Por: Marcos J. Leal C.
I
La mujer ha pasado toda la noche planchando ropa ajena, de allí sale el sustento para toda la familia, lavar y planchar ropa de otras personas.
El dinero nunca alcanzaba, ni siquiera podía cubrir las necesidades de ropas nuevas que siempre tenían los cinco hijos. Todos contaban sólo con dos pantaloncitos –uno para ir a la escuela, el otro para estar en casa-.
El viejo reloj de la iglesia ha tocado las dos campanadas de una fría noche de madrugadas decembrina.
La vida de la mujer no ha sido fácil. Recibió una enseñanza en la religión católica donde todo era penado por Dios, hasta el amor entre un hombre y una mujer que no fuera bendecido por el matrimonio eclesiástico. Era pecado mortal y no se podía confesar para recibir la Santa Comunión, o hasta que el hombre muriera, o hasta que se casaran ante Dios. Todo era pecado.
La mujer desenchufa la plancha que está pegada al único tomacorriente y lámpara de un solo bombillo que alumbra la habitación del pequeño rancho de bahareque que cuenta con esta habitación, cocina, comedor, sala de plancha y la otra que es donde duerme con todos sus hijos.
Toma dos latas que eran usadas para traer aceite importado de Europa, cada lata ha sido acondicionada con un pedazo de madera en su extremo clavada desde afuera para construir una especie de sujetador. Cada una carga alrededor de veinte litros de líquidos.
Continuará...
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