatazos/en el
vapor del alba, castigada/hasta sangrar y enloquecer, vacía,/ cabalgada por agrios capataces»).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 158
informaba en 1845 a su gobierno que en Paraguay «no hay niño que no sepa leer y
escribir...» Era también el único país que no vivía con la mirada clavada al otro lado
del mar. El comercio exterior no constituía el eje de la vida nacional; la doctrina
liberal, expresión ideológica de la articulación mundial de los mercados, carecía de
respuestas para los desafíos que Paraguay, obligado a crecer hacia dentro por su
aislamiento mediterráneo, se estaba planteando desde principios de siglo. El
exterminio de la oligarquía hizo posible la concentración de los resortes económicos
fundamentales en manos del Estado, para llevar adelante esta política autárquica
de desarrollo dentro de fronteras.
Los posteriores gobiernos de Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano
continuaron y vitalizaron la tarea. La economía estaba en pleno crecimiento.
Cuando los invasores aparecieron en el horizonte, en 1865, Paraguay contaba con
una línea de telégrafos, un ferrocarril y una buena cantidad de fábricas de
materiales de construcción, tejidos, lienzos, ponchos, papel y tinta, loza y pólvora.
Doscientos técnicos extranjeros, muy bien pagados por el Estado, prestaban su
colaboración decisiva. Desde 1850, la fundición de Ibycui fabricaba cañones,
morteros y balas de todos los calibres; en el arsenal de Asunción se producían
cañones de bronce, obuses y balas. La siderurgia nacional, como todas las demás
actividades económicas esenciales, estaba en manos del Estado. El país contaba con
una flota mercante nacional, y habían sido construidos en el astillero de Asunción
varios de los buques que ostentaban el pabellón paraguayo a lo largo del Paraná o a
través del Atlántico y el Mediterráneo. El Estado virtualmente monopolizaba el
comercio exterior: la yerba y el tabaco abastecían el consumo del sur del continente;
las maderas valiosas se exportaban a Europa. La balanza comercial arrojaba un
fuerte superávit. Paraguay tenía una moneda fuerte y estable, y disponía de
suficiente riqueza para realizar enormes inversiones públicas sin recurrir al capital
extranjero. El país no debía ni un centavo al exterior, pese a lo cual estaba en
condiciones de mantener el mejor ejército de América del Sur, contratar técnicos
ingleses que se ponían al servicio del país en lugar de poner al país a su servicio, y
enviar a Europa a unos cuantos jóvenes universitarios paraguayos para
perfeccionar sus estudios. El excedente económico generado por la producción
agrícola no se derrochaba en el lujo estéril de una oligarquía inexistente, ni iba a
parar a los bolsillos de los intermediarios, ni a las manos brujas de los prestamistas,
ni al rubro ganancias que el Imperio británico nutría con los servicios de fletes y
seguros. La esponja imperialista no absorbía la riqueza que el país producía. El 98
por ciento del territorio paraguayo era de propiedad pública: el Estado cedía a los
campesinos la explotación de las parcelas a cambio de la obligación de poblarlas y
cultivarlas en forma permanente y sin el derecho de venderlas. Había, además,
sesenta y cuatro estancias de la patria, haciendas que el Estado administraba
directamente. Las obras de riego, represas y canales, y los nuevos puentes y
caminos contribuían en grado importante a la elevación de la productividad
agrícola. Se rescató la tradición indígena de las dos cosechas anuales, que había
sido abandonada por los conquistadores. El aliento vivo de las tradiciones jesuitas
facilitaba, sin duda, todo este proceso creador1.
1 Los fanáticos monjes de la Compañía de Jesús, “guardia negra del Papa”, habían asumido la defensa
del orden medieval ante las nuevas fuerzas que irrumpían en el escenarío histórico europeo. Pero en
la América hispánica las mísiones de los jesuitas se desarrollaron bajo un signo progresista. Venían
para purificar, mediante el ejemplo de la abnegación y el ascetismo, a una Iglesia católica entregada al
ocio y al goce desenfrenado de los bienes que la conquista había puesto a disposición del clero. Fueron
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 159
El Estado paraguayo practicaba un celoso proteccionismo, muy reforzado en
1864, sobre la industria nacional y el mercado interno; los ríos interiores no estaban
abiertos a las naves británicas que bombardeaban con manufacturas de Manchester
y de Liverpool a todo el resto de América Latina. El comercio inglés no disimulaba
su inquietud, no sólo porque resultaba invulnerable aquel último foco de
resistencia nacional en el corazón del continente, sino también, y sobre todo, por la
fuerza de ejemplo que la experiencia paraguaya irradiaba peligrosamente hacia los
vecinos. El país más progresista de América Latina construía su futuro sin
inversiones extranjeras, sin empréstitos de la banca inglesa y sin las bendiciones del
comercio libre.
Pero a medida que Paraguay iba avanzando en este proceso, se hacía más
aguda su necesidad de romper la reclusión. El desarrollo industrial requería
contactos más intensos y directos con el mercado internacional y las fuentes de la
técnica avanzada. Paraguay estaba objetivamente bloqueado entre Argentina y
Brasil, y ambos países podían negar el oxígeno a sus pulmones cerrándole, como lo
hicieron Rivadavia y Rosas, las bocas de los ríos, o fijando impuestos arbitrarios al
tránsito de sus mercancías. Para sus vecinos, por otra parte, era una imprescindible
condición, a los fines de la consolidación del estado olígárquico, terminar con el
escándalo de aquel país que se bastaba a sí mismo y no quería arrodillarse ante los
mercaderes británicos.
El ministro inglés en Buenos Aires, Edward Thornton; participó considerablemente
en los preparativos de la guerra. En vísperas del estallido, tomaba parte,
como asesor del gobierno, en las reuniones del gabinete argentino, sentándose al
lado del presidente Bartolomé Mitre. Ante su atenta mirada se urdió la trama de
provocaciones y de engaños que culminó con el acuerdo argentino-brasileño y selló
la suerte de Paraguay. Venancio Flores invadió Uruguay, en ancas de la
intervención de los dos grandes vecinos, y estableció en Montevideo, después de la
matanza de Paysandú, su gobierno adicto a Río de Janeiro y Buenos Aires. La
Triple Alianza estaba en funcionamiento. El presidente paraguayo Solano López
había amenazado con la guerra si asaltaban Uruguay: sabía que así se estaba
cerrando la tenaza de hierro en torno a la garganta de su país acorralado por la
geografía y los enemigos. El historiador liberal Efraím Cardozo no tiene
las misiones del Paraguay las que alcanzaron el mayor nivel; en poco más de un siglo y medio (1603-
1768) definieron la capacidad y los fines de sus creadores. Los jesuitas atrajeron, mediante el lenguaje
de la música, a los indios guaraníes que habían buscado amparo en la selva o que en ella habían
permanecido sin incorporarse al proceso civilízatorio de los encomenderos y los terratenientes. Ciento
cincuenta mil indios guaraníes pudieron, así, reencontrarse con su organización comunitaria primitiva
y resucitar sus propias técnicas en los oficios y las artes. En las misiones no existía el latifundio; la
tierra se cultivaba en parte para la satisfacción de las necesidades individuales y en parte para
desarrollar obras de interés general y adquirir los instrumentos de trabajo necesarios, que eran de
propiedad colectiva. La vida de los indios estaba sabiamente organizada; en los talleres y en las
escuelas se hacían músicos y artesanos, agricultores, tejedores, actores, pintores, constructores. No se
conocía el dinero; estaba prohibida la entrada a los comerciantes, que debían negociar desde hoteles
instalados a cierta distancia.
La Corona sucumbió finalmente a las presiones de los encomenderos criollos, y los jesuitas fueron
expulsados de América. Los terratenientes y los esclavistas se lanzaron a la caza de los indios. Los
cadáveres colgaban de los árboles en las misiones; pueblos enteros fueron vendidos en los mercados
de esclavos de Brasil. Muchos indios volvieron a encontrar refugio en la selva. Las bibliotecas de los
jesuitas fueron a parar a los hornos, como combustible, o se utilizaron para hacer cartuchos de
pólvora. (Jorge Abelardo Ramos: Historia de la nación latinoamericana, Buenos Aires, 1968.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 160
inconveniente en sostener, sin embargo, que López se plantó frente a Brasil
simplemente porque estaba ofendido: el emperador le había negado la mano de
una de sus hijas. La guerra había nacido. Pero era obra de Mercurio, no de Cupido.
La prensa de Buenos Aires llamaba «Atila de América» al presidente
paraguayo López: «Hay que matarlo como a un reptil», clamaban los editoriales. En
septiembre de 1864, Thornton envió a Londres un extenso informe confidencial,
fechado en Asunción. Describía a Paraguay como Dante al infierno, pero ponía el
acento donde correspondía: «Los derechos de importación sobre casi todos los artículos
son del 20 o 25 por ciento ad valorem; pero como este valor se calcula sobre el precio
corriente de los artículos, el derecho que se paga alcanza frecuentemente del 40 al 45 por
ciento del precio de factura. Los derechos de exportación son del 10 al 20 por ciento sobre el
valor...» En abril de 1865, el Standard, diario inglés de Buenos Aires, celebraba ya la
declaración de guerra de Argentina contra Paraguay, cuyo presidente «ha infringido
todos los usos de las naciones civilizadas», y anunciaba que la espada del presidente
argentino Mitre «llevará en su victoriosa carrera, además del peso de glorias pasadas, el
impulso irresistible de la opinión pública en una causa justa». El tratado con Brasil y
Uruguay se firmó el 10 de mayo de 1865; sus términos draconianos fueron dados a
la publicidad un año más tarde, en el diario británico The Times, que lo obtuvo de
los banqueros acreedores de Argentina y Brasil. Los futuros vencedores se
repartían anticipadamente, en el tratado, los despojos del vencido. Argentina se
aseguraba todo el territorio de Misiones y el inmenso Chaco; Brasil devoraba una extensión
inmensa hacia el oeste de sus fronteras. A Uruguay, gobernado por un títere de ambas
potencias, no le tocaba nada. Mitre anunció que tomaría Asunción en tres meses. Pero
la guerra duró cinco años. Fue una carnicería, ejecutada todo a lo largo de los
fortines que defendían, tramo a tramo, el río Paraguay. El «oprobioso tirano»
Francisco Solano López encarnó heroicamente la voluntad nacional de sobrevivir;
el pueblo paraguayo, que no sufría la guerra desde hacía medio siglo, se inmoló a
su lado. Hombres, mujeres, niños y viejos: todos se batieron como leones. Los
prisioneros heridos se arrancaban las vendas para que no los obligaran a pelear
contra sus hermanos. En 1870, López, a la cabeza de un ejército de espectros,
ancianos y niños que se ponían barbas postizas para impresionar desde lejos, se
internó en la selva. Las tropas invasoras asaltaron los escombros de Asunción con el
cuchillo entre los dientes. Cuando finalmente el presidente paraguayo fue
asesinado a bala y a lanza en la espesura del cerro Corá, alcanzó a decir: «¡Muero
con mi patria!», y era verdad. Paraguay moría con él. Antes, López había hecho
fusilar a su hermano y a un obispo, que con él marchaban en aquella caravana de la
muerte. Los invasores venían para redimir al pueblo paraguayo: lo exterminaron.
Paraguay tenía, al comienzo de la guerra, poco menos población que Argentina.
Sólo doscientos cincuenta mil paraguayos, menos de la sexta parte, sobrevivían en
1870. Era el triunfo de la civilización. Los vencedores, arruinados por el altísimo
costo del crimen, quedaban en manos de los banqueros ingleses que habían
financiado la aventura. El imperio esclavista de Pedro II, cuyas tropas se nutrían de
esclavos y presos, ganó, no obstante, territorios, más de sesenta mil kilómetros
cuadrados, y también mano de obra, porque muchos prisioneros paraguayos
marcharon a trabajar en los cafetales paulistas con la marca de hierro de la
esclavitud. La Argentina del presidente Mitre, que había aplastado a sus propios
caudillos federales, se quedó con noventa y cuatro mil kilómetros cuadrados de
tierra paraguaya y otros frutos del botín, según el propio Mitre había anunciado
cuando escribió: «Los prisioneros y demás artículos de guerra nos los dividiremos
en la forma convenida». Uruguay, donde ya los herederos de Artigas habían sido
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 161
muertos o derrotados y la oligarquía mandaba, participó de la guerra como socio
menor y sin recompensas. Algunos de los soldados uruguayos enviados a la
campaña del Paraguay habían subido a los buques con las manos atadas. Los tres
países sufrieron una bancarrota financiera que agudizó su dependencia frente a
Inglaterra. La matanza de Paraguay los signó para siempre1.
Brasil había cumplido con la función que el Imperio británico le había
adjudicado desde los tiempos en que los ingleses trasladaron el trono portugués a
Río de Janeiro. A principios del siglo XIX, habían sido claras las instrucciones de
Canníng al embajador, Lord Strangford: «Hacer del Brasil un emporio para las
manufacturas británicas destinadas al consumo de toda la América del Sur». Poco antes de
lanzarse a la guerra, el presidente de Argentina había inaugurado una nueva línea
de ferrocarriles británicos en su país, y había pronunciado un inflamado discurso:
«¿Cuál es la fuerza que impulsa este progreso? Señores: ¡es el capital inglés!». Del
Paraguay derrotado no sólo desapareció la población: también las tarifas
aduaneras. los hornos de fundición, los ríos clausurados al libre comercio, la
independencia económica v vastas zonas de su territorio. Los vencedores
implantaron, dentro de las fronteras reducidas por el despojo, el librecambio y el
latifundio. Todo fue saqueado y todo fue vendido: las tierras y los bosques, las
minas, los yerbales, los edificios de las escuelas. Sucesivos gobiernos títeres serían
instalados, en Asunción, por las fuerzas extranjeras de ocupación. No bien terminó
la guerra, sobre las ruinas todavía humeantes de Paraguay cayó el primer
empréstito extranjero de su historia. Era británico, por supuesto. Su valor nominal
alcanzaba el millón de libras esterlinas, pero a Paraguay llegó bastante menos de la
mitad; en los años siguientes, las refinanciaciones elevaron la deuda a más de tres
millones. La Guerra del Opio había terminado, en 1842, cuando se firmó en
Nanking el tratado de libre comercio que aseguró a los comerciantes británicos el
derecho de introducir libremente la droga en el territorio chino. También la libertad
de comercio fue garantizada por Paraguay después de la derrota. Se abandonaron
los cultivos de algodón, y Manchester arruinó la producción textil; la industria
nacional no resucitó nunca.
El Partido Colorado, que hoy gobierna a Paraguay, especula alegremente con
la memoria de los héroes, pero ostenta al pie de su acta de fundación la firma de
veintidós traidores al mariscal Solano López, «legionarios» al servicio de las tropas
brasileñas de ocupación. El dictador Alfredo Stroessner, que ha convertido al
Paraguay en un gran campo de concentración desde hace quince años, hizo su
especialización militar en Brasil, y los generales brasileños lo devolvieron a su país
con altas calificaciones y encendidos elogios: «Es digno de gran futuro...» Durante su
reinado, Stroessner desplazó a los intereses anglo-argentinos dominantes en
Paraguay durante las últimas décadas, en beneficio de Brasil y sus dueños
norteamericanos. Desde 1870, Brasil y Argentina, que liberaron a Paraguay para
comérselo a dos bocas, se alternan en el usufructo de los despojos del país
derrotado, pero sufren, a su vez, el imperialismo de la gran potencia de turno.
1 Solano López arde todavia en la memoria. Cuando el Museo Histórico Nacional de Río de Janeiro
anunció, en setiembre de 1969, que inauguraría una vitrina dedicada al presidente paraguayo, los
militares reaccionaron furiosamente. El general Mourão Filho, que había desencadenado el golpe de
Estado de 1964, declaró a la prensa. «Un viento de locura barre al país... Solano López es una figura
que debe ser borrada para siempre de nuestra historia, como paradigma del dictador uniformado
sudamericano. Fue un sanguinario que destruyó al Paraguay, llevándolo a una guerra imposible»)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 162
Paraguay padece, al mismo tiempo, el imperialismo y el subimperialismo. Antes el
Imperio británico constituía el eslabón mayor de la cadena de las dependencias
sucesivas. Actualmente, los Estados Unidos, que no ignoran la importancia
geopolítica de este país enclavado en el centro de América del Sur, mantienen en
suelo paraguayo asesores innumerables que adiestran y orientan a las fuerzas
armadas, cocinan los planes económicos, reestructuran la universidad a su antojo,
inventan un nuevo esquema político democrático para el país y retribuyen con
préstamos onerosos los buenos servicios del régimen1. Pero Paraguay es también
colonia de colonias. Utilizando la reforma agraria como pretexto, el gobierno de
Stroessner derogó, haciéndose el distraído, la disposición legal que prohibía la
venta a extranjeros de tierras en zonas de frontera seca, y hoy hasta los territorios
fiscales han caído en manos de los latifundistas brasileños del café. La onda
invasora atraviesa el río Paraná con la complicidad del presidente, asociado a los
terratenientes que hablan portugués. Llegué a la movediza frontera del nordeste de
Paraguay con billetes que tenían estampado el rostro del vencido mariscal Solano
López, pero allí encontré que sólo tienen valor los que lucen la efigie del victorioso
emperador Pedro II. El resultado de la Guerra de la Triple Alianza cobra,
transcurrido un siglo, ardiente actualidad. Los guardas brasileños exigen pasaporte
a los ciudadanos paraguayos para circular por su propio país; son brasileñas las
banderas y las iglesias. La piratería de tierra abarca también los saltos del Guayrá,
la mayor fuente potencial de energía en toda América Latina, que hoy se llaman, en
portugués, Sete Quedas, y la zona del Itaipú, donde Brasil construirá la mayor
central hidroeléctrica del mundo.
El subimperialismo o imperialismo de segundo grado, se expresa de mil
maneras. Cuando el presidente Johnson decidió sumergir en sangre a los
dominicanos, en 1965, Stroessner envió soldados paraguayos a Santo Domingo,
para que colaboraran en la faena. El batallón se llamó, broma siniestra, «Mariscal
Solano López». Los paraguayos actuaron a las órdenes de un general brasileño,
porque fue Brasil quien recibió los honores de la traición: el general Panasco Alvim
encabezó las tropas latinoamericanas cómplices en la matanza. De la misma
manera, podrían citarse otros ejemplos. Paraguay otorgó a Brasil una concesión
petrolera en su territorio, pero el negocio de la distribución de combustibles y la
petroquímica están, en Brasil, en manos norteamericanas. La Misión Cultural
Brasileña es dueña de la Facultad de Filosofía y Pedagogía de la universidad
paraguaya, pero los norteamericanos manejan ahora a las universidades de Brasil.
El estado mayor del ejército paraguayo no sólo recibe la asesoría de los técnicos del
Pentágono, sino también de generales brasileños que a su vez responden al
Pentágono como el eco a la voz. Por la vía abierta del contrabando, los productos
industriales de Brasil invaden el mercado paraguayo, pero muchas de las fábricas
que los producen en Sáo Paulo son, desde la avalancha desnacionalizadora de estos
últimos años, propiedad de las corporaciones multinacionales.
Stroessner se considera heredero de los López. El Paraguay de hace un siglo
¿puede ser impunemente cotejado con el Paraguay de ahora, emporio del
contrabando en la cuenca del Plata y reino de la corrupción institucionalizada? En
1 Poco antes de las elecciones de principios de 1968, el general Stroessner visitó los Estados Unidos.
«Cuando me entrevisté con el presidente Johnson -declaró a France Presse-, le manifesté que ya hace
doce años que desempeño funciones de primer magistrado por mandato de las urnas. Johnson me
contestó que eso constituía una razón más para continuar ejerciéndola el período venidero.»)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 163
un acto político donde el partido de gobierno reivindicaba a la vez, entre vítores y
aplausos, a uno y otro Paraguay, un muchachito vendía, bandeja al pecho,
cigarrillos de contrabando: la fervorosa concurrencia pitaba nerviosamente Kent,
Marlboro, Camel y Benson & Hedges. En Asunción, la escasa clase media bebe
whisky Ballantine's en vez de tomar caña paraguaya. Uno descubre los últimos
modelos de los más lujosos automóviles fabricados en Estados Unidos o Europa,
traídos al país de contrabando o previo pago de menguados impuestos, al mismo
tiempo que se ven por las calles, carros tirados por bueyes que acarrean lentamente
los frutos al mercado: la tierra se trabaja con arados de madera y los taxímetros son
Impalas 70. Stroessner dice que el contrabando es «el precio de la paz»: los
generales se llenan los bolsillos y no conspiran. La industria, por supuesto, agoniza
antes de crecer. El Estado ni siquiera cumple con el decreto que manda preferir los
productos de las fábricas nacionales en las adquisiciones públicas. Los únicos
triunfos que el gobierno exhibe, orgulloso, en la materia, son las plantas de Coca
Cola, Crush y Pepsi Cola, instaladas desde fines de 1966 como contribución
norteamericana al progreso del pueblo paraguayo.
El Estado manifiesta que solo intervendrá directamente en la creación de
empresas «cuando el sector privado no demuestre interés»1, y el Banco Central
comunica al Fondo Monetario Internacional que «ha decidido implantar un régimen de
mercado libre de cambios y abolir las restricciones al comercio y a las transacciones en
divisas»; un folleto editado por el Ministerio de Industria y Comercio advierte a los
inversores que el país otorga «concesiones especiales para el capital extranjero». Se
exime a las empresas extranjeras del pago de impuestos y de derechos aduaneros,
«para crear un clima propicio para las inversiones». Un año después de instalarse en
Asunción, el National City Bank de Nueva York recupera íntegramente el capital
invertido. La banca extranjera, dueña del ahorro interno, proporciona a Paraguay
créditos externos que acentúan su deformación económica e hipotecan aún más su
soberanía. En el campo, el uno y medio por ciento de los propietarios dispone del
noventa por ciento de las tierras explotadas, y se cultiva menos del dos por ciento
de la superficie total del país. El plan oficial de colonización en el triángulo de
Caaguazú ofrece a los campesinos hambrientos más tumbas que prosperidades2.
La Triple Alianza sigue siendo todo un éxito.
Los hornos de la fundición de Ibycuí, donde se forjaron los cañones que
defendieron a la patria invadida, se erguían en un paraje que ahora se llama «Minacué
» -que en guaraní significa «Fue mina». Allí, entre pantanos y mosquitos, junto a
los restos de un muro derruido, yace todavía la base de la chimenea que los
invasores volaron, hace un siglo, con dinamita, y pueden verse los pedazos de
hierro podrido de las instalaciones deshechas. Viven, en la zona, unos pocos
1 Presidencia de la Nación, Secretaría Técnica de Planificación, Plan nacional de desarrollo económico y
social, Asunción, 1966.)
2 Muchos de los campesinos han optado finalmente por volverse a la región minifundista del centro del
país o han ido camino del nuevo éxodo hacia Brasil, donde sus brazos baratos se ofrecen a los yerbales
de Curitiba y Mato Grosso o a las plantaciones cafetaleras de Paraná. Es desesperada la situación de
los pioneros que se encuentran de cara a la selva, sin la menor orientación técnica y sin ninguna
asistencia crediticia, con tierras concedidas por el gobierno, a las que tendrán que arrancar frutos
suficientes para alimentarse y poder pagarlas -porque si el campesino no paga el precio estipulado, no
recibe el título de propiedad.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 164
campesinos en harapos, que ni siquiera saben cuál fue la guerra que destruyó todo
eso. Sin embargo, ellos dicen que en ciertas noches se escuchan, allí, voces de
máquinas y truenos de martillos, estampidos de cañones y alaridos de soldados.
LOS EMPRÉSTITOS Y LOS FERROCARRILES EN LA DEFORMACIÓN
ECONÓMICA DE AMÉRICA LATINA
El vizconde Chateaubriand, ministro de asuntos extranjeros de Francia bajo el
reinado de Luis XVIII, escribía con despecho y, presumiblemente, con buena base
de información: «En el momento de la emancipación, las colonias españolas se volvieron
una especie de colonias inglesas1. Citaba algunos números. Decía que entre 1822 y 1826
Inglaterra había proporcionado diez empréstitos a las colonias españolas liberadas,
por un valor nominal de cerca de veintiún millones de libras esterlinas, pero que,
una vez deducidos los intereses y las comisiones de los intermediarios, el
desembolso real que había llegado a tierras de Américas penas alcanzaba los siete
millones. Al mismo tiempo, se habían creado en Londres más de cuarenta
sociedades anónimas para explotar los recursos naturales -minas, agricultura- de
América Latina y para instalar empresas de servicios públicos. Los bancos brotaban
como hongos en suelo británico: en un solo año, 1836, se fundaron cuarenta y ocho.
Aparecieron los ferrocarriles ingleses en Panamá, hacia la mitad del siglo, y la
primera línea de tranvías fue inaugurada en 1868 por una empresa británica en la
ciudad brasileña de Recife, mientras la banca de Inglaterra financiaba directamente
a las tesorerías de los gobiernos2. Los bonos públicos latinoamericanos circulaban
activamente, con sus crisis y sus auges, en el mercado financiero inglés. Los
servicios públicos estaban en manos británicas; los nuevos estados nacían
desbordados por los gastos militares y debían hacer frente, además, al déficit de los
pagos externos. El comercio libre implicaba un frenético aumento de las
importaciones, sobre todo de las importaciones de lujo, y para que una minoría
pudiera vivir a la moda los gobiernos contraían empréstitos que a su vez generaban
la necesidad de nuevos empréstitos: los países hipotecaban de antemano su destino,
enajenaban la libertad económica y la soberanía política. El mismo proceso se daba
-y se sigue dando en nuestros días, aunque ahora los acreedores son otros y otros
los mecanismos- en toda América Latina, con la excepción, aniquilada, de
Paraguay. El financiamiento externo se hacía, como la morfina, imprescindible. Se
abrían agujeros para tapar agujeros. El deterioro de los términos comerciales del
intercambio no es tampoco un fenómeno exclusivo de nuestros días: según Celso
Furtado3, los precios de las exportaciones brasileñas entre 1821 y 1830 y entre 1841 y
1850 bajaron casi a la mitad, mientras los precios de las importaciones extranjeras
permanecían estables: las vulnerables economías latinoamericanas compensaban la
caída con empréstitos.
«Las finanzas de estos jóvenes estados -escribe Schnerb- no están saneadas... Se hace
preciso recurrir a la inflación, que produce la depreciación de la moneda, y a los empréstitos
onerosos. La historia de estas repúblicas es, en cierto modo, la de sus obligaciones
1 R. Scalabrini Ortiz, Política británica en el Río de la Plata, Buenos Aires, 1940.)
2 J. Fred Rippy, British Investments in Latiu America (1822-1949), Minneapolis, 1959.)
3 Celso Furtado, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 165
económicas contraídas con el absorbente mundo de las finanzas europeas»1 .
Las bancarrotas, las suspensiones de pagos y las refinanciaciones desesperadas
eran, en efecto, frecuentes. Las libras esterlinas se escurrían como el agua por entre
los dedos de la mano. Del empréstito de un millón de libras concertado por el
gobierno de Buenos Aires, en 1824, ante la casa Baring Brothers, la Argentina
recibió nada más que 570 mil, pero no en oro, como rezaba el convenio, sino en
papeles. El préstamo consistió en el envío de órdenes de pago para los comerciantes
ingleses radicados en Buenos Aires, y ellos no disponían de oro para entregarlo al
país porque su misión consistía, justamente, en enviar a Londres cuanto metal
precioso les pasara cerca de los ojos. Se cobraron, pues, letras, pero hubo que pagar,
eso sí, oro reluciente: casi a principios de nuestro siglo, Argentina canceló esta
deuda, que se había hinchado, a lo largo de las sucesivas refinanciaciones, hasta los
cuatro millones de libras2. La provincia de Buenos Aires había quedado hipotecada
en su totalidad -todas sus rentas, todas sus tierras públicas- en garantía del pago.
Decía el ministro de Hacienda, en la época en que se contrató el empréstito: «No
estamos en circunstancias de tomar medidas contra el comercio extranjero, particularmente
inglés, porque hallándonos empeñados en grandes deudas con aquella nación, nos
exponemos a un rompimiento que causaría grandes males... » La utilización de la deuda
como un instrumento de chantaje no es, como se ve, una invención norteamericana
reciente.
Las operaciones agiotistas encarcelaban a los países libres. A mediados del
siglo XIX, el servicio de la deuda externa absorbía ya casi el cuarenta por ciento del
presupuesto de Brasil, y el panorama resultaba semejante por todas partes. Los
ferrocarriles también formaban parte decisiva de la jaula de hierro de la
dependencia: extendieron la influencia imperialista, ya en plena época del
capitalismo de los monopolios, hasta las retaguardias de las economías coloniales.
Muchos de los empréstitos se destinaban a financiar ferrocarriles para facilitar el
embarque al exterior de los minerales y los alimentos. Las vías férreas no
constituían una red destinada a unir a las diversas regiones interiores entre sí, sino
que conectaban los centros de producción con los puertos. El diseño coincide
todavía con los dedos de una mano abierta: de esta manera, los ferrocarriles, tantas
veces saludados como adalides del progreso, impedían la formación y el desarrollo
del mercado interno. También lo hacían de otras maneras, sobre todo por medio de
una política de tarifas puesta al servicio de la hegemonía británica. Los fletes de los
productos elaborados en el interior argentino resultaban, por ejemplo, mucho más
caros que los fletes de los productos enviados en bruto. Las tarifas ferroviarias se
descargaban como una maldición que hacía imposible fabricar cigarrillos en las
comarcas del tabaco, hilar y tejer en los centros laneros, o elaborar las maderas en
las zonas boscosas3.
El ferrocarril argentino desarrolló, es cierto, la industria forestal
en Santiago del Estero, pero con tales consecuencias que un autor santiagueño llega
a decir: «Ojalá Santiago no hubiera tenido nunca un árbol»4. Los durmientes de las vías
se hacían de madera y el carbón vegetal servía de combustible; el obraje maderero,
creado por el ferrocarril, desintegró los núcleos rurales de población, destruyó la
1 Robert Schnerb, Le XIX, siécle. L'apogée de 1'expansion européenne (1815-1914), tomo VI de la historia
general de las civilizaciones dirigida por Maurice Crouzet, París, 1968.)
2 R. Scalabrini Ortiz, op. cit.)
3 (lbid.)
4 J. Eduardo Retondo, El bosque y la industria forestal en Santiago del Estero, Santiago del Estero, 1962.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 166
agricultura y la ganadería al arrasar las pasturas y los bosques de abrigo, esclavizó
en la selva a varias generaciones de santiagueños y provocó la despoblación. El
éxodo en masa no ha cesado, y hoy Santiago del Estero es una de las provincias
más pobres de Argentina. La utilización del petróleo como combustible ferroviario
sumergió a la región en una honda crisis.
No fueron capitales ingleses los que tendieron las primeras vias en Argentina,
Brasil, Chile, Guatemala, México y Uruguay. Tampoco en Paraguay, como hemos
visto, pero los ferrocarriles construidos por el Estado paraguayo con el aporte de
técnicos europeos por él contratados pasaron a manos inglesas después de la
derrota. Idéntico destino tuvieron las vías férreas y los trenes de los demás países,
sin que se produjera el desembolso de un solo centavo de inversión nueva; por
añadidura, el Estado se preocupó de asegurar a las empresas, por contrato, un nivel
mínimo de ganancias, para evitarles posibles sorpresas desagradables.
Muchas décadas después, al término de la segunda guerra mundial, cuando ya
los ferrocarriles no rendían dividendos y habían caído en relativo desuso, la
administración pública los recuperó. Casi todos los estados compraron a los
ingleses los fierros viejos y nacionalizaron, así, las pérdidas de las empresas.
En la época del auge ferroviario, las empresas británicas habían obtenido, a
menudo, considerables concesiones de tierras a cada lado de las vías, además de las
propias líneas férreas y el derecho de construir nuevos ramales. Las tierras
constituían un estupendo negocio adicional: el fabuloso regalo otorgado en 1911 a
la Brazil Railway determinó el incendio de innumerables cabañas y la expulsión o
la muerte de las familias campesinas asentadas en el área de la concesión. Este fue
el gatillo que disparó la rebelión del Contestado, una de las más intensas páginas de
furia popular de toda la historia de Brasil.
PROTECCIONISMO Y LIBRECAMBIO EN ESTADOS UNIDOS:
EL ÉXITO NO FUE LA OBRA DE UNA MANO INVISIBLE
En 1865, mientras la Triple Alianza anunciaba la próxima destrucción de
Paraguay, el general Ulysses Grant celebraba, en Appomatox, la rendición del
general Robert Lee. La Guerra de Secesión concluía con la victoria de los centros
industriales del norte, proteccionistas a carta cabal, sobre los plantadores
librecambistas de algodón y tabaco en el sur. La guerra que sellaría el destino colonial
de América Latina nacía al mismo tiempo que concluía la guerra que hizo posible la
consolidación de los Estados Unidos como potencial mundial. Convertido poco después
en presidente de los Estados Unidos; Grant afirmó: «Durante siglos Inglaterra ha
confiado en la protección, la ha llevado hasta sus extremos y ha obtenido de ello resultados
satisfactorios. No cabe duda que debe su fuerza presente a este sistema. Después de dos
siglos, Inglaterra ha encontrado conveniente adoptar el comercio libre porque piensa que ya
la protección no puede ofrecerle nada. Muy bien, entonces, caballeros, mi conocimiento de
mi país me conduce a creer que dentro de doscientos años, cuando América haya obtenido de
la protección todo lo que la protección puede ofrecer, adoptará también el libre comercio»1.
1 Citado por André Gunder Frank, Capitalism and Lrnderdevelopment in Latin America, Nueva York,
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 167
Dos siglos y medio antes, el adolescente capitalismo inglés había trasladado, a
las colonias del norte de América, sus hombres, sus capitales, sus formas de vida y
sus impulsos y proyectos. Las trece colonias, válvulas de salida para la población
europea excedente, aprovecharon rápidamente el handicap que les daba la pobreza
de su suelo y su subsuelo, y generaron, desde temprano, una conciencia
industrializadora que la metrópoli dejó crecer sin mayores problemas. En 1631, los
recién llegados colonos de Boston echaron al mar una balandra de treinta
toneladas, Blessing of the Bay, construida por ellos, y desde entonces la industria
naviera cobró un asombroso impulso. El roble blanco, abundante en los bosques,
daba buena madera para las planchas profundas y las armazones interiores de los
barcos; de pino se hacían la cubierta, los baupreses y los mástiles. Massachusetts
otorgaba subvenciones a la producción del cáñamo para los cordeles y las sogas y
también estimulaba la fabricación local de las lonas y los velámenes. Al norte y al
sur de Boston, los prósperos astilleros cubrieron las costas. Los gobiernos de las
colonias otorgaban subvenciones y premios a las manufacturas de todo tipo. Se
promovía, con incentivos, el cultivo del lino y la producción de lana, materias
primas para los tejidos de hilo crudo que, si bien no resultaban demasiado
elegantes, eran resistentes y eran nacionales. Para explotar los yacimientos de hierro
de Lyn, surgió el primer horno de fundición en 1643; al poco tiempo, ya
Massachusetts abastecía de hierro a toda la región. Como los estímulos a la
producción textil no parecían suficientes, esta colonia optó por la coacción: en 1655,
dictó una ley que ordenaba que cada familia tuviese, bajo la amenaza de penas
graves, por lo menos un hilandero en continua e intensa actividad. Cada condado
de Vírginia estaba obligado, en esa misma época, a seleccionar niños para
instruirlos en la manufactura textil. Al mismo tiempo, se prohibía la exportación de
los cueros, para que se convirtieran, fronteras adentro, en botas, correas y
monturas.
«Las desventajas con que tiene que luchar la industria colonial proceden de cualquier
parte menos de la política colonial inglesa», dice Kirkland1. Por el contrario, las
dificultades de comunicación hacían que la legislación prohibitiva perdiera casi
toda su fuerza a tres mil millas de distancia, y favorecían la tendencia al
autoabastecimiento. Las colonias del norte no enviaban a Inglaterra plata ni oro ni
azúcar, y en cambio sus necesidades de consumo provocaban un exceso de
importaciones que era preciso contrarrestar de alguna manera. No eran intensas las
relaciones comerciales a través del mar; resultaba imprescindible desarrollar las
manufacturas locales para sobrevivir. En el siglo XVIII, Inglaterra prestaba todavía
tan escasa atención a sus colonias del norte, que no impedía que se transfirieran a
sus talleres las técnicas metropolitanas más avanzadas, en un proceso real que
desmentía las prohibiciones de papel del pacto colonial. Este no era el caso, por cierto,
de las colonias latinoamericanas, que proporcionaban el aire, el agua y la sal al capitalismo
ascendente en Europa, y podían nutrir con largueza el consumo lujoso de sus clases
dominantes importando desde ultramar las manufacturas más finas y más caras. Las únicas
actividades expansivas eran, en América Latina, las que se orientaban a la exportación; y así
fue también en los siglos siguientes: los intereses económicas y políticos de la burguesía
minera o terrateniente no coincidían nunca con la necesidad de un desarrollo económico
hacia dentro, y los comerciantes no estaban ligados al Nuevo Mundo en mayor medida que a
los mercados extranjeros de los metales y alimentos que vendían y a las fuentes extranjeras
1967.)
1 Edward C. Kirkland, Historia económica de Estados Unidos. México, 1441.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 168
de los artículos manufacturados que compraban.
Cuando declaró su independencia, la población norteamericana equivalía, en
cantidad, a la de Brasil. La metrópoli portuguesa, tan subdesarrollada como la
española, exportaba su subdesarrollo a la colonia. La economía brasileña había sido
instrumentalizada en provecho de Inglaterra, para abastecer sus necesidades de oro
todo a lo largo del siglo XVIII. La estructura de clases de la colonia reflejaba esta
función proveedora. La clase dominante de Brasil no estaba formada, a diferencia
de la de los Estados Unidos, por los granjeros, los fabricantes emprendedores y los
comerciantes internos. Los principales intérpretes de los ideales de las clases
dominantes en ambos países, Alexander Hamilton y el Vizconde de Cairú,
expresan claramente la diferencia entre una y otra1. Ambos habían sido discípulos,
en Inglaterra, de Adam Smith. Sin embargo, mientras Hamilton se había
transformado en un paladín de la industrialización y promovía el estímulo y la
protección del Estado a la manufactura nacional, Cairú creía en la mano invisible
que opera en la magia del liberalismo: dejad hacer, dejad pasar, dejad vender.
Mientras moría el siglo xviii los Estados Unidos contaban ya con la segunda
flota mercante del mundo, íntegramente formada con barcos construidos en los
astilleros nacionales, y las fábricas textiles y siderúrgicas estaban en pleno y pujante
crecimiento. Poco tiempo después nació la industria de maquinarias: las fábricas no
necesitaban comprar en el extranjero sus bienes de capital. Los fervorosos puritanos
del Mayflower habían echado, en las campiñas de Nueva Inglaterra, las bases de una
nación; sobre el litoral de bahías profundas, a lo largo de los grandes estuarios, una
burguesía industrial había prosperado sin detenerse. El tráfico comercial con las
Antillas, que incluía la venta de esclavos africanos, desempeñó, como hemos visto
en otro capítulo, una función capital en este sentido, pero la hazaña norteamericana
no tendría explicación si no hubiera sido animada, desde el principio, por el más
ardiente de los nacionalismos. George Washington lo había aconsejado en su
mensaje de adiós: los Estados Unidos debían seguir una ruta solitaria2 Emerson
proclamaba en 1837: «Hemos escuchado durante demasiado tiempo a las musas
refinadas de Europa. Nosotros marcharemos sobre nuestros propios pies,
trabajaremos con nuestras propias manos, hablaremos según nuestras propias
convicciones»3 .
Los fondos públicos ampliaban las dimensiones del mercado interno. El Estado
tendía caminos y vías férreas, construía puentes y canales4. A mediados de siglo, el
estado de Pennsylvania participaba en la gestión de más de ciento cincuenta
empresas de economía mixta, además de administrar los cien millones de dólares
invertidos en las empresas públicas. Las operaciones militares de conquista, que
1 Celso Furtado, op. cit.)
2 Claude Folilen, L'Amérique anglo-saxonne de 1815 à nos jours, París, 1965.)
3 Robert Schnerb, op. cit.).
4 «El capital del Estado asume el riesgo inicial... La ayuda oficial a los ferrocarriles no solamente facilita
la reunión de capitales, sino que además reduce los costos de construcción. En algunos casos, entre
otros para las líneas marginales, los fondos públicos hicíeron posible la construcción de ferrocarriles
que no hubieran podido nacer de otra manera. En otro número de casos aún más importante,
aceleraron la realización de proyectos que la utilización de capitales privados hubiera ciertamente
demorado.» (Harry H. Pierce, Radroads of New York, A Study of Government Aid, 1826-1875,
Cambridge, Massachusetts, 1953.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 169
arrebataron a México más de la mitad de su superficíe, también contribuyeron en
gran medida al progreso del país. El Estado no participaba del desarrollo solamente
a través de las inversiones de capital y los gastos militares orientados a la
expansión; en el norte, había empezado a aplicar, además, un celoso proteccionismo
aduanero. Los terratenientes del sur eran, al contrario, librecambistas. La
producción de algodón se duplicaba cada diez años, y si bien proporcionaba
grandes ingresos comerciales a la nación entera y alimentaba los telares modernos
de Massachusetts, dependía sobre todo de los mercados europeos. La aristocracia
sureña estaba vinculada en primer término al mercado mundial, al estilo
latinoamericano; del trabajo de sus esclavos provenía el ochenta por ciento del
algodón que usaban las hilanderías europeas. Cuando el norte sumó la abolición de
la esclavitud al proteccionismo industrial, la contradicción hizo eclosión en la
guerra. El norte y el sur enfrentaban dos mundos en verdad opuestos, dos tiempos
históricos diferentes, dos antagónicas concepciones del destino nacional. El siglo XX
ganó esta guerra al siglo XIX:
Que todo hombre libre cante...
El viejo Rey Algodón está muerto y enterrado,
clamaba un poeta del ejército victorioso1 . A partir de la derrota del general Lee,
adquirieron un valor sagrado los aranceles aduaneros, que se habían elevado
durante el conflicto como un medio para conseguir recursos y quedaron en pie para
proteger a la industria vencedora. En 1890, el Congreso votó la llamada tarifa
McKinley, ultraproteccionista, y la ley Dingley elevó nuevamente los derechos de
aduana en 1897. Poco después, los países desarrollados de Europa se vieron a su
vez obligados a tender barreras aduaneras ante la irrupción de las manufacturas
norteamericanas peligrosamente competitivas. La palabra trust había sido
pronunciada por primera vez en 1882; el petróleo, el acero, los alimentos, los
ferrocarriles y el tabaco estaban en manos de los monopolios, que avanzaban con
botas de siete leguas2.
Antes de la Guerra de Secesión, el general Grant había participado en el
despojo de México. Después de la Guerra de Secesión, el general Grant fue un
presidente con ideas proteccionistas. Todo formaba parte del mismo proceso de
afirmación nacional. La industria del norte conducía la historia y, ya dueña del
poder político, cuidaba desde el Estado la buena salud de sus intereses dominantes.
La frontera agrícola volaba hacia el oeste y hacia el sur, a costa de los indios y los
mexicanos, pero a su paso no iba extendiendo latifundios, sino que sembraba de
pequeños propietarios los nuevos espacios abiertos. La tierra de promisión no sólo
1 Claude Fohlen, pp. cit.)
2 El sur se convirtió en una colonia interna de los capitalistas del norte. Después de la guerra, la
propaganda por la construcción de hilanderías en las dos Carolinas, Georgia y Alabama, cobró el
carácter de una cruzada. Pero éste no era el triunfo de una causa moral, las nuevas industrias no
nacían por puro humanitarismo: el sur ofrecía mano de obra menos cara, energía más barata y
benefícios altísimos, que a veces llegaban al 75 por 100. los capitales venían del norte para atar al sur al
centro de gravedad del sistema. La industria del tabaco, concentrada en Carolina del Norte, estaba
bajo la dependencia directa del trust Duke, mudado a Nueva jersey para aprovechar una legislación
más favorable; la Tennessee Coal and Iron Co., que explotaba el hierro y el carbón de Alabama, pasó
en 1907 al control de la U. S. Steel, que desde entonces dispuso de los precios y eliminó así la
competencia molesta. A principios de siglo, el íngreso per capita del sur se había reducido a la mitad
en relación con el nivel anterior a la guerra. (C. Vann Woodward, Origins of the New South, 1879-1913,
en A History of the South, varios autores, Baton Rouge, 1948.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 170
atraía a los campesinos europeos; los maestros artesanos de los oficios más diversos
y los obreros especializados en mecánica, metalurgia y siderurgia, también llegaron
desde Europa para fecundar la intensa industrialización norteamericana. A fines
del siglo pasado, los Estados Unidos eran ya la primera potencia industrial del
planeta; en treinta años, desde la guerra civil, las fábricas habían multiplicado por
siete su capacidad de producción. El volumen norteamericano de carbón equivalía
ya al de Inglaterra, y el de acero lo duplicaba; las vías férreas eran nueve veces más
extensas. El centro del universo capitalista empezaba a cambiar de sitio.
Como Inglaterra, Estados Unidos también exportará, a partir de la segunda
guerra mundial, la doctrina del libre cambio, el comercio libre y la libre
competencia, pero para el consumo ajeno. El Fondo Monetario Internacional y el
Banco Mundial nacerán juntos para negar, a los países subdesarrollados, el derecho
de proteger sus industrias nacionales, y para desalentar en ellos la acción del
Estado. Se atribuirán propiedades curativas infalibles a la iniciativa privada. Sin
embargo, los Estados Unidos no abandonarán una política económica que continúa
siendo, en la actualidad, rigurosamente proteccionista, y que por cierto presta buen
oído a las voces de la propia historia: en el norte, nunca confundieron la
enfermedad con el remedio.
LA ESTRUCTURA CONTEMPORANEA DEL DESPOJO
UN TALISMÁN VACÍO DE PODERES
Cuando Lenin escribió, en la primavera de 1916, su libro sobre el
imperialismo, el capital norteamericano abarcaba menos de la quinta parte del total
de las inversiones privadas directas, de origen extranjero, en América Latina. En
1970, abarca cerca de las tres cuartas partes. El imperialismo que Lenin conoció -la
rapacidad de los centros industriales a la búsqueda de mercados mundiales para la
exportación de sus mercancías; la fiebre por la captura de todas las fuentes posibles
de materias primas; el saqueo del hierro, el carbón, el petróleo; los ferrocarriles
artículando el dominio de las áreas sometidas; los empréstitos voraces de los
monopolios financieros; las expediciones militares y las guerras de conquista -era
un imperialismo que regaba con sal los lugares donde una colonia o semicolonia
hubiera osado levantar una fábrica propia. La industrializacion, privilegio de las
metrópolis, resultaba, para los países pobres, incompatible con el sistema de
dominio impuesto por los países ricos. A partir de la segunda guerra mundial se
consolida en América Latina el repliegue de los intereses europeos, en beneficio del
arrollador avance de las inversiones norteamericanas. Y se asiste, desde entonces, a
un cambio importante en el destino de las inversiones. Paso a paso, año tras año,
van perdiendo importancia relativa los capitales aplicados a los servicios públicos y
a la minería, en tanto aumenta la proporción de las inversiones en petróleo y, sobre
todo, en la industria manufacturera. Actualmente, de cada tres dólares invertidos
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 171
en América Latina, uno cotresponde a la industria.1
A cambio de inversiones insignificantes, las filiales de las grandes
corporaciones saltan de un solo brinco las barreras aduaneras latinoamericanas,
paradójicamente alzadas contra la competencia extranjera, y se apoderan de los
procesos internos de industrialización. Exportan fábricas o, frecuentemente,
acorralan y devoran a las fábricas nacionales ya existentes. Cuentan, para ello, con
la ayuda entusiasta de la mayoría de los gobiernos locales y con la capacidad de
extorsión que ponen a su servicio los organismos internacionales de crédito. El
capital imperialista captura los mercados por dentro, haciendo suyos los sectores
claves de la industria local: conquista o construye las fortalezas decisivas, desde las
cuales domina al resto.
La OEA describe así el proceso: «Las empresas latinoamericanas van teniendo un
predominio sobre las industrias y tecnologías ya establecidas y de menor sofisticación,
mientras la inversión privada norteamericana, y probablemente también la proveniente de
otros países industrializados, va aumentando rápidamente su participación en ciertas
industrias dinámicas que requieren un grado de avance tecnológico relativamente alto y que
son más importantes en la determinación del curso del desarrollo económico»2. Así, el
dinamismo de las fábricas norteamericanas al sur del río Bravo resulta mucho más
intenso que el de la industria latinoamericana en general. Son elocuentes los ritmos
de los tres países mayores: para un índice 100 en 1961, el producto industrial en
Argentina pasó a ser de 112,5 en 1965, y en el mismo período las ventas de las
empresas filiales de los Estados tinidos subieron a 166,3. Para Brasil, las cifras
respectivas son de 109,2 y 120; para México, de 142,2 y 186,83 .
El interés de las corporaciones imperialistas por apropiarse del crecimiento
industrial latinoamericano y capitalizarlo en su beneficio no implica, desde luego,
un desinterés por todas las otras formas tradicionales de explotación. Es verdad
que el ferrocarril de la United Fruit Co., en Guatemala, ya no era rentable, y que la
Electric Bond and Share y la International Telephone and Telegraph Corporation
realizaron espléndidos negocios cuando fueron nacionalizadas en Brasil, con
indemnizaciones de oro puro a cambio de sus instalaciones oxidadas y sus
maquinarías de museo. Pero el abandono de los servicios públicos a cambio de
actividades más lucrativas nada tiene que ver con el abandono de las materias
primas. ¿Qué suerte correría el Imperio sin el petróleo y los minerales de América
Latina? Pese al descenso relativo de las inversiones en minas, la economía
norteamericana no puede prescindir, como hemos visto en otro capítulo, de los
abastecimientos vitales y las jugosas ganancias. que le llegan desde el sur. Por lo
demás, las inversiones que convierten a las fábricas latinoamericanas en meras
piezas del engranaje mundial de las corporaciones gigantes no alteran en absoluto
1 Hace cuarenta años, la inversión norteamericana en industrias de transformación sólo representaba el
6 por 100 del valor total de los capitales de Estados Unidos en América Latina. En 1960, la proporción
rozaba ya el 20 por 100, y luego continuó ascendiendo hasta cerca de la tercera parte del total.
Naciones Unidas, CEPAL, El financiamiento externo de América Latina, Nueva York-Santiago de Chile,
1964, y Estudio económico de América Latina de 1967, 1968 y 1969)
2 Secretaría General de la Organización de Estados Americanos, El financiamiento externo para el desarrollo
de la América Latina, Washington, 1969. Documento de distribución limitada; sextas reuniones anuales
del CIES.)
3 Datos del Departamento de Comercio de los Estados Unidos y del Comité Interamericano de la
Alianza para el Progreso. Secretaría General de la OEA, op. Cit).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 172
la división internacional del trabajo. No sufre la menor modificación el sistema de
vasos comunicantes por donde circulan los capitales y las mercancías entre los
países pobres y los países ricos. América Latina continúa exportando su
desocupación y su miseria: las materias primas que el mercado mundial necesita y
de cuya venta depende la economía de la región y ciertos productos industriales
elaborados, con mano de obra barata, por filiales de las corporaciones
multinacionales. El intercambio desigual funciona como siempre: los salarios de
hambre de América Latina contribuyen a financiar los altos salarios de Estados
Unidos y de Europa.
No faltan políticos y tecnócratas dispuestos a demostrar que la invasión del
capital extranjero “industrializador” beneficia las áreas donde irrumpe. A diferencia
del antiguo, este imperialismo de nuevo signo implicaría una acción en verdad
civilizadora, una bendición para los paises dominados, de modo que por primera
vez la letra de las declaraciones de amor de la potencia dominante de turno
coincidiría con sus intenciones reales. Ya las conciencias culpables no necesitarían
coartadas, puesto que no serían culpables: el imperialismo actual irradiaría
tecnología y progreso, y hasta resultaría de mal gusto utilízar esta vieja y odiosa
palabra para definirlo. Cada vez que el imperialismo se pone a exaltar sus propias
virtudes, conviene, sin embargo revisarse los bolsillos. Y comprobar que este nuevo
modelo de imperialismo no hace más prósperas a sus colonias aunque enriquezca a
sus polos de desarrollo; no alivia las tensiones sociales regionales, sino que las
agudiza; extiende aún más la pobreza y concentra aún más la riqueza: paga salarios
veinte veces menores que en Detroit y cobra precios tres veces mayores que en
Nueva York; se hace dueño del mercado interno y de los resortes claves del aparato
productivo; se apropia del progreso, decide su rumbo y le fija fronteras; dispone
del crédito nacional y orienta a su antojo el comercio exterior; no sólo
desnacionaliza la industria, sino también las ganancias que la industria produce;
impulsa el desperdicio de recursos al desviar la parte sustancial del excedente
económico hacia afuera; no aporta capitales al desarrollo sino que los sustrae. La
CEPAL ha indicado que la hemorragia (el desborde. N del recopilador) de los
beneficios de las inversiones directas de los Estados Unidos en América Latina ha
sido cinco veces mayor, en estos últimos años, que la transfusión de inversiones
nuevas. Para que las empresas puedan llevarse sus ganancias, los países se
hipotecan endeudándose con la banca extranjera y con los organismos
internacionales de crédito, con lo que multiplican el caudal de las próximas
sangrías. La inversión industrial opera, en este sentido, con las mismas
consecuencias que la inversión «tradicional».
En el marco de acero de un capitalismo mundial integrado en torno a las
grandes corporaciones norteamericanas, la industrialización de América Latina se
identifica cada vez menos con el progreso y con la liberación nacional. El talismán
fue despojado de poderes en las decisivas derrotas del siglo pasado, cuando los puertos
triunfaron sobre los países y la libertad de comercio arrasó a la industria nacional recién
nacida. El siglo XX no engendró una burguesía industrial fuerte y creadora que fuera capaz
de reemprender la tarea y llevarla hasta sus últimas consecuencias. Todas las tentativas se
quedaron a mitad del camino. A la burguesía industrial de América Latina le ocurrió lo
mismo que a los enanos: llegó a la decrepitud sin haber crecido. Nuestros burgueses son,
hoy día, comisionistas o funcionarios de las corporaciones extranjeras
todopoderosas. En honor a la verdad, nunca habían hecho méritos para merecer
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 173
otro destino.
SON LOS CENTINELAS QUIENES ABREN LAS PUERTAS:
LA ESTERILIDAD CULPABLE DE LA BURGUESÍA NACIONAL
La actual estructura de la industria en Argentina, Brasil y México -los tres
grandes polos de desarrollo en América Latina- exhibe ya las deformaciones
características de un desarrollo reflejo. En los demás paises, más débiles, la
satelización de la industria se ha operado, salvo alguna excepción, sin mayores
dificultades. No es, por cierto, un capitalismo competitivo el que hoy exporta
fábricas además de mercancías y capitales, penetra y lo acapara todo: ésta es la
integración industrial consolidada, en escala internacional, por el capitalismo en la
edad de las grandes corporaciones multinacionales, monopolios de dimensiones
infinitas que abarcan las actividades más diversas en los más diversos rincones del
globo terráqueo1. Los capitales norteamericanos se concentran, en América Latina,
más agudamente que en los propios Estados Unidos; un puñado de empresas
controla la inmensa mayoría de las inversiones. Para ellas, la nación no es una tarea a
emprender, ni una bandera a defender, ni un destino a conquistar: la nación es nada más
que un obstáculo a saltar, porque a veces la soberanía incomoda, y una jugosa fruta a
devorar.
Para las clases dominantes dentro de cada país, ¿constituye la nación, por el
contrario, una misión a cumplir? El gran galope del capital imperialista ha
encontrado a la industria local sin defensas y sin conciencia de su papel histórico.
La burguesía se ha asociado a la invasión extranjera sin derramar lágrimas ni
sangre, en cuanto al Estado, su influencia sobre la economía latinoamericana, que
viene debilitándose desde hace un par de décadas, se ha reducido al mínimo
gracias a los buenos oficios del Fondo Monetario Internacional. Las corporaciones
norteamericanas entraron en Europa a paso de conquistadores y se apoderaron del
desarrollo del viejo continente a tal punto que pronto, se anuncia, la industria
norteamericana allí instalada será la tercera potencia industrial del planeta, después
de Estados Unidos y de la Unión Soviética2. Si la burguesía europea, con toda su
tradición y su pujanza, no ha podido oponer diques a la marea, ¿cabía esperar que
la burguesía latinoamericana encabezara, a esta altura de la historia, la imposible
aventura de un desarrollo capitalista independiente? Por el contrario, en América
Latina el proceso de desnacionalizacíón ha resultado mucho más fulminante y
barato y ha tenido consecuencias incomparablemente peores.
El crecimiento fabril de América Latina había sido alumbrado, en nuestro
siglo, desde fuera. No fue generado por una política planificada hacia el desarrollo
nacional, ni coronó la maduración de las fuerzas productivas, ni resultó del
estallido de los conflictos internos, ya «superados», entre los terratenientes y un
artesanato nacional que había muerto a poco de nacer. La industria latinoamericana
1 Paul A. Baran y Paul M. 5weezy, El capital monopolista, México, 1971)
2 J. J. Servan-Schreiber, El desafío americano, Santiago de Chile, 1968.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 174
nació del vientre mismo del sistema agroexportador, para dar respuesta al agudo
desequilibrio provocado por la caída del comercio exterior. En efecto, las dos
guerras mundiales y, sobre todo, la honda depresíón que el capitalismo sufrió a
partir de la explosión del viernes negro de octubre de 1929, provocaron una
violenta reducción de las exportaciones de la región y, en consecuencia, hicieron
caer, también de golpe, la capacidad de importar. Los precios internos de los
artículos industriales extranjeros, súbitamente escasos, subieron verticalmente. No
surgió, entonces, una clase industrial libre de la dependencia tradicional: el gran
impulso manufacturero provino del capital acumulado en manos de los
terratenientes y los importadores. Fueron los grandes ganaderos quienes
impusieron el control de cambios en la Argentina; el presidente de la Sociedad
Rural, convertido en ministro de Agricultura, declaraba en 1933: «El aislamiento en
que nos ha colocado un mundo dislocado nos obliga a fabricar en el país lo que ya no
podemos adquirir en los países que no nos compran»1. Los fazendeiros del café volcaron
a la industrialización de São Paulo buena parte de sus capitales acumulados en el
comercio exterior: «A diferencia de la industrialización en los países hoy
desarrollados -diagnostica un documento de gobierno--2, el proceso de la
industrialización brasileña no se dio paulatinamente, inserto dentro de un proceso
de transformación económica general. Antes bien, fue un Fenómeno rápido e
intenso, que se superpuso a la estructura económico-social preexistente, sin
modificarla por entero, dando origen a profundas diferencias sectoriales y
regionales que caracterizan a la sociedad brasileña.»
La nueva industria se atrincheró de entrada tras las barreras aduaneras que los
gobiernos levantaron para protegerla, y creció gracias a las medidas que el Estado
adoptó para restringir y controlar las importaciones, fijar tasas especiales de
cambio, evitar impuestos, comprar o financiar los excedentes de producción, tender
caminos para hacer posible el transporte de las materias primas y las mercancías y
crear o ampliar las fuentes de energía. Los gobiernos de Getulio Vargas (1930-45 y
1951-54), Lázaro Cárdenas (1934-40) y Juan Domingo Perón (1946-55), de signo
nacionalista y amplia proyección popular, expresaron en Brasil, México y Argentina
la necesidad de despegue, desarrollo o consolidación, según cada caso y cada
período, de la industria nacional. En realidad, el «espíritu de empresa», que define
una serie de rasgos característicos de la burguesía industrial en los países
capitalistas desarrollados, fue; en América Latina, una característica del Estado,
sobre todo en estos periodos de impulso decisivo. El Estado ocupó el lugar de una
clase social cuya aparición la historia reclamaba sin mucho éxito: encarnó a la
nación e impuso el acceso político y económico de las masas populares a los
beneficios de la industrialización. En esta matriz, obra de los caudillos populistas,
no se incubó una burguesía industrial esencialmente diferenciada del conjunto de
las clases hasta entonces dominantes. Perón desató, por ejemplo, el pánico de la
Unión Industrial, cuyos dirigentes veían, no sin razón, que el fantasma de las
montoneras provincianas reaparecía en la rebelión del proletariado de los
suburbios de Buenos Aires. Las fuerzas de la coalición conservadora recibieron,
antes de que Perón las derrotara en las elecciones de febrero del 46, un famoso
cheque del líder de los industriales; a la hora de la caída del régimen, diez años
1 Citado por Alfredo Parera Dtnnis, Naturaleza de las relaciones entre las clases dominantes argentinas
y las metrópolis, en Fichas de investigación económica y social, Buenos Aires, diciembre de 1964.)
2 Ministério do Planejamento e Coordenarão Geral, A. industrialização brasileira: diagnóstico e
perspectivas, Río de laneiro, 1959.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 175
después, los dueños de las fábricas más importantes volvieron a confirmar que no
eran fundamentales sus contradicciones con la oligarquía de la que, mal que bien,
formaban parte. En 1956, la Unión Industrial, la Sociedad Rural y la Bolsa de
Comercio concertaron un frente común en defensa de la libertad de asociación, la
libre empresa, la libertad de comercio y la libre contratación del personal1. En
Brasil, un importante sector de la burguesía fabril estrechó filas con las fuerzas que
empujaron a Vargas al suicidio. La experiencia mexicana tuvo, en este sentido,
características excepcionales, y por cierto prometía mucho más de lo que finalmente
aportó al proceso de cambio en América Latina. El ciclo nacionalista de Lázaro
Cárdenas fue el único que rompió lanzas contra los terratenientes llevando adelante
la reforma agraria que ya agitaba al país desde 1910; en los demás países, y no sólo
en Argentina y Brasil, los gobiernos industrializadores dejaron intacta la estructura
latifundista, que continuó estrangulando el desarrollo del mercado interno y de la
producción agropecuaria2'
Por lo general, la industria aterrizó como un avión, sin modificar el aeropuerto
en sus estructuras básicas: condicionada por la demanda de un mercado interno
previamente existente, sirvió a sus necesidades de consumo y no llegó a ampliarlo
en la honda y extensa medida que los grandes cambios de estructura, de haber
ocurrido, hubieran hecho posible. De la misma manera, el desarrollo industrial fue
obligado a un aumento de las importaciones de maquinarias, repuestos,
combustibles y productos intermedios3, pero las exportaciones, fuente de las
divisas, no podían dar respuesta a este desafío porque provenían de un campo
condenado, por sus dueños, al atraso. Bajo el gobierno de Perón, el Estado
argentino llegó a monopolizar la exportación de granos; en cambio, no arañó
siquiera el régimen de propiedad de la tierra, ni nacionalizó a los grandes
frigoríficos norteamericanos y británicos ni a los exportadores de la lana4. Resultó
débil el impulso oficial a la industria pesada, y el Estado no advirtió a tiempo que si
no daba nacimiento a una tecnología propia, su política nacionalista se echaría a
volar con las alas cortadas. Ya en 1953, Perón, que había llegado al poder
enfrentando directamente al embajador de los Estados Unidos, recibía con elogios
la visita de Milton Eisenhower y pedía la cooperación del capital extranjero para
impulsar las industrias dinámicas5. La necesidad de <asociación> de la industria
1 Dardo Cúneo, Comportamiento y crisis de la dase empresaria. Buenos Aires, 1967.)
2 Chile, Colombia y Uruguay vivieron también procesos de industrialización sustitutiva de
importaciones, en los períodos que aquí se describen. Fl presidente uruguayo José Batlle y Ordóñez
(1903-7 y 1911-15) había sido, tiempo antes, un profeta de la revolución burguesa en América Latina.
La jornada laboral de ocho horas se consagró por ley en Uruguay antes que en los Estados Unidos. La
experiencia de welfare state de Batlle no se limitó a poner en práctica la legislación social más
avanzada de su tiempo, sino que además impulsó con fuerza el desarrollo cultural y la educación de
masas y nacionalizó los servicios públicos y varias actividades productivas de considerable
importancia económica. Pero no tocó el poder de los dueños de la tierra, ni nacionalizó la banca ni el
comercio exterior. Actualmente, Uruguay padece las consecuencias de estas omisiones.
3 El pasaje a la producción interna de un determinado bien apenas "sustituye" parte del valor agregado
que antes se generaba fuera de la economia... En la medida en que el consumo de ese bien "sustituido"
se expande rápidamente, la demanda derivada por importaciones puede ultrapasar en breve plano la
economía de divisas... » María de Gonceiçao Tavares, O processo de substitução de importações como
modelo de desenvolvimento recente na América Latina, CEPAL-ILPES, Río de Janeiro, s. f.)
4 Ismael Viñas y Eugenio Gastiazoro, Economía y dependencia (1900-1968), Buenos Aires, 1968.)
5 El Ministro de Asuntos Económicos contestaba así a la pregunta del periodista de la revista Visión (27
de noviembre, 1953): «--Además de la industria del petróleo, ¿qué otras industrias desea desarrollar
Argentina con la cooperación del capital extranjero?
«-Para ser más preciso, en orden de prioridad citaremos el petróleo... En segundo término, la industria
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 176
nacional con las corporaciones imperialistas se hacía perentoria a medida que se
iban quemando etapas en la sustitución de manufacturas importadas y las nuevas
fábricas requerían más altos niveles de técnica y de organización. La tendencia iba
madurando también en el seno del modelo industrializador de Getulio Vargas; se
puso al descubierto en la trágica decisión final del caudillo. Los oligopolios
extranjeros, que concentran la tecnología más moderna, se iban apoderando no
muy secretamente de la industria nacional de todos los países de América Latina,
incluido México, por medio de la venta de técnicas de fabricación, patentes y
equipos nuevos. Wall Street había tomado definitivamente el lugar de Lombard
Street, y fueron norteamericanas las principales empresas que se abrieron paso
hacia el usufructo de un superpoder en la región. A la penetración en el área
manufacturera se sumaba la injerencia cada vez mayor en los circuitos bancario y
comercial: el mercado de América Latina se fue integrando al mercado interno de
las corporaciones multinacionales.
En 1965, Roberto Campos, zar económico de la dictadura de Castelo Branco,
sentenciaba: «La era de los líderes carismáticos, nimbados por un aura romántica,
está cediendo lugar a la tecnocracia»1. La embajada norteamericana había
participado directamente en el golpe de Estado que derribó al gobierno de João
Goulart. La caída de Goulart, heredero de Vargas en el estilo y las intenciones,
señaló la liquidación del populismo y de la política de masas. «Somos una nación
vencida; dominada, conquistada, destruida», me escribía un amigo, desde Río de
Janeiro, pocos meses después del triunfo de la conspiración militar: la
desnacionalización de Brasil implicaba la necesidad de ejercer, con mano de hierro,
una dictadura impopular. El desarrollo capitalista ya no se compaginaba con las
grandes movilizaciones de masas en torno a caudillos como Vargas. Había que
prohibir las huelgas, destruir los sindicatos y los partidos, encarcelar, torturar,
matar y abatir por la violencia los salarios obreros, para contener así, a costa de la
mayor pobreza de los pobres, el vértigo de la inflación. Una encuesta, practicada en
1966 y 1967, reveló que el 84 por ciento de los grandes industriales de Brasil
consideraba que el gobierno de Goulart había aplicado una política económica
perjudicial. Entre ellos estaban, sin duda, muchos de los grandes capitanes de la
burguesía nacional, en los que Goulart intentó apoyarse para contener la sangría
imperialista de la economía brasileña2 . El mismo proceso de represión y asfixia del
pueblo tuvo lugar durante el régimen del general Juan Carlos Onganía, en la
Argentina; había comenzado, en realidad, con la derrota peronista de 1955, así
como en Brasil se había desencadenado realmente desde el balazo de Vargas en
1954. La desnacionalización de la industria en México también coincidió con un
endurecimiento de la política represiva del partido que monopoliza el gobierno.
Fernando Henrique Cardoso ha señalado3 que la industria liviana o tradicional,
crecida a la generosa sombra de los gobiernos populistas, exige una expansión del
consumo de masas: la gente que compra camisas o cigarrillos. Por el contrario, la
industria dinámica -bienes intermedios y bienes de capital se dirige a un mercado
siderúrgica... La química pesada... La fabricación de elementos para transporte. .. La fabricación de
llantas y ejes... Y la construcción en el país de motores diesel».
(Citado por Alfredo Parera Dennis, op, cit.)
1 Octavio Ianni, O colapso do populismo no Brasil, Rfo de janeiro, 1968.)
2 Luciano Martins, Industrialização, burguesia nacional e desenvolvimento, Río de janeiro, 1968.)
3 Fernando Henrique Cardoso, Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes (Argentina 7
Brasil), México, 1970.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 177
restringido, en cuya cúspide están las grandes empresas y el Estado: pocos
consumidores, de gran capacidad financiera. La industria dinámica, actualmente en
manos extranjeras, se apoya en la existencia previa de la industria tradicional, y la
subordina. En los sectores tradicionales, de baja tecnología, el capital nacional
conserva alguna fuerza; cuanto menos vinculado está al modo internacional de
producción por la dependencia tecnológica o financiera, el capitalista muestra una
mayor tendencia a mirar con buenos ojos la reforma agraria y la elevación de la
capacidad de consumo de las clases populares a través de la lucha sindical. Los más
atados al exterior, representantes de la industria dinámica, simplemente requieren,
en cambio, el fortalecimiento de los lazos económicos entre las islas de desarrollo
de los países dependientes y el sistema económico mundial, y subordinan las
transformaciones internas a este objetivo prioritario. Son estos últimos quienes
llevan la voz cantante de la burguesía industrial, como lo revela, entre otras cosas,
el resultado de las recientes encuestas practicadas en Argentina y Brasil, que sirven
de materia prima al trabajo de Cardoso. Los grandes empresarios se manifiestan en
términos contundentes contra la reforma agraria; niegan, en su mayoría, que el sector fabril
tenga intereses divergentes de los sectores rurales y consideran que nada hay más
importante, para el desarrollo de la industria, que la cohesión de todas las clases productoras
y el fortalecimiento del bloque occidental. Sólo un dos por ciento de los grandes
industriales de Argentina y Brasil considera que políticamente hay que contar en
primer lugar, con los trabajadores. Los encuestados fueron, en su mayoría,
empresarios nacionales; en su mayoría, también, atados de pies y manos a los centros
extranjeros de poder por las múltiples sogas de la dependencia.
¿Cabía esperar, a esta altura, otro resultado? La burguesía industrial integra la
constelación de una clase dominante que está, a su vez, dominada desde fuera. Los
principales latifundistas de la costa del Perú, hoy expropiados por el gobierno de
Velasco Alvarado, son además dueños de treinta y una industrias de
transformación y de muchas otras empresas diversas1. Otro tanto ocurre en todos
los demás países2 .
México no es una excepción: la burguesía nacional, subordinada a los grandes
consorcios norteamericanos, teme mucho más a la presión de las masas populares
que a la opresión del imperialismo, en cuyo seno se está desarrollando sin la
independencia ni la imaginación creadora que se le atribuyen, y ha multiplicado
eficazmente sus intereses3. En Argentina, el fundador del jockey Club, centro del
prestigio social de los latifundistas, había sido, a la vez, el líder de los industriales4,
1 François Bourricaud, Jorge Bravo Bresani, Henrí Favre, Jean Piel, La oligarquía en el Perú, Lima, 1969.
El dato proviene del trabajo de Favre.)
2 Ricardo Lagos Escobar, La concentración del poda económico. Su teoría. Realidad chilena (Santiago
de Chile, 1961), y Vivian Trías, Reforma agraria en el Uruguay (Montevideo, 1962), brindan ejemplos
irrefutables: unos centenares de familias son dueños de las fábricas y las tierras, los grandes comercios
y los bancos.)
3 «Los capitalistas mexicanos son cada vez más versátiles y ambiciosos. Con independencia del negocio
que les haya servido de punto de partida para hacer fortuna, disponen de una fluida red de canales
que a todos, o al menos a los más prominentes, brinda siempre la posibilidad de multiplicar y
entrelazar sus intereses a través de la amistad, la asociación en los negocios, el matrimonio, el
compadrazgo, el otorgamiento de favores mutuos, la pertenencia a ciertos clubes o agrupaciones, las
frecuentes reuniones sociales y, desde luego, la afinidad en sus posiciones políticas.» Alonso Aguilar
Monteverde, en El milagro mexicano, de varios autores, México, 1970.)
4 Era Carlos Pellegrini. Cuando el jockey Club le rindió homenaje editando sus discursos, suprimió los
que sostenían las tesis industrialistas. Dardo Cúneo, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 178
y así se inició, a fines del siglo pasado, una tradición inmortal: los artesanos
enriquecidos se casan con las hijas de los terratenientes para abrir, por la vía conyugal, las
puertas de los salones más exclusivos de la oligarquía, o compran tierras con los mismos
fines, y no son pocos los ganaderos que, por su parte, han invertido en la industria, al menos
en los períodos de auge, los excedentes de capital acumulados en sus manos.
Faustino Fano, que hizo buena parte de su fortuna como comerciante e
industrial de textiles, se convirtió en presidente de la Sociedad Rural durante cuatro
períodos consecutivos, hasta su muerte en 1967: «Fano destruyó la falsa antinomia
entre el agro y la industria», proclamaban las necrológicas que los diarios le
dedicaron. El excedente industrial se convierte en vacas. Los hermanos Di Tella,
poderosos industriales, vendieron a los capitales extranjeros sus fábricas de
automóviles y heladeras, y ahora crían toros de cabaña para las exposiciones de la
Sociedad Rural. Medio siglo antes, la familia Anchorena, dueña de los horizontes
de la provincia de Buenos Aires, había levantado una de las más importantes
fábricas metalúrgicas de la ciudad.
En Europa y en Estados Unidos la burguesía industrial apareció en el escenario
histórico muy de otra manera, y muy de otra manera creció y consolidó su poder.
¿QUÉ BANDERA FLAMEA SOBRE LAS MÁQUINAS?
La vieja se inclinó y movió la mano para darle viento al fuego. Así, con la
espalda torcida y el cuello estirado todo enroscado de arrugas, parecía una antigua
tortuga negra. Pero aquel pobre vestido roto no protegía, por cierto, como un
caparazón, y al fin y al cabo ella era tan lenta sólo por culpa de los años. A sus
espaldas, también torcida, su choza de madera y lata, y más allá otras chozas
semejantes del mismo suburbio de São Paulo; frente a ella, en una caldera de color
carbón, ya estaba hirviendo el agua para el café. Alzó una latita hasta sus labios;
antes de beber, sacudió la cabeza y cerró los ojos. Dijo: O Brasil é nosso («el Brasil es
nuestro»). En el centro de la misma ciudad y en ese mismo momento, pensó
exactamente lo mismo, pero en otro idioma, el director ejecutivo de la Union
Carbide, mientras levantaba un vaso de cristal para celebrar la captura de otra
fábrica brasileña de plásticos por parte de su empresa. Uno de los dos estaba
equivocado.
Desde 1964, los sucesivos dictadores militares de Brasil festejan los
cumpleaños de las empresas del Estado anunciando su próxima desnacionalización,
a la que llaman recuperación. La Ley 56.570, promulgada el 6 de julio de 1965,
reservó al Estado la explotación de la petroquímica; el mismo día, la ley 56.571 derogó la
anterior y abrió la explotación a las inversiones privadas. De esta manera, la Dow
Chemical, la Union Carbide, la Phillips Petroleum y el grupo Rockefeller
obtuvieron, directamente o a través de la «asociación» con el estado, el filet mignon
tan codiciado: la industria de los derivados químicos del petróleo, previsible boom
de la década del setenta. ¿Qué ocurrió durante las horas transcurridas entre una y otra
ley? Cortinados que tiemblan, pasos en los corredores, desesperados golpes a la
puerta, los billetes verdes volando por los aires, agitación en el palacio: desde
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 179
Shakespeare hasta Brecht, muchos hubieran querido imaginarlo. Un ministro del
gobierno reconoce: «Fuerte, en el Brasil, además del propio Estado, sólo existe el capital
extranjero, salvo honrosas excepciones»1. Y el gobierno hace lo posible para evitar esta
incómoda competencia a las corporaciones norteamericanas y europeas.
El ingreso en grandes cantidades de capital extranjero destinado a las
manufacturas comenzó, en Brasil, en los años cincuenta, y recibió un fuerte impulso
del Plan de Metas (1957-60) puesto en práctica por el presidente Juscelino
Kubitschek. Aquélla fueron las horas de la euforia del crecimiento. Brasilia nacía,
brotada de una galera mágica, en medio del desierto donde los indios no conocían
ni la existencia de la rueda; se tendían carreteras y se creaban grandes represas; de
las fábricas de automóviles surgía un coche nuevo cada dos minutos. La industria
ascendía a gran ritmo. Se abrían las puertas de par en par, a la inversión extranjera,
se aplaudía la invasión de los dólares, se sentía vibrar el dinamismo del progreso.
Los billetes circulaban con la tinta todavía fresca; el salto adelante se financiaba con
inflación y con una pesada deuda externa que sería descargada, agobiante herencia,
sobre los gobiernos siguientes. Se otorgó un tipo de cambio especial, que
Kubitschek garantizó, para las remesas de las utilidades a las casas matrices de las
empresas extranjeras y para la amortización de sus inversiones. El Estado asumía la
corresponsabilidad para el pago de las deudas contraídas por las empresas en el
exterior y otorgaba también un dólar barato para la amortización y los intereses de
esas deudas: según un informe publicado por la CEPAL2, más del 80 por ciento del
total de las inversiones que llegaran entre 1955 y 1962 provenía de empréstitos
obtenidos con el aval del Estado. Es decir, que más de las cuatro quintas partes de
las inversiones de las empresas derivaban de la banca extranjera y pasaban a
engrosar la abultada deuda externa del Estado brasileño. Además, se otorgaban
beneficios especiales para la importación de maquinarias3. Las empresas nacionales
no gozaban de estas facilidades acordadas a la General Motors o a la Volkswagen.
El resultado desnacionalizador de esta política de seducción ante el capital
imperialista se manifestó cuando se publicaron los datos de la paciente
investigación realizada por el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad sobre
los grandes grupos económicos de Brasil4.
Entre los conglomerados con un capital
superior a los cuatro mil millones de cruzeiros, más de la mitad eran extranjeros y
en su mayoría norteamerícanos; por encima de los diez mil millones de cruzeiros,
aparecían doce grupos extranjeros y sólo cinco nacionales. «Cuanto mayor es el grupo
económico, mayor es la posibilidad de que sea extranjero», concluyó Maurício Vinhas de
Queiroz en el análisis de la encuesta. Pero tanto o más elocuente resultó que, de los
1 Discurso del ministro Hélio Beltrão, en el almuerzo de la Asociación Comercial de Rlo de janeiro,
Correio do Povo. 24 de mayo de 1969.)
2 CEPAL-BNDE, Quince años de política económica en el Brasil, Santiago de Chile, 1965.)
3 Un economista muy favorable a la inversión extranjera, Eugênio Gudin, calcula que sólo por este
último concepto Brasil donó a las empresas norteamericanas y europeas nada menos que mil millones
de dólares; Moacir Paixão ha estimado que los privilegios otorgados a la industria automovilística en
el período de su ïmplantación equivalieron a una suma igual a la del presupuesto nacional. Paulo
Schilling señala (Brasil para extranjeros, Montevideo, 19661 que mientras el Estado brasileño cedía a
las grandes corporaciones internacionales un aluvión de beneficios, y les permitía el máximo de
ganancias con el mínimo de inversiones, al mismo tiempo negaba apoyo a la Fábrica Nacional de
Motores, creada en la época de Vargas. Posteriormente, durante el gobierno de Castelo Branco, esta
empresa del Estado fue vendida a la Alfa Romeo.)
4 Mauricio Vinhas de Queiroz, Os grupos multibilionarios, en Revista do Instituto de Ciéncias Sociais,
Universidade Federal de Río de Janeiro. enero-diciembre de 1965.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 180
veinticuatro grupos nacionales con más de cuatro mil millones de capital, apenas
nueve no estaban ligados, por acciones, con capitales de Estados Unidos o de
Europa, y aun así, en dos de ellos aparecían entrecruzarnientos con directorios
extranjeros. La encuesta detectó diez grupos económicos que ejercían un virtual
monopolio en sus respectivas especialidades. De ellos, ocho eran filiales de grandes
corporaciones norteamericanas.
Pero todo esto parece un juego de niños al lado de lo que vino después. Entre
1964 y mediados de 1968, quince fábricas de automotores o de piezas para autos
fueron deglutidas por la Ford, Chrysler, Willys, Simca. Volkswagen o Alfa Romeo;
en el sector eléctrico y electrónico, tres importantes empresas brasileñas fueron a
parar a manos japonesas; Wyeth, Bristol, Mead Johnson y Lever devoraron unos
cuantos laboratorios, con lo que la producción nacional de medicamentos se redujo
a una quinta parte del mercado; la Anaconda se lanzó sobre los metales no
ferrrosos, y la Union Carbide sobre los plásticos, los productos químicos y la
petroquímica; American Can, American Machine and Foundry y otras colegas se
apoderaron de seis empresas nacionales de mecánica y metalurgia; la Companhia
de Mineração Geral, una de las mayores fábricas metalúrgicas de Brasil, fue
comprada a precio de ruina por un consorcio del que participan la Bethlehem Steel,
el Chase Manhattan Bank y la Standard Oil. Resultaron sensacionales las
conclusiones de una comisión parlamentaria formada para investigar el tema, pero
el régimen militar cerró las puertas del Congreso y el público brasileño nunca
conoció estos datos1.
Bajo el gobierno del mariscal Castelo Branco se había firmado un acuerdo de
garantía de inversiones que brindaba virtual extraterritorialidad a las empresas
extranjeras, se habían reducido sus impuestos a la renta y se les había otorgado
facilidades extraordinarias para disfrutar del crédito, a la par que se desataban los
torniquetes aplicados por el anterior gobierno de Goulart al drenaje de las
ganancias. La dictadura tentaba a los capitalistas extranjeros ofreciéndoles el país
como los proxenetas ofrecen a una mujer, y ponía el acento donde debía: «El trato a
los extranjeros en el Brasil es de los más liberales del mundo... no hay restricciones a la
nacionalidad de los accionistas... no existe límite al porcentaje de capital registrado que
puede ser remitido como beneficio... no hay limitaciones a la repatriación de capital, y la
reinversión de las ganancias está considerada un incremento del capital original...2
Argentina disputa a Brasil el papel de plaza predilecta de las inversiones
1 La comisión llegó a la conclusión de que el capital extranjero controlaba, en 1968, el 40 por 100 del
mercado de capitales de Brasil, el 62 por 100 de su comercio exterior, el 82 por 100 del transporte
marítimo, el 67 por 100 de los transportes aéreos externos, el 100 por 100 de la producción de
vehículos a motor, el 100 por 100 de los neumáticos, más del 80 por 100 de la industria farmacéutica,
cerca del 50 por 100 de la química, el 59 por 100 de la producción de máquinas y el 62 por 100 de las
fábricas de autopiezas, el 48 por 100 del aluminio y el 90 por 100 del cemento. La mitad del capital
extranjero correspondía a las empresa de los Estados Unidos, seguida en orden de importancia por
las firmas alemanas. Interesa advertir, de paso, el peso creciente de la inversiones de Alemania
Federal en América Latina. De cada dos automóviles que se fabrican en Brasil, uno proviene de la
planta de la Volkswagen, que es la más importante de toda la región. La primera fábrica de
automóviles en América del Sur fue una empresa alemana, la Mercedes-Benz Argentina, fundada en
1951. Boyer, Hoechat, BASP y Schering dominan buena parte de la industria química en los países
latinoamericanos)
2 Suplemento especial del New York Times, 19 de enero de 1969.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 181
imperialistas, y su gobierno militar no se quedaba atrás en la exaltación de las
ventajas, en este mismo período: en el discurso donde definió la política económica
argentina, en 1967, el general Juan Carlos Onganía reafirmaba que las gallinas
otorgan al zorro la igualdad de oportunidades: «Las inversiones extranjeras en
Argentina serán consideradas en un pie de igualdad con las inversiones de origen interno,
de acuerdo con la política tradicional de nuestro país, que nunca ha discriminado contra el
capital extranjero»1. Argentina tampoco impone limitaciones a la entrada del capital
foráneo ni a su gravitación en la economía nacional, ni a la salida de las ganancias,
ni a la repatriación del capital; los pagos de patentes, regalías y asistencia técnica se
hacen libremente. El gobierno exime de impuestos a las empresas y les brinda tasas
especiales de cambio, amén de muchos otros estímulos y franquicias. Entre 1963 y
1968, fueron desnacionalizadas cincuenta importantes empresas argentinas,
veintinueve de las cuales cayeron en manos norteamericanas, en sectores tan
diversos como la fundición de acero, la fabricación de automóviles y de repuestos,
la petroquímica, la química, la industria eléctrica, el papel o los cigarrillos2. En 1962,
dos empresas nacionales de capital privado, Siam Di Tella e Industrias Kaiser
Argentinas, figuraban entre las cinco empresas industriales más grandes de
América Latina; en 1967 ambas habían sido capturadas por el capital imperialista.
Entre las más poderosas empresas del país, que facturan ventas por más de siete
mil millones de pesos anuales cada una, la mitad del valor total de las ventas
pertenece a firmas extranjeras, un tercio a organismos del Estado y apenas un sexto
a sociedades privadas de capital argentino3.
México congrega casi la tercera parte de las inversiones norteamericanas en la
industria manufacturera de América Latina. Tampoco ese país opone restricciones
a la transferencia de capitales ni a la repatriación de utilidades; las restricciones
cambiarias brillan por su ausencia. La mexicanización obligatoria de los capitales,
que impone una mayoría nacional de las acciones en algunas industrias, «ha sido
bien acogida, en términos generales, por los inversionistas extranjeros, quienes han
reconocido públicamente diversas ventajas a la creación de empresas mixtas», según
declaraba en 1967 el Secretario de Industria y Comercio del gobierno: «Cabe hacer
notar que aun empresas de renombre internacional han adoptado esta forma de asociación de
compañías que han establecido en México, y es también importante destacar que la política
de mexicanización de la industria no solamente no ha desalentado a la inversión extranjera
en México, sino que después de que la corriente de esa inversión rompió un récord en 1965,
el volumen alcanzado en ese año fue nuevamente superado en 1966»4 . En 1962, de las cien
empresas más importantes de México, 56 estaban total o parcialmente controladas
por el capital extranjero, veinticuatro pertenecían al Estado y veinte al capital
privado mexicano. Estas veinte empresas privadas de capital nacional apenas
participaban en poco más de una séptima parte del volumen total de ventas de las
cien empresas consideradas5. Actualmente, las grandes firmas extranjeras dominan
más de la mitad de los capitales invertidos en computadoras, equipos de oficina,
maquinarias y equipos industriales; -General Motora, Ford, Chrysler y Volkswagen
han consolidado su poderío sobre la industria de automóviles y la red de fábricas
auxiliares; la nueva industria química pertenece a la Du Pont, Monsanto, Imperial
1 Sergio Nicolau, La inversión extranjera directa en los países de la ALALC, México, 1968).
2 Rogelio García Lupo, Contra la ocupación extranjera, Buenos Aires, 1968.)
3 Citado por Naciones Unidas, CEPAL, Estudio económico de América Latina, 1968, Nueva York-
Santiago de Chile; 1969.)
4 Reportaje de la revista Visión, 3 de febrero de 1967.)
5 José Luis Ceceña, Los monopolios en Méxào, México, 1962.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 182
Chemical, Allied Chemical, Union Carbide y Cyanamid; los laboratorios principales
están en manos de la Parke Devis, Merck & Co., Sidney Ross y Squibb; la influencia
de la Celanese es decisiva en la fabricación de fibras artificiales; Anderson Clayton
y Lieber Brothers disponen en medida creciente de los aceites comestibles, y los
capitales extranjeros participan abrumadoramente de la producción de cemento,
cigarrillos, caucho y derivados, artículos para el hogar y alimentos diversos1.
EL BOMBARDEO DEL FONDO MONETARIO INTERNACIONAL
FACILITA EL DESEMBARCO DE LOS CONQUISTADORES
Dos de los ministros de gobierno que declararon ante la comisión
parlamentaria sobre la desnacionalización industrial de Brasil reconocieron que las
medidas adoptadas bajo el gobierno de Castelo Branco para permitir el flujo directo
del crédito externo a la empresas habían dejado en inferioridad de condiciones a las
fábricas de capital nacional. Ambos se referían a la célebre Instrucción 289, de
principios de 1965: las empresas extranjeras obtenían préstamos fuera de fronteras
a un siete u ocho por ciento, con un tipo especial de cambio que el gobierno
garantizaba en caso de devaluación del cruzeiro, mientras las empresas nacionales
debían pagar cerca de un cincuenta por ciento de intereses por los créditos que
arduamente conseguían dentro de su país. El inventor de la medida, Roberto
Campos, la explicó así: «Obviamente, el mundo es desigual. Hay quien nace inteligente y
hay quien nace tonto. Hay quien nace atleta y hay quien nace tullido. El mundo se compone
de pequeñas y grandes empresas. Unos mueren temprano, en el primor de su vida; otros se
arrastran, criminalmente, por una larga existencia inútil. Hay una desigualdad básica
fundamental en la naturaleza humana, en la condición de las cosas. A esto no escapa el
mecanismo del crédito. Postular que las empresas nacionales deban tener el mismo acceso
que las empresas extranjeras al crédito extranjero es simplemente desconocer las realidades
básicas de la economía...»2.
Poco tiempo después, Campos publicó una curiosa interpretación de las
actitudes nacionalistas del gobierno de Perú. Según él, la expropiación de la
Standard Oil por parte del gobierno del general Velasco Alvarado no era más que
una «exhibición de masculinidad». El nacionalismo, escribió, no tiene otro objeto
que satisfacer la primitiva necesidad de odio del ser humano. Pero, agregó, «el
orgullo no genera inversiones, no aumenta el caudal de capitales...» (En el diario 0
Globo, 25 de febrero de 1969).. De acuerdo con los términos de este breve pero
jugoso Manifiesto capitalista, la ley de la selva es el código que naturalmente rige la vida
humana y la injusticia no existe, puesto que lo que conocemos por injusticia no es más que
la expresión de la cruel armonía del universo. Los países pobres son pobres porque... son
pobres; el destino está escrito en los astros y sólo nacemos para cumplirlo: unos, condenados
a obedecer; otros, señalados para mandar. Unos poniendo el cuello y otros poniendo la soga.
El autor fue el artífice de la política del Fondo Monetario Internacional en Brasil.
1 José Luis Ceseña, México en la órbita imperial, México, 1970, y Alonso Aguilar y Fernando Carmona,
México, riqueza y miseria México, 1968.)
2 Testimonio del ministro Roberto Campos, en el informe de la Comisión Parlamentaria de
Investigaciones sobre las transacciones efectuadas entre empresas nacionales y extranjeras. Versión
dactilográfica. Cámara de Diputados, Brasilia, 6 de septiembre de 1968
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 183
Como en los demás países de América Latina, la puesta en práctica de las
recetas del Fondo Monetario Internacional sirvió para que los conquistadores
extranjeros entraran pisando tierra arrasada. Desde fines de la década del
cincuenta, la recesión económica, la inestabilidad monetaria, la sequía del crédito y
el abatimiento del poder adquisitivo del mercado interno han contribuido
fuertemente en la tarea de voltear a la industria nacional y ponerla a los pies de las
corporaciones imperialistas. So pretexto de la mágica estabilización monetaria, el
Fondo Monetario Internacional, que interesadamente confunde la fiebre con la
enfermedad y la inflación con la crisis de las estructuras en vigencia, impone en
América Latina una política que agudiza los desequilibrios en lugar de aliviarlos.
Liberaliza el comercio, prohibiendo los cambios múltiples y los convenios de
trueque, obliga a contraer hasta la asfixia los créditos internos, congela los salarios y
desalienta la actividad estatal. Al programa agrega las fuertes devaluaciones
monetarias, teóricamente destinadas a devolver su valor real a la moneda y a
estimular las exportaciones. En realidad, las devaluaciones sólo estimulan la
concentración interna de capitales en beneficio de las clases dominantes y propician
la absorción de las empresas nacionales por parte de los que llegan desde fuera con
un puñado de dólares en las maletas.
En toda América Latina, el sistema produce mucho menos de lo que necesita
consumir, y la inflación resulta de esta impotencia estructural. Pero el FMI no ataca
las causas de la oferta insuficiente del aparato de producción sino que lanza sus
cargas de caballería contra las consecuencias, aplastando aún más la mezquina
capacidad de consumo del mercado interno de consumo: una demanda excesiva, en
estas tierras de hambrientos, tendría la culpa de la inflación. Sus fórmulas no sólo han,
fracasado en la estabilización y en el desarrollo, sino que además han intensificado
el estrangulamiento externo de los países, han aumentado la miseria de las grandes
masas desposeídas, poniendo al rojo vivo las tensiones sociales, y han precipitado
la desnacionalización económica y financiera, al influjo de los sagrados
mandamientos de la libertad de comercio, la libertad de competencia y la libertad
de movimiento de los capitales. Los Estados Unidos, que emplean un vasto sistema
proteccionista -aranceles, cuotas, subsidios internos--- jamás han merecido la menor
observación del FMI. En cambio, con América Latina, el FMI ha sido inflexible: para
eso nació. Desde que Chile aceptó la primera de sus misiones en 1954, los consejos
del FMI se extendieron por todas partes, y la mayoría de los gobiernos sigue hoy
día, ciegamente, sus orientaciones. La terapéutica empeora al enfermo para mejor
imponerle la droga de los empréstitos y las inversiones. El FMI proporciona préstamos o
da la imprescindible luz verde para que otros los proporcionen. Nacido en Estados
Unidos, con sede en Estados Unidos y al servicio de Estados Unidos, el Fondo
opera; en efecto, como un inspector internacional, sin cuyo visto bueno la banca
norteamericana no afloja los cordones de la bolsa; el Banco Mundial, la Agencia
para el Desarrollo Internacional y otros organismos filantrópicos de alcance
universal también condicionan sus créditos a la firma y el cumplimiento de las
Cartas de intenciones de los gobiernos ante el omnipotente organismo. Todos los
países latinoamericanos reunidos no alcanzan a sumar la mitad de los votos de que
disponen los Estados Unidos para orientar la política de este supremo hacedor del
equilibrio monetario en el mundo: el FMI fue creado para institucionalizar el
predominio financiero de Wall Street sobre el planeta entero, cuando a fines de la
segunda guerra el dólar inauguró su hegemonía como moneda internacional.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 184
Nunca fue infiel al amo1.
La burguesía nacional latinoamericana tiene, bien es cierto, vocación de
rentista, y no ha opuesto diques considerables a la avalancha extranjera sobre la
industria, pero también es cierto que las corporaciones imperialistas han utilizado
toda una gama de métodos del arrasamiento. El bombardeo previo del FMI facilitó
la penetración. Así, se han conquistado empresas mediante un simple golpe de
teléfono, después de una brusca caída en las cotizaciones de la bolsa, a cambio de
un poco de oxígeno traducido en acciones, o bien ejecutando alguna deuda por
abastecimientos o por el uso de patentes, marcas o innovaciones técnicas. Las
deudas, multiplicadas por las devaluaciones monetarias que obligan a las empresas
locales a pagar más moneda nacional por sus compromisos en dólares, se
convierten así en una trampa mortal. La dependencia en el suministro de la
tecnología se paga caro: el know-huw de las corporaciones incluye una gran pericia
en el arte de devorar al prójimo. Uno de los últimos mohicanos de la industria
nacional brasileña declaraba, hace menos de tres años, desde un diario carioca: «La
experiencia demuestra que el producto de la venta de una empresa nacional
muchas veces ni llega a Brasil, y queda rindiendo intereses en el mercado financiero
del país comprador»2.
Los acreedores cobraron quedándose con las instalaciones y
las máquinas de los deudores. Las cifras del Banco Central del Brasil indican que no
menos de la quinta parte de las nuevas inversiones industriales en 1965, 1966 y 1967
correspondió en realidad a la conversión de las deudas impagas en inversiones.
Al chantaje financiero y tecnológico se suma la competencia desleal y libre del
fuerte frente al débil. Como las filiales de las grandes corporaciones
multinacionales integran una estructura mundial, pueden darse el lujo de perder dinero
durante un año, o dos, o el tiempo que fuere necesario. Bajan, pues, los precios, y se sientan
a esperar la rendición del acosado. Los bancos colaboran con el sitio: la empresa nacional no
es tan solvente como parecía: se le niegan víveres. Acorralada, la empresa no tarda en
levantar la bandera blanca. El capitalista local se convierte en socio menor o en funcionario
de sus vencedores. O conquista la más codiciada de las suertes: cobra el rescate de sus bienes
en acciones de la casa matriz extranjera y termina sus días viviendo gordamente una vida de
rentista. A propósito del dumping de precios, resulta ilustrativa la historia de la
captura de una fábrica brasileña de cintas adhesivas, la Adesite, por parte de la
poderosa Union Carbide. La Scotch, conocida empresa con sede en Minnesota y
tentáculos universales, empezó a vender cada vez más baratas sus propias cintas
adhesivas en el mercado brasileño. Las ventas de la Adesite iban descendiendo. Los
bancos le cortaron los créditos. La Scotch continuaba bajando sus precios: cayeron
en un treinta por ciento, después en un cuarenta por ciento. Y apareció entonces la
Union Carbide en escena: compró la fábrica brasileña a precio de desesperación.
Posteriormente, la Union Carbide y la Scotch se entendieron para repartírse el
mercado nacional en dos partes: dividieron a Brasil; la mitad para cada una. Y, de
común acuerdo, elevaron el precio de las cintas adhesivas en un cincuenta por
ciento. Era la digestión. La ley antitrust, de los viejos tiempos de Vargas, había sido
derogada años atrás.
La propia Organización de Estados Americanos reconoce3 que la abundancia
1 Samuel Lichtensztejn y Alberto Couriel, El FMI y la crisis económica nacional, Montevideo, 1967—
2 Fernando Gasparian, en Correio da Manhã, 1.* de mayo de 1968.)
3 Secretaría General de la ose, OP. cit)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 185
de recursos financieros de las filiales norteamericanas, «en momentos de muy escasa
liquidez para las empresas nacionales, ha propiciado; en ocasiones, que algunas de esas
empresas nacionales fuesen adquiridas por intereses extranjeros». La penuria de recursos
financieros, agudizada por la contracción del crédito interno impuesta porel Fondo
Monetario, ahoga a las fábricas locales. Pero el mismo documento de la OEA
informa que nada menos que el 95,7 por ciento de los fondos requeridos por las
empresas norteamericanas para su normal funcionamiento y desarrollo en América
Latina provienen de fuentes latinoamericanas, en forma de créditos, empréstitos y
utilidades reinvertidas. Esa proporción es del ochenta por ciento en el caso de las
industrias manufactureras.
LOS ESTADOS UNIDOS CUIDAN SU AHORRO INTERNO, PERO DISPONEN
DEL AJENO: LA INVASIÓN DE LOS BANCOS
La canalización de los recursos nacionales en dirección a las filiales
imperialistas se explica en gran medida por la proliferación de las sucursales
bancarias norteamericanas que han brotado, como los hongos después de la lluvia,
durante estos últimos años, a lo largo y a lo ancho de América Latina. La ofensiva
sobre el ahorro local de los satélites está vinculada al crónico déficit de la balanza
de pagos de los Estados Unidos, que obliga a contener las inversiones en el
extranjero, y al dramático deterioro del dólar como moneda del mundo. América
Latina proporciona la saliva además de la comida. y los Estados Unidos se limitan a poner la
boca. La desnacionalización de la industria ha resultado un regalo.
Según el International Banking Survey1, había setenta y ocho sucursales de
bancos norteamericanos al sur del río Bravo en 1964 pero en 1967 ya eran 133.
Tenían 810 millones de dólares de depósitos en el 64, y en el 67 ya sumaban 1 270
millones. Luego, en 1968 y 1969, la banca extranjera avanzó con ímpetu: el First
National City Bank cuenta, en la actualidad, nada menos que con ciento diez filiales
sembradas en diecisiete países de América Latina. La cífra incluye a varios bancos
nacionales adquiridos por el City en los últimos tiempos. El Chase Manhattan
Bank, del grupo Rockefeller, adquirió en 1962 el Banco Lar Brasileiro, con treinta y
cuatro sucursales en Brasil; en 1964, el Banco Continental, con cuarenta y dos
agencias en Perú; en 1967 el Banco del Comercio, con ciento veinte sucursales en
Colombia y Panamá, y el Banco Atlántida, con veinticuatro agencias en Honduras;
en 1968, el Banco Argentino de Comercio. La revolución cubana había
nacionalizado veinte agencias bancarias de los Estados Unidos, pero los bancos se
han recuperado con creces de aquel duro golpe: sólo en el curso de 1968, más de
setenta nuevas filiales de bancos norteamericanos fueron abiertas en América
Central, el Caribe y los países más pequeños de América del Sur.
Es imposible conocer el simultáneo autr:ento de las actividades paralelas -
subsidiarias, holdings, financieras, oficinas de representación- en su magnitud
exacta, pero se sabe que en igual o mayor proporción han crecido los fondos
latinoamericanos absorbidos por bancos que aunque no operan abiertamente como
1 International Banicing Survey, lournal of Commerce, Na:eva York. 25 de febrero de 1968.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 186
sucursales, están controlados desde fuera a través de decisivos paquetes de
acciones o por la apertura de líneas externas de crédito severamente condicionadas.
Toda esta invasión bancaria sirve para desviar el ahorro latinoamericano hacia
las empresas norteamericanas que operan en la región, mientras las empresas
nacionales caen estranguladas por la falta de crédito. Los departamentos de
relaciones públicas de varios bancos norteamericanos que operan en el exterior
pregonan sin rubores que su propósito más importante consiste en canalizar el
ahorro interno de los países donde operan para el uso de las corporaciones
multinacionales que son clientes de sus casas matrices"1. Echemos al vuelo la
imaginación: ¿podría un banco latinoamericano instalarse en Nueva York para
captar el ahorro nacional de los Estados Unidos? La burbuja estalla en el aire: esta
insólita aventura está expresamente prohibida. Ningún banco extranjero puede
operar, en Estados Unidos, como receptor de depósitos de los ciudadanos
norteamericanos. En cambio, los bancos de los Estados Unidos disponen a su
antojo, a través de las numerosas filiales, del ahorro nacional latinoamericano.
América Latina vela por la norteamericanízación de las finanzas, tan ardientemente
como los Estados Unidos. En junio de 1966, sin embargo, el Banco Brasileiro de
Descontos consultó a sus accionistas para tomar una resolución de gran vigor
nacionalista. Imprimió la frase Nós confiamos em Deus en todos sus documentos.
Orgullosamente, el banco hizo notar que el dólar ostenta el lema In God We Trust.
Los bancos latinoamericanos, incluso los invictos, no infiltrados ni copados por
los capitales extranjeros, no orientan los créditos en un sentido distinto al de las
filiales del City, el Chase o el Bank of America: ellos también prefieren atender la
demanda de las empresas industriales y comerciales extranjeras, que cuentan con
garantías sólidas y operan por volúmenes muy amplios.
UN IMPERIO QUE IMPORTA CAPITALES
El «Programa de acción económica del gobierno», elaborado por Roberto
Campos, preveía que, como respuesta a su política benefactora, los capitales
afluirían del exterior para impulsar el desarrollo de Brasil y contribuir a su
estabilización económica y financiera2.. Se anunciaron para 1965 nuevas inversiones
directas, de origen extranjero, por cien millones de dólares. Llegaron setenta. Para
los años siguientes, se aseguraba, el nivel superaría las previsiones del 65, pero las
convocatorias resultaron inútiles. En 1967 ingresaron 76 millones; la evasión por
ganancias y dividendos, asistencia técnica, patentes, royalties o regalías y uso de
1 Robert A. Bennett y Karen Almonti, International Activitíes ol United States Banks, en The American
Banker, Nueva York, 1969.)
2 Ministério do Planeiamento e Coordenaçiio Económica, Programa de Açao Económica do Govérno,
Río de Janeiro, noviembre de 1964. Dos años después, hablando en la Universidad Mackenzie, de São
Paulo, Campos insistía: <Ya que las economías en proceso de organización no disponen de recursos
para dinamizarse, por el simple hecho de que si los tuviesen no estarían en atraso, es licito aceptar el
concurso de todos cuantos quieran correr con nosotros los riesgos de la aventura maravillosa que es el
progreso, para recibir de él una parte de los frutos» (22 de diciembre de 1966)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 187
marcas superó en más de cuatro veces a la inversión nueva. Y a estas sangrías
habría que agregar, aún, las remesas clandestinas. El Banco Central admite que,
fuera de las vías legales, emigraron de Brasil ciento veinte millones de dólares en
1967.
Lo que se fue es, como se ve, infinitamente más que lo que entró. En definitiva,
las cifras de nuevas inversiones directas en los años claves de la desnacionalización
industrial ---1965, 1966, 1967- estuvieron muy por debajo del nivel de 19611. Las
inversiones en la industria congregan la mayor parte de los capitales
norteamericanos en Brasil, pero suman menos del cuatro por ciento del total de las
inversiones de los Estados Unidos en las manufacturas mundiales. Las de
Argentina llegan apenas al tres por ciento; las de México al tres y medio. La
digestión de los mayores parques industriales de América Latina no ha exigido
grandes sacrificios a Wall Street.
«Lo que caracteriza al capitalismo moderno, en el que impera el monopolio, es la
exportación de capital», había escrito Lenin. En nuestros días, como han hecho notar
Baran y Sweezy, el imperialismo importa capitales de los países donde opera. En el
período 1950-67, las nuevas inversiones norteamericanas en América Latina
totalizaron, sin incluir las utilidades reinvertidas, 3 921 millones de dólares. En el
mismo período, las utilidades y dividendos remitidos al exterior por las empresas
sumaron 12819 millones. Las ganancias drenadas han superado en más de tres
veces el monto de los nuevos capitales incorporados a la región2. Desde entonces,
según la CEPAL, nuevamente creció la sangría de los beneficios, que en los últimos
años exceden en cinco veces a las inversiones nuevas; Argentina, Brasil y México han
sufrido los mayores aumentos de la evasión. Pero éste es un cálculo conservador.
Buena parte de los fondos repatriados por conceptos de amortización de deuda
corresponde en realidad a las utilidades de las inversiones, y las cifras no incluyen
tampoco las remesas al exterior por pagos de patentes, royalties y asistencia técnica,
ni computan otras transferencias invisibles que suelen esconderse tras los velos del
rubro «errores y omisiones»3, ni tienen en cuenta las ganancias que las corporaciones
reciben al inflar los precios de los abastecimientos que proporcionan a sus filiales y al inflar
también, con igual entusiasmo, sus costos de operación.
La imaginación de las empresas hace otro tanto con las inversiones mismas. En
efecto, como el vértigo del progreso tecnológico abrevia cada vez más los plazos de
renovación del capital fijo en las economías avanzadas, la gran mayoría de las
instalaciones y los equipos fabriles exportados a los países de América Latina han
cumplido anteriormente un ciclo de vida útil en sus lugares de origen. La
amortización, pues, ha sido ya hecha, en forma total o parcial. A los efectos de la
1 «Las remesas desde Brasil muestran un alza desde la legislación de 1965», celebraba el órgano del
Departamento de Comercio de los Estados Unidos. «Aumenta el flujo de intereses, beneficios,
dividendos y regalías; los términos y las condiciones de los préstamos están sujetos al compromiso
con el Fondo Monetario Internacional.» 1 nternational Commerce, 24 de abril de 1967.)
2 Secretaría General de la OEA, op. Cit. Ya el presidente Kennedy había reconocido que en 1960, «del
mundo subdesarrollado, que tiene necesidad de capitales, hemos retirado 1300 millones de dólares
tnientras sólo le exportábamos doscientos millones en capitales de inversión» (discurso ante el
congreso de la AFL-cio; en Miami, el 8 de diciembre de 1961).
3 Los misteriosos errores y omisiones sumaron, por ejemplo, entre 1955 y 1966, más de mil millones de
dólares en Venezuela, 743 millones en Argentina, 71.4 en Brasil, 310 en Uruguay. Naciones Unidas,
CEPAL, op. Cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 188
inversión en el exterior, este detalle no se toma en cuenta: el valor atribuido a las
maquinarias, arbitrariamente elevado, no sería, por cierto, ni la sombra de lo que es,
si se consideraran los frecuentes casos de desgaste previo. Por lo demás, la casa
matriz no tiene por qué meterse en gastos para producir en América Latina los
bienes que antes le vendía desde lejos. Los gobiernos se encargan de evitarlo,
adelantando recursos a la filial que llega a instalarse y cumplir su misión redentora:
la filial tiene acceso al crédito local a partir del momento en que clava un cartel en el
terreno donde levantará su fábrica; cuenta con privilegios cambiarios para sus
importaciones -compras que la empresa suele hacerse a sí misma- y hasta puede
asegurarse, en algunos países, un tipo de cambio especial para pagar sus deudas
con el exterior, que frecuentemente son deudas con la rama financiera de la misma
corporación. Un cálculo realizado por la revista Ficha1 indica que las divisas
insumidas entre 1961 y 1964 por la industria automotriz en la Argentina son tres
veces y media mayores que el monto necesario para construir diecisiete centrales
termoeléctricas y seis centrales hidroeléctricas con una potencia total de más de dos
mil doscientos megawatios, y equivalen al valor de las importaciones de
maquinarias y equipos requeridas durante once años por las industrias dinámicas
para provocar un incremento anual del 2,8 por ciento en el producto por habitante.
LOS TECNÓCRATAS EXIGEN LA BOLSA O LA VIDA
CON MÁS EFICACIA QUE LOS «MARINES»
Al llevarse muchos más dólares de los que traen, las empresas contribuyen a
agudizar la crónica hambre de divisas de la región; los países «beneficiados» se
descapitalizan en vez de capitalizarse. Entra en acción, entonces, el mecanismo del
empréstito. Los organismos internacionales de crédito desempeñan una función
muy importante en el desmantelamiento de las débiles ciudadelas defensivas de la
industria latinoamericana de capital nacional, y en la consolidación de las
estructuras neocoloniales. La ayuda funciona como el filántropo del cuento, que le
había puesto una pata de palo a su chanchito, pero era porque se lo estaba
comiendo de a poco. El déficit de la balanza de pagos de los Estados Unidos,
provocado por los gastos militares y la ayuda extranjera, crítica espada de
Damocles sobre la prosperidad norteamericana, hace posible, al mismo tiempo, esa
prosperidad: el Imperio envía al exterior sus marines para salvar los dólares de sus
monopolios cuando corren peligro y, más eficazmente, difunde también sus
tecnócratas y sus empréstitos para ampliar los negocios y asegurar las materias
primas y los mercados.
El capitalismo de nuestros días exhibe, en su centro universal de poder, una
identidad evidente de los monopolios privados y el aparato estatal2. Las
corporaciones multinacionales utilizan directamente al Estado para acumular,
multiplicar y concentrar capitales, profundizar la revolución tecnológica, militarizar
la economía y, mediante diversos mecanismos, asegurar el éxito de la
1 Fichas de investigación económica y social, Buenos Aires, junio de 1965.)
2 V. A. Cheprakov, El capitalismo monopolista de Estado, Moscú, s. f.; Paul A. Baran y Paul M. Sweezy,
op. cit., y Vivian Trías, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 189
norteamericanización del mundo capitalista. El Eximbank, Banco de Exportación e
Importación, la AID, Agencia para el Desarrollo Internacional, y otros organismos
menores cumplen sus funciones en este último sentido; también operan así algunos
organismos presuntamente internacionales en los que los Estados Unidos ejercen su
incontestable hegemonía: el Fondo Monetario Internacional y su hermano gemelo,
el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, y el BID, Banco
Interamericano de Desarrollo, que se arrogan el derecho de decidir la política
económica que han de seguir los países que solicitan los créditos. Lanzándose
exitosamente al asalto de sus bancos centrales y de sus ministerios decisivos, se
apoderan de todos los datos secreto de la economía y las finanzas, redactan e
imponen leyes nacionales, y prohíben o autorizan las medidas de los gobiernos,
cuyas orientaciones dibujan con pelos y señales.
La caridad internacional no existe; empieza por casa, también para los Estados
Unidos. La ayuda externa desempeña, en primer lugar, una función interna: la
economía norteamericana se ayuda a sí misma. El propio Roberto Campos la
definía, en los tiempos en que era embajador del gobierno nacionalista de Goulart,
como un programa de ampliación de mercados en el extranjero destinado a la
absorción de los excedentes norteamericanos y al alivio de la superproducción en la
industria de exportación de los Estados Unidos1. El Departamento de Comercio de
los Estados unidos celebraba la buena marcha de la Alianza para el Progreso, a
poco de nacida, advirtiendo que había creado nuevos negocios y fuentes de trabajo
para empresas privadas de cuarenta y cuatro estados norteamericanos2 Más
recientemente, en su mensaje al Congreso de enero de 1968, el presidente Johnson
aseguró que más del noventa por ciento de la ayuda externa norteamericana de
1969 se aplicaría a financiar compras en los Estados Unidos, «y he intensificado
personalmente y en forma directa los esfuerzos para incrementar este porcentaje»3. Los
cables trasmitieron, en octubre del 69, las explosivas declaraciones del presidente
del Comité Interamericano de la Alianza para el Progreso, Carlos Sanz de
Santamaría, quien expresó en Nueva York que la ayuda había resultado un muy buen
negocio para la economía de los Estados Unidos, así como para la tesorería de ese país.
Desde que, a fines de la década del cincuenta, hizo crisis el desequilibrio de la
balanza norteamericana de pagos, los préstamos fueron condicionados a la
adquisición de los bienes industriales norteamericanos, por lo general más caros
que otros productos similares en otras partes del mundo. Mas recientemente se
pusieron en acción ciertos mecanismos, como las «listas negativas», para evitar que
los créditos sirvan a la exportación de los artículos que los Estados Unidos pueden
colocar en el mercado mundial, en buenas condiciones competitivas, sin recurrir al
expediente de la autofilantropía. Las posteriores «listas positivas» han hecho posible,
a través de la ayuda, la venta de ciertas manufacturas norteamericanas a precios
que son entre un treinta y un cincuenta por ciento más altos que los de otras fuentes
internacionales. La atadura del financiamiento -dice la OEA en el documento ya
citado- otorga «un subsidio general a las exportaciones norteamericanas». Las firmas
fabricantes de maquinarias sufren serias desventajas de precios en el mercado
internacional, según confiesa el Departamento de Comercio de los Estados Unidos,
«a menos que puedan aprovechar el financiamiento más liberal que se puede obtener bajo los
1 O Estado de São Paulo. 24 de enero de 1963)
2 Internalional Commerce, 4 de febrero de 1963.)
3 Wall Street Journal, 31 de enero de 1968.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 190
diversos programas de ayuda»1. Cuando Richard Nixon prometió desatar la ayuda, en
un discurso de fines de 1969, sólo se refirió a la posibilidad de que las compras
pudieran efectuarse, alternativamente, en los países latinoamericanos. Este ya era,
desde antes, el caso de los préstamos que el Banco Interamericano de Desarrollo
otorga con cargo a su Fondo para Operaciones Especiales. Pero la experiencia
muestra que los Estados Unidos, o las filiales latinoamericanas de sus
corporaciones, resultan siempre los proveedores finalmente elegidos en los
contratos. Los préstamos de la AID; el Eximbank y, en su mayoría, los del BID,
exigen también que no menos de la mitad de los embarques se realice en barcos de
bandera norteamericana. Los fletes de los buques de los Estados Unidos resultan
tan caros que en algunos casos llegan hasta a duplicar los precios de las líneas
navieras más baratas disponibles en el mundo. Normalmente, son también
norteamericanas las empresas que aseguran las mercaderías transportadas, y
norteamericanos los bancos a través de los cuales las operaciones se concretan.
La Organización de Estados Americanos ha hecho una reveladora estimación
de la magnitud de la ayuda real que América Latina recibe2. Una vez separada la
paja del grano, se llega a la conclusión de que apenas el 38 por ciento de la ayuda
nominal puede considerarse ayuda real. Los préstamos para industria, minería,
comunicaciones, y los créditos compensatorios, sólo constituyen ayuda en una
quinta parte del total autorizado. En el caso del Eximbank, la ayuda viaja de sur a
norte: el financiamiento otorgado por el Eximbank; dice la OEA, en lugar de
significar ayuda, implica un costo adicional para la región, en vírtud de los
sobreprecios de los artículos que los Estados Unidos exportan por su intermedio.
América Latina proporciona la mayoría de los recursos ordinarios de capital
del Banco Interamericano de Desarrollo. Pero los documentos del BID llevan,
además de sello propio, el emblema de la Alianza para el Progreso, y los Estados
Unidos son el único país que cuenta con poder de veto en su seno; los votos de los
países latinoamericanos, proporcionales a sus aportes de capital, no reúnen los dos
tercios de mayoría necesarios para las resoluciones importantes. «Si bien el poder de
veto de los Estados Unidos sobre los préstamos del BID no ha sido usado, la amenaza de la
utilización del veto para propósitos políticos ha influido sobre las decisiones», reconocía
Nelson Rockefeller, en agosto de 1969, en su célebre informe a Nixon. En la mayor
parte de los préstamos que concede, el BID impone las mismas condiciones que los
organismos abiertamente norteamericanos: la obligación de utilizar los fondos en
mercancías de los Estados Unidos y transportar por lo menos la mitad bajo la
bandera de las barras y las estrellas, amén de la mención expresa de la Alianza para
el Progreso en la publicidad. El BID determina la política de tarifas y de impuestos
de los servicios que toca con su varita de hada buena; decide a cuánto debe
cobrarse el agua y fija los impuestos para el alcantarillado o las viviendas, previa
propuesta de los consultores norteamericanos designados con su venia. Aprueba
los planos de las obras, redacta las licitaciones, administra los fondos y vigila el
cumplimiento3. En la tarea de reestructurar la enseñanza superior de la región de
acuerdo con las pautas del neocolonialismo cultural, el BID ha desempeñado un
fructífero papel. Sus préstamos a las universidades bloquean la posibilidad de
1 International Cammerce, 17 de julio de 1967)
2 Secretaría General de la OEA, op. cit).
3 Por ejemplo, en Uruguay, el texto del contrato firmado el 21 de mayo de 1963 entre el BID y el
gobierno departamental de Montevideo, para la ampliación del alcantarillado.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 191
modificar, sin su conocimiento y su permiso, las leyes orgánicas o los estatutos, y a
la vez impone determinadas reformas docentes, administrativas y financieras. El
secretario general de la OEA designa el árbítro en caso de controversia1.
Los contratos de la Agencia para el Desarrollo Internacional, AID, no sólo
implican mercancías y fletes norteamericanos, sino que, además, habitualmente
prohiben el comercio con Cuba y Vietnam del Norte y obligan a aceptar la tutela
administrativa de sus técnicos. Para compensar el desnivel de precios entre los
tractores o los fertilizantes de Estados Unidos y los que pueden obtenerse, más
baratos, en el mercado mundial, imponen la eliminación de los impuestos y
aranceles aduaneros para los productos importados con los créditos. La ayuda de la
AID incluye jeeps y armas modernas destinadas a la policía, para que el orden
interior de los países pueda ser debidamente salvaguardado. No en vano un tercio
de los créditos de la AID se obtiene inmediatamente después de su aprobación,
pero los dos tercios restantes se condicionan al visto bueno del Fondo Monetario
Internacional, cuyas recetas normalmente desatan el incendio de la agitación social.
Y por si el FMI no hubiera logrado desmontar, pieza por pieza, como se desmonta
un reloj, todos los mecanismos de la soberanía, la AID suele exigir también, de
paso, la aprobación de determinadas leyes o decretos. La AID es el vehículo
principal de los fondos de la Alianza para el Progreso. El Comité Interamericano de la
Alianza para el Progreso obtuvo del gobierno uruguayo, por no citar más que un ejemplo de
los laberintos de la generosidad, la firma de un compromiso por el cual los ingresos y los
egresos de los entes del Estado, así como la política oficial en materia de tarifas, salarios e
inversiones, pasaron al control directo de este organismo extranjero2. Pero las condiciones
más lesivas rara vez figuran en los textos de los contratos y los compromisos
públicos, y se esconden en las secretas disposiciones complementarias. El
parlamento uruguayo nunca supo que el gobierno había aceptado, en marzo de
1968, poner un límite a las exportaciones de arroz de ese año, para que el país
pudiera recibir harina, maíz y sorgo al amparo de la ley de excedentes agrícolas de
los Estados Unidos.
Muchas dagas brillan bajo la capa de la asistencia a los países pobres. Teodoro
Moscoso, que fuera administrador general de la Alianza para el Progreso, confesó:
«...puede ocurrir que los Estados Unidos necesiten el voto de un país determínado en la
Organización de las Naciones Unidas, o en la OEA; y es posible que entonces el gobierno de
ese país -siguiendo la consagrada tradición de la fría diplomacia- pida un precio a cambio»3.
En 1962, el delegado de Haití a la Conferencia de Punta del Este cambió su voto por
un aeropuerto nuevo, y así los Estados Unidos obtuvieron la mayoría necesaria
para expulsar a Cuba de la Organización de Estados Americanos4. El ex dictador de
Guatemala, Miguel Ydígoras Fuentes, ha declarado que tuvo que amenazar a los
1 Por ejemplo, en Bolivia, el texto del contrato firmado el 1 " de abril de 1966 entre el BID y la
Universidad Mayor de San Simón, en Cochabamba, para mejorar la enseñanza de las ciencias
agrícolas.)
2 Documento publicado por el diario Ya, Montevideo, 28 de mayo de 1970.)
3 Panorama, Centro de Estudios y Documentación Sociales, México, noviembre-diciembre de 1965.)
4 También se prometió a la dictadura de Duvalier, en señal de gratitud, una carretera en dirección al
serorpuerto, Irving Pflaum (Arena of Decision. Latin American Crisis, Nueva York, 1964) y John Gerassi
(The Great Fear in Latin América, Nueva York, 1965) coinciden en que éste fue un caso de soborno. Pero
los Estados Unidos no cumplieron con sus promesas a Haití. Duvalier, «Papa-Doc>, guardián de la
muerte en la mitología vudú, se sintió estafado. Según dicen, el viejo brujo invocó la ayuda del Diablo
para vengarse de Kennedy, y sonrió complacido cuando los balazos de Dallas pusieron fin a la vida
del presidente norteamericano.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 192
norteamericanos con que negaría el voto de su país a las conferencias de la Alianza
para el Progreso, para que ellos cumplieran con su promesa de comprarle más
azúcar1.. Pero la paradoja cesa, no bien se conoce la distribución interna de la ayuda
recibida: los créditos de la Alianza fueron sembrados como minas explosivas en el
camino de Goulart. Carlos Lacerda, gobernador de Guanabara y, por entonces,
líder de la extrema derecha, obtuvo siete veces más dólares que todo el nordeste: el
estado de Guanabara, con sus escasos cuatro millones de habitantes, pudo así
inventar hermosos jardines para turistas en los bordes de la bahía más espectacular
del mundo, y los nordestinos siguieron siendo la llaga viva de América Latina. En
junio de 1964, ya triunfante el golpe de Estado que instaló en el poder a Castelo
Branco, Thomas Mann, subsecretario de Estado para asuntos interamericanos y
brazo derecho del presidente Johnson, explicó: «Los Estados Unidos distribuyeron
entre los gobernadores eficientes de ciertos estados brasileños la ayuda que era destinada al
gobierno de Goulart, pensando financiar así la democracia, Washington no dio dinero
alguno para la balanza de pagos o el presupuesto federal, porque eso podía beneficiar
directamente al gobierno central»2. La administración norteamericana había resuelto
negar cualquier tipo de cooperación al gobierno de Belaúnde Terry, en el Perú, «a
menos que diera las deseadas garantías de que seguiría una política indulgente hacia la
International Petroleum Company. Belaúnde rehusó y, como resultado, a fines de 1965 no
había recibido aún su parte en la Alianza para el Progreso»3. Posteriormente, como se
sabe, Belaúnde transó. Y perdió el petróleo y el poder: había obedecido para
sobrevivir. En Bolivia, los préstamos norteamericanos no proporcionaron un solo
centavo para que el país pudiera levantar sus propias fundiciones de estaño, de
modo que el estaño continuó viajando en bruto a Liverpool y desde allí, ya
elaborado, a Nueva York; en cambio, la ayuda dio nacimiento a una burguesía
comercial parasitaria, infló la burocracia, alzó grandes edifícios y tendió modernas
autopistas y otros elefantes blancos, en un país que disputa con Haití la más altas
tasas de mortalidad infantil de América Latina. Los créditos de los Estados Unidos
o sus organismos internacionales negaban a Bolivia el derecho de aceptar las ofertas
de la Unión Soviética, Checoslovaquia y Polonia para crear una industria
petroquímica, explotar y fundir el cinc, el plomo y los yacimientos de hierro, e
instalar hornos de fundición de estaño y de antimonio. En cambio, Bolivia quedó
obligada a importar productos exclusivamente de los Estados Unidos. Cuando por
fin cayó el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario, devorado en sus
cimíentos por la ayuda norteamericana, el Embajador de los Estados Unidos,
Douglas Henderson, comenzó a asistir puntualmente a las reuniones de gabinete
del dictador René Barrientos4.
Los préstamos ofrecen indicaciones tan precisas como las de un termómetro
para evaluar el clima general de los negocios de cada país, y ayudan a despejar los
nubarrones políticos o las tormentas revolucionarias del transparente cielo de los
millonarios. «Los Estados Unidos van a concertar su programa de ayuda económica
1 Reportaje por Georgie Anne Geyer, The Miami Herald, 24 de diciembre de 1966). Podría resultar, a
primera vista, paradójico que Brasil haya sido el país más favorecido por la Alianza para el Progreso
durante el gobierno nacionalista de João Goulart (1961-64)
2 Declaración ante la subcomisión de la Cámara de Representantes. Citado por Nelson Werneck Sodré,
História militar do Brasil, Río de janeiro, 1965.)
3 Frederick B. Pike, The Modern History of Peru. Nueva York, 1968.)
4 Amado Canelas, Radiografia de la Alianza para el Atraso, La Paz, 1963; Mariano Baptista Gumucio y
otros, Guerrilleros y generales sobre Bolivia, Buenos Aires, 1968; y fohn Gunther, Inside South America,
Nueva York, 1967)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 193
en los países que muestren la mayor inclinación a favorecer el clima de inversiones,
y retirar la ayuda a los otros países en que una performance satisfactoria no sea
demostrada», anunciaron, en 1963, diversos hombres de negocios encabezados por
David Rockefeller1. El texto de la ley de ayuda extranjera se hace categórico al
disponer la suspensión de la asistencia a cualquier gobierno que haya
«nacionalizado, expropiado o adquirido la propiedad o el control de la propiedad
perteneciente a cualquier ciudadano de los Estados Unidos o cualquier corporación,
sociedad o asociación», que pertenezcan a ciudadanos norteamericanos, en una
proporción no inferior a la mitad2. No en vano el Comité de Comercio de la Alianza
para el Progreso cuenta, entre sus miembros más distinguidos, con los más altos
ejecutivos del Chase Manhattan y del City Bank, la Standard Oil, la Anaconda y la
Grace. La AID despeja el camino a los capitalistas norteamericanos, de múltiples
maneras; entre otras, exigiendo la aprobación de los acuerdos de garantías de las
inversiones contra las posibles pérdidas por guerras, revoluciones, insurrecciones o
crisis monetarias. En 1966, según el Departamento de Comercio de los Estados
Unidos, los inversionistas privados norteamericanos recibieron estas garantías en
quince países de América Latina, por cien proyectos que sumaban más de
trescientos millones de dólares, dentro del Programa de Garantía de Inversiones de
la AID3
ADELA no es una canción de la revolución mexicana, sino el nombre de un
consorcio internacional de inversiones. Nació por iniciativa del First National City
Bank de Nueva York, la Standard Oil de Nueva jersey y la Ford Motor Co. El grupo
Mellon se incorporó con entusiasmo y también poderosas empresas europeas
porque, al decir del senador Jacob Javits, “América Latina proporciona una
excelente oportunidad para que los Estados Unidos, al invitar a Europa a entrar,
muestren que no buscan una posición de dominio o exclusividad...”4.
Pues bien, en
su informe anual de 1968, ADELA agradeció muy especialmente al Banco
Interamericano de Desarrollo los empréstitos concedidos para impulsar los negocios del
consorcio en América Latina, y en el mismo sentido saludó la obra de la Corporación
para el Financiamiento Internacional, uno de los brazos del Banco Mundial. Con
1 La hija de David, Peggy Rockefeller, decidió poco después irse a vivir a una favela de Río de Janeiro
llamada Jacarezinho. Su padre, uno de los hombres más ricos del mundo, viajó a Brasil para atender
sus negocios y fue personalmente a la humilde casa de familia que Peggy había elegido, probó la
humilde comida, comprobó con espanto que la casa se llovía y las ratas entraban por debajo de la
puerta. Al irse, dejó sobre la mesa un cheque con varios ceros. Peggy vivió allí durante algunos meses,
colaborando con los Cuerpos de Paz. Los cheques continuaron llegando. Cada uno de ellos equivalía a
lo que el dueño de casa podía ganar en díez años de trabajo. Cuando Peggy finalmente se fue, la casa y
la familia de Jacarezinho se habían transformado. Nunca la favela había conocido tanta opulencia.
Peggy había venido del cielo en línea recta. Era como haber ganado todas las loterías juntas. Entonces,
el dueño de la casa donde Peggy había vivido pasó a ser la mascota del régimen. Reportajes en la
televisión y en la radio, artículos en diarios y revistas, la publicidad desatada: él era un ejemplo que
todos los brasileños debían imitar. Había salido de la miseria gracias a su inquebrantable voluntad de
trabajo y a su capacidad de ahorro: vean, vean, él no gasta en aguardiente lo que gana, ahora tiene
televisión, refrigerador, muebles nuevos, los chicos calzan zapatos. La propaganda olvidaba un
pequeño detalle: la visita del hada Peggy. Porque Brasil tenía noventa millones de habitantes y el
milagro se había producido para uno solo.)
2 Hickenlooper Amendment, Section 620, Foreign Assistance Act. No es casual que este texto legal se
refiera explícitamente a las medidas adoptadas contra los intereses norteamericanos «al primero de
enero de 1962 o en fecha posterior». lr 16 de febrero de 1962, el gobernador Leonel Brizola había
expropiado la compañía de teléfonos del estado brasileño de Río Grande do Su¡, subsidiaria de la
Internetional Telephone and Telegreph Corporation, y esta decisión había endurecido las relaciones
entre Washington y Brasilia. La empresa no aceptaba la indemnización propuesta por el gobierno.)
3 International Commerce, abril 10 de 1967.)
4 Citado por NACLA Newsletter, mayo-junio de 1970.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 194
ambas instituciones, ADELA está en contacto continuo para evitar la duplicación de
los esfuerzos y para evaluar las oportunidades de inversión1. Múltiples ejemplos
podrían proporcionarse de otras santas alianzas parecidas. En Argentina, los
aportes latinoamericanos a los recursos ordinarios del BID han servido para
beneficiar con muy convenientes empréstitos a empresas como Petrosur S.A.I.C.,
filial de la Electric Bond and Share, con más de diez millones destinados a la
construcción de un complejo petroquímico, o para financiar una planta de piezas de
automotores a Armetal S. A., filial de The Budd Co., Filadelfia, USA2. Los créditos
de la AID hicieron posible la expansión de la planta de productos químicos de la
Atlántica Richfield Co., en el Brasil, y el Eximbank proporcionó generosos
préstamos a la ICOMI, filial de la Bethlehem Steel en el mismo país. Gracias a los
aportes de la Alianza para el Progreso y el Banco Mundial, la Phillips Petroleum
Co. pudo dar nacimiento en 1966, también en Brasil, al mayor complejo de fábricas
de fertilizantes de América Latína. Todo se computa con cargo a la ayuda, y todo
pesa sobre la deuda externa de los países agraciados por la diosa Fortuna.
Cuando Fidel Castro se dirigió al Banco Mundial y al Fondo Monetario
Internacional, en los primeros tiempos de la revolución cubana, para reconstruir las
reservas de divisas extranjeras agotadas por la dictadura de Batista, ambos
organismos le respondieron que primero debía aceptar un programa de
estabilización que implicaba, como en todas partes, el desmantelamiento del Estado
y la parálisis de las reformas de estructura3. El Banco Mundial y el FMI actúan
estrechamente ligados y al servicio de fines comunes; nacieron juntos, en Bretton
Woods. Los Estados Unidos cuentan con la cuarta parte de los votos en el Banco
Mundial; los veintidós países de América Latina apenas reúnen menos de la décima
parte. El Banco Mundial responde a los Estados Unidos como el trueno al
relámpago. Según explica el Banco, la mayor parte de sus préstamos se dedica a la
construcción de carreteras y otras vías de comunicación y al desarrollo de las
fuentes de energía eléctrica, «que son una condición esencial para el crecimiento de la
empresa privada»4. Estas obras de infraestructura facilitan, en efecto, el acceso de las
materias primas a los puertos y a los mercados mundiales, y sirven al progreso de
la industria, ya desnacionalizada, de los países pobres. El Banco Mundial cree que,
«en la mayor medida practicable, la industria competitiva debería dejarse a la empresa
privada. Esto no significa que el Banco excluya absolutamente los préstamos a las industrias
de propiedad del Estado, pero sólo asumirá estos financiamíentos en los casos en que el
capital privado no resulte accesible, y si se asegura a satisfacción, al cabo de los exámenes,
que la participación del gobierno resultará compatible con la eficiencia de las operaciones y
no tendrá un efecto indebidamente restrictivo sobre la expansión de la iniciativa y la
empresa privadas». Se condicionan los préstamos a la aplicación de la receta
estabilizadora del FMI y al pago puntual de la deuda externa; los préstamos del
Banco son incompatibles con la adopción de políticas de control de las ganancias de
las empresas, «tan restrictivas que las utilidades no pueden operar sobre una base clara, y
aun menos impulsar la expansión futura»5.
Desde 1968, el Banco Mundial ha derivado
en gran medida sus empréstitos a la promoción del control de la natalidad, los
planes de educación, los negocios agrícolas y el turismo.
1 ADELA Annual Report, 1968. Citado por NACI.A, op. Cit.)
2 Banco Interamericano de Desarrollo, Décimo informe anual, 1969, Washington, 1970.)
3 Harry Magdoff, La era del imperialismo, Monthly Review, selecciones en castellano, enero-febrero de
1969.)
4 The World Bank, iFc and IDA, Policies and Operations, Washington, 1962.)
5 The World Bank, IFC and IDA, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 195
Como todas las demás máquinas traganíqueles de las altas finanzas internacionales, el
Banco constituye también un eficaz instrumento de extorsión, en beneficio de poderes
muy concretos. Sus sucesivos presidentes han sido, desde 1946, prominentes
hombres de negocios de los Estados Unidos. Eugene R. Black, que dirigió el Banco
Mundial desde 1949 a 1962, ocupó posteriormente los directorios de numerosas
corporaciones privadas, una de las cuales, la Electric Bond and Share, es el más
poderoso monopolio de la energía eléctrica del planeta1. Casualmente, el Banco
Mundial obligó a Guatemala, en 1966, a aceptar un acuerdo honroso con la Electric
Bond and Share, como condición previa para la puesta en práctica del proyecto
hidroeléctrico de Jurún-Marinalá: el acuerdo honroso consistía en el pago de una
indemnización abultada por los daños que la empresa pudiera sufrir en una cuenca
que le había sido gratuitamente otorgada pocos años atrás, y, además, incluía un
compromiso del Estado en el sentido de no impedir que la Bond and Share
continuara fijando libremente las tarifas de la electricidad en el país. Casualmente
también, el Banco Mundial impuso a Colombia, en 1967, el pago de treinta y seis
millones de dólares de indemnización a la Compañía Colombiana de Electricidad,
filial de la Bond and Share, por sus envejecidas maquinarias recién nacionalizadas.
El Estado colombiano compró así lo que le pertenecía, porque la concesión a la
empresa había vencido en 1944. Tres presidentes del Banco Mundial integran la
constelación de poder de los Rockefeller. John J. McCloy presidió el organismo
entre 1947 y 1949, y poco después pasó al directorio del Chase Manhattan Bank. Lo
sucedió, al frente del Banco Mundial, Eugene R. Black, que había hecho el camino
inverso: venía del directorio del Chase. George D. Woods, otro hombre de
Rockefeller, heredó a Black en 1963. Casualmente, el Banco Mundial participa en
forma directa, con un décimo del capital y sustanciales empréstitos, de la mayor
aventura de los Rockefeller en Brasil: Petroquímíca União, el complejo
perroquímico más importante de América del Sur. Más de la mitad de los
préstamos que recibe América Latina proviene, previa luz verde del FMI, de los
organismos privados y oficiales de los Estados Unidos; los bancos internacionales
suman también un porcentaje importante. El FMI y el Banco Mundial ejercen
presiones cada vez más intensas para que los países latinoamericanos remodelen su
economía y sus finanzas en función del pago de la deuda externa. El cumplimiento
de los compromisos contraídos, clave de la buena conducta internacional, resulta
cada vez más difícil y se hace al mismo tiempo más imperioso. La región vive el
fenómeno que los economistas llaman la explosión de la deuda. Es el círculo vicioso
de la estrangulación: los empréstitos aumentan y las inversiones se suceden y en
consecuencia crecen los pagos por amortizaciones, intereses, dividendos y otros
servicios; para cumplir con esos pagos se recurre a nuevas inyecciones de capital
extranjero, que generan compromisos mayores, y así sucesivamente. El servicio de
la deuda devora una proporción creciente de los ingresos por exportaciones, de por
sí impotentes -por obra del inflexible deterioro de los precios- para financiar las
importaciones necesarias; los nuevos préstamos se hacen imprescindibles, como el
aire al pulmón, para que los países puedan abastecerse. Una quinta parte de las
exportaciones se dedicaba, en 1955, al pago de amortizaciones, intereses y
utilidades de inversiones; la proporción continuó creciendo y está ya próxima al
1 «Nuestros programas de ayuda al extranjero... estimulan el desarrollo de nuevos mercados para las
sociedades americanas... y orientan la economía de los beneficiarios hacia un sistema de libre empresa
en el que las firmas americanas puedan prosperar.» Eugene R. Black en Columbia Journal oJ Worid
Business, vol. I, 1965)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 196
estallido. En 1968, los pagos representaron el 37 por ciento de las exportaciones1. Si
se siguiera recurriendo al capital extranjero para cubrir la brecha del comercio y
para financiar la evasión de las ganancias de las inversiones imperialistas, en 1980
nada menos que el ochenta por ciento de las divisas quedaría en manos de los
acreedores extranjeros, y el monto total de la deuda llegaría a exceder en seis veces
el valor de las exportaciones2. El Banco Mundial había previsto que en 1980 los
pagos de servicios de deuda anularían por completo el influjo de nuevo capital
extranjero hacia el mundo subdesarrollado, pero ya en 1965, la afluencia de nuevos
préstamos y de nuevas inversiones hacia América Latina resultó menor que el
capital drenado de la región, sólo por amortizaciones e intereses, para cumplir con
los compromisos anteriormente contraídos.
LA INDUSTRIALIZACIÓN NO ALTERA LA ORGANIZACIÓN DE LA
DESIGUALDAD EN EL MERCADO MUNDIAL
El intercambio de mercancías constituye, junto a las inversiones directas en el
exterior y los empréstitos, la camisa de fuerza de la división internacional del
trabajo. Los países del llamado Tercer Mundo intercambian entre sí poco más de la
quinta parte de sus exportaciones, y en cambio dirigen las tres cuartas partes del
total de sus ventas exteriores hacia los centros imperialistas de los que son
tributarios3. En su mayoría, los países latinoamericanos se identifican, en el
mercado mundial, con una sola materia prima o con un solo alimento4.
En cuanto a México, «depende en más de un 30 por 100 de tres productos, en
más de un 40 por 100 de cinco produetos y en más de un 50 por 100 de diez
productos, en su gran mayoría no manufacturados, que tienen como principal
salida el mercado norteamericano». Pablo González Casanova, La democracia en
México. México, 1965.). América Latina dispone de lana, algodón y fibras naturales
en abundancia, y cuenta con una industria textil ya tradicional, pero apenas
participa en un 0,6 por ciento de las compras de hilados y tejidos de Europa y
Estados Unidos. La región ha sido condenada a vender sobre todo productos
primarios, para dar trabajo a las fábricas extranjeras, y ocurre que esos productos
«son exportados, en su gran mayoría, por fuertes consorcios con vinculaciones
internacionales, que disponen de las relaciones necesarias en los mercados mundiales para
1 Naciones Unidas, CEPAL, op. cit., y Estudio económico de América Latina, 1969, Nueva York-Santiago
de Chile. 1970.)
2 Según previsiones del Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social, La brecha
comercial y la integración latinoamericana, México-Santiago de Chile, 1967.)
3 Pierre Jalée, Le pillage du Tiers Monde, París, 1966.).
4 En el trienio 1966-68, el café proporcionó a Colombia el 64 por 100 de sus ingresos totales por
exportaciones; a Brasil, el 43 por 100; a El Salvador, el 48 por 100; a Guatemala, el 42 por 100, y a Costa
Rica, el 36 por 100. El banano abarcó el 61 por 100 de las divisas de Ecuador, el 54 por 100 de las de
Panamá y el 47 por 100 de las de Honduras. Nicaragua dependió del algodón en un 42 por 100. La
República Dominicana del azúcar, en un 56 por 100. Carnes, cueros y lanas proporcionaron a Uruguay
un 83 por 100 de sus divisas y a la Argentina un 38 por 100. El cobre sumó un 74 por 100 de los
ingresos comerciales de Chile, y el 26 por 100 de los de Perú; el estaño representó el 54 por 100 del
valor de las exportaciones de Bolivia. Venezuela obtuvo del petróleo el 93 por 100 de sus divisas.
Naciones Unidas, CEPAL, op. Cit.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 197
colocar sus productos en las condiciones más convenientes»1, pero en las más
convenientes para ellos, que por lo general expresan los intereses de los países
compradores: es decir, a los precios más bajos. Hay en los mercados internacionales
un virtuaI monopolio de la demanda de materias primas y de la oferta de
productos industrializados; a la inversa, operan dispersos los ofertantes de
productos básicos, que son también compradores de bienes terminados: los unos,
fuertes, actúan congregados en torno a la potencia dominante, Estados Unidos, que
consume casi tanto como todo el resto del planeta; los otros, débiles, operan
aislados, compitiendo los oprimidos contra los oprimidos. Nunca ha existido en los
llamados mercados internacionales el llamado libre juego de la oferta y la demanda,
sino la dictadura de una sobre la otra, siempre en beneficio de los países capitalistas
desarrollados. Los centros de decisión donde los precios se fijan se encuentran en
Washington, Nueva York, Londres, París, Amsterdam, Hamburgo; en los consejos
de ministros y en la bolsa. De poco o nada sirve que se hayan suscrito, con pompa y
estrépito, acuerdos internacionales para proteger los precios del trigo (1949), del
azúcar (1953), del estaño (1956), del aceite de oliva (1956), y del café (1962). Basta
contemplar la curva descendente del valor relativo de estos productos, para
comprobar que los acuerdos no han sido más que simbólicas excusas que los países
fuertes han presentado a los países débiles cuando los precios de sus productos
habían alcanzado niveles escandalosamente bajos. Cada vez vale menos lo que
América Latina vende y, comparativamente, cada vez es más caro lo que compra.
Con el producto de la venta de veintidós novillos, Uruguay podía comprar un
tractor Ford Major en 1954; hoy, necesita más del doble. Un grupo de economistas
chilenos que realizó un informe para la central sindical estimó que, si el precio de
las exportaciones latinoamexicanas hubiera crecido desde 1928 al mismo ritmo que
ha crecido el precio de las importaciones, América Latina hubiera obtenido, entre
1958 y 1967, 57 mil millones de dólares más de lo que recibió, en ese período, por
sus ventas al exterior2. Sin remontarse tan lejos en el tiempo, y tomando como base
los precios de 1950, las Naciones Unidas estiman que América Latina ha perdido, a
causa del deterioro del intercambio, más de dieciocho mil millones de dólares en la
década transcurrida entre 1955 y 1964.
Posteriormente, la caída continuó. La brecha de comercio -diferencia entre las
necesidades de importación y los ingresos que se obtienen de las exportacionesserá
cada vez más ancha si no cambian las actuales estructuras del comercio
exterior: cada año que pasa, se cava más profundamente este abismo para América
Latina. Si la región se propusiera lograr, en los próximos tiempos, un ritmo de
desarrollo ligeramente superior al de los últimos quince años, que ha sido bajísimo,
enfrentaría necesidades de importación que excederían largamente el previsible
crecimiento de sus ingresos de divisas por exportaciones. Según los cálculos del
ILPES, la brecha de comercio ascendería, en 1975, a 4 600 millones de dólares, y en
1980 llegaría a los 8 300 millones3. Esta última cifra representa nada menos que la
mitad del valor de las exportaciones previstas para ese año. Así, sombrero en mano,
los países latinoamericanos golpearán cada vez más desesperadamente a las
1 Marco D. Pollner en el volumen colectivo de INTAL-BID, Los empresarios y la integración de América
Latina, Buenos Aires, 1967.)
2 Central Unica de Trabajadores de Chile, América Latina, un mundo que ganar, Santiago de Chile,
1968.)
3 Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 198
puertas de los prestamistas internacionales.
A. Emmanuel sostiene que la maldición de los precios bajos no pesa sobre
determinados productos, sino sobre determinados países1. Al fin y al cabo, el
carbón, uno de los principales productos de exportación de Inglaterra hasta no hace
mucho, no es menos primario que la lana o el cobre, y el azúcar contiene más
elaboración que el whisky escocés o los vinos franceses; Suecia y Canadá exportan
madera, una materia prima, a precios excelentes. El mercado mundial funda la
desigualdad del comercio, según Emmanuel, en el intercambio de más horas de
trabajo de los países pobres por menos horas de trabajo de los países ricos: la clave
de la explotación reside en que existe una enorme diferencia en los niveles de
salarios de unos y otros países, y que esa diferencia no está asociada a diferencias
de la misma magnitud en la productividad del trabajo. Son los salarios bajos los
que, según Emmanuel, determinan los precios bajos, y no a la inversa: los países
pobres exportan su pobreza, con lo que se empobrecen cada vez más, al tiempo que
los países ricos obtienen el resultado inverso. Según las estimaciones de Samír
Amin2,
si los productos exportados por los países subdesarrollados en 1966
hubieran sido producidos por los países desarrollados con las mismas técnicas pero
con sus mucho mayores niveles de salarios, los precios hubieran variado a tal punto
que los países subdesarrollados hubieran recibido catorce mil millones de dólares
más.
Por cierto que los países ricos han utilizado y utilizan las barreras aduaneras
para proteger sus altos salarios internos en los renglones en que no podrían
competir con los países pobres. Los Estados Unidos emplean al Fondo Monetario,
al Banco Mundial y los acuerdos arancelarios del GATT, para imponer en América
Latina la doctrina del comercio libre y la libre competencia, obligando al
abatimiento de los cambios múltiples, del régimen de cuotas y permisos de
importación y exportación, y de los aranceles y gravámenes de aduana, pero no
predican en modo alguno con el ejemplo. Del mismo modo que desalientan fuera
de fronteras la actividad del Estado, mientras dentro de fronteras el Estado
norteamericano protege a los monopolios mediante un vasto sistema de subsidios y
precios privilegiados, los Estados Unidos practican también un agresivo
proteccionismo, con tarifas altas y restricciones rigurosas, en su comercio exterior.
Los derechos de aduana se combinan con otros impuestos y con las cuotas y los
embargos3publica una lista muy elocuente de las restricciones en vigencia a la
importación de productos latinoamericanos). ¿Qué ocurriría con la prosperidad de
los ganaderos del Medio Oeste si los Estados Unidos permitieran el acceso a su
mercado interno, sin tarifas ni imaginativas prohibiciones sanitarias, de la carne de
mejor calidad y menor precio que producen Argentina y Uruguay? El hierro
ingresa libremente en el mercado norteamericano, pero si se ha convertido en
lingotes, paga 16 centavos por tonelada, y la tarifa sube en proporción directa al
grado de elaboración; otro tanto ocurre con el cobre y con una infinidad de
productos: alcanza con secar las bananas, cortar el tabaco, endulzar el cacao, aserrar
la madera o extraer el carozo a los dátiles para que los aranceles se descarguen
1 A. Emmanuel, El cambio desigual, México.)
2 Citado por André Gunder Frank, Totuard a Theory of Capitalist Underdevelopment, introducción a la
antología Underdevelopment.)
3 L. Delwart (The Future of Latin American Exports to the United States: 1965 and 1970, Nueva York,
1970)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 199
implacablemente sobre estos productos1. En enero de 1969, el gobierno de los
Estados Unidos dispuso la virtual suspensión de las compras de tomates en
México, que dan trabajo a 170 mil campesinos del estado de Sinaloa, hasta que los
cultivadores norteamericanos de tomate de la Florida consiguieron que los
mexicanos aumentasen el precio para evitar la competencia.
Pero la más quemante contradicción entre la teoría y la realidad del comercio
mundial estalló cuando la guerra del café soluble cobró, en 1967, estado público.
Entonces se puso en evidencia que sólo los países ricos tienen el derecho de explotar en
su beneficio las “ventajas naturales comparativas” que determinan, en la teoría, la
división internacional del trabajo. El mercado mundial del café soluble, de
asombrosa expansión, está en manos de la Nestlé y la General Foods; se estima que
no pasará mucho tiempo antes de que estas dos grandes empresas abastezcan más
de la mitad del -café que se consume en el mundo. Estados Unidos y Europa
compran el café en granos a Brasil y Africa; lo concentran en sus plantas
industriales y lo venden, convertido en café soluble, a todo el mundo. Brasil, que es
el mayor productor mundial de café, no tiene, sin embargo, el derecho de competir
exportando su propio café soluble, para aprovechar sus costos más bajos y para dar
destino a los excedentes de producción que antes destruía y ahora almacena en los
depósitos del Estado. Brasil sólo tiene el derecho de proporcionar la materia prima
para enriquecer a las fábricas del extranjero. Cuando las fábricas brasileñas -apenas
cinco en un total de ciento diez en el mundo- comenzaron a ofrecer café soluble en
el mercado internacional, fueron acusadas de competencia desleal. Los países ricos
pusieron el grito en el cielo, y Brasil aceptó una imposición humillante: aplicó a su
café soluble un impuesto interno tan alto como para ponerlo fuera de combate en el
mercado norteamericano2.
Europa no se queda atrás en la aplicación de barreras arancelarias, tributarias y
sanitarias contra los productos latinoamericanos. El Mercado Común descarga
impuestos de importación, para defender los altos precios internos de sus
productos agrícolas, y a la vez subsidia esos productos agrícolas para poderlos
exportar a precios competitivos: con lo que obtiene por los impuestos financia los
subsidios. Así, los países pobres pagan a sus compradores ricos para que les hagan la
competencia. Un kilo de carne de lomo de novillo vale, en Buenos Aires o en
Montevideo, cinco veces menos que cuando cuelga de un gancho en una carniceria
de Hamburgo o Munich3. «Los países desarrollados quieren permitir que les vendamos
jets y computadoras, pero nada que estemos en condiciones de producir con ventaja", se
quejaba, con razón, un representante del gobierno chileno en una conferencia
internacional4 .
Las inversiones imperialistas en el área industrial de América Latina no han
modificado en absoluto los términos de su comercio internacional. La región
continúa estrangulándose en el intercambio de sus productos por los productos de
las economías centrales. La expansión de las ventas de las empresas
norteamericanas radicadas al sur del río Bravo se concentra en los mercados locales
y no en la expor ración. Por el contrario, la proporción correspondiente a la
1 Harry Magdolf, op. cit)
2 Revista Fator, Río de Janeiro, noviembre-diciembre de 1968.)
3 Carlos Quijano, Las víctimas del sitema en marcha, Montevideo, 23 de octubre de 1970.)
4 New York Times, 3 de abril de 1968.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 200
exportación tiende a disminuir: según la OEA, las filiales norteamericanas exportan
un diez por ciento de sus ventas totales en 1962, y sólo un siete y medio por ciento
tres años más tarde1
La relación entre las exportaciones de manufacturas y el producto bruto
industrial no superó el 2 por 100, en 1963, en Argentina, Brasil, Perú, Colombia y
Ecuador; fue de un 3,1 por 100 en México y de un 3,2 por 100 en Chile (Aldo Ferrer
en el ya citado volumen colectivo de INTAL-BID). El comercio de los productos
industrializados por América Látina sólo crece dentro de América Latina: en 1955,
las manufacturas comprendían una décima parte del intercambio entre los países
del área, y en 1966 la proporción había subido al treinta por ciento2 El jefe de una
misión técnica norteamericana en Brasil, John Abbink, había anticipado,
profeticamente, en 1950: «Los Estados Unidos deben estar preparados para 'guiar'
la inevitable industrialización de los países no desarrollados, si se desea evitar el
golpe de un desarrollo económico intensísimo fuera de la égida norteamericana...
La industrialización, si no es controlada de alguna manera, llevaría a una sustancial
reducción de los mercados estadounidenses de exportación»3. En efecto, ¿acaso la
industrialización, aunque sea teleguiada desde fuera, no sustituye con producción
nacional las mercaderías que antes cada país debía importar del exterior? Celso
Furtado advierte que, a medida que América Latina avanza en la sustitución de
importaciones de productos más complejos, «la dependencia de insumos provenientes
de las matrices tiende a aumentar». Entre 1957 y 1964 se duplicaron las ventas de las
filiales norteamericanas, en tanto sus importaciones, sin incluir los equipamientos,
se multiplicaron por más de tres. «Esa tendencia parecería indicar que la eficacia
sustitutiva es una función decreciente de la expansión industrial controlada por compañías
extranjeras»4. La dependencia no se rompe, sino que cambia de calidad: los Estados
Unidos venden, ahora, en América Latina, una proporción mayor de productos
más sofisticados y de alto nivel tecnológico. «A largo plazo -opina el Departamento de
Comercio-, a medida que crece la producción industrial mexicana, se crean mayores
oportunidades para exportaciones adicionales de los Estados Unidos...»5. Argentina,
México y Brasil son muy buenos compradores de maquinaria industrial,
maquinaria eléctrica, motores, equipos y repuestos de origen norteamericano. Las
filiales de las grandes corporaciones se abastecen en sus casas matrices, a precios
deliberadamente caros. Refiriéndose a los costos de instalación de la industria
automotriz extranjera en Argentina, Viñas y Gastiazoro dicen, en este sentido:
«Pagando estas importaciones a precios muy elevados, giraban fondos hacia el exterior. En
muchos casos, estos pagos eran tan importantes que las empresas no sólo daban pérdidas [a
pesar del precio a que se vendían los automotores] sino que comenzaron a quebrar,
esfumándose rápidamente el valor de las acciones colocadas en el país... El resultado fue que
de las veintidós empresas radicadas' quedan actualmente diez, algunas al borde de la
quiebra... » '(87 Ismael Viñas y Eugenio Gastiazoro, op. cit.).
1 Secretaría General de la o£A, op. cit. Una amplia encuesta a las subsidiarias norteamericanas en
México, realizada en 1969 por encargo de la National Chamber Foundation, reveló que las casas
matrices de los Estados Unidos prohibían vender sus productos en el exterior a la mitad de las
empresas que contestaron el cuestionario. Las filiales no habían sido instaladas para eso. Miguel S.
Wionczek, La inversión extranjera privada en México: problemas y perspectivas, en Comercio
exterior, México, octubre de 1970.
2 Naciones Unidas, CEPAL, op. Cit.).
3 Jornal do Comercio, Río de janeiro 23 de marzo de 1950)
4 Celso Furtado, Um projeto para o Brasil, Río de Janeiro, 1968.)
5 International Commerce, 24 de abril de 1967.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 201
Para mayor gloria del poder mundial de las corporaciones, las subsidiarias
disponen así de las escasas divisas de los países latinoamericanos. El esquema de
funcionamiento de la industria satelizada, en relación con sus lejanos centros de
poder, no se distingue mucho del tradicional sistema de explotación imperialista de
los productos primarios. Antonio García1 sostiene que la exportación «colombiana»
de petróleo crudo ha sido siempre, estrictamente, una transferencia física de aceite
crudo desde un campo norteamericano de extracción hasta unos centros
industriales de refinado, comercialización y consumo en Estados Unidos, y la
exportación «hondureña» o «guatemalteca» de plátano, ha tenido el carácter de una
transferencia de alimentos que efectúan unas compañías norteamericanas desde
unos campos coloniales de cultivo hasta unas áreas norteamericanas de
comercialización y consumo. Pero las fábricas «argentinas», «brasileñas» o
«mexicanas», por no citar más que las más importantes, también integran un espacio
económico que nada tiene que ver con su localización geográfica. Forman, como muchos
otros hilos, la urdimbre internacional de las corporaciones, cuyas casas matrices
trasladan las utilidades de un país a otro, facturando las ventas por encima o por
debajo de los precios reales, según la dirección en que desean volcar las ganancias2.
Resortes fundamentales del comercio exterior quedan así en manos de empresas
norteamericanas o europeas que orientan la política comercial de los países según el
criterio de gobiernos y directorios ajenos a América Latina. Así como las filiales de
Estados Unidos no exportan cobre a la URSS ni a China ni venden petróleo a Cuba,
tampoco se abastecen de materias primas y maquinarias en las fuentes
internacionales más baratas y convenientes.
Esta eficiencia en la coordinación de las operaciones en escala mundial, por
completo al margen del «libre juego de las fuerzas del mercado», no se traduce,
claro está, en precios más bajos para los consumidores nacionales, sino en
utilidades mayores para los accionistas extranjeros. Es elocuente el caso de los
automóviles. Dentro de los países latinoamericanos, las empresas disponen de una
mano de obra abundante y muy, pero muy, barata, además de una política oficial
en todos los sentidos favorable a la expansión de las inversiones: donaciones de
terrenos, tarifas eléctricas privilegiadas, redescuentos del Estado para financiar las
ventas a plazos, dinero fácilmente accesible y, por si fuera poco, el auxilio ha
llegado en algunos países hasta el extremo de eximir a las empresas del pago de los
impuestos a la renta o a las ventas. El control del mercado resulta, por otra parte, de
antemano facilitado por el prestigio mágico que, ante los ojos de la clase media,
irradian las marcas y los modelos promovidos por gigantescas campañas
mundiales de publicidad. Sin embargo, todos estos factores no impiden, sino que
determinan, que los autos producidos en la región resulten mucho más caros que
en los países de origen de las mismas empresas. Las dimensiones de los mercados
latinoamericanos son mucho menores, bien es cierto, pero también es cierto que en
estas tierras el afán de ganancias de las corporaciones se excita como en ninguna
otra parte. Un Ford Falcon construido en Chile cuesta tres veces más que en
1 Antonio García, Las constelaciones del poder y el des-arrollo latinoamericano, en Comercio exterior,
México, noviembre de 1969.)
2 Por cierto que el mecanismo no es nuevo. El frigorífico Anglo ha dado siempre pérdidas en el
Uruguay, para cobrar los subsidios del Estado y para que rindieran millonarias utilidades sus seis mil
carnicerías de Londres, donde cada kilo de carne uruguaya se vende a un precio cuatro veces mayor
que el que recibe el Uruguay por la exportación. Guillermo Bernhard, Los monopolios y la industria
frigorífica, Montevideo, 1970.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 202
Estados Unidos1; un Valiant o un Fiat fabricados en la Argentina tienen precios de
venta que duplican con creces los de Estados Unidos o Italia2, y otro tanto ocurre
con el Volkswagen de Brasil en relación con el precio en Alemania3.
LA DIOSA TECNOLOGÍA NO HABLA ESPAÑOL
Wright Patman, el conocido parlamentario norteamericano, considera que el
cinco por ciento de las acciones de una gran corporación puede resultar suficiente,
en muchos casos, para su control liso y llano por parte de un individuo, una familia
o un grupo económico4. Si un cinco por ciento basta para la hegemonía en el seno
de las empresas todopoderosas de los Estados Unidos, ¿qué porcentaje de acciones
se requiere para dominar una empresa latinoamericana? En realidad, alcanza
incluso con menos: las sociedades mixtas, que constituyen uno de los pocos
orgullos todavía accesibles a la burguesía latinoamericana, simplemente decoran el
poder extranjero con la participación nacional de capitales que pueden ser
mayoritarios, pero nunca decisivos frente a la fortaleza de los cónyuges de fuera. A
menudo, es el Estado mismo quien se asocia a la empresa imperialista, que de este
modo obtiene, ya convertida en empresa nacional, todas las garantías deseables y
un clima general de cooperación y hasta de cariño. La participación «minoritaria»
de los capitales extranjeros se justifica, por lo general, en nombre de las necesarias
transferencias de técnicas y patentes. La burguesía latinoamericana, burguesía de
mercaderes sin sentido creador, atada por el cordón umbilical al poder de la tierra,
se hinca ante los altares de la diosa Tecnología. Si se tomaran en cuenta, como una
prueba de desnacionalización, las acciones en poder extranjero, aunque sean pocas, y la
dependencia tecnológica, que muy rara vez es poca, ¿cuántas fábricas podrían ser
consideradas realmente nacionales en América Latina? En México, por ejemplo, es frecuente
que los propietarios extranjeros de la tecnología exijan una parte del paquete accionario de
las empresas, además de decisivos controles técnicos y administrativos y de la obligación de
vender la producción a determinados intermediarios también extranjeros, y de importar la
maquinaria y otros bienes desde sus casas matrices, a cambio de los contratos de trasmisión
de patentes o know-how5 . No sólo en México. Resulta ilustrativo que los países del
llamado Grupo Andino (Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú) hayan
elaborado un proyecto para un régimen común de tratamiento de los capitales
extranjeros en el área, que hace hincapié en el rechazo de los contratos de
transferencia de tecnología que contengan condiciones como éstas. El proyecto
propone a los países que se nieguen a aceptar, además, que las empresas
extranjeras dueñas de las patentes fijen los precios de los productos con ellas
elaborados o que prohiban su exportación a determinados países.
El primer sistema de patentes para proteger la propiedad de las invenciones
fue creado, hace casi cuatro siglos, por sir Francis Bacon. A Bacon le gustaba decir:
1 Declaraciones del presidente Salvador Allende, según cable de AFP del 12 de diciembre de 1970.)
2 Dato publicado en el diario La Razón, Buenos Aires, 2 de marzo de 1970.)
3 Resultados da industria automobilística, estudio especial de Conyuntura económica, febrero de 1969.)
4
NACLA Newsletter, abril-mayo de 1969.)
5 Miguel S. Wionczek, La trasmisión de la tecnología a los países en desarrollo: proyecto de un estudio
sobre México, en Comercio exterior, México, mayo de 1968.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 203
«El conocimiento es poder», y desde entonces se supo que no le faltaba razón. La
ciencia universal poco tiene de universal; está objetivamente confinada tras los
límites de las naciones avanzadas. América Latina no aplica en su propio beneficio
los resultados de la investigación científica, por la sencilla razón de que no tiene
ninguna, y en consecuen-cia se condena a padecer la tecnología de los poderosos,
que castiga y desplaza a las materias primas naturales. América Latina ha sido
hasta ahora incapaz de crear una tecnología propia para sustentar y defender su
propio desarrollo. El mero trasplante de la tecnología de los países adelantados no
sólo implica la subordinación cultural y, en definitiva, también la subordinación
económica, sino que, además, después de cuatro siglos y medio de experiencia en la
multiplicación de los oasis de modernismo importado en medio de los desiertos del
atraso y de la ignorancia, bien puede afirmarse que tampoco resuelve ninguno de
los problemas del subdesarrollo1. Esta vasta región de analfabetos invierte en
investigaciones tecnológicas una suma doscientas veces menor que la que los
Estados Unidos destinan a esos fines. Hay menos de mil computadoras en América
Latina y cincuenta mil en Estados Unidos, en 1970. Es en el norte, por supuesto,
donde se diseñan los modelos electrónicos y se crean los lenguajes de
programación que América Latina importa. El subdesarrollo latinoamericano no es
un tramo en el camino del desarrollo, aunque se «modernicen» sus deformidades;
la región progresa sin liberarse de la estructura de su atraso y de nada vale, señala
Manuel Sadosky, la ventaja de no participar en el progreso con programas y
objetivos propios2. Los símbolos de la prosperidad son los símbolos de la
dependencia. Se recibe la tecnología moderna como en el siglo pasado se recibieron
los ferrocarriles, al servicio de los intereses extranjeros que modelan y remodelan el
estatuto colonial de estos países. «Nos ocurre lo que a un reloj que se atrasa y no es
arreglado -dice Sadosky-. Aunque sus manecillas sigan andando hacia adelante, la diferencia
entre la hora que marque y la hora verdadera será creciente».
Las universidades latinoamericanas forman, en pequeña escala, matemáticos,
ingenieros y programadores que de todos modos no encuentran trabajo sino en el
exilio: nos damos el lujo de proporcionar a los Estados Unidos nuestros mejores
técnicos y los científicos más capaces, que emigran tentados por los altos sueldos y
las grandes posibilidades abiertas, en el norte, a la investigación. Por otra parte,
cada vez que una universidad o un centro de cultura superior intenta, en América
Latina, impulsar las ciencias básicas para echar las bases de una tecnología no
copiada de los moldes y los intereses extranjeros, un oportuno golpe de Estado
destruye la experiencia bajo el pretexto de que así se incuba la subversión3 . Este fue
el caso, por ejemplo, de la Universidad de Brasilia, abatida en 1964, y la verdad es
que no se equivocan los arcángeles blindados que custodian el orden establecido: la
política cultural autónoma requiere y promueve, cuando es auténtica, profundos
cambios en todas las estructuras vigentes.
1 Víctor L. Urquidi en Obstacles lo Change in Latín America, de Claudio Véliz y otros, Londres, 1967.)
2 Manuel Sadosky, América Latina y la computación, en Gaceta de la Universidad, Montevideo, mayo
de 1970. Sadosky cita para ilustrar la ilusión desarrollista el testimonio de un especialista de la OEA:
«Los países subdesarrollados -sostiene George Landau- tienen algunas ventajas en relación con los
países desarrollados, porque cuando incorporan algún nuevo dispositivo o proceso tecnológico eligen,
generalmente, el más avanzado dentro de su tipo y así recogen el beneficio de años de investigación y
el fruto de inversiones considerables que debieron hacer los países más industrializados para alcanzar
esos resultados»)
3 Oscar J. Maggiolo en el volumen colectivo Hacia una política cultural autónoma para América Latina,
Montevideo, 1969.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 204
La alternativa consiste en descansar en las fuentes ajenas: la copia simiesca de
los adelantos que difunden las grandes corporaciones, en cuyas manos está
monopolizada la tecnología más moderna, para crear nuevos productos y para
mejorar la calidad o reducir el costo de los productos existentes. El cerebro
electrónico aplica infalibles métodos de cálculo para estimar costos y beneficios, y
así, América Latina importa técnicas de producción diseñadas para economizar
mano de obra, aunque le sobra la fuerza de trabajo y los desocupados van en
camino de constituir una aplastante mayoría en varios países; así, también, la
propia impotencia determina que la región dependa, para su progreso, de la
voluntad de los inversionistas extranjeros. Al controlar las palancas de la
tecnología, las grandes corporaciones multinacionales manejan también, por obvias
razones, otros resortes claves de la economía latinoamericana. Por supuesto, las
casas matrices nunca proporcionan a sus filiales las innovaciones más recientes, ni
impulsan, tampoco, una independencia que no les convendría. Una encuesta de
Business International, realizada por encargo del BID, llegó a la conclusión de que
«es evidente que las subsidiarias de las corporaciones internacionales que operan en la
región no realizan esfuerzos significativos en materia de investigación y desarrollo'. En
efecto, la mayoría de ellas carece de un departamento con esa finalidad y en casos muy
contados llevan a cabo labores de adaptación de tecnología, en tanto que otra minoría de
empresas --situadas casi invariablemente en Argentina, Brasil y México- realiza modestas
actividades de investigación»1. Raúl Prebisch advierte que «las empresas norteamericanas
en Europa instalan laboratorios y realizan investigaciones que contribuyen a fortalecer la
capacidad científica y técnica de esos países, lo que no ha sucedido en América Latina», y
denuncia un hecho muy grave: «La inversión nacional -dice-, por su falta de
conocimiento especializado [know-houw], realiza la mayor parte de su transferencia de
tecnología recibiendo técnicas que son del dominio público y que se importan como licencias
de conocimiento especializado...»2
Es altísimo, en varios sentidos, el costo de la dependencia tecnológica: también
lo es en dólares contantes y sonantes, aunque las estimaciones no resultan nada
fáciles por los múltiples escamoteos que las empresas practican en sus
declaraciones de remesas al exterior. Las cifras oficiales indican, no obstante, que el
drenaje de dólares por asistencia técnica se multiplicó por quince, en México, entre
1950 y 1964, y en el mismo período las nuevas inversiones no llegaron siquiera a
duplicarse. Las tres cuartas partes del capital extranjero en México aparecen, hoy,
destinadas a la industria manufacturera; en 1950, la proporción era de la cuarta
parte. Esta concentración de recursos en la industria sólo implica una
modernización refleja, con tecnología de segunda mano, que el país paga como si
fuera de primerísima. La industria automotriz ha drenado de México mil millones
de dólares, de una u otra manera, pero un funcionario del sindicato de los
automóviles en Estados Unidos recorrió la nueva planta de la General Motors en
Toluca, y escribió después: «Fue peor que arcaico. Peor, porque fue deliberadamente
arcaico, con lo obsoleto cuidadosamente planeado... Las plantas mexicanas
son equipadas deliberadamente con maquinaria de baja productividad»3 Las
1 Gustavo Lagos y otros, Las inversiones multinacionales en el desarrollo y la integración de América Latina,
Bogotá, 1968
2 Raúl Prebisch, La cooperación internacional en el desarrollo latinoamericano, en Desarrollo, Bogotá, enero
de 1970.
3 Leo Fenster, en julio de 1969. Citado por André Gunder Frank, Lumpenburguesía: lumpendesarrollo,
Montevideo, 1970.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 205
filiales extranjeras resultan de todos modos infinitamente más modernas que las
empresas nacionales. En la industria textil, por ejemplo, uno de los últimos
reductos del capital nacional, es bajísimo el grado de automatización. Se gún la
CEPAL., en 1962 y 1963 cuatro países de Europa invirtieron en nuevos equipos para
su industria textil una suma seis veces mayor que la que invirtió con el mismo fin
en 1964, toda América Latina. ). ¿Qué decir de la gratitud que América Latina debe
a la Coca Cola, la Pepsi o la Crush, que cobran carísimas licencias industriales a sus
concesionarios para proporcionarles una pasta que se disuelve en agua y se mezcla
con azúcar y gas?
LA MARGINACIÓN DE LOS HOMBRES Y LAS REGIONES
Grow with Brasil. Grandes avisos en los diarios de Nueva York exhortan a los
empresarios norteamericanos a sumarse al impetuoso crecimiento del gigante de
los trópicos. La ciudad de São Paulo duerme con los ojos abiertos; aturden sus
oídos las crepitaciones del desarrollo; surgen fábricas y rascacielos, puentes y
caminos, como brotan, de súbito, ciertas plantas salvajes en las tierras calientes.
Pero la traducción correcta de aquel eslogan publicitario sería, bien se sabe: «Crezca
a costa del Brasil». El desarrollo es un banquete con escasos invitados, aunque sus
resplandores engañen, y los platos principales están reservados a las mandíbulas
extranjeras. Brasil tiene ya más de noventa millones de habitantes, y duplicará su
población antes del fin del siglo, pero las fábricas modernas ahorran mano de obra
y el intacto latifundio también niega, tierra adentro, trabajo. Un niño en harapos
contempla, con brillo en la mirada, el túnel más largo del mundo, recién
inaugurado en Río de Janeiro. El niño en harapos está orgulloso de su país, y con
razón, pero él es analfabeto y roba para comer.
En toda América Latina, la irrupción del capital extranjero en el área
manufacturera, recibida con tanto entusiasmo, ha puesto aún más en evidencia las
díiferencias entre los «modelos clásicos» de industrialización, tal como se leen en la
historia de los países hoy desarrollados, y las características que el proceso muestra
en América Latina. El sistema vomita hombres, pero la industria se da el lujo de
sacrificar mano de obra en una proporción mayor que la de Europa1. No existe
ninguna relación coherente entre la mano de obra disponible y la tecnología que se
aplica, como no sea la que nace de la conveniencia de usar una de las fuerzas de
trabajo más baratas del mundo. Tierras ricas, subsuelos riquísimos, hombres muy
pobres en este reino de la abundancia y el desamparo: la inmensa marginación de
los trabajadores que el sistema arroja a la vera del camino frustra el desarrollo del
mercado interno y abate el nivel de los salarios. La perpetuación del vigente
régimen de tenencia de la tierra no sólo agudiza el crónico problema de la baja
productividad rural, por el desperdicio de tierra y capital en las grandes haciendas
improductivas y el desperdicio de mano de obra en la proliferación de los
minifundios, sino que además implica un drenaje caudaloso y creciente de
1 Las filiales norteamericanas ocupaban en la industria europea, en 1957 -no existen datos más
recientes-, una proporción de mano de obra, en relación con el capital invertido, más alta que en
América Latina. Secretaría General de la OEA, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 206
trabajadores desocupados en dirección a las ciudades. El subempleo rural se vuelca
en el subempleo urbano, Crecen la burocracia y las poblaciones marginales, donde
van a parar, vertedero sin fondo, los hombres despojados del derecho de trabajo.
Las fábricas no brindan refugio a la mano de obra excedente, pero la existencia de
este vasto ejército de reserva siempre disponible permite pagar salarios varias veces
más bajos que los que ganan los obreros norteamericanos o alemanes. Los salarios
pueden continuar siendo bajos aunque aumente la productividad, y la
productividad aumenta a costa de la disminución de la mano de obra. La
industrialización «satelizada» tiene un carácter excluyente: las masas se multiplican
a ritmo de vértigo, en esta región que ostenta el más alto índice de crecimiento
demográfico del planeta, pero el desarrollo del capitalismo dependiente -un viaje
con más náufragos que navegantes- margina mucha más gente que la que es capaz
de integrar. La proporción de trabajadores de la industria manufacturera dentro del
total de la población activa latinoamericana disminuye en vez de aumentar: había
un 14,5 % de trabajadores en la década del cincuenta; hoy sólo hay un once y medio
por ciento1. En Brasil, según un estudio reciente, «el número total de nuevos
empleos que deberán crearse promediarán un millón y medio por año durante la
próxima década»2. Pero el total de trabajadores empleados por las fábricas de
Brasil, el país más industrializado de América Latina, suma, sin embargo apenas
dos millones y medio.
Es multitudinaria la invasión de los brazos provenientes de las zonas más
pobres de cada país; las ciudades excitan y defraudan las expectativas de trabajo de
familias enteras atraídas por la esperanza de elevar su nivel de vida y conseguirse
un sitio en el gran circo mágico de la civilización urbana. Una escalera mecánica es
la revelación del Paraíso, pero el deslumbramiento no se come: la ciudad hace aún
más pobres a los pobres, porque cruelmente les exhibe espejismos de riquezas a las
que nunca tendrán acceso, automóviles, mansiones, máquinas poderosas como
Dios y como el Diablo, y en cambio les niega una ocupación segura y un techo
decente bajo el cual cobijarse, platos llenos en la mesa para cada mediodía. Un
organismo de las Naciones Unidas3 estima que por lo menos la cuarta parte de la
población de las ciudades latinoamericanas habita «asentamientos que escapan a
las normas modernas de construcción urbana», extenso eufemismo de los técnicos
para designar los tugurios conocidos como favelas en Río de Janeiro, callampas en
Santiago de Chile, jacales en México, barrios en Caracas y barriadas en Lima, villas
miseria en Buenos Aires y cantegriles en Montevideo. En las viviendas de lata,
barro y madera que brotan antes de cada amanecer en los cinturones de las
ciudades, se acumula la población marginal arrojada a las ciudades por la miseria y
la esperanza. Huaico significa, en quechua, deslizamiento de tierra, y huaico llaman
los peruanos a la avalancha humana descargada desde la sierra sobre la capital en
la costa: casi el setenta por ciento de los habitantes de Lima proviene de las
provincias. En Caracas los llaman toderos, porque hacen de todo: los marginados
viven de «changas», mordisqueando trabajo de a pedacitos y de cuando en cuando,
o cumplen tareas sórdidas o prohibidas: son sirvientas, picapedreros o albañiles
ocasionales, vendedores de limonada o de cualquier cosa, ocasionales electricistas o
1 Naciones Unidas, CEPAL, op. Cit.)
2 F. S. O'Brien, The Brazilian Population and Labor Force in 1968, documento para discusión interna,
Ministério doPlanejamento e Coordenação Geral, Rio de Janeiro, 1969)
3 Naciones Unidas, CEPAL, Estudio económico de América Latina, 1967, Nueva York-Santiago de
Chile, 1968.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 207
sanitarios o pintores de paredes, mendigos, ladrones, cuidadores de autos, brazos
disponibles para lo que venga. Como los marginados crecen más rapidamente que
los «integrados», las Naciones Unidas presienten, en el estudio citado, que de aquí
a pocos años «los asentamientos irregulares albergarán a una mayoría de la
población urbana». Una mayoría de derrotados. Mientras tanto, el sistema opta por
esconder la basura bajo la alfombra. Va barriendo, a punta de ametralladora, las
favelas de los morros de la bahía y las villas miseria de la capital federal; arroja a
los marginados, por millares y millares, lejos de la vista. Río de Janeiro y Buenos
Aires escamotean el espectáculo de la miseria que el sistema produce; pronto no se
verá más que la masticación de la prosperidad, pero no sus excrementos, en estas
ciudades donde se dilapida la riqueza que Brasil y Argentina, enteros, crean.
Dentro de cada país se reproduce el sistema internacional de dominio que cada país
padece. La concentración de la industria en determinadas zonas refleja la
concentración previa de la demanda en los grandes puertos o zonas exportadoras.
El ochenta por ciento de la industria brasileña está localizado en el triángulo del
sudeste -São Paulo, Río de Janeiro y Belo Horizonte- mientras el nordeste famélico
tiene una participación cada vez menor en el producto industrial nacional; dos
tercios de la industria argentina están en Buenos Aires y Rosario; Montevideo
abarca las tres cuartas partes de la industria uruguaya, y otro tanto ocurre con
Santiago y Valparaíso en Chile; Lima y su puerto concentran el sesenta por ciento,
de la industria peruana1. El creciente atraso relativo de las grandes áreas del
interior, sumergidas en la pobreza, no se debe a su aislamiento, como sostienen
algunos, sino que, por el contrario, es el resultado de la explotación, directa o
indirecta, que sufren por parte de los viejos centros coloniales convertidos, hoy, en
centros industriales. «Un siglo y medio de historia nacional -proclama un líder sindical
argentino-2 ha presenciado la violación de todos los pactos solidarios, la quiebra de la fe
jurada en los himnos y las constituciones, el dominio de Buenos Aires sobre las provincias.
Ejércitos y aduanas, leyes hechas por pocos y soportadas por muchos, gobiernos que con
algunas excepciones han sido agentes del poder extranjero, edificaron esta orgullosa
metrópoli que acumula la riqueza y el poder. Pero si buscamos la explicación de esa
grandeza y la condena de ese orgullo, las hallaremos en los yerbales misioneros, en los
pueblos muertos de la Forestal, en la desesperación de los ingenios tucumanos y las minas
deJujuy, en los puertos abandonados del Paraná, en el éxodo de Berisso: todo un mapa de
miseria rodeando un centro de opulencia afirmado en el ejercicio de un dominio interno que
ya no se puede disimular ni consentir». En su estudio del desarrollo del subdesarrollo
en Brasil, André Gunder Frank observó que, siendo Brasil un satélite de los Estados
Unidos, dentro de Brasil el nordeste cumple a su vez una función satélite de la
«metrópoli interna» radicada en la zona sudeste. La polarización se hace visible a
través de rasgos numerosos: no sólo porque la inmensa mayoría de las inversiones
privadas y públicas se ha concentrado en São Paulo, sino además porque esta
ciudad gigante se apropia también, por medio de un vasto embudo, de los capitales
generados por todo el país, a través de un intercambio comercial desventajoso, de
una política arbitraria de precios, de escalas privilegiadas de impuestos internos y
de la apropiación en masa de cerebros y mano de obra capacitada3.
La industrialización dependiente agudiza la concentración de la renta,
1 Naciones Unidas, CEPAL, Op. Cit.)
2 Raimundo Ongaro, carta desde la prisión, De Frente, Buenos Aires, 25 de septiembre de 1969.)
3 André Gunder Frank, Capitalism and Underdevelopment in Latin America, Nueva York, 1967.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 208
desde un punto de vista regional y desde un punto de vista social. La riqueza que
genera no se irradia sobre el país entero ni sobre la sociedad entera, sino que
consolida los desniveles existentes e incluso los profundiza. Ni siquiera sus propios
obreros, los «integrados» cada vez menos numerosos, se benefician en medida
pareja del crecimiento industrial; son los estratos más altos de la pirámide social los
que recogen los frutos, amargos para muchos, de los aumentos de la productividad.
Entre 1955 y 1966, en Brasil, la industria mecánica, la de materiales eléctricos, la de
comunicaciones y la industria automotriz elevaron su productividad en cerca de un
ciento treinta por ciento, pero en ese mismo período los salarios de los obreros por
ellas ocupados sólo crecieron en valor real, en un seis por ciento1. América Latina
ofrece brazos baratos: en 1961, el salario-hora promedio en Estados Unidos se
elevaba a dos dólares; en Argentina era de 32 centavos; en Brasil de 28; en
Colombia, 17; en México, 16; y en Guatemala apenas llegaba a diez centavos2.
Desde entonces, la brecha creció. Para ganar lo que un obrero francés percibe en
una hora, el brasileño tiene que trabajar, actualmente, dos días y medio. Con poco
más de diez horas de servicio el obrero estadounidense gana, en equivalencia, un
mes de trabajo del carioca. Y para recibir un salario superior al correspondiente a
una jornada de ocho horas del obrero de Rio de Janeiro, es suficiente que el inglés y
el alemán trabajen menos de treinta minutos3. El bajo nivel de salarios de América
Latina sólo se traduce en precios bajos en los mercados internacionales, donde la
región ofrece sus materias primas a cotizaciones exiguas para que se beneficien los
consumidores de los países ricos; en los mercados internos, en cambio, donde, la
industria desnacionalizada vende manufacturas, los precios son altos, para que
resulten altísimas las ganancias de las corporaciones imperialistas.
Todos los economistas coinciden en reconocer la importancia del crecimiento
de la demanda como catapulta del desarrollo industrial. En América Latina, la
industria, extranjerizada, no muestra el menor interés por ampliar, en extensión y
en profundidad, el mercado de masas que sólo podría crecer horizontal y
verticalmente si se impulsara la puesta en práctica de hondas transformaciones en
toda la estructura económico-social, lo que implicaría el estallido de inconvenientes
tormentas políticas. El poder de compra de la población asalariada, ya intervenidos
o aniquilados o domesticados los sindicatos de las ciudades más industrializadas,
no crece en medida suficiente, y tampoco bajan los precios de los artículos
industriales: ésta es una región gigantesca, con un mercado potencial enorme y un
mercado real reducido por la pobreza de sus mayorías. Virtualmente, la producción
de las grandes ,fábricas de automóviles o refrigeradores se dirige al consumo de apenas un
cinco por ciento de la población latinoamericana4. Apenas uno de cada cuatro brasileños
puede considerarse un consumidor real. Cuarenta y cinco millones de brasileños
suman la misma renta total que novecientos mil privilegiados ubicados en el otro
extremo de la escala social5.
1 Ministério do Planejamento e Coordenação Económica, op. cit.)
2 Z. Romarova, La expansión económica de Estados Unidos en América Latina, Moscú, s. f.)
3 Datos de Serge Bim, técnico norteamericano en organización del trabajo, según Jornal do Brasil, Río
de janeiro, 5 de enero de 1969)
4 André Gunder Frank, op. cit.).
5 Naciones Unidas, CEPAL. Estudio sobre la distribución del ingreso en América Latina, Nueva York-
Santiago de Chile, 1967. «En la Argentina tuvo lugar, en los años anteriores a 1953, un proceso
significativo de redistribución progresiva del ingreso. De los tres años para los que se dispone de
información más detallada fue precisamente ese el año en que fue menor la desigualdad, en tanto que
fue mucho mayor en 1959... En México, en el período más extenso comprendido entre los años 1940 y
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 209
LA INTEGRACIÓN DE AMÉRICA LATINA BAJO LA
BANDERA DE LAS BARRAS Y LAS ESTRELLAS
Hay ángeles que todavía creen que todos los países terminan al borde de sus
fronteras. Son los que afirman que los Estados Unidos poco o nada tienen que ver
con la integración latinoamericana, por la sencilla razón de que los Estados Unidos
no forman parte de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) ni
del Mercado Común Centroamericano. Como quería el libertador Simón Bolívar,
dicen, esta integración no va más allá del límite que separa a México de su
poderoso vecino del norte. Quienes sustentan este criterio seráfico olvidan,
interesada amnesia, que una legión de piratas, mercaderes, banqueros, marines,
tecnócratas, boinas verdes, embajadores y capitanes de empresa norteamericanos se
han apoderado, a lo largo de una historia negra, de la vida y el destino de la
mayoría de los pueblos del sur, y que actualmente también la industria de América
Latina yace en el fondo del aparato digestivo del Imperio. «Nuestra» unión hace
«su» fuerza, en la medida en que los países, al no romper previamente con los
moldes del subdesarrollo y la dependencia, integran sus respectivas servidumbres.
En la documentación oficial de la ALALC se suele exaltar la funcion del capital
prívado en el desarrollo de la integración. Ya hemos visto, en los capítulos
anteriores, en qué manos está ese capital privado. A mediados de abril de 1969, por
ejemplo, se reunió en Asunción la Comisión Consultiva de Asuntos Empresariales.
Entre otras cosas, reafirmó «la orientación de la economía latinoamericana, en el sentido
de que la integración económica de la Zona ha de lograrse con base en el desarrollo de la
empresa privada fundamentalmente». Y recomendó que los gobiernos establezcan una
legislación común para la formación de «empresas multinacionales, constituidas
predominantemente [sic] por capitales y empresarios de los países miembros». Todas las
cerraduras se entregan al ladrón: en la Conferencia de Presidentes de Punta del
Este, en abril de 1967, se llegó a propugnar, en la declaración fínal que el propio
Lyndon Johnson cerró con sello de oro, la creación de un mercado común de las
acciones, una especie de integración de las bolsas, para que desde cualquier lugar
de América Latina se puedan comprar empresas radicadas en cualquier punto de la
región. Y se llega más lejos en los documentos oficiales: hasta se recomienda lisa y
llanamente la desnacionalización de las empresas públicas. En abril de 1969, se
realizó en Montevideo la primera reunión sectorial de la industria de la carne en la
ALALC: resolvió «solicitar a los gobiernos... que estudien las medidas adecuadas para
lograr una progresiva transferencia de los frigoríficos estatales al sector privado».
Simultáneamente, el gobierno de Uruguay, uno de cuyos miembros había presidido
la reunión, pisó a fondo el acelerador en su política de sabotaje contra el Frigorífico
Nacional, de propiedad del Estado, en provecho de los frigoríficos privados
extranjeros.
1964... hay indicaciones que permiten suponer que la pérdida no fue sólo relativa sino también
absoluta para el 20 por 100 de las familias de ingresos más bajos.»)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 210
El desarme arancelario, que va liberando gradualmente la circulación de mercancías
dentro del área de la ALALC, está destinado a reorganizar, en beneficio de las grandes
corporaciones multinacionales, la distribución de los centros de producción y los mercados
de América Latina. Reina la «economía de escala»: en la primera fase, cumplida en estos
últimos años, se ha perfeccionado la extranjerización de las plataformas de
lanzamiento -las ciudades industrializadas- que habrán de proyectarse sobre el
mercado regional en su conjunto. Las empresas de Brasil más interesadas en la
integración latinoamericana son, precisamente, las empresas extranjeras1, y sobre
todo las más poderosas. Más de la mitad de las corporaciones multinacionales, en
su mayoría norteamericanas, que contestaron una encuesta del Banco
Interamericano de Desarrollo en toda América Latina, estaban planificando o se
proponían planificar, en la segunda mitad de la década del 60, sus actividades para
el mercado ampliado de la ALALC, creando o robusteciendo, a tales efectos, sus
departamentos regionales2. En septiembre de 1969, Henry Ford II anunció, desde
Río de Janeiro, que deseaba incorporarse al proceso económico de Brasil, «porque la
situación está muy buena. Nuestra participación inicial consistió en la compra de la Willys
Overland do Brasil», según declaró en conferencia de prensa, y afirmó que exportará
vehículos brasileños para varios países de América Latina. Caterpillar, «una firma
que ha tratado siempre al mun-do como a un solo mercado», dice Business International,
no demoró en aprovechar las reducciones de tarifas tan pronto como se fueron
negociando, y en 1965 ya suministraba niveladoras y repuestos de tractores, desde
su planta de São Paulo, a varios países de América del Sur. Con la misma celeridad,
Union Carbide irradiaba productos de electrotecnia sobre varios países
latinoamericanos, desde su fábrica de México, haciendo uso de las exoneraciones de
derechos aduaneros, impuestos y depósitos previos para los intercambios en el área
de la ALALC3
Empobrecidos, incomunicados, descapitalizados y con gravísimos problemas
de estructura dentro de cada frontera, los países latinoamericanos abaten
progresivamente sus barreras económicas, financieras y fiscales para que los monopolios,
que todavía estrangulan a cada país por separado, puedan ampliar sus movimientos y
consolidar una nueva división del trabajo, en escala regional, mediante la especialización de
sus actividades por países y por ramas, la fijación de dimensiones óptimas para sus empresas
filiales, la reducción de los costos, la eliminación de los competidores ajenos al área y la
estabilización de los mercados. Las filiales de las corporaciones multinacionales sólo
pueden apuntar a la conquista del mercado latinoamericano, en determinados
rubros y bajo determinadas condiciones que no afectan la política mundial trazada
por sus casas matrices. Como hemos visto en otro capítulo, la división internacional
del trabajo continúa funcionando, para América Latina, en los mismos términos de
siempre. Sólo se admiten novedades dentro de la región. En la reunión de Punta del
Este, los presidentes declararon que «la iniciativa privada extranjera podrá cumplir una
función importante para asegurar el logro de los objetivos de la integración», y acordaron
que el Banco Interamericano de Desarrollo aumentara «los montos disponibles para
1 Maurício Vinhas de Queiroz, op. cit.)
2 Gustavo Lagos, en el volumen del BID, varios autores, Las inversiones multinacionales en el
desarrollo y la integración de América Latina, Bogotá, 1968. El 64 por ciento de las empresas
exportaba dentro de la región, haciendo uso de las concesiones de la ALALC, productos químicos y
petroquímicos, fibras artificiales, materiales electrónicos, maquinaria industrial y agrícola, equipos de
oficina, motores, instrumentos de medición, tubos de acero y otros productos.)
3 Business Internacional, LAFTA, Key Amenca's 200 Million Consumers, reportaje de investigación,
junio de 1966.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 211
créditos de exportación en el comercio intralatinoamericano».
La revista Fortune evaluaba en 1967 las «seductoras oportunidades nuevas» que el
mercado común latinoamericano abre a los negocios del norte: «En más de una sala
de directorio, el mercado común se está convirtiendo en un serio elemento para los planes de
futuro. Ford Motor do Brasil, que hace los Galaxies, piensa tejer una linda red con la Ford
de Argentina, que hace los Falcons, y alcanzar economías de escala produciendo ambos
automóviles para mayores mercados. Kodak, que ahora fabrica papel fotográfico en Brasil,
gustaría producir películas exportables en México y cámaras y proyectores en Argentina»1.
Y citaba otros ejemplos de «racionalización de la producción» y extensión del área de
operaciones de otras corporaciones, como I.T.T., General Electric, Remington Rand,
Otis Elevator, Worthington, Firestone, Deere, Westinghouse y American Machine
and Foundry. Hace nueve años, Raúl Prebisch, vigoroso abogado de la ALALC,
escribía: «Otro argumento que escucho con frecuencia desde México hasta Buenos Aires,
pasando por San Pablo y Santiago, es que el mercado común va a ofrecer a la industria
extranjera oportunidades de expansión que hoy día no tiene en nuestros mercados
limitados... Existe el temor de que las ventajas del mercado común se aprovechen
principalmente por esa industria extranjera y no por las industrias nacionales... Compartí
ese temor, y lo comparto, no por mera imaginación, sino porque he comprobado en la
práctica la realidad de ese hecho...»2. Esta comprobación no le impidió suscribir, algún
tiempo después, un documento en el que se afirma que «al capital extranjero
corresponde, sin duda, un papel importante en el desarrollo de nuestras economías», a
propósito de la integración en marcha, proponiendo la constitución de sociedades
mixtas en las que «el empresario latinoamericano participe eficaz y equitativamente»3.
¿Equitativamente? Hay que salvaguardar, es cierto, la igualdad de oportunidades.
Bien decía Anatole France que la ley, en su majestuosa igualdad, prohibe tanto al
rico como al pobre dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan. Pero
ocurre que en este planeta y en este tiempo una sola empresa, la General Motors, ocupa
tantos trabajadores como todos los que forman la población activa de Uruguay, y gana en un
solo año una cantidad de dinero cuatro veces mayor que el íntegro producto nacional bruto
de Bolivia.
Las corporaciones conocen ya, por anteriores experiencias de integración, las
ventajas de actuar como insiders en el desarrollo capitalista de otras comarcas. No
en vano el total de las ventas de las filiales norteamericanas diseminadas por el
mundo es seis veces mayor que el valor de las exportaciones de los Estados
Unidos4. En América Latina, como en otras regiones, no rigen las incómodas leyes
antitrusts de los Estados Unidos. Aquí los países se convierten, con plena
impunidad, en seudónimos de las empresas extranjeras que los dominan. El primer
acuerdo de complementación en la ALALC fue firmado, en agosto de 1962, por
Argentina, Brasil, Chile y Uruguay; pero en realidad fue firmado entre la IBM, la
IBM, la IBM y la IBM. El acuerdo eliminaba los derechos de importación para el
comercio de maquinarias estadísticas y sus componentes entre los cuatro países, a
1 Fortune, A Latin American Common Market Makes Common Sense For U. S. Businessmen Too, junío
de 1967.)
2 Raúl Prebisch, Problemas de la integración económica, en Actualidades económicas financieras,
Montevideo, enero de 1962.)
3 Prebisch, Sanz de Santamaría, Mayobre y Herrera, Proposiciones para la creación del Mercado Común
Latinoamericano, documento presentado al presidente Frei, 1966
4 Judd Polk (del U. S. Council of the International Chamber of Commerce) y C. P. Kindleberger (del
Massachusetts Institute of Technology) brindan muy jugosos datos y opiniones sobre la
norteamericanización de la economía capitalista mundial, en la publícación del Departamento de
Estado, Tbe Multinational Corporation, Office of External Researeh, Washington, 1969.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 212
la par que alzaba los gravámenes a la importación de esas maquinarias desde fuera
del área: la IBM World Trade «sugirió a los gobiernos que si eliminaban los derechos para
comerciar entre sí construiría plantas en Brasil y Argentina...»1. Al segundo acuerdo,
firmado entre los mismos países, se agregó México: fueron la RCA y la Philips of
Eindhoven quienes promovieron la exoneración para el intercambio de equipos
destinados a radio y televisión. Y así sucesivamente. En la primavera de 1969, el
noveno acuerdo consagró la división del mercado latinoamericano de equipos de
generación, trasmisión y distribución de electricidad, entre la Union Carbide, la
General Electric y la Siemens.
El Mercado Común Centroamericano, por su parte, esfuerzo de conjunción de
las economías raquíticas y deformes de cinco países, no ha servido más que para
derribar de un soplo a los débiles productores nacionales de telas, pinturas,
medicinas, cosméticos o galletas, y para aumentar las ganancias y la órbita de
negocios de la General Tire and Rubber Co., Procter and Gamble, Grace and Co.,
Colgate Palmolive, Sterling Products o National Biscuits2. La liberación de derechos
aduaneros ha corrido también pareja, en Centroamérica, con la elevación de las
barreras contra la competencia extranjera externa (por decirlo de alguna manera), de
modo que las empresas extranjeras internas puedan vender más caro y con mayores
beneficios: «Los subsidios recibidos a través de la protección tarifaria exceden el valor total
agregado por el proceso doméstico de producción», concluye Roger Hansen3.
Las empresas extranjeras tienen, como nadie, sentido de las proporciones. Las
proporciones propias y las ajenas. ¿Qué sentido tendría instalar en Uruguay, por
ejemplo, o en Bolivia, Paraguay o Ecuador, con sus mercados minúsculos, una gran
planta de automóviles, altos hornos siderúrgicos o una fábrica importante de
productos químicos? Son otros los trampolines elegidos, en función de las
dimensiones de los mercados internos y de las potencialidades de su crecimiento.
FUNSA, la fábrica uruguaya de neumáticos, depende en gran medida de la
Firestone, pero son las filiales de la Firestone en Brasil y en Argentina las que se
expanden con vistas a la integración. Se frena el ascenso de la empresa instalada en
Uruguay, aplicando el mismo criterio que determina que la Olivetti, la empresa
italiana invadida por la General Electric elabore sus máquinas de escribir en Brasil
y sus máquinas de calcular en Argentina. «La asignación eficiente de recursos requiere
un desarrollo desigual de las diferentes partes de un país o región», sostiene Rosenstein-
Rodan4, y la integración latinoamericana tendrá también sus nordestes y sus polos
de desarrollo. En el balance de los ocho años de vida del Tratado de Montevideo
que dio origen a la ALALC, el delegado uruguayo denunció que «las diferencias en
los grados de desarrollo económico [entre los diversos países] tienden a agudizarse», porque
el mero incremento del comercio en un intercambio de concesiones recíprocas sólo
puede aumentar la desigualdad preexistente entre los polos del privilegio y las
áreas sumergidas. El embajador de Paraguay, por su parte, se quejó en términos
parecidos: afirmó que los países débiles absurdamente subvencionan el desarrollo
industrial de los países más avanzados de la Zona de Libre Comercio, absorbiendo
1 Business International, op. cit.)
2 E. Lizano F., El problema de las inversiones extranír. ras en Centro América, m la Revista de: Banco
Central de Costa Rica, septiembre de 1966.)
3 En Columbia Journal of World Business. Citado pur NACLA Newsktter, enero de 1970.)
4 Paul N. Rosenstein-Rodan, Reflections on Regional Developmeat. Citado m Brn, varios autores, op.
cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 213
sus altos costos internos a través de la desgravación arancelaria y dijo que dentro
de la ALALC el deterioro de los términos de intercambio castiga a su país tan
duramente como fuera de ella: «Por cada tonelada de productos importados de la Zona,
el Paraguay paga con dos». La realidad, afirmó el representante de Ecuador, «está dada
por once países en distintas grados de desarrollo, lo que se traduce en mayores o menores
capacidades para aprovechar el área del comercio liberado y conduce a una polarización en
beneficios y perjuicios...». El embajador de Colombia extrajo «una única conclusión: el
programa de liberación beneficia en una desproporción protuberante a los tres países
grandes»1. A medida que la integración progrese, los países pequeños irán
renunciando a sus ingresos aduaneros -que en Paraguay financian casi la mitad del
presupuesto nacional- a cambio de la dudosa ventaja de recibir, por ejemplo, desde
São Paulo, Buenos Aires o México, automóviles fabricados por las mismas
empresas que aún los venden desde Detroit, Wolfsburg o Milán a la mitad de
precio2. Esta es la certidumbre que alienta por debajo de las fricciones que el
proceso de integración provoca en medida creciente. La exitosa aparición del Pacto
Andino, que congrega a las naciones del Pacífico, es uno de los resultados de la
visible hegemonía de los tres grandes en el marco ampliado de la ALALC: los
pequeños intentan unirse aparte.
Pero pese a todas las dificultades, por espinosas que parezcan, los mercados se
extienden a medida que los satélites van incorporando nuevos satélites a su órbita
de poder dependiente. Bajo la dictadura militar de Castelo Branco, Brasil firmó un
acuerdo de garantías para las inversiones extranjeras, que descarga sobre el Estado
los riesgos y las desventajas de cada negocio. Resultó muy significativo que el
funcionario que había concertado el convenio defendiera sus humillantes
condiciones ante el Congreso, afirmando que, «en un futuro cercano, Brasil estará
invirtiendo capitales en Bolivia, Paraguay o Chile y entonces necesitará de acuerdos de este
tipo»3. En el seno de los gobiernos que sucedieron al golpe de Estado de 1964, se ha
afirmado, en efecto, una tendencia que atribuye a Brasil una función «subimperialista
» sobre sus vecinos. Un elenco militar de muy importante gravitación
postula a su país como el gran administrador de los intereses norteamericanos en la
región, y llama a Brasil a ejercer, en el sur, una hegemonía semejante a la que, frente
a los Estados Unidos, el propio Brasil padece. El general Golbery do Couto e Silva
invoca, en este sentido, otro «Destino manifiesto»4: este ideólogo del «subimperialismo
» escribía en 1952, refiriéndose a ese «Destino manifiesto»: «Tanto
más, cuando él no roza, en el Caribe, con el de nuestros hermanos mayores del
norte...». El general do Couto e Silva es el actual presidente de la Dow Chemical en
Brasil. La deseada estructura del subdominio cuenta, por cierto, con abundantes
1 Sesiones extraordinarias del Comité Ejecutivo Permanente de la ALALC, julio y septiembre de 1969.
Apreciaciones sobre el proceso de integración de la ALALC, Montevideo, 1969.La integración como
un simple proceso de reducción de las barreras de comercio, advierte el director de la UNCTAD en
Nueva York, mantendrá «los enclaves de alto desarrollo dentro de la depresión general del
continente». Sídney Dell, en el volumen colectivo The Movement Toward Latín American Unity,
editado por Ronald Hilton, Nueva York-Washington-Londres, 1969.)
2 La industria automotriz es ciento por ciento extranjera en Brasil y Argentina, y mayoritariamente
extranjera en México. ALALC, La industria automotriz en la ALALC, Montevideo, 1969.)
3 Vívian Trías, Imperialismo y geopolítica en América Latina, Montevideo, 1967. Uruguay se
comprometió, por ejemplo, a incrementar sus importaciones de maquinarias desde Brasil, a cambio de
favores tales como el suministro de energía eléctrica brasileña a la zona norte del país. Actualmente,
los departamentos uruguayos de Artigas y Rivera no pueden aumentar su consumo de energía sin
permiso de Brasil)
4 Golbery do Couto e Silva, Aspectos geopolíticos do Brasil, Río de Janeiro, 1952.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 214
antecedentes históricos, que van desde el aniquilamiento de Paraguay en nombre
de la banca británica, a partir de la guerra de 1865, hasta el envío de tropas
brasileñas a encabezar la operación solidaria con la invasión de los marines, en
Santo Domingo, exactamente un siglo después.
En estos últimos años ha recrudecido en gran medida la competencia entre los
gerentes de los grandes intereses imperialistas, instalados en los gobiernos de Brasil
y de Argentina, en torno al agitado problema de la lideranza continental. Todo
indica que Argentina no está en condiciones de resistir el poderoso desafío
brasileño: Brasil tiene el doble de superficie y una población cuatro veces mayor, es
casi tres veces más amplia su producción de acero, fabrica el doble de cemento y
genera más del doble de energía; la tasa de renovación de su flota mercante es
quince veces más alta. Ha registrado, además, un ritmo de crecimiento económico
bastante más acelerado que el de Argentina, durante las dos últimas décadas. Hasta
no hace mucho, Argentina producía más automóviles y camiones que Brasil. A los
ritmos actuales, en 1975 la industria automotriz brasileña será tres veces mayor que
la argentina. La flota marítima, que en 1966 era igual a la argentina, equivaldrá a la
de toda América Latina reunida. El Brasil ofrece a la inversión extranjera la
magnitud de su mercado potencial, sus fabulosas riquezas naturales, el gran valor
estratégico de su territorio, que limita con todos los países sudamericanos menos
Ecuador y Chile, y todas las condiciones para que las empresas norteamericanas
radicadas en su suelo avancen con botas de siete leguas: Brasil dispone de brazos
más baratos y más abundantes que su rival. No por casualidad, la tercera parte de
los productos elaborados y semi-elaborados que se venden dentro de la ALALC
proviene de Brasil. Este es el país llamado a constituir el eje de la liberación o de la
servidumbre de toda América Latina. Quizá el senador norteamericano Fulbright
no tuvo conciencia cabal del alcance de sus palabras cuando en 1965 atribuyó a
Brasil, en declaraciones públicas, la misión de dirigir el mercado común de América
Latina.
«NUNCA SEREMOS DICHOSOS, ¡NUNCA!»
HABÍA PROFETIZADO SIMÓN BOLÍVAR
Para que el imperialismo norteamericano pueda, hoy día, integrar para reinar
en América Latina, fue necesario que ayer el Imperio británico contribuyera a
dividirnos con los mismos fines. Un archipiélago de países, desconectados entre sí,
nació como consecuencia de la frustración de nuestra unidad nacional. Cuando los
pueblos en armas conquistaron la independencia, América Latina aparecía en el
escenario histórico enlazada por las tradiciones comunes de sus diversas comarcas,
exhibía una unidad territorial sin fisuras y hablaba fundamentalmente dos idiomas
del mismo origen, el español y el portugués. Pero nos faltaba, como señala Trías,
una de las condiciones esenciales para constituir una gran nación única: nos faltaba
la comunidad económica.
Los polos de prosperidad que florecían para dar respuesta a las necesidades
europeas de metales y alimentos no estaban vinculados entre sí: las varillas del
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 215
abanico tenían su vértice al otro lado del mar. Los hombres y los capitales se
desplazaban al vaivén de la suerte del oro o del azúcar, de la plata o del añil, y sólo
los puertos y las capitales, sanguijuelas de las regiones productivas, tenían
existencia permanente. América Latina nacía como un solo espacio en la imaginación y la
esperanza de Simón Bolívar, José Artigas y José de San Martín, pero estaba rota de
antemano por las deformaciones básicas del sistema colonial. Las oligarquías portuarias
consolidaron, a través del comercio libre, esta estructura de la fragmentación, que
era su fuente de ganancias: aquellos traficantes ilustrados no podían incubar la
unidad nacional que la burguesía encarnó en Europa y en Estados Unidos. Los
ingleses, herederos de España y Portugal desde tiempo antes de la independencia,
perfeccionaron esa estructura todo a lo largo del siglo pasado, por medio de las
intrigas de guante blanco de los diplomáticos, la fuerza de extorsión de los
banqueros y la capacidad de seducción de los comerciantes. «Para nosotros, la patria
es América», había proclamado Bolívar: la Gran Colombia se dividió en cinco países
y el libertador murió derrotado: «Nunca seremos dichosos, ¡nunca!», dijo al general
Urdaneta. Traicionados por Buenos Aires, San Martín se despojó de las insignias
del mando y Artígas, que llamaba americanos a sus soldados, se marchó a morir al
solitarío exilio de Paraguay: el Virreinato del Río de la Plata se había partido en
cuatro.
Francisco de Morazán, creador de la república federal de Centroamérica,
murió fusilado'(128 «Mandó preparar las armas, se descubrió, mandó apuntar,
corrigió la puntería, dio la voz de fuego y cayó; aún levantó la cabeza sangrienta y
dijo: estoy vivo; una nueva descarga lo hizo expirar.» Gregorio Bustamante Maceo,
Historia militar de El Salvador, San Salvador, 1951., En la plaza de Tegucigalpa, la
banda toca música ligera todos los domingos por la noche al pie de la estatua de
bronce de Morazán. Pero la inscripción está equivocada: ésta no es la estampa
ecuestre del campeón de la unidad centroamericana. Los hondureños que habían
viajado a París, tiempo después del fusilamiento, para contratar un escultor por
encargo del gobierno, se gastaron el dinero en parrandas y terminaron comprando
una estatua del Mariscal Ney en el mercado de la pulgas. La tragedia de
Centroamérica se convertía rápidamente en farsa). y la cintura de América se
fragmentó en cinco pedazos a los que luego se sumaría Panamá, desprendida de
Colombia por Teddy Roosevelt.
El resultado está a la vista: en la actualidad, cualquiera de las corporaciones
multinacionales opera con mayor coherencia y sentido de unidad que este conjunto de islas
que es América Latina, desgarrada por tantas fronteras y tantas incomunicaciones. ¿Qué
integración pueden realizar, entre sí, países que ni siquiera se han integrado por dentro?
Cada país padece hondas fracturas en su propio seno, agudas divisiones sociales y
tensiones no resueltas entre sus vastos desiertos marginales y sus oasis urbanos. El
drama se reproduce en escala regional. Los ferrocarriles y los caminos, creados para
trasladar la producción al extranjero por las rutas más directas, constituyen todavía
la prueba irrefutable de la impotencia o de la incapacidad de América Latina para
dar vida al proyecto nacional de sus héroes más lúcidos. Brasil carece de
conexiones terrestres permanentes con tres de sus vecinos, Colombia, Perú y
Venezuela, y las ciudades del Atlántico no tienen comunicación cablegráfica directa
con las ciudades del Pacífico, de tal manera que los telegramas entre Buenos Aires y
Lima o Río de Janeiro y Bogotá pasan inevitablemente por Nueva York; otro tanto
sucede con las líneas telefónicas entre el Caribe y el sur. Los países
latinoamericanos continúan identificándose cada cual con su propio puerto,
negación de sus raíces y de su identidad real, a tal punto que la casi totalidad de los
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 216
productos del comercio intrarregional se transportan por mar: los transportes
interiores virtualmente no existen. Pero ocurre, en este sentido, que el cártel
mundial de los fletes fija las tarifas y los itinerarios según su paladar, y América
Latina se limita a padecer las tarifas exorbitantes y las rutas absurdas. De las 118
líneas navieras regulares que operan en la región, únicamente hay diecisiete de
banderas regionales; los fletes sangran la economía latinoamericana en mil millones
de dólares por año1. Así, las mercancías enviadas desde Porto Alegre a Montevideo llegan
más rápido a destino si pasan antes por Hamburgo, y otro tanto ocurre con la lana
uruguaya en viaje a Estados Unidos; el flete de Buenos Aires a un puerto mexicano del golfo
disminuye en más de la cuarta parte si el tráfico se realiza a través de Southampton2. El
transporte de madera desde México a Venezuela cuesta más del doble que el transporte de
madera desde Finlandia a Venezuela, aunque México está, según los mapas, mucho más
cerca. Un envío directo de productos químicos desde Buenos Aires hasta Tampico, en
México, cuesta mucho más caro que si se realiza por Nueva Orleans3.
Muy distinto destino se propusieron y conquistaron, por cierto, los Estados
Unidos. Siete años después de su independencia, ya las trece colonias habían
duplicado su superficie, que se extendió más allá de los Aleganios hasta las riberas
del Mississippi, y cuatro años más tarde consagraron su unidad creando el mercado
único. En 1803, compraron a Francia, por un precio ridículo, el territorio de
Louisiana, con lo que volvieron a multiplicar por dos su territorio. Más tarde fue el
turno de Florida y, a mediados de siglo, la invasión y amputación de medio México
en nombre del «Destino manifiesto». Después, la compra de Alaska, la usurpación de
Hawaii, Puerto Rico y las Filipinas. Las colonias se hicieron nación y la nación se
hizo imperio, todo a lo largo de la puesta en práctica de objetivos claramente
expresados y perseguidos desde los lejanos tiempos de los padres fundadores.
Mientras el norte de América crecía, desarrollándose hacia adentro de sus fronteras
en expansión, el sur, desarrollado hacia afuera, estallaba en pedazos como una
granada.
El actual proceso de integración no nos reencuentra con nuestro origen ni nos
aproxima a nuestras metas. Ya Bolívar había afirmado, certera profecía, que los Estados
Unidos parecían destinados por la Providencia para plagar América de miserias en nombre
de la libertad. No han de ser la General Motors y la IBM las que tendrán la gentileza
de levantar, en lugar de nosotros, las viejas banderas de unidad y emancipación
caídas en la pelea, ni han de ser los traidores contemporáneos quienes realicen, hoy,
la redención de los héroes ayer traicionados. Es mucha la podredumbre para arrojar
al fondo del mar en el camino de la reconstrucción de América Latina. Los
despojados, los humillados, los malditos tienen, ellos si, en sus manos, la tarea. La
causa nacional latinoamericana es, ante todo, una causa social: para que América
Latina pueda nacer de nuevo, habrá que empezar por derribar a sus dueños, país
por país. Se abren tiempos de rebelión y de cambio. Hay quienes creen que el
destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como
un desafío candente sobre las conciencias de los hombres.
Montevideo, fines de 1970.
1 Naciones Unidas, CEFAL, Los fletes marítimos en el comercio exterior de América Latina, Nueva
York-Santiago de Chile, 1968.)
2 Enrique Angulo H. en el volumen colectivo Integración de América Latina, experiencias y perspectivas, México,
1964.)
3 Sidney Dell, Experiencias de la integración económica en América Latina, México, 1966)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 217
SIETE AÑOS DESPUÉS
1.- Han pasado siete años desde que Las venas abiertas de América Latina se
publicó por primera vez. Este libro había sido escrito para conversar con la gente.
Un autor no especializado se dirigía a un público no especializado, con la intención
de divulgar ciertos hechos que la historia oficial, historia contada por los
vencedores, esconde o miente.
La respuesta más estimulante no vino de las páginas literarias de los diarios,
sino de algunos episodios reales ocurridos en la calle. Por ejemplo, la muchacha
que iba leyendo este libro para su compañera de asiento y terminó parándose y
leyéndolo en voz alta para todos los pasajeros mientras el ómnibus atravesaba las
calles de Bogotá; o la mujer que huyó de Santiago de Chile, en los días de la
matanza, con este libro envuelto entre los pañales del bebé; o el estudiante que
durante una semana recorrió las librerías de la calle Corrientes, en Buenos Aires, y
lo fue leyendo de a pedacitos, de librería en librería, porque no tenía dinero para
comprarlo.
De la misma manera, los comentarios más favorables que este libro recibió no
provienen de ningún crítico de prestigio sino de las dictaduras militares que lo
elogiaron prohibiéndolo. Por ejemplo, Las venas no puede circular en mi país,
Uruguay, ni en Chile, y en la Argentina las autoridades lo denunciaron, en la
televisión y los diarios, como un instrumento de corrupción de la juventud. «No
dejan ver lo que escribo», decía Blas de Otero, «porque escribo lo que veo».
Creo que no hay vanidad en la alegría de comprobar, al cabo del tiempo, que
Las venas no ha sido un libro mudo.
2.- Sé que pudo resultar sacrílego que este manual de divulgación hable de
economía política en el estilo de una novela de amor o de piratas. Pero se me hace
cuesta arriba, lo confieso, leer algunas obras valiosas de ciertos sociólogos,
politicólogos, economistas o historiadores, que escriben en código. El lenguaje
hermético no siempre es el precio inevitable de la profundidad. Puede esconder
simplemente, en algunos casos, una incapacidad de comunicación elevada a la
categoría de virtud intelectual. Sospecho que el aburrimiento sirve así, a menudo,
para bendecir el orden establecido: confirma que el conocimiento es un privilegio
de las élites.
Algo parecido suele ocurrir, dicho sea de paso, con cierta literatura militante
dirigida a un público de convencidos. Me parece conformista, a pesar de toda su
posible retórica revolucionaria; un lenguaje que mecánicamente repite, para los
mismos oídos, las mismas frases hechas, los mismos adjetivos, las mismas fórmulas
declamatorias. Quizás esa literatura de parroquia esté tan lejos de la revolución
como la pornografía está lejos del erotismo.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 218
3.- Uno escribe para tratar de responder a las preguntas que le zumban en la
cabeza, moscas tenaces que perturban el sueño, y lo que uno escribe puede cobrar
sentido colectivo cuando de alguna manera coincide con la necesidad social de
respuesta. Escribí Las Venas para difundir ideas ajenas y experiencias propias que
quizás ayuden un poquito, en su realista medida, a despejar las interrogantes que
nos persiguen desde siempre: ¿Es América Latina una región del mundo
condenada a la humillación y a la pobreza? ¿Condenada por quién? ¿Culpa de
Dios, culpa de la naturaleza? ¿El clima agobiante, las razas inferiores? ¿La religión,
las costumbres? ¿No será la desgracia un producto de la historia, hecha por los
hombres y que por los hombres puede, por lo tanto, ser deshecha?
La veneración por el pasado me pareció siempre reaccionaria. La derecha elige
el pasado porque prefiere a los muertos: mundo quieto, tiempo quieto. Los
poderosos, que legitiman sus privilegios por la herencia, cultivan la nostalgia. Se
estudia historia como se visita un museo; y esa colección de momias es una estafa.
Nos mienten el pasado como nos mienten el presente: enmascaran la realidad. Se
obliga al oprimido a que haga suya una memoria fabricada por el opresor, ajena,
disecada, estéril. Así se resignará a vivir una vida que no es la suya como si fuera la
única posible.
En Las venas, el pasado aparece siempre convocado por el presente, como
memoria viva del tiempo nuestro. Este libro es una búsqueda de claves de la
historia pasada que contribuyen a explicar el tiempo presente, que también hace
historia, a partir de la base de que la primera condición para cambiar la realidad
consiste en conocerla. No se ofrece, aquí, un catálogo de héroes vestidos como para
un baile de disfraz; que al morir en batalla pronuncian solemnes frases larguísimas,
sino que se indagan el sonido y la huella de los pasos multitudinarios que
presienten nuestros andares de ahora. Las venas proviene de la realidad, pero
también de otros libros, mejores que éste, que nos han ayudado a conocer qué
somos, para saber qué podemos ser, y que nos han permitido averiguar de dónde
venimos para mejor adivinar adónde vamos. Esa realidad y esos libros muestran
que el subdesarrollo latinoamericano es una consecuencia del desarrollo ajeno, que
los latinoamericanos somos pobres porque es rico el suelo que pisamos y que los
lugares privilegiados por la naturaleza han sido malditos por la historia. En este
mundo nuestro, mundo de centros poderosos y suburbios sometidos, no hay
riqueza que no resulte, por lo menos, sospechosa.
4.- En el tiempo transcurrido desde la primera edición de Las venas la historia
no ha dejado de ser, para nosotros, una maestra cruel.
El sistema ha multiplicado el hambre y el miedo; la riqueza continuó
concentrándose y la pobreza difundiéndose. Así lo reconocen los documentos de
los organismos internacionales especializados, cuyo aséptico lenguaje llama «países
en vías de desarrollo» a nuestras oprimidas comarcas y denomina «redistribución regresiva
del ingreso» al empobrecimiento implacable de la clase trabajadora.
El engranaje internacional ha continuado funcionando: los países al servicio
de las mercancías, los hombres al servicio de las cosas.
Con el paso del tiempo, se van perfeccionando los métodos de exportación de
las crisis. El capital monopolista alcanza su más alto grado de concentración y su
dominio internacional de los mercados, los créditos y las inversiones hace posible el
sistemático y creciente traslado de las contradicciones: los suburbios pagan el
precio de la prosperidad, sin mayores sobresaltos, de los centros.
El mercado internacional continúa siendo una de las llaves maestras de esta
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 219
operación. Allí ejercen su dictadura las corporaciones multinacionales,
multinacionales, como dice Sweezy, porque operan en muchos países, pero bien
nacionales, por cierto, en su propiedad y control. La organización mundial de la
desigualdad no se altera por el hecho de que actualmente el Brasil exporte, por
ejemplo, automóviles Volkswagen a otros países sudamericanos y a los lejanos
mercados de Africa y el Cercano Oriente. Al fin y al cabo, es la empresa alemana
Volkswagen quien ha decidido que resulta más conveniente exportar automóviles,
para ciertos mercados, desde su filial brasileña: son brasileños los bajos costos de
producción, los brazos baratos, y son alemanas las altas ganancias.
Tampoco se rompe la camisa de fuerza por arte de magia cuando una materia
prima consigue escapar a la maldición de los precios bajos. Este fue el caso del
petróleo a partir de 1973. ¿Acaso no es el petróleo un negocio internacional? ¿Son
empresas árabes o latinoamericanas la Standard Oil de Nueva jersey, ahora llamada
Exxon, la Royal Dutch Shell o la Gulf? ¿Quién se lleva la parte del león? Ha
resultado revelador, por lo demás, el escándalo desatado contra los países
productores de petróleo, que osaron defendar su precio y fueron inmediatamente
convertidos en los chivos emisarios de la inflación y la desocupación obrera en
Europa y Estados Unidos. ¿Alguna vez consultaron a alguien, los países más
desarrollados, antes de aumentar el precio de cualquiera de sus productos? Desde
hacía veinte años, el precio del petróleo caía y caía. Su cotización vil representó un
gigantesco subsidio a los grandes centros industriales del mundo, cuyos productos,
en cambio, resultaban cada vez más caros. En relación al incesante aumento de
precio de los productos estadounidenses y europeos, la nueva cotización del
petróleo no ha hecho más que devolverlo a sus niveles de 1952. El petróleo crudo
simplemente recuperó el poder de compra que tenía dos décadas atrás.
5.- Uno de los episodios importantes ocurridos en estos siete años fue la
nacionalización del petróleo en Venezuela. La nacionalización no rompió la
dependencia venezolana en materia de refinación y comercialización, pero abrió un
nuevo espacio de autonomía. A poco de nacer, la empresa estatal, Petróleos de
Venezuela, ya ocupaba el primer lugar entre las quinientas empresas más
importantes de América Latina. Empezó la exploración de nuevos mercados
además de los tradicionales y rápidamente Petroven obtuvo cincuenta nuevos
clientes.
Como siempre, sin embargo, cuando el Estado se hace dueño de la principal
riqueza de un país, corresponde preguntarse quién es el dueño del Estado. La
nacionalización de los recursos básicos no implica, de por sí, la redistribución del
ingreso en beneficio de la mayoría, ni pone necesariamente en peligro el poder ni
los privilegios de la minoría dominante. En Venezuela continúa funcionando,
intacta, la economía del despilfarro. En su centro resplandece, iluminada por el gas
neón, una clase social multimillonaria y derrochona. En 1976, las importaciones
aumentaron un veinticinco por ciento, en buena medida para financiar artículos de
lujo que inundan el mercado venezolano en catarata. Fetichismo de la mercancía
como símbolo de poder, existencia humana reducida a relaciones de competencia y
consumo: en medio del océano del subdesarrollo la minoría privilegiada imita el
modo de vida y las modas de los miembros más ricos de las más opulentas
sociedades del mundo: en el estrépito de Caracas, como en Nueva York, los bienes
«naturales» por excelencia ---el aire, la luz, el silencio- se vuelven cada vez más
caros y escasos. «Ciudado», advierte Juan Pablo Pérez Alfonso, patriarca del
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 220
nacionalismo venezolano y profeta de la recuperación del petróleo: «Se puede
morir de indigestión», dice, «tanto como de hambre».1
6.- Terminé de escribir Las venas en los últimos días de 1970.
En los últimos días de 1977, Juan Velasco Alvarado murió en una mesa de
operaciones. Su féretro fue llevado en hombros hasta el cementerio por la mayor
multitud jamás vista en las calles de Lima. El general Velasco Alvarado, nacido en
casa humilde en las secas tierras del norte del Perú, había encabezado un proceso
de reformas sociales y económicas. Fue la tentativa de cambio de mayor alcance y
profundidad en la historia contemporánea de su país. A partir del levantamiento de
1968, el gobierno militar impulsó una reforma agraria de verdad y abrió cauce a la
recuperación de los recursos naturales usurpados por el capital extranjero. Pero
cuando Velasco Alvarado murió se habían celebrado, tiempo antes, los funerales de
la revolución. El proceso creador tuvo vida fugaz; terminó ahogado por el chantaje
de los prestamistas y los mercaderes y por la fragilidad implícita en todo proyecto
paternalista y sin base popular organizada.
En vísperas de la Navidad del 77, mientras el corazón del general Velasco
Alvarado latía por última vez en el Perú, en Bolivia otro general, que en nada se le
parece, daba un seco golpe de puño sobre el escritorio. El general Hugo Bánzer,
dictador de Bolivia, decía no a la amnistía de los presos, los exiliados y los obreros
despedidos. Cuatro mujeres y catorce niños, llegados a La Paz desde las minas de
estaño, iniciaron entonces una huelga de hambre.
—No es el momento -opinaron los entendidos-. Ya les diremos cuándo...
Ellas se sentaron en el piso.
—No estamos consultando -dijeron las mujeres-. Estamos informando. La
decisión está tomada. Allá en la mina, huelga de hambre siempre hay. Nomás nacer
y ya empieza la huelga de hambre. Allá también nos hemos de morir. Más lento,
pero también nos hemos de morir.
El gobierno reaccionó castigando, amenazando; pero la huelga de hambre
desató fuerzas contenidas durante mucho tiempo. Toda Bolivia se sacudió y mostró
los dientes. Diez días después, no eran cuatro mujeres y catorce niños: mil
cuatrocientos trabajadores y estudiantes se habían alzado en huelga de hambre. La
dictadura sintió que el suelo se abría bajo los pies. Y se arrancó la amnistía general.
Así atravesaron la frontera entre 1977 y 1978 dos países de los Andes. Más
al norte, en el Caribe, Panamá esperaba la prometida liquidación del estatuto
colonial del canal, al cabo de una espinosa negociación con el nuevo gobierno de
Estados Unidos, y en Cuba el pueblo estaba de fiesta: la revolución socialista
festejaba, invicta, sus primeros diecinueve años de vida. Pocos días después, en
Nicaragua, la multitud se lanzó, furiosa, a las calles. El dictador Somoza, hijo del
dictador Somoza, espiaba por el ojo de la cerradura. Varias empresas fueron
incendiadas por la cólera popular. Una de ellas, llamada Plasmaféresis, estaba
especializada en vampirismo. La empresa Plasmaféresis, arrasada por el fuego a
principios del 78, era propiedad de exiliados cubanos y se dedicaba a vender sangre
nicaragüense a los Estados Unidos. (En el negocio de la sangre, como en todos los demás,
los productores reciben apenas la propina. La empresa Hemo Caribbean, por ejemplo, paga a
los haitianos tres dólares por cada litro que revende a veinticinco en el mercado
norteamericano.)
1 Entrevista de Jean-Pierre Clerc en Le Monde, París, 8-9 de mayo de 1977.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 221
7.- En agosto del 76, Orlando Letelier publicó un artículo denunciando que el
terror de la dictadura de Pinochet y la «libertad económica» de los pequeños
grupos privilegiados son dos caras de una misma medalla1. Letelier, que había sido
ministro en el gobierno de Salvador Allende, estaba exiliado en los Estados Unidos.
Allí voló en pedazos poco tiempo después2. En su artículo, sostenía que es absurdo
hablar de libre competencia en una economía como la chilena, sometida a los
monopolios que juegan a su antojo con los precios, y que resulta irrisorio
mencionar los derechos de los trabajadores en un país donde los sindicatos
auténticos están fuera de la ley y los salarios se fijan por decreto de la junta militar.
Letelier describía el prolijo desmontaje de las conquistas realizadas por el pueblo
chileno durante el gobierno de la Unidad Popular. De los monopolios y oligopolios
industriales nacionalizados por Salvador Allende, la dictadura había devuelto la
mitad a sus antiguos propietarios y había puesto en venta la otra mitad. Fírestone
había comprado la fábrica nacional de neumáticos; Parsons and Whittemore, una
gran planta de pulpa de papel... La economía chilena, decía Letelier, está ahora más
concentrada y monopolizada que en las vísperas del gobierno de Allende3.
Negocios libres como nunca, gente presa como nunca: en América Latina, la
libertad de empresa es incompatible con las libertades públicas.
¿Libertad de mercado? Desde principios de 1975 es libre, en Chile, el precio de
la leche. El resultado no se hizo esperar. Dos empresas dominan el mercado. El
precio de la leche aumentó inmediatamente, para los consumidores, en un 40 por
ciento, mientras el precio para los productores bajaba en un 22 por ciento.
La mortalidad infantil, que se había reducido bastante durante la Unidad
Popular, pegó un salto dramático a partir de Pinochet. Cuando Letelier fue
asesinado en una calle de Washington, la cuarta parte de la población de Chile no
recibía ningún ingreso y sobrevivía gracias a la caridad ajena o a la propia
obstinación y picardía.
El abismo que en América Latina se abre entre el bienestar de pocos y la
desgracia de muchos es infinitamente mayor que en Europa o en Estados Unidos.
Son por lo tanto, mucho más feroces los métodos necesarios para salvaguardar esa
distancia. Brasil tiene un ejército enorme y muy bien equipado, pero destina a
gastos de educación el cinco por ciento del presupuesto nacional. En Uruguay, la
mitad del presupuesto es absorbida actualmente por las fuerzas armadas y la
policía: la quinta parte de la población activa tiene la función de vigilar, perseguir o
castigar a los demás.
Sin duda, uno de los hechos más importantes de estos años de la década del 70
en nuestras tierras, fue una tragedia: la insurrección militar que el 11 de septiembre
de 1973 volteó al gobierno democrático de Salvador Allende y sumergió a Chile en
1 The Nation, 28 de agosto
2 El crimen ocurrió en Washington, el 21 de septiembre de 1976. Varios exiliados políticos de Uruguay,
Chile y Bolivia habían sido asesinados, antes, en la Argentina. Entre ellos, los más notorios fueron el
general Carlos Prats, figura clave en el esquema militar del gobierno de Allende, cuyo automóvil
estalló en un garaje de Buenos Aires el 27 de septiembre de 1974; el general Juan José Torres, que
había encabezado un breve gobierno antimperialista en Bolivia, fue acribillado a balazos el 15 de junio
de 1976; y los legisladores uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, secuestrados,
torturados y asesinados, también en Buenos Aires, entre el 18 v el 21 de marzo de 1976.)
3 También fue arrasada la reforma agraria que había someneado bajo el gobierno de la Democracia
Cristiana y fue profundizada por la Unidad Popular. Véase Marfa Beatriz de Albuquerque W., «La
agricultura chilena: ¿modernización capitalista o regresión a formas tradicionales? Comentarios sobre
la contra-reforma agraria en Chile, Iberoamericana, vol. vr2, 1976, Institute of Latin American Studies,
Estocolmo.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 222
un baño de sangre.
Poco antes, en junio, un golpe de estado en Uruguay había disuelto el
Parlamento, había puesto fuera de la ley a los sindicatos y había prohibido toda
actividad política.1 En marzo del 76, los generales argentinos volvieron al poder:
el gobierno de la viuda de Juan Domingo Perón, convertido en un pudridero, se
desplomó sin pena ni gloria.
Los tres países del sur son, ahora, una llaga del mundo, una continua mala
noticia. Torturas, secuestros, asesinatos y destierros se han convertido en
costumbres cotidianas. Estas dictaduras, ¿son tumores a extirpar de organismos
sanos o el pus que delata la infección del sistema?
Existe siempre, creo, una íntima relación entre la intensidad de la amenaza y la
brutalidad de la respuesta. No puede entenderse, creo, lo que hoy ocurre en Brasil y
en Bolivia sin tener en cuenta la experiencia de los regímenes de Jango Goulart y
Juan José Torres. Antes de caer, estos gobiernos habían puesto en práctica una serie
de reformas sociales y habían llevado adelante una política económica nacionalista,
a lo largo de un proceso cortado en 1964 en el Brasil y en 1971 en Bolivia. De la
misma manera, bien se podría decir que Chile, Argentina y Uruguay están
expiando el pecado de esperanza. El ciclo de profundos cambios durante el
gobierno de Allende, las banderas de justicia que movilizaron a las masas obreras
argentinas y flamearon alto durante el fugaz gobierno de Héctor Cámpora en 1973
y la acelerada politización de la juventud uruguaya, fueron todos desafíos que un
sistema impotente y en crisis no podía soportar. El violento oxígeno de la libertad
resultó fulminante para los espectros y la guardia pretoriana fue convocada a salvar
el orden. El plan de limpieza es un plan de exterminio.
8.- Las actas del Congreso de los Estados Unidos suelen registrar testimonios
irrefutables sobre las intervenciones en América Latina. Mordidas por los ácidos de
la culpa, las conciencias realizan su catarsis en los confesionarios del Imperio. En
estos últimos tiempos, por ejemplo, se han multiplicado los reconocimientos
oficiales de la responsabilidad de los Estados Unidos en diversos desastres.
Amplias confesiones públicas han probado, entre otras cosas, que el gobierno de los
Estados Unidos participó directamente, mediante el soborno, el espionaje y el
chantaje, en la política chilena. En Washington se planificó la estrategia del crimen.
Desde 1970, Kissinger y los servicios de informaciones prepararon cuidadosamente
la caída de Allende. Millones de dólares fueron distribuidos entre los enemigos del
gobierno legal de la Unidad Popular. Así pudieron sostener su larga huelga, por
ejemplo, los propietarios de camiones, que en 1973 paralizaron buena parte de la
economía del país. La certidumbre de la impunidad afloja las lenguas. Cuando el
golpe de estado contra Goulart, los Estados Unidos tenían en el Brasil su embajada
mayor del mundo. Lincoln Gordon, que era el embajador, reconoció trece años más
tarde, ante un periodista, que su gobierno financiaba desde tiempo atrás a las
fuerzas que se oponían a las reformas: «Qué diablos», dijo Gordon. «Eso era más o
menos un hábíto, en aquel período... La CIA estaba acostumbrada a disponer de
1 Tres meses después, hubo elecciones en la Universidad. Eran las únicas elecciones que quedaban. Los
candidatos de la dictadura obtuvieron el 2,5 por 100 de los votos universitarios. Por lo tanto, en
defensa de la democracia, la dictadura encarceló a medio mundo y entregó la Universidad a ese dos y
medio por ciento.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 223
fondos políticos»1. En la misma entrevista, Gordon explicó que en los días del
golpe el Pentágono emplazó un enorme portaviones y cuatro navíos-tanques ante
las costas brasileñas para el caso de que las fuerzas anti-Goulart pidieran nuestra
ayuda». Esta ayuda, dijo, «no sería apenas moral. Daríamos apoyo logístico,
abastecimientos, municiones, petróleo».
Desde que el presidente Jimmy Carter inauguró la política de derechos
humanos, se ha hecho habitual que los regímenes latinoamericanos impuestos
gracias a la intervención norteamericana formulen encendidas declaraciones contra
la intervención norteamericana en sus asuntos internos.
El Congreso de los Estados Unidos resolvió, en 1976 y 1977, suspender la
ayuda económica y militar a varios países. La mayor parte de la ayuda externa de
los Estados Unidos no pasa, sin embargo, por el filtro del Congreso. Así, a pesar de
las declaraciones y las resoluciones y las protestas, el régimen del general Pinochet
recibió, durante 1976, 290 millones de dólares de ayuda directa de los Estados
Unidos sin autorización parlamentaria. Al cumplir su primer año de vida, la
dictadura argentina del general Videla había recibido quinientos millones de
dólares de bancos privados norteamericanos y 415 millones de dos instituciones
(Banco Mundial y BID) donde los Estados Unidos tienen influencia decisiva. Los
derechos especiales de giro de la Argentina en el Fondo Monetario Internacional,
que eran de 64 millones de dólares en 1975, habían subido a setecientos millones un
par de años después.
Parece saludable la preocupación del presidente Carter por la carnicería que
están sufriendo algunos países latinoamericanos, pero los actuales dictadores no
son autodidactas: han aprendido las técnicas de la represión y el arte de gobernar
en los cursos del Pentágono en Estados Unidos y en la zona del Canal de Panamá.
Esos cursos continúan hoy en día y, que se sepa, no han variado en un ápice su
contenido. Los militares latinoamericanos que hoy constituyen piedra de escándalo
para los Estados Unidos, han sido buenos alumnos. Hace unos cuantos años,
cuando era secretario de Defensa, el actual presidente del Banco Mundial, Robert
McNamara, lo dijo con todas sus letras: «Ellos son los nuevos líderes. No necesito
explayarme sobre el valor de tener en posiciones de liderazgo a hombres que previamente han
conocido de cerca cómo pensamos y hacemos las cosas los americanos. Hacernos amigos de
esos hombres no tiene precio»2. Quienes hicieron al paralítico, ¿pueden ofrecernos la
silla de ruedas?
9.- Los obispos de Francia hablan de otro tipo de responsabilidad, más
profunda, menos visible3 : «Nosotros, que pertenecemos a las naciones que pretenden ser
las más avanzadas del mundo, formamos parte de los que se benefician de la explotación de
los países en vías de desarrollo. No vemos los sufrimientos que ello provoca en la carne y en
el espíritu de pueblos enteros. Nosotros contribuimos a reforzar la división del mundo
actual, en el que sobresale la dominación de los pobres por los ricos, de los débiles por los
poderosos. ¿Sabemos que nuestro desperdicio de recursos y de materias primas no sería
posible sin el control del intercambio comercial por parte de los países occidentales? ¿No
vemos quién se aprovecha del tráfico de armas, del que nuestro país ha dado tristes
1 Veja, núm 444, San Pablo, 9 de marzo de 1977.)
2 House of Representatives, Committee on Appropriations, Foreign Operations Appropriations for
1963, Hesrings 87th Congress, 2 nd- Session, Part. 1.)
3 Declaración de Lourdes, octubre de 1976.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 224
ejemplos? ¿Comprendemos acaso que la militarización de los regímenes de los países pobres
es una de las consecuencias de la dominación económica y cultural ejercidas por los países
industrializados, en los que la vida se rige por el afán de ganancias y los poderes del
dinero?».
Dictadores, torturadores, inquisidores: el terror tiene funcionarios, como el
correo o los bancos, y se aplica porque resulta necesario. No se trata de una
conspiración de perversos. El general Pinochet puede parecer un personaje de la
pintura negra de Goya, un banquete para psicoanalistas o el heredero de una
truculenta tradición de las repúblicas bananeras. Pero los rasgos clínicos o
folklóricos de tal o cual dictador, que sirven para condimentar la historia, no son la
historia. ¿Quién se atrevería a sostener, hoy día, que la primera guerra mundial
estalló a causa de los complejos del Káiser Guillermo, que tenía un brazo más corto
que el otro? «En los países democráticos no se revela el carácter de violencia que tiene la
economía; en los países autoritarios, ocurre lo mismo con el carácter económico de la
violencia», había escrito Bertolt Brecht, a fines de 1940, en su diario de trabajo.
En los países del sur de América Latina, los centuriones han ocupado el poder
en función de una necesidad del sistema y el terrorismo de estado se pone en
funcionamiento cuando las clases dominantes ya no pueden realizar sus negocios
por otros medios. En nuestros países no existiría la tortura si no fuera eficaz; y la
democracia formal tendría continuidad si se pudiera garantizar que no escapara al
control de los dueños del poder. En tiempos difíciles, la democracia se vuelve un
crimen contra la seguridad nacional -o sea, contra la seguridad de los privilegios
internos y las inversiones extranjeras. Nuestras máquinas de picar carne humana
integran un engranaje internacional. La sociedad entera se militariza, el estado de
excepción deviene permanente y se vuelve hegemónico el aparato de represión a
partir de un ajuste de tuercas desde los centros del sistema imperialista. Cuando la
sombra de la crisis acecha, es preciso multiplicar el saqueo de los países pobres
para garantizar el pleno empleo, las libertades públicas y las altas tasas de
desarrollo en los países ricos. Relaciones de víctima y verdugo, dialéctica siniestra:
hay una estructura de humillaciones sucesivas que empieza en los mercados
internacionales y en los centros financieros y termina en la casa de cada ciudadano.
10.- Haití es el país más pobre del hemisferio occidental. Allí hay más lavapiés
que lustrabotas: niños que a cambio de una moneda lavan los pies de clientes
descalzos, que no tienen zapatos para lustrar. Los haitianos viven, en promedio,
poco más de treinta años. De cada diez haitianos, nueve no saben leer ni escribir.
Para el consumo interno, se cultivan las ásperas laderas de las montañas. Para la
exportación, los valles fértiles: las mejores tierras se dedican al café, al azúcar, al
cacao y otros productos que requiere el mercado norteamericano. Nadie juega al
béisbol en Haití, pero Haití es el principal productor mundial de pelotas de béisbol.
No faltan en el país talleres donde los niños trabajan por un dólar diario armando
cassettes y piezas electrónicas. Son por supuesto, productos de exportación; y, por
supuesto, también se exportan las ganancias, una vez deducida la parte que
corresponde a los administradores del terror. El menor asomo de protesta implica,
en Haití, la prisión o la muerte. Por increíble que parezca, los salarios de los
trabajadores haitianos han perdido, entre 1971 y 1975, una cuarta parte de su
bajisimo valor real1 Significativamente, en ese período entró al país un nuevo flujo
de capital estadounidense.
1 Le nouvelliste, Puerto Príncipe, Haití, 19-20 de marzo de 1977. Dato citado por Agustín Cueva en El
desarrollo del capitalismo en América Latina, Siglo XXI, México, 1977.
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 225
Recuerdo un editorial de un diario de Buenos Aires, publicado hace un par de
años. Un viejo diario conservador bramaba de ira porque en algún documento
internacional la Argentina aparecía como un país subdesarrollado y dependiente.
¿Cómo una sociedad culta, europea, próspera y blanca podía ser medida con la
misma vara que un país tan pobre y tan negro como Haití?
Sin duda, las diferencias son enormes -aunque poco tienen que ver con las
categorías de análisis de la arrogante oligarquía de Buenos Aires. Pero, con todas
las diversidades y contradicciones que se quiera, la Argentina no está a salvo del
círculo vicioso que estrangula la economía latinoamericana en su conjunto y no hay
esfuerzo de exorcismo intelectual que pueda sustraerla a la realidad que
comparten, quien más, quien menos, los demás países de la región.
Al fin y al cabo, las matanzas del general Videla no son más civilizadas que las
de Papa Doc Duvalier o su heredero en el trono, aunque la represión tenga, en la
Argentina, un nivel tecnológico más alto. Y en lo esencial, ambas dictaduras actúan
al servicio del mismo objetivo: proporcionar brazos baratos a un mercado
internacional que exige productos baratos.
Apenas llegada al poder, la dictadura de Videla se apresuró a prohibir las
huelgas y decretó la libertad de precios al mismo tiempo que encarcelaba los
salarios. Cinco meses después del golpe de estado, la nueva ley de inversiones
extranjeras colocó en igualdad de condiciones a las empresas extranjeras y
nacionales. La libre competencia terminó, así, con la situacíón de injusta desventaja
en que se encontraban algunas corporaciones multinacionales frente a las empresas
locales. Por ejemplo, la desamparada General Motors, cuyo volumen mundial de
ventas equivale nada menos que al producto nacional bruto de la Argentina entera.
También es libre, ahora, con frágiles limitaciones, la remisión de utilidades al
extranjero y la repatriación del capital invertido.
Cuando el régimen cumplió su primer año de vida, el valor real de los salarios
se había reducido al cuarenta por ciento. Fue una hazaña lograda por el terror.
«Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de
desterrados son la cifra desnuda de ese terror», denunció el escritor Rodolfo Walsh en una
carta abierta. La carta fue enviada el 29 de marzo del 77 a los tres jefes de la junta de
gobierno. Ese mismo día, Walsh fue secuestrado y desapareció.
11.- Fuentes insospechables confirman que una ínfima parte de las nuevas
inversiones extranjeras directas en América Latina proviene realmente del país de
origen. Según una investigación publicada por el Departamento de Comercio de los
Estados Unidos1, apenas un doce por ciento de los fondos vienen de la matriz
estadounidense, un 22 por ciento corresponde a ganancias obtenidas en América
Latina y el 66 por ciento restante sale de las fuentes de crédito interno y, sobre todo,
del crédito internacional. La proporción es semejante para las inversiones de origen
europeo o japonés; y hay que tener en cuenta que a menudo ese doce por ciento de
inversión que viene de las casas matrices no es más que el resultado del traspaso de
maquinarias ya utilizadas o que simplemente refleja la cotización arbitraria que las
empresas imponen a su know- how industrial, a las patentes o a las marcas. Las
corporaciones multinacionales, pues, no sólo usurpan el crédito interno de los países donde
operan, a cambio de un aporte de capital bastante discutible, sino que además les multiplican
la deuda externa.
La deuda externa latinoamericana era, en 1975, casi tres veces mayor que en
1 Ida May Mantel, «Sources and uses of funds for a sample of majorityowned foreign affiliates of U. S.
companies, 1966-1972», U. S. Department of Commerce, Survey of Current Business, julio de 1975.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 226
19691. Brasil, México, Chile y Uruguay destinaron, en 1975, aproximadamente la
mitad de sus ingresos por exportaciones al pago de las amortizaciones y los
intereses de la deuda y al pago de las ganancias de las empresas extranjeras
establecidas en esos países. Los servicios de deuda y las remesas de utilidades
tragaron, ese año, el 55 por ciento de las exportaciones de Panamá y el 60 por ciento
de las de Perú2. En 1969, cada habitante de Bolivia debía 137 dólares al exterior. En
1977, debía 483. Los habitantes de Bolivia no fueron consultados ni vieron un solo
centavo de esos préstamos que les han puesto la soga al cuello.
El Citibank no figura como candidato en ninguna lista, en los pocos países
latinoamericanos donde todavía se realizan elecciones; y ninguno de los generales
que ejercen las dictaduras se Llama Fondo Monetario Internacional. Pero, ¿cuál es
la mano que ejecuta y cuál la conciencia que ordena? Quien presta, manda. Para
pagar, hay que exportar más, y hay que exportar más para financiar las
importaciones y para hacer frente a la hemorragia de las ganancias y los royalties
que las empresas extranjeras drenan hacia sus casas matrices. El aumento de las
exportaciones, cuyo poder de compra disminuye, implica salarios de hambre. La
pobreza masiva, clave del éxito de una economía volcada al exterior, impide el
crecimiento del mercado interno de consumo en la medida necesaria para sustentar
un desarrollo económico armonioso. Nuestros países se vuelven ecos y van
perdiendo la propia voz. Dependen de otros, existen en tanto dan respuesta a las
necesidades de otros. A su vez, la remodelación de la economía en función de la
demanda externa nos devuelve a la estrangulación original: abre las puertas al
saqueo de los monopolios extranjeros y obliga a contraer nuevos y mayores
empréstitos ante la banca internacional. El círculo vicioso es perfecto: la deuda
externa y la inversión extranjera obligan a multiplicar exportaciones que ellas
mismas van devorando. La tarea no puede llevarse a cabo con buenos modales.
Para que los trabajadores latinoamericanos cumplan con su función de rehenes de
la prosperidad ajena, han de mantenerse prisioneros del lado de adentro o del lado
de afuera de los barrotes de las cárceles.
12.- La explotación salvaje de la mano de obra no es incompatible con la
tecnología intensiva. Nunca lo fue, en nuestras tierras: por ejemplo, las legiones de
obreros bolivianos que dejaron los pulmones en las minas de Oruro, en los tiempos
de Simón Patiño, trabajaban en régimen de esclavitud asalariada pero con
maquinaria muy moderna. El barón del estaño supo combinar los más altos niveles
de la tecnología de su época con los niveles más bajos de salarios3. Además, en
nuestros días, la importación de la tecnología de las economías más adelantadas
coincide con el proceso de expropiación de las empresas industriales de capital
local por parte de las todopoderosas corporaciones multinacionales. El movimiento
de centralización de capital se cumple a través de «una quema despiadada de los
niveles empresariales obsoletos, que no por azar son justamente los de propiedad nacional»4.
La desnacionalización acelerada de la industria latinoamericana trae consigo una
creciente dependencia tecnológica. La tecnología, decisiva clave de poder, está
1 Naciones Unidas, Comisión Económica para América latina (CEPAL), El desarrollo económico y
social y las relaciones externas de América Latina, Santo Domingo, República Dominicana, febrero de
1977.)
2 El dinero, que tiene alitas, viaja sin pasaporte. Buena parte de las ganancias generadas por la
explotación de nuestros recursos se fuga a Estados Unidos, a Suiza, a Alemania Federal o a otros
países donde pega un salto de circo para luego volver a nuestras comarcas convertida en empréstitos.)
3 Agustin Cueva,op. cit).
4 ídem.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 227
monopolizada, en el mundo capitalista, por los centros metropolitanos. La
tecnología viene de segunda mano, pero esos centros cobran las copias como si
fueran originales. En 1970, México pagó el doble que en 1968 por la importación de
tecnología extranjera. Entre 1965 y 1969, Brasil duplicó sus pagos; y otro tanto
ocurrió, en el mismo periodo, con la Argentina.
El trasplante de la tecnología aumenta las nutridas deudas con el exterior y
tiene devastadoras consecuencias sobre el mercado de trabajo. En un sistema
organizado para el drenaje de ganancias al exterior, la mano de obra de la empresa
«tradicional» va perdiendo oportunidades de empleo. A cambio de un dudoso
impulso dinamizador sobre el resto de la economía, los islotes de la industria
moderna sacrifican brazos al reducir el tiempo de trabajo necesario para la
producción. La existencia de un nutrido y creciente ejército de desocupados facilita,
a su vez, el asesinato del valor real de los salarios.
13.- Hasta los documentos de la CEPAL hablan, ahora, de una redivisión
internacional del trabajo. De aquí a unos años, aventura la esperanza de los
técnicos, quizás América Latina exporte manufacturas en la misma medida en que
hoy vende al exterior materias primas y alimentos. «Las diferencias de salarios entre
países desarrollados y en desarrollo -incluyendo los de América Latina- pueden inducir una
nueva división de actividades entre países desplazando, por razones de competencia,
industrias en que el costo del trabajo sea muy importante, desde los primeros hacia los
segundos. Los costos de la mano de obra para la industria manufacturera, por ejemplo, son
generalmente mucho más bajos en México o Brasil que en Estados Urtídos»1 ¿Impulso de
progreso o aventura neocolonial? La maquinaria eléctrica y no eléctrica ya figura
entre los principales productos de exportación de México. En el Brasil, crece la
venta al exterior de vehículos y armamentos. Algunos países latinoamericanos
viven una nueva etapa de industrialización, en gran medida inducida y orientada
por las necesidades extranjeras y los dueños extranjeros de los medios de
producción. ¿No será éste otro capítulo a agregar a nuestra larga historia del
«desarrollo hacia afuera»? En los mercados internacionales, los precios en ascenso
constante no corresponden genéricamente a los «productos manufacturados», sino
a las mercancías más sofisticadas y de mayor componente tecnológico, que son
privativas de las economías de mayor desarrollo. El principal producto de
exportación de América Latina, venda lo que venda, materias primas o
manufacturas, son sus brazos baratos.
¿No ha sido, la nuestra, una continua experiencia histórica de mutilación y
desintegración disfrazada de desarrollo? Siglos atrás, la conquista arrasó los suelos
para implantar cultivos de exportación y aniquiló las poblaciones indígenas en los
socavones y los lavaderos para satisfacer la demanda de plata y oro en ultramar. La
alimentación de la población precolombina que pudo sobrevivir al exterminio
empeoró con el progreso ajeno. En nuestros días, el pueblo del Perú produce harina
de pescado, muy rica en proteínas, para las vacas de Estados Unidos y de Europa,
pero las proteínas brillan por su ausencia en la dieta de la mayoría de los peruanos.
La filial de la Volkswagen en Suiza planta un árbol por cada automóvil que vende,
gentileza ecológica, al mismo tiempo que la filial de la Volkswagen en Brasil arrasa
centenares de hectáreas de bosques que dedicará a la producción intensiva de carne
de exportación. Cada vez vende más carne al extranjero el pueblo brasileño -que
rara vez come carne. No hace mucho, en una conversación, Darcy Ribeiro me decía
1 Naciones Unidas, CEPAL, op cit)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 228
que una república volkswagen no es diferente, en lo esencial, de una república bananera.
Por cada dólar que produce la exportación de bananas, apenas once centavos quedan en el
país productor1, y de esos once centavos una parte insignificante corresponde a los
trabajadores de las plantaciones. ¿Se alteran las proporciones cuando un país
latinoamericano exporta automóviles?
Ya los barcos negreros no cruzan el océano. Ahora los traficantes de esclavos
operan desde el Ministerio de Trabajo. Salarios africanos, precios europeos. ¿Qué
son los golpes de estado, en América Latina, sino sucesivos episodios de una guerra
de rapiña? De inmediato, las flamantes dictaduras invitan a las empresas
extranjeras a explotar la mano de obra local, barata y abundante, el crédito
ilimitado, las exoneraciones de impuestos y los recursos naturales al alcance de la
mano.
14.- Los empleados del plan de emergencia del gobierno de Chile reciben
salarios equivalentes a treinta dólares por mes. Un kilo de pan cuesta medio dólar.
Reciben, por lo tanto, dos kilos de pan por día. El salario mínimo en Uruguay y
Argentina equivale actualmente al precio de seis kilos de café. El salario mínimo en
Brasil llega a sesenta dólares mensuales, pero los boia frias, obreros rurales
ambulantes, cobran entre cincuenta centavos y un dólar por día en las plantaciones
de café, soja y otros cultivos de exportación. El forraje que comen las vacas en
México contiene más proteínas que la dieta de los campesinos que se ocupan de
ellas. La carne de esas vacas se destina a unas pocas bocas privilegiadas dentro del
país y sobre todo al mercado internacional. Al amparo de una generosa política de
créditos y facilidades oficiales, florece en México la agricultura de exportación,
mientras entre 1970 y 1976 ha descendido la cantidad de proteínas disponibles por
habitante y en las zonas rurales solamente uno de cada cinco niños mexicanos tiene
peso y estatura normales2
En Guatemala, el arroz, el maíz y los frijoles destinados al consumo interno
están abandonados a la buena de Dios, pero el café, el algodón y otros productos de
exportación acaparan el 87 por ciento del crédito. De cada diez familias
guatemaltecas que trabajan en el cultivo y la cosecha del café. principal fuente de
divisas del país, apenas una se alimenta según los niveles mínimos adecuados3. En
el Brasil, solamente un cinco por ciento del crédito agrícola se canaliza hacia el
arroz, los frijoles y la mandioca -que constituyen la dieta básica de los brasileños. El
resto deriva a los productos de exportación.
El reciente derrumbamiento del precio internacional del azúcar no desató,
como antes ocurría, una oleada de hambre entre los campesinos de Cuba. En Cuba
ya no existe la desnutrición. A la inversa, el alza casi simultánea del precio
internacional del café no alivió para nada la crónica miseria de los trabajadores de
los cafetales del Brasil: El aumento de la cotización del café en 1976 --ocasional
euforia provocada por las heladas que arrasaron las cosechas brasileñas- «no se
reflejó directamente en los salarios», según reconoció un alto directivo del Instituto
Brasileño del Café4
En realidad, los cultivos de exportación no son, de por sí, incompatibles con el
bienestar de la población ni contradicen, de por sí, el desarrollo económico «hacia
1 UNCTAD, Tbe marketing and distribution system for bananas. diciembre de 1974.)
2 «Reflexiones sobre la desnutrición en México», Comercio exterior, Banco Nacional de Comercio
Exterior, S. A., vol. 28, núm. 2, México, febrero de 1978.).
3 Roger Burbach y Patricia Flynn, «Agribusiness Targets Latin America», NACLA, volumen xii, núm. 1,
Nueva York, enero-febrero de 1978.)
4 ídem).
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 229
adentro». Al fin y al cabo, las ventas de azúcar al exterior han servido de palanca,
en Cuba, para la creación de un mundo nuevo en el que todos tienen acceso a los
frutos del desarrollo y la solidaridad es el eje de las relaciones humanas.
15.- Ya se sabe quiénes son los condenados a pagar las crisis de reajuste del
sistema. Los precios de la mayoría de los productos que América Latina vende
bajan implacablemente en relación a los precios de los productos que compra a los
países que monopolizan la tecnología, el comercio, la inversión y el crédito. Para
compensar la diferencia, y hacer frente a las obligaciones ante el capital extranjero,
es preciso cubrir en cantidad lo que se pierde en precio. Dentro de este marco, las
dictaduras del Cono Sur han cortado por la mitad los salarios obreros y han
convertido cada centro de producción en un campo de trabajos forzados. También
los obreros tienen que compensar la caída del valor de su fuerza de trabajo, que es
el producto que ellos venden al mercado. Los trabajadores están obligados a cubrir
en cantidad, en cantidad de horas, lo que pierden en poder de compra del salario.
Las leyes del mercado internacional se reproducen, así, en el micromundo de la
vida de cada trabajador latinoamericano. Para los trabajadores que tienen «la suerte» de
contar con un empleo fijo, las jornadas de ocho horas sólo existen en la letra muerta de las
leyes. Es frecuente trabajar diez, doce, hasta catorce horas, y más de uno ha perdido los
domingos.
Se han multiplicado, a la vez, los accidentes de trabajo, sangre humana
ofrecida a los altares de la productividad. Tres ejemplos de fines de 1977 en
Uruguay:
- Las canteras del ferrocarril, que producen piedras y balasto, duplican los
rendimientos. A principios de la primavera, quince obreros mueren en una
explosión de gelinita.
- Colas de desocupados ante una fábrica de cohetes artificales. Varios niños en
la producción. Se baten récords. El 20 de diciembre, un estallido: cinco trabajadores
muertos y decenas de heridos.
- El 28 de diciembre, a las siete de la mañana, los obreros se niegan a entrar a
una fábrica de conservas de pescado, porque sienten un fuerte olor a gas: Los
amenazan: si no entran pierden el empleo. Ellos se siguen negando. Los amenazan:
vamos a llamar a los soldados. La empresa ya ha convocado al ejército otras veces.
Los obreros entran. Cuatro muertos y varios hospitalizados. Había una fuga de gas
amoníaco1.
Mientras tanto, la dictadura proclama con orgullo: los uruguayos pueden
comprar, más baratos que nunca, whisky escocés, mermelada inglesa, jamón de
Dinamarca, vino francés, atún español y trajes de Taiwán.
16.- María Carolina de Jesús nació en medio de la basura y los buitres. Creció,
sufrió, trabajó duro; amó hombres, tuvo hijos. En una libreta anotaba, con mala
letra, sus tareas y sus días.
Un periodista leyó esas libretas por casualidad y María Carolina de Jesús se
convirtió en una escritora famosa. Su libro Quarto de despejo, «La favela», diario de
cinco años de vida en un suburbio sórdido de la ciudad de San Pablo, fue leído en
cuarenta países y traducido a trece idiomas.
Cenicienta del Brasil, producto de consumo mundial, María Carolina de Jesús
salió de la favela, recorrió mundo, fue entrevistada y fotografiada, premiada por los
1 Datos de fuentes sindicales y periodísticas, publicados en Uruguay Informations, núms. 21 y 25,
Paris.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 230
críticos, agasajada por los caballeros y recibida por los presidentes.
Y pasaron los años. A principios del 77, una madrugada de domingo María
Carolina de Jesús murió en medio de la basura y los buitres. Nadie recordaba ya a
la mujer que había escrito: «El hambre es la dinamita del cuerpo humano».
Ella, que había vivido de las sobras, pudo ser, fugazmente, una elegida. Le fue
permitido sentarse a la mesa. Después de los postres, se rompió el encanto. Pero
mientras su sueño transcurría, Brasil había continuado siendo un país donde cada
día quedan cien obreros lisiados por accidentes de trabajo y donde, de cada diez
niños, cuatro nacen obligados a convertirse en mendigos, ladrones o magos.
Aunque sonrían las estadísticas, se jode la gente. En sistemas organizados al
revés, cuando crece la economía tambíén crece, con ella, la injusticia social. En el
período más exitoso del «milagro» brasileño, aumentó la tasa de mortalidad infantil
en los suburbios de la ciudad más rica del país. La súbita prosperidad del petróleo
en Ecuador trajo televisión en colores en lugar de escuelas y hospitales.
Las ciudades se van hinchando hasta el estallido. En 1950, América Latina
tenía seis ciudades con más de un mïllón de habitantes. En 1980 tendrá veinticinco1.
Las vastas legiones de trabajadores que el campo expulsa comparten, en las orillas
de los grandes centros urbanos, la misma suerte que el sistema reserva a los jóvenes
ciudadanos «sobrantes». Se perfeccionan, picaresca latinoamericana, las formas de
supervivencia de los buscavidas. “El sistema productivo ha venido mostrando una visible
insuficiencia para generar empleo productivo que absorba a la creciente fuerza de trabajo de
la región, en especial los grandes contingentes de mano de obra urbana...”2
Un estudio de la Organización Internacional del Trabajo señalaba no hace
mucho que en América Latina hay más de 110 millones de personas en condiciones
de «grave pobreza». De ellas, setenta millones pueden considerarse «indigentes»3.
¿Qué porcentaje de la población come menos de lo necesario? En el lenguaje de los
técnicos, recibe «ingresos inferiores al costo de la alimentación mínima equilibrada» un 42
por ciento de la población del Brasil, un 43 % de los colombianos, un 49 % de los
hondureños, un 31 %a de los mexicanos, un 45 % de los peruanos, un 29 % de los
chilenos, un 35 % de los ecuatorianos4.
¿Cómo ahogar las explosiones de rebelión de las grandes mayorías
condenadas?
¿Cómo prevenir esas posibles explosiones? ¿Cómo evitar que esas mayorías
sean cada vez más amplias si el sistema no funciona para ellas? Excluida la caridad,
queda la policía.
17.- En nuestras tierras, la industria del terror paga caro, como cualquier otra,
el know-how extranjero. Se compra y se aplica, en gran escala, la tecnología
norteamericana de la represión, ensayada en los cuatro puntos cardinales del
planeta. Pero sería injusto no reconocer cierta capacidad creadora, en este campo de
actividades, a las clases dominantes latinoamericanas.
Nuestras burguesías no fueron capaces de un desarrollo económico
independiente y sus tentativas de creación de una industria nacional tuvieron vuelo
de gallina, vuelo corto y bajito. A lo largo de nuestro proceso histórico, los dueños
del poder han dado también, sobradas pruebas de su falta de imaginación política y
de su esterilidad cultural. En cambio, han sabido montar una gigantesca
1 Naciones Unidas, CEPAL, op. Cit.)
2 Idem.).
3 OIT, Empleo, crecimiento y necesidades esenciales, Ginebra, 1976.)
4 Naciones Unidas, CEPAL, op. cit.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 231
maquinaria del miedo y han hecho aportes propios a la técnica del exterminio de
las personas y las ideas. Es reveladora en este sentido, la experiencia reciente de los
países del río de la Plata.
«La tarea de desinfección nos llevará mucho tiempo», advirtieron de entrada los
militares argentinos. Las fuerzas armadas fueron convocadas sucesivamente por las
clases dominantes de Uruguay y Argentina para aplastar a las fuerzas del cambio,
arrancar sus raíces, perpetuar el orden interno de privilegios y generar condiciones
económicas y políticas seductoras para el capital extranjero: tierra arrasada, país en
orden, trabajadores mansos y baratos. No hay nada más ordenado que un
cementerio. La población se convirtió de inmediato en el enemigo interior.
Cualquier signo de vida, protesta o mera duda, constituye un peligroso desafío
desde el punto de vista de la doctrina militar de la seguridad nacional.
Se han articulado, pues, complejos mecanismos de prevención y castigo.
Una profunda racionalidad se esconde por debajo de las apariencias. Para
operar con eficacia, la represión debe parecer arbitraria. Excepto la respiración,
toda actividad humana puede constituir un delito. En Uruguay la tortura se aplica
como sistema habitual de interrogatorio: cualquiera puede ser su víctima, y no sólo
los sospechosos y los culpables de actos de oposición. De esta manera se difunde el
pánico de la tortura entre todos los ciudadanos, como un gas paralizante que
invade cada casa y se mete en el alma de cada ciudadano.
En Chile, la cacería dejó un saldo de treinta mil muertos, pero en Argentina
no se fusila: se secuestra. Las víctimas desaparecen. Los invisibles ejércitos de la
noche realizan la tarea. No hay cadáveres, no hay responsables. Así la matanza -
siempre oficiosa, nunca oficial- se realiza con mayor impunidad, y así se irradia
con mayor potencia la angustia colectiva. Nadie rinde cuentas, nadie brinda
explicaciones. Cada crimen es una dolorosa incertidumbre para los seres cercanos
a la víctima y también una advertencia para todos los demás. El terrorismo de
estado se propone paralizar a la población por el miedo.
Para obtener trabajo o conservarlo, en Uruguay, es preciso contar con el visto
bueno de los militares. En un país donde tan difícil resulta conseguir empleo fuera
de los cuarteles y las comisarías, esta obligación no sólo sirve para empujar al
éxodo a buena parte de los trescientos mil ciudadanos fichados como izquierdistas.
También es útil para amenazar a los restantes. Los diarios de Montevideo suelen
publicar arrepentimientos públicos y declaraciones de ciudadanos que se golpean
el pecho por si acaso: «Nunca he sido, no soy, ni seré...».
En Argentina ya no es necesario prohibir ningún libro por decreto. El nuevo
Código Penal sanciona, como siempre, al escritor y al editor de un libro que se
considere subversivo. Pero además castiga al impresor, para que nadie se atreva a
imprimir un texto símplemente dudoso, y también al distribuidor y al librero,
para que nadie se atreva a venderlo, y por si fuera poco castiga al lector, para que
nadie se atreva a leerlo y mucho menos a guardarlo. El consumidor de un libro
recibe así el trato que las leyes reservan al consumidor de drogas. En el proyecto
de una sociedad de sordomudos, cada ciudadano debe convertirse en su propio
Torquemada1.
En Uruguay, no delatar al prójimo es un delito. Al ingresar a la Universidad,
los estudiantes juran por escrito que denunciarán a todo aquel que realice, en el
1 En Uruguay, los inquisidores se han modernizado. Curiosa mezcla de barbarie y sentido capitalista
del negocio. Los militares ya no queman los libros: ahora los venden a las empresas papeleras. Las
papeleras los pican, los convierten en pulpa de papel y los devuelven al mercado de consumo. No es
verdad que Marx no esté al alcance del público. No está en forma de libros. Está en forma de
servilletas.)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 232
ámbito universitario, «cualquier actividad ajena a las funciones de estudio». El
estudiante se hace co-responsable de cualquier episodio que ocurra en su presencia.
En el proyecto de una sociedad de sonámbulos, cada ciudadano debe ser el
policía de sí mismo y de los demás. Sin embargo, el sistema, con toda razón,
desconfía. Suman cien mil los policías y los soldados en Uruguay, pero también
suman cien mil los informantes. Los espías trabajan en las calles y en los cafés y en
los ómnibus, en las fábricas y los liceos, en las oficinas y en la Universidad. Quien
se queja en voz alta porque está tan cara y dura la vida, va a parar a la cárcel: ha
cometido un «atentado contra la fuerza moral de las Fuerzas Armadas», que se paga con
tres a seis años de prisión.
18.- En el referéndum de enero del 78, el voto por sí a la dictadura de Pinochet
se marcó con una cruz bajo la bandera de Chile. El voto por no, en cambio, se marcó
bajo un rectángulo negro.
El sistema quiere confundirse con el país. El sistema es el país, dice la
propaganda oficial que día y noche bombardea a los ciudadanos. El enemigo del
sistema es un traidor a la patria. La capacidad de indignación contra la injusticia y
la voluntad de cambio constituyen las pruebas de la deserción. En muchos países
de América Latina, quien no está desterrado más allá de las fronteras, vive el exilio
en la propia tierra.
Pero al mismo tiempo que Pinochet celebraba su victoria, la dictadura llamaba
«ausentismo laboral colectivo» a las huelgas que estallaban en todo Chile a pesar
del terror. La gran mayoría de los secuestrados y desaparecidos en Argentina está
formada por obreros que desarrollaban alguna actividad sindical. Sin cesar se
incuban, en la inagotable imaginación popular, nuevas formas de lucha, el trabajo a
tristeza, el trabajo a bronca, y la solidaridad encuentra nuevos cauces para eludir al
miedo. Varias huelgas unánimes se sucedieron en Argentina a lo largo de 1977,
cuando el peligro de perder la vida era tan cierto como el riesgo de perder el
trabajo. No se destruye de un plumazo el poder de respuesta de una clase obrera
organizada y con larga tradición de pelea. En mayo del mismo año, cuando la
dictadura uruguaya hizo el balance de su programa de vaciamiento de conciencias
y castración colectiva, se vio obligada a reconocer que «todavía queda en el país un
treinta y siete por ciento de ciudadanos interesados por la política»1
No asistimos en estas tierras a la infancia salvaje del capitalismo, sino a su
cruenta decrepitud. El subdesarrollo no es una etapa del desarrollo. Es su
consecuencia. El subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno y
continúa alimentándolo. Impotente por su función de servidumbre internacional,
moribundo desde que nació, el sistema tiene pies de barro. Se postula a sí mismo
como destino y quisiera confundirse con la eternidad. Toda memoria es
subversiva, porque es diferente, y también todo proyecto de futuro. Se obliga al
zombi a comer sin sal: la sal, peligrosa, podría despertarlo. El sistema encuentra
su paradigma en la inmutable sociedad de las hormigas. Por eso se lleva mal con
la historia de los hombres, por lo mucho que cambia. Y porque en la historia de
los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano,
en un acto de creación.
1 Conferencia de prensa del presidente Aparicio Méndez, el 21 de mayo de 1977, en Paysandú.
«Estamos evitando al país la tragedia de la pasión política», dijo el presidente. «Los hombres de bien
no hablan de dictaduras, no piensan en dictaduras ni reclaman derechos humanos.»)
Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina 233
Eduardo Galeano
Calella, Barcelona, abril de 1978.
LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA
Eduardo Galeano

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