Cien años andando con Dios y con la religiosidad católica por delante. Devota de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo y Jesús de la Misericordia, además de conocedora de los misterios del Santo Rosario, cuya devoción siguiendo la tradición familiar se lo inculcó su madre desde que era pequeña; los estandartes que ella adora porque alegran y bendicen su vida y la hicieron crecer en la fe y en la constancia..
Un siglo…veinte lustros. Así como suena… Cien años han transcurrido hoy de haber llegado a este maravilloso mundo este corazón pintado de canas blancas que sigue diciendo ¡presente! cuando nombran a doña Felicia Ceballos. La conocí en la urbe en tiempos lejanos aun siendo yo un niño -yo me acuerdo de ella- en la Villa se respiraba aire de confianza y de sosiego, había paz, nuestras casas entonces no eran un mundo cerrado de rejas como es hoy.
En su tiempo esta humilde mujer mantuvo sola a su prole con el trabajo de la cocina en un negocio de restaurant que quedaba en el centro de la población. Así comenzaba su heroica marcha desarrollando su trabajo sin desmayo. Eso fue por allá en las décadas de los años 40 y 50 del siglo XX. A decir verdad su labor de cocinera no tenía hora de empezar ni hora de terminar, no era nada fácil el oficio, ni tampoco cómodo lidiar con tan variados paladares. Sin embargo, la fama de su exquisita comida se extendía por todos lados, lo cual fue para ella título de orgullo.
A Villa de Cura llega a los 12 años de edad, la comarca de aquella época era como ella la vivió en su juventud, un pueblo apacible, un cobijo hospitalario, una agradable Villa de ambiente semirural y de limitado comercio y escaso tránsito automotor; de hombres a caballo y arreos de mulas que deambulan por sus calles solitarias. Eran tiempos por aquel entonces de cuentos de fantasmas y de aparecidos, como “La Sayona” y “El Carretón”, además de la figura del “Encamisonado”, del cual expresaba la leyenda fue descubierto una noche disfrazado de espanto; pues se oía decir que el personaje se aprovechaba cuando el poblado quedaba a oscuras para saltar empalizada y cosechar en conuco ajeno.
Dice un documento original que Felicia María Ceballos Rojas nació en el sitio de Santa Rosa del Sur el 11 de junio de 1917. Hay un error -dice ella campante- porque en realidad abrió sus ojos al mundo el 11 de julio de 1917; Sus padres fueron María Eugenia Rojas y Melesio Ceballos Rebolledo. Esta matrona tuvo un total de 5 hijos varones a los cuales vigila desde sus primeros pasos: Cristóbal, Ernesto, Félix, Guillermo y Marcos. El esfuerzo no fue en balde pues sus hijos todos fueron hombres laboriosos de probada conducta ciudadana y distinguidos en el estudio, fue esa la disciplina que recibieron en un hogar de exclusiva vigilia de la madre. Se casaron, formaron familia aparte y algunos tuvieron que alejarse un poco, pero siempre buscando estar lo más cerca posible de ella lo que determina que el amor maternal no termina nunca. Aunque doña Felicia no pudo detener la punzada en el alma cuando la muerte le arrancó de los brazos a Cristóbal, uno de sus hijos.
La vida es bella a pesar de todas sus vicisitudes, pero lo es aún más, cuando se llega a esta edad y la persona se conserva útil; cuando trascurrido una centuria se encuentra ahora estrechando brazos de viejos amigos, vecinos y familiares, con su tono siempre lúcido, evocando el pasado el cual supo a transitar con amor y firmeza.
La edad cronológica no ha representado para doña Felicia impedimento alguno para seguir activa en sus menesteres cotidianos. Todavía está pendiente de sus hijos, y de la ramificación de 12 nietos y 7 bieznietos, se preocupa por los oficios elementales de la casa, cuidando que se mantenga limpia. Su amor por la naturaleza es tal que riega y cuida de sus plantas y mantiene bello un jardín de rosas que sombrea la entrada de su morada. Y es tan sobrada su vitalidad que todavía cocina y le queda tiempo para recibir lecciones de cuatro, tres días a la semana. Le atrae la música que es también un complemento de su vida. Lo que más importa es tener la mentalidad siempre abierta dispuesta para el conocimiento y tener ganas de sobrevivir en estos tiempos tan plenos de dificultades. Asombra su memoria prodigiosa, se desplaza en la casa con seguridad y con la fuerza espiritual que le viene de Dios. Siempre presta para vencer obstáculos, aconsejar y seguir ayudando a los más jóvenes.
No debiera ser yo, que solo traigo a la memoria estas breves evocaciones para agasajarla, quien se atreviera a describir estas vivencias de tanta lejanía. Quizá una persona como ella, con cien años en lo alto es la que mejor conoce la historia chica de esta Villa donde todos nos conocíamos, la romántica y palpitante de ayer que ella misma ayudó a construir y la nostálgica de hoy. No sé si usted se acuerda doña Felicia, que en nuestras casas pobres de antes, se daban fijo diariamente dos golpes en la mesa, a las 10 de la mañana el primero, y el segundo a las 4 de la tarde.
Hoy que amanece de tonalidad cambiante la extensión del cielo villacurano, aprovecho esta agradable encrucijada, adonde me condujo con sumo agrado la poetisa María Teresa Fuenmayor, para felicitarla con justicia y admiración en este su centenario natal y colgar cien rosas perfumadas sobre su pecho. ¡Feliz cumpleaños doña Felicia!
Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis, julio de 2017